Se ha repetido en estos días que la primera Copa
Davis que la Argentina gana en su historia cumplió además con el récord de
haber sido con el equipo con jugadores peor ubicados en el ranking individual.
Esto es así pero oculta una realidad incontrastable: apenas lo es porque Juan
Martín Del Potro estuvo un largo tiempo sin jugar y entonces va ascendiendo en
el escalafón y aún no llegó a meterse entre los mejores. Nada más que por eso.
El éxito, en todo caso, llegó como antes había
ocurrido en otros deportes a partir de un hecho trascendente: el buen clima que
se generó en el grupo que participó en la Copa Davis durante todo el año
determinó que hubiese un tema menos para preocuparse y que no es menor: el de
la eterna grieta que separa a los argentinos en cada una de las disciplinas, en
cada uno de los temas, en cada una de las organizaciones.
Siempre le impresionó a este cronista que en
cualquier lugar del mundo, y en casi todo tipo de organización en la que presiden
argentinos, hay grietas, peleas, discusiones, enfrentamientos, divisiones. Y en
el deporte, en muchísimas oportunidades (como se cuenta por ejemplo en mi libro
“AFA, el fútbol pasa, los negocios quedan”, aparecido hace tres meses), se han
perdido títulos y posibilidades mucho más por estas cuestiones que por razones
técnicas.
No sólo se han perdido oportunidades de ganar sino
que se han diluido chances de organizar torneos importantes o con la
posibilidad de ser anfitrión, los debates interminables han minado las
posibilidades deportivas (como en aquella increíble final de la Copa Davis en
Mar del Plata 2008 ante España, o la eliminación en fútbol para el Mundial de
México 1970, o algunos fracasos mundialistas con excelentes equipos).
No es la primera vez que un equipo argentino se
consagra a partir de una gran figura (en este caso, Juan Martín Del Potro, más
allá del ranking mentiroso de su realidad), rodeada de compañeros que
comprenden qué lugar debe ocupar cada uno. Sucedió también en México 1986, cuando
Diego Maradona era la gran figura, y el resto de los jugadores, muchos con un
gran caudal técnico, supieron entender que tenían que acompañarlo, incluso tras
largas y durísimas reuniones aclaratorias y sin siquiera el propio director
técnico, Carlos Bilardo.
Esta Copa Davis ganada por Argentina se suma a otros
títulos conseguidos por distintos equipos, como los de la Generación Dorada del
basquetbol, Los Leones del hockey sobre césped, Las Leonas hasta hace poco
tiempo, el tercer puesto de Los Pumas y también el ascenso del voleibol, por
citar algunos ejemplos.
Es una buena noticia en cuanto a lo colectivo,
factor que siempre fue problemático en un país destacado por sus grandes
talentos individuales pero que les cuesta encajar en lo general, en lo grupal,
a veces también con enormes altibajos en lo motivacional, un tópico no tan
estudiado en el contexto de la alta competencia en un Estado que siempre
utilizó al deporte para sacar réditos electoralistas desde sus gobiernos pero
que sigue sin fijar una política a largo plazo, porque los largos plazos no
conviven demasiado bien con el país y sus urgencias y sus cambios de timón
permanentes y en todos los ámbitos.
Entonces el rol de Daniel Orsanic y su equipo ha
sido fundamental para amalgamar un equipo de un deporte que históricamente
arrastraba una frustración de no poder ganar la Copa Davis aún con jugadores
mejor rankeados en el promedio, pero que juntos no supieron convivir y en cada
generación fueron generando grietas con su propia interna.
La cuestión no pasa por imponer condiciones desde el
estrellato, sino aceptar que lo colectivo está por encima de lo individual, y
que el contacto con la gente (los cuatro mil ruidosos hinchas albicelestes que
se acercaron a Zagreb) puede ser enriquecedora y no merecedora de un
aislamiento con la excusa de la “alta competencia” y la concentración.
Esta Copa Davis alcanzada por primera vez por un
equipo argentino puede llegar a servir como punto de partida para el trabajo de
otros equipos de otras disciplinas y para darnos cuenta, una vez más, que si al
talento individual se lo puede utilizar
para el bien superior de un equipo, puede resultar imparable.
De cualquier manera, el triunfo más importante no
pasa por un resultado solamente, que hoy puede ser positivo y mañana, acaso, no
lo sea, sino por la posibilidad de que a partir del éxito en esta Copa Davis, y
como ocurriera cuando Guillermo Vilas generara una revolución en el tenis a
mediados de los años setenta, miles de chicos se vuelquen a una raqueta y a las
distintas canchas y frontones.
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