Ni el tiro del final, parece que le va a salir a la
AFA con alguna claridad. A punto de producirse una ruptura que tiene
antecedentes muy antiguos (se parece mucho a la de 1926, cuando tuvo que mediar
el presidente Marcelo T de Alvear), la reunión del Comité Ejecutivo de anoche
finalizó sin que se sepa si la mayoría de los clubes grandes (Boca, River,
Racing y San Lorenzo) ,y afines, seguirán formando parte del organismo
futbolístico argentino o si emigrarán hacia la declamada Superliga.
El cónclave, que se llevó a cabo en el predio que la
selección argentina tiene en Ezeiza, no tuvo una definición porque ninguno de
los dos sectores en permanente conflicto pudo alcanzar los votos necesarios para
imponer una postura u otra.
De los 44 asistentes, se necesitaban 33 votos y como
nadie alcanzó esa cifra, todo acabó sin definición, por más que, como tantas
otras veces, el vocero de la AFA,
Ernesto Cherquis Bialo, buscara transmitir un
cierto mensaje de concordia, apelando a un acuerdo demasiado básico: que todos
quieren que haya una Superliga.
Pueden quererla, pero aquí el problema es otro y
mucho más grave: los clubes chicos no quieren quedar fuera del gran reparto y
saben que en una convocatoria a una Asamblea de 75 miembros, tienen las de
ganar porque cuentan con más votos, y por otro lado, cuentan con el poder
sindical y político que les da la cobertura del presidente de Independiente,
Hugo Moyano.
Y los grandes (salvo Independiente), que se saben
muy posiblemente derrotados en la Asamblea, no aceptan la democrática votación
que les pondría una cantidad de condiciones que no están dispuestos a llevar a
cabo y por eso están dispuestos a tomar sus petates y armar una Superliga de
menos equipos, por fuera de la AFA aún cuando saben que hay cuestiones
importantes que resolver y que salvo que lo hayan consensuado previamente con
el presidente Mauricio Macri, quedarían en una delicada situación.
En concreto, todo se disfrazó de la fecha en que
debe decidirse la Superliga de marras. Los clubes grandes querían que fuese el
9 de junio, cosa de adelantarse y no depender de las elecciones presidenciales
de AFA previstas para el 30 de ese mes, mientras que al contrario, los chicos
quieren que todo sea el mismo día, a sabiendas de que cuentan con más votos y
que hasta podrían imponer a Moyano como titular de una AFA que tendría bajo su
cobijo a la Superliga.
La gran pregunta viene de semanas atrás y pasa por
saber en concreto qué es lo que dialogaron a solas Macri con los dirigentes de
los clubes grandes. Porque éstos se exponen, de lo contrario, a que la FIFA no
acepte la Superliga por ser la AFA la afiliada directa, a través de la
Conmebol, y porque también cabría la chance de que ante la falta de la mayoría
de clubes que mueven el fútbol y la economía de la AFA, el Gobierno ya tenga
como plan la intervención, aunque a su vez esto podría ocasionar la
desafiliación porque el estatuto de la FIFA no acepta intromisiones de los
estados en el fútbol.
Son demasiadas cuestiones para resolver en pocos
días, porque aunque anoche no hubo definición, los días pasan y los plazos se
acortan para un lado y para el otro y está claro que los acuerdos no llegan.
Por otra parte, los clubes grandes se dieron el lujo
de traer a la Argentina al presidente de la Liga de Fútbol profesional (LFP) de
España para que explicara este modelo “exitoso”, que en realidad lo es mucho
más por la competitividad de algunos equipos que ganan títulos continentales
que por la propia liga local, y hasta aconsejó vender derechos de TV en
conjunto cuando en la Argentina esto ya se hace (de hecho, así ocurre con el
Fútbol para Todos) y en España justamente no se llevaba a cabo hasta que ahora,
por fin, y por querer competir con la Premier League inglesa, se están animando
a desarrollarlo.
Es tal el apuro de los clubes grandes por cerrar
esta etapa, en la que no están dispuestos a someterse al voto de la Asamblea,
que ni siquiera repararon en que el fútbol español es mucho más federal, el
país es de un tamaño bastante menor que la Argentina y las distancias, más
cortas, que la TV en España invierte muchísimo más dinero (el propio Tebas
manifestó que lo máximo que podría recaudar el fútbol argentino sería 400
millones de dólares contra los 1600 que recauda la LFP) y que salvo cuatro
equipos, los otros dieciséis de la Liga Española son sociedades anónimas y que
el control que ejerce la UEFA sobre las ligas europeas es férreo y hay equipos
que se han quedado fuera de competencias internacionales por no tener las cuentas
al día.
No importa nada, ni siquiera que Tebas es un
acérrimo enemigo del presidente de la Federación Española, Angel María Villar,
casi un hermano mellizo del fallecido Julio Grondona en el mundo del fútbol, y
que el invitado titular de la LFP fue socio de Marcelo Tinelli en la frustrada
experiencia del Badajoz hace quince años.
Aún con lo imprevisible de este escenario del
alocado fútbol argentino, en el que ciertos dirigentes de clubes grandes dicen
ser renovadores pero se quejan de los árbitros designados o buscan sacar
partido de cualquier decisión que favorezca a su equipo en los escritorios, hay
muy poco de novedad.
Desde siempre, la historia de la AFA, entre otras
cuestiones, fue la de la lucha de los clubes grandes contra los clubes chicos y
si los grandes tuvieron primacía en los primeros años del profesionalismo, fue
porque sus votos contaban más que los otros, por una cuestión de
representatividad. Los chicos, en cambio, sostuvieron siempre que la democracia
es que cada uno tenga un voto.
En otras palabras, los clubes grandes sostuvieron la
tesis de la Cámara de Diputados (votos por representación popular) y los
chicos, por la de Senadores (votos por Provincia), y entonces siempre fue un
asunto de nunca acabar, aunque unos y otros tengan demasiado poco lugar para
pensar en una AFA federal y con una estructura acorde a la realidad argentina.
No parece haber tiempo para eso. Hay demasiados
intereses en juego.
Carlos Peucelle, ex crack y autor del magnífico
libro “Fútbol Todotiempo”, solía decir que “lo que ví antes, ya no lo veo Todo
lo que veo, ya lo ví”.
Mucho de esto ocurre en esta AFA en la que todo
puede pasar, especialmente después de aquel tremendo papelón del 38-38 del 3 de
diciembre pasado.
La muerte de Julio Grondona podría compararse
políticamente con la del Mariscal Tito en Yugoslavia. Bastó que muriera para
que todo se rompiera en mil pedazos.
No es que Grondona haya sido un santo ni mucho
menos, pero en la AFA, según parece, siempre se puede estar peor. O mucho peor.
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