Por un lado están los resultados y en este punto, es
indiscutible. Pasó el Atlético Madrid en el Allianz Arena de Munich. El dato es
implacable y queda poco por decir.
Es remitirse a las pruebas de un equipo
utilitario al máximo, que saca partido de una gran defensa, muy organizada, y
que se cierra notablemente. Y que saca provecho de cada error de sus rivales, y
mata a la contra, o gana los que debe ganar cuando el que está enfrente tiene
menos equipo.
Del otro lado está el juego, el hecho estético del
fútbol, lo que representa el Bayern Munich, como también, hoy en menor medida
(salvo por Andrés Iniesta y el genio de Lionel Messi, y compañía), antes, hace
tres años para atrás en mucho mayor, el Barcelona. Equipos que además de
obtener muy buenos resultados, dejan algo, despiertan ilusión por verlos jugar,
admiración por muchas jugadas, goce con muchos de sus movimientos.
Hay un quiebre en la defensa de unos u otros. Y ese
quiebre está dado mucho más por los cambios sociales generados en estos últimos
años, con el tardo-capitalismo, que exacerba a ultranza al ganador y deja de
lado al resto, algo execrable en el deporte: el hacer entender que sólo sirve o
vale el primero, el que gana, y que el resto sirve de muy poco, casi nada, o
directamente nada.
Ese exitismo, al que contribuye mucho la prensa
especializada, es el que en buena medida fue influyendo para que enorme
cantidad de espectadores y seguidores del fútbol se fueran recostando en la
necesidad de ganar a cualquier precio o bajo cualquier factor, en una especie
de “todo vale” dentro del reglamento y hasta a veces bordeándolo, aunque sin
caer fuera de él (en la Argentina, conocemos casos en los sesenta que hasta
casi se han colgado del otro lado de la raya).
En el último cuarto de siglo, la tendencia a aceptar
que el único objetivo pasa por ganar, fue negando un hecho demasiado elemental:
el fútbol profesional es un espectáculo pago, por el que hay que dar algo a
cambio del que está del otro lado, sean tribunas o televisores. Eso, es lo que
lo diferencia del aficionado, que puede hacer lo que quiera porque no debe
ningún tipo de respuesta a nadie. Lo juega por libre albedrío.
Sin embargo, la industria del fútbol fue generando
consumidores, y esos consumidores (por usar un término marketinero, siguiendo
con la tendencia del tardo-capitalismo) exigen “algo” más que ganar, si bien
los aficionados a un determinado equipo, en un porcentaje creciente, se van despojando
de esta pretensión para poder conseguir el objetivo final, el mismo que exige
el sistema de vida: ser exitosos, ganar algo, tal vez para superar lo que una
vida lineal no lo permite.
Por todo esto, creemos que primero hay que
establecer qué es el fútbol hoy y qué es lo que pretendemos, para definir qué
es el éxito o qué significa jugar bien.
La distorsión entre lo que persigue el Atlético
Madrid, que busca resultados, y lo que busca este Bayern o todos los equipos de
Pep Guardiola, el juego, es enorme. Unos, los primeros, apuntan al fin en sí
mismo. Los otros, los segundos, al camino para llegar a ese fin. No sirve
demasiado el fin sin el camino.
Nosotros sostenemos lo segundo, que no sirve de nada
ganar sin jugar primero, sin pretenderlo. Salir a buscar el error del rival es
reglamentariamente válido pero en todo caso, no parece tener demasiada relación
con “jugar”. Tal vez, mucho más con “trabajar”.
Por eso, el análisis del partido de ayer en Munich
pasa por el tamiz de la filosofía de quien opina.
Para nosotros, fue un partido entre dos sistemas
convencidos. Uno, atado al resultado de cualquier modo, desinteresado por la
pelota y el juego en sí, por lo lúdico (el Atlético Madrid), y el otro,
buscando por todos los medios atacar, con su sistema habitual.
Lo que sí hay que resaltar, en esta referencia al
Bayern, es que pese a todos los elogios de la prensa (que son extensibles a
esta columna en cuanto a la idea madre), los alemanes no jugaron el partido tan
brillante que se dice, sino que lo hicieron bien, con mucha intensidad,
buscando como buena salida los remates de media distancia, pero éstos fueron un
reflejo de lo que les costó atravesar a la última línea madrileña y llegar a
colocarse mano a mano con el arquero Oblak pese a utilizar un ataque con dos
centrodelanteros.
A propósito, uno de ellos, Tomas Müller,
independientemente del penal fallado (en realidad, brillantemente atajado por
Oblak), no tuvo un gran desempeño, acaso afectado por la circunstancia de la
gran oportunidad perdida.
El Bayern, como en toda la temporada, volvió a tener
el mismo problema ante el Atlético: no reflejó en el marcador la enorme
distancia de posesión de pelota y de dominio, porque tiene menos gol que en
años anteriores, y porque le faltan algunos jugadores clave (Robben) y otros no
están al cien por ciento (Ribéry, Javi Martínez).
Pero también hay que señalar que el gol del
Atlético, mucho más allá de la enorme contundencia del equipo de Diego Simeone,
es producto de la descompensación del Bayern cuando se lanzó al ataque con todo
lo que tenía.
Por el lado del Atlético, muy difícil analizar lo
que no juega y sí trabaja. Lo hizo bien y ganó. ¿A quién le interesa saber el
cómo? Ganó, y ya está.
Casi se podría decir que si lo que importa es ganar,
sería cuestión de no sufrir, sino desplegar el diario al día siguiente, o
entrar a algún sitio web cuando acabe el partido, enterarse del resultado, y
listo. Salvo que el sufrir, esa adrenalina, sea parte del “viaje” hacia el “éxito”.
Cuestión de filosofías, una vez más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario