En uno de los peores momentos de la selección
argentina en mucho tiempo, desde lo futbolístico y desde lo anímico a partir de
su relación con la sociedad por un abismo creado desde la frustración, apareció
el súper crack, capitán y gran figura, Lionel Messi, el mejor jugador del
mundo, para poner un poco de calma y dejar al equipo, al menos, en opuestos de
repechaje mundialista.
Messi no sólo marcó un espectacular gol de tiro
libre (una de sus especialidades al punto de que José Pekerman, director
técnico de Colombia, llegó a manifestar después que para el jugador del
Barcelona “es como si fuera un penal”), sino que asistió de manera perfecta,
con un centro exacto, para que Lucas Pratto aumentara con un certero y bien
dirigido cabezazo, y posteriormente, ya en el segundo tiempo, y tras un taco
glorioso, arremetió por la punta derecha para robar la pelota, dirigirse hasta
el fondo y centrar hacia atrás (como indica el manual) para que Angel Di María
selle el tercer y definitivo gol del partido.
Es decir que la incidencia de Messi, en términos
incluso productivos, fue absoluta, aunque no nos podemos quedar allí, porque
pudieron ser más los goles si varios de estos jugadores estuvieran a su ritmo,
o si, mucho mejor que aquello, al menos el director técnico Edgardo Bauza
tuviese un poco más de grandeza en los planteos y no se escondiera detrás del
extraño “equilibrio” que propone en el discurso mediático, y que para él
equivale a ocho jugadores detrás de la pelota y sólo tres (cuanto más, a veces
hasta dos) para atacar.
Si anoche en San Juan el equipo argentino salió con
un planteo mucho menos cauteloso que en el desastre del pasado jueves en el
Mineirao fue sólo por necesidad e imposición. Es decir, por un lado, los hechos
de la tabla de posiciones cantaban y había que buscar el triunfo a toda costa
porque eso significaba ir al receso en posición de clasificación o no, lo que
implicaba en caso contrario cuatro meses de crisis y que hasta le podían costar
el puesto. Por el otro, varios jugadores estaban cansados de las tácticas con
tantas precauciones pero mirando al arco de enfrente con catalejos.
Lo cierto es que por una cosa, por la otra o por
ambas, la selección argentina salió, por fin, con dos volantes de marca (Javier
Mascherano y Lucas Biglia), pero abandonó la segunda línea de cuatro para que
Ever Banega se transformase en un conductor al estilo de los pasados tiempos de
Gerardo Martino en la Copa América Extra de los Estados Unidos, y Di María
pasase a ser más extremo que volante.
Eso a su vez derivó en un Messi más volcado a la
derecha como en el Barcelona, de afuera hacia adentro, acompañado como
centrodelantero por Pratto, más capaz de pivotear y de moverse fuera del área
que Gonzalo Higuaín, y además, demostrando otra vez su enorme capacidad
goleadora.
Claro que Argentina se encontró con un aliado no del
todo esperado, aunque los antecedentes daban para cierta confianza: un rival
desteñido, insípido y con muchísimo temor, esta Colombia de un Pekerman
irreconocible, que renunció a un ataque sostenido con un triple cinco (Wilmar
Barrios, Diego Torres y Carlos Sánchez), y apenas por delante, la habilidad de
Juan Cuadrado y la pegada de James Rodríguez, con la soledad de un Radamel
Falcao que recién en estas semanas parece comenzar a tomar forma pero que sigue
lejos de aquél que fue previo a su grave lesión.
Esta Colombia con problemas defensivos porque dos de
sus titulares no estuvieron, y que seguramente llevó a Pekerman a pensar que
con el triple cinco protegería esta posición, se encontró pronto 2-0 abajo y ya
no le servía para nada este esquema, aunque el entrenador argentino fue
demasiado lento para cambiarlo. Perdió por lo menos medio tiempo hasta que reaccionó
para el segundo.
Así fue quitando uno a uno los “cincos”, para dejar
uno solo, aunque somos de la idea de que tal vez con Sebastián Pérez y Sánchez,
no habría necesitado el esquema inicial. Queda, de todos modos, como hipótesis
incomprobable.
La cuestión es que Pekerman quiso impulsar a su
equipo con la entrada de Jonathan Copete y de Mcnelly Torres y no sólo
consiguió la pelota en el segundo tiempo, sino que allí ocurrió lo de casi
siempre con Argentina: a Bauza ya le bastó la diferencia de dos goles del
primer tiempo y decidió volver al “esquema Mineirao”: se retrasó Di María, Enzo
Pérez ingresó por Banega, mandó a Higuaín al sacrificio al lado de Messi para
aquel 4-4-2 inservible salvo para defender, y el partido comenzó a cambiar
aunque siempre sin observarse que el resultado final pudiera variar.
Ya con el tercer gol, desde la genialidad de Messi
hasta la definición de Di María, todo fue nada más que testimonial, con la
anécdota final del precioso tiro libre de James que terminó con la pelota en el
poste derecho de Sergio Romero.
Ganó bien Argentina, mucho por el enorme talento del
mejor jugador del mundo, Lionel Messi (que llega así a su gol 943 entre
oficiales y no oficiales), pero no se puede engañar.
Hay demasiado que corregir, desde el esquema
primero, porque con la tradición y los jugadores que hay, no es aceptable que
haya tanto miedo a perder (al punto de que Bauza destacó en la conferencia de
prensa posterior, que lo mejor era que no le habían convertido goles por
primera vez en los seis partidos que lleva) y tan poca ambición ofensiva.
Y luego, ahora que llega un receso de cuatro meses y
que bajará la presión sobre la selección argentina, también es hora de revisar
algunas convocatorias, aunque sea de jugadores de enorme jerarquía y de gran
pasado, pero que van comenzando a declinar, sea por el desgaste físico, sea por
edad.
No se entiende que una vez más, no se aprovechen
jugadores que pasan por momentos brillantes como Fernando Belluschi, u otros en
posiciones que no abundan, como Giovanni Lo Celso, y tal vez sea, por fin, la
oportunidad para que se dejen de lado los complejos y se convoque a Mauro
Icardi (si bien Pratto parece consolidarse y salió ovacionado), y se tenga en
cuenta al chico Santiago Ascacíbar como volante.
Sumados al regreso de Paulo Dybala y a que
probablemente Javier Pinola ya esté recuperado de su lesión, Bauza podría
encontrarse con muchas más oportunidades y este receso de cuatro meses hasta
marzo puede venir bien para que recapacite y entienda que si gusta hablar de “equilibrio”
en el fútbol, en todo caso se trata de seis para defender y cinco para atacar.
Sería interesante que tanto Bauza como los jugadores
aprovecharan algún ratito libre en estos cuatro meses para bucear en la
historia de la selección argentina para que comprendan cuándo y por qué nació
el respeto por la celeste y blanca. Cómo fue que llegó a ser admirada en el
mundo, y en base a qué juego, si con ocho jugadores atrás de la pelota, o con
jugadores dotados de una gran técnica, con ambición ofensiva, con el “tuya y
mía”, con el “toco y me voy”, con el “desborde y centro atrás”, con la pared,
con el juego al ras del piso.
Tal vez, buceando en la historia, Bauza encuentre
una respuesta que le genere otros planteos, y que el equipo vaya recuperando
parte de la relación perdida con los hinchas, que pretenden ver un poco más de
juego.
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