Si pudiéramos regresar, por un instante, a la
clasificatorias para el Mundial de México 1970 (escribimos “clasificatorias “ y
no “eliminatorias” porque el objetivo es clasificarse al Mundial y no es quedar
eliminado), nos daremos cuenta de cuántas similitudes aparecen con aquel equipo
argentino que no pudo conseguir el objetivo, y en un grupo mucho más sencillo,
a priori, ante Perú y Bolivia.
Dio la casualidad de que también en aquel tiempo, la
AFA estaba intervenida, y justo antes de comenzar la competencia, un grupo de
dirigentes de peso se acercó a la residencia presidencial de Olivos para
reclamarle al entonces dictador Juan Carlos Onganía que desplazara a Humberto
Maschio como director técnico de la selección argentina ante el temor de que no
se pudiera llegar al Mundial. ¿Les suena?
Armando Ruiz, más allá de interventor, un estudioso
del fútbol, tuvo que salir entonces a desmentir que hubiera problemas con
Maschio y aclaró que éste estaría rodeado por dos colegas de mucha experiencia
y exitosos de entonces, nada menos que Osvaldo Zubeldía y Oswaldo Brandao, como
asesores.
Sin embargo, no pudo frenar la embestida, y justo
antes de comenzar la clasificación, Maschio fue reemplazado por Adolfo
Pedernera y de paso, Ramos Ruiz también fue borrado de un plumazo y asumió la
intervención Aldo Porri, quien apenas duró dos meses y pidió licencia.
Pasado un tiempo, Ramos Ruiz recuerda que parte de
esa clasificatoria perdida , que acabó en la Bombonera con aquellos dos goles
de Oswaldo “Cachito” Ramírez, no fue por lo futbolístico (el director técnico
acabó siendo Adolfo Pedernera y los jugadores eran de excelente calidad) sino
por esos “detalles” que siempre terminan armando una inmensa bola de nieve.
Ramos Ruiz (pueden leerlo en mi reciente libro “AFA,
el fútbol pasa, los negocios quedan”, Autoría, página 138-139) cuenta cómo, por
ejemplo, notaron que muchos jugadores argentinos habían perdido peso en la
altura de La Paz pero no se había previsto esto porque la AFA decidió cambiar
de cuerpo médico para la selección días antes de comenzar el grupo, lo que
determinó que el plantel casi no pudiera entrenarse normalmente nunca más en lo
que quedaba del certamen.
Cabe recordar que tras la salida de Maschio, la
nueva intervención había ofrecido el cargo de director técnico a Zubeldía y a
Pedro Dellacha, que la declinaron.
Esa clase de desórdenes es la que vive, hoy, la
selección argentina en cuanto a cierta parte institucional. Por supuesto que no
en cuanto al tema médico, o en cuanto al nivel de profesionalismo de quienes
integran el cuerpo técnico, pero sí en cuanto a las altas esferas.
Si para la eliminación del Mundial de México 1970,
la AFA estaba intervenida, y hubo cambio de directores técnicos en plena
clasificación, ahora esto es prácticamente similar. Esta selección argentina, de
hecho, ya suma dos entrenadores en esta clasificación (Gerardo Martino y
Edgardo Bauza) y no se sabe si no acabará con un tercero desde 2017 para los
seis partidos que resten desde entonces.
Ya volviendo a nuestra realidad, el fútbol argentino
comienza mal desde la cabeza porque ya se conoce lo que ocurre con esta
dirigencia que no da pie con bola y que desde hace dos años que, con la muerte
de Julio Grondona, tira para su lado sin importarle demasiado lo que ocurre con
la selección, como si no formara parte de su beneficio.
Pero en el terreno estrictamente futbolístico,
comienza a pasar lo mismo con el equipo. Se trata de una selección extraña que
ha hecho lo que muy pocas a lo largo del último medio siglo: ser protagonista
en los {últimos tres campeonatos, haber llegado a la final en los tres, pero
perder las tres definiciones aunque en ninguna de ellas durante los noventa
minutos.
Esa frustración, aunque precedida del enorme mérito
previo, está generando enormes dificultades psicológicas en jugadores que son
muy importantes en sus clubes, la mayoría de ellos de élite, pero que cuando
llegan al contexto de la selección argentina cargan con una mochila demasiado
pesada, por un lado, la necesidad de reivindicarse y conseguir algún objetivo,
pero por el otro, con la enorme responsabilidad de que, por los antecedentes
propios e históricos, no pueden ser eliminados cuando pasan cinco equipos de
los diez del grupo.
Para referirnos al director técnico, Bauza, no se
puede soslayar una vez más, lo institucional (esos “detalles” que como en 1970,
acaban determinando una eliminación que luego parece no entenderse).
A Bauza lo designó esta intervención 70 por ciento
gubernamental y 30 por ciento FIFA, porque primero que todo, se negaron
(¿Remember 1969?) Diego Simeone y Jorge
Sampaoli (éste último, atado por un contrato que tenía una cláusula de
rescisión muy cara para una AFA pobre porque no sabe administrar los recursos
teniendo en su plantel al mejor jugador del mundo).
Y luego, en una ronda en la que el interventor
Armando Pérez puso el oído a directores técnicos con mucha trayectoria y en
otros casos, con mucho humo vendido, determinó lo que a priori ya había
determinado, en este juego de intereses varios, desde empresarios hasta
televisivos, con la contratación de Bauza, con hilos manejados desde “los
Fernandos de la Rosada”.
Siempre hemos sostenido que primero está la idea, a
qué se quiere jugar, qué se pretende con la contratación de determinado
director técnico, y en este caso, simplemente fue una cuestión de negocios, de
influencias, de tomar “lo que se puede”, como la eterna política del parche de
las últimas décadas.
Hay que recordar entonces que Bauza asumió para los
últimos cinco partidos (más el del martes ante Colombia en San Juan) una vez
que los mismos dirigentes que en 1969 le movieron el piso a Maschio, se lo
movieron ahora a Martino para que se fuera tras la Copa América Extra perdida
por penales en Estados Unidos, al negarle los jugadores para los Juegos
Olímpicos de Río de Janeiro, a los que la AFA nunca le dio la bolilla necesaria.
Ya entrando en Bauza, éste no pudo hacer nada
distinto a sus antecesores en lo institucional. Murió en brazos de los mismos
jugadores, en la mayoría de los casos técnicamente indiscutibles, pero que
arrastran esta dificultad de la frustración por la falta de títulos y por la
ansiedad de sentir que Rusia 2018 es acaso la última oportunidad de sus
carreras, pero que no pueden salir de la dinámica en la que están envueltos.
Y cuando los propios jugadores vienen reclamando
salir, tomar aire, o acaso la intervención de un psicólogo aplicado al deporte
(en el país hay excelentes, comenzando por Liliana Grabín, una eminencia y
titular de la cátedra de postgrado de la UBA, por dar un caso), todo esto desde
su incosciente, con frases que son carne de diván o dignas de estudio de los
científicos de la especialidad, el director técnico sigue insistiendo en más
oportunidades para que la caída sea cada vez mayor.
Ante Brasil, en Belo Horizonte, todo fue muy claro:
Bauza, una vez más, justificando su pregonado “equilibrio” para colocar cuatro
volantes de los cuales tres son más de marca y despliegue que de generación de
juego (Lucas Biglia, Javier Mascherano y Enzo Pérez), dejando arriba a Lionel
messi y a Gonzalo Higuaín para que “se arreglen” y a Angel Di María, ya no de
extremo sino volanteando para ayudar a los tres mediocampistas ante el pánico
de que el rival lastime.
Si hubo un partido que probó cabalmente que eso no
es ningún “equilibrio”, fue el del jueves. Brasil necesitó de dos toques para
estar frente a Romero del otro lado y además, “equilibrio” se tiene cuando un equipo
logra saber defenderse y atacar, porque el fútbol tiene estas dos funciones y
no sólo mantener el cero en el arco propio, aunque el discurso del negocio, y
el mediático que sirve para justificarlo, nos hayan querido vender por años lo
contrario.
En cuanto a las convocatorias, Bauza cae en el mismo
problema que la mayoría de los entrenadores de la selección: los caprichos, las
ausencias inexplicables, las decisiones inentendibles.
Es extraño que toda la sociedad coincida en que hay
jugadores que son los más destacados del momento, y no son convocados o son
ninguneados. Ocurrió en este caso con Fernando Belluschi, figura de San Lorenzo en cada partido, pero Bauza no
iba a convocarlo, las lesiones determinaron que no pudiera evitarlo, y aún así
quedó fuera del partido ante Brasil,.
La selección argentina es, hoy, una mezcla de
jugadores frustrados que necesitan salir, jugadores que son colocados en
puestos que no utilizan en sus clubes (Enzo Pérez llegó a decir que “hace años”
que no es volante externo, Messi no juega en el Barcelona con 4-4-2 siendo uno
de los dos puntas), y ni hablar del arquero Sergio Romero, que en las cuatro
competiciones anuales del Manchester United,
ni siquiera en la Copa de la Liga, que es la que utilizan todos los
equipos para rotar jugadores. O el caso de Ezequiel Lavezzi, con cuatro meses
sin jugar, pero que aún así tiene un lugar en el banco que Belluschi no
consigue.
Entonces, ante Brasil apareció todo esto junto, ante
un equipo completamente al revés, en el que Tité necesitó la misma cantidad de
partidos que Bauza (cinco, por ahora) no sólo para ganarlos, sino para
cambiarle la cara al sistema, para liberar a sus dirigidos, justamente despojados
de la mochila del 1-7 del Mundial (casualmente en el mismo estadio) y de la
necesidad de ganar para su país la primera medalla dorada olímpica.
Este Brasil liviano se deshizo muy pronto de esta
Argentina sin alma, perturbada, sin rumbo ni futbolístico ni institucional.
Neymar y compañía necesitaron apenas un gol para desatar toda la fiesta del
clásico fútbol alegre de su país, el que tanto nos deleitaba y que los
Lazaroni, Dunga y Parreira lo quisieron cambiar. Y la diferencia en el marcador
pudo haber sido mayor, pero la sensación es que Neymar y Daniel Alves no
quisieron molestar aún más a sus amigos del Barcelona.
En este contexto, el partido del martes ante
Colombia en San Juan ha tomado ribetes de un dramatismo con el que no
coincidimos. La selección argentina se encuentra fuera de la clasificación al
Mundial pero a un punto de los que lo están y siendo local de dos rivales
directos (Colombia y Chile) en los próximos compromisos.
El problema no es, entonces, matemático o de
posibilidades. Es de otro orden: institucional (una AFA sin rumbo, intervenida,
con luchas sectoriales), táctico (un director técnico con pánico a perder, que
pregona un falso equilibrio), y psicológico (no alcanza con las “charlas”, como
pregona Bauza, en http://sergiol-nimasnimenos.blogspot.com.ar/2016/11/entrevista-exclusiva-edgardo-bauza-no.html).
Si no hay cambios reales, si no se sabe hacia dónde
se va, y no se recuerda la propia historia pasada para no repetir errores, es
muy probable que se vuelva a caer en ellos.
El fútbol argentino está mal de la cabeza y
necesita solucionarlo de manera urgente.
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