“Lo importante
es ganar” es una de las frases más remanidas que acaso se hayan pronunciado o
escrito alrededor del fútbol. Podría decirse que ganar es el objetivo, la meta,
pero no es lo único importante. También lo es dejar una buena imagen, generar
respeto en propios y ajenos, en hinchas y en adversarios, es haber logrado
mantener una línea aún en el caso de no llegar a lo máximo.
Ulises Barrera,
maestro de periodistas (y del uso del castellano en los medios de comunicación)
se llegó a preguntar qué se gana cuando se gana y qué se pierde cuando se
pierde, y retomamos ese interrogante.
Los dos equipos
más populares de la Argentina, River Plate y Boca Juniors, fueron eliminados en
la semana de su máximo objetivo de 2020, la Copa Libertadores de América, que
por el atraso debido a la pandemia se fue postergando y se terminará de definir
el próximo 30 de enero en el Maracaná de Río de Janeiro con una insípida (por
nivel futbolero) e incolora (por la falta de público en el estadio) definición
entre los paulistas Palmeiras y Santos, y el campeón deberá jugar apenas días
más tarde en Qatar por el Mundial de Clubes.
Sin embargo,
River y Boca no se despidieron igual del torneo, pese a haber quedado
eliminados en la misma fase semifinal. Porque River lo hizo con grandeza,
sobreponiéndose a un lapidario 3-0 como local en el estadio de Independiente,
ante un Palmeiras sin muchas luces que simplemente aprovechó sus anunciadas
falencias en el medio de su defensa, y luego un inexplicable quedo de todo el
equipo “Millonario”, que acusó demasiado fuerte el primer gol en contra cuando
apenas si había jugado un cuarto del partido.
Pero este equipo
que conduce Marcelo Gallardo desde hace seis años y medio logró lo que muy
pocos en la historia: dejar la sensación de que ni siquiera un resultado tan
abultado (que jamás se había revertido en una serie en las sesenta ediciones
anteriores de Copa Libertadores) puede hundirlo y que mientras haya tiempo para
jugar, siempre hay chances de darlo vuelta.
Para eso, se
necesitan varios ingredientes en la fórmula: jugadores –porque sin su calidad
nada es posible-, un sistema de juego acorde, convicción para llevarlo a cabo,
inteligencia para manejar los momentos, y fortaleza anímica.
Habíamos sostenido
en columnas pasadas que este River ya no es aquel de otros años porque en el
camino fue perdiendo importantes valores y que entonces Gallardo fue haciendo
lo que pudo con lo que le quedó, pero cuando ya pocos apostaban por este
equipo, que además resignó sus chances en la Copa Diego Maradona al caer ante
Independiente acaso como consecuencia de lo ocurrido ante Palmeiras en
Avellaneda, apareció esa dosis exacta de cada uno de los requisitos para
revertir esta situación y con un planteo de tres defensores, tres volantes, dos
enganches y dos atacantes, sometió a los brasileños a un dominio tal, que faltó
muy poco para llegar a concretar aquello que parecía imposible.
Hasta el VAR
(correcto, en líneas generales aunque excesivamente lento en las decisiones) es
anecdótico porque no cambia el concepto sobre este River, y de allí aquello de
que “ganar” no es lo único importante, y quedó demostrado que no es casualidad
que de las últimas seis ediciones de Copa Libertadores. River haya llegado
cinco veces a la semifinal y haya ganado dos finales (y perdido una tercera en
los últimos dos minutos).
Boca es la
contracara de River, porque salvo el primer trimestre de 2020, cuando Miguel
Russo recién había asumido como director técnico alcanzó un aceptable nivel que
le permitió obtener al galope la Superliga superando a River en los últimos
metros, nunca tuvo una línea de juego, sea porque se le fue un valor
fundamental en el equilibrio del mediocampo como Guillermo “Pol” Fernández, por
los planteos excesivamente conservadores o por la mala elección de sus
alineaciones, como por ejemplo, la de Franco Soldano, el primer centrodelantero
que es reconocido por marcar bien la salida de los rivales y al que buena parte
de la prensa argentina no le reclamó capacidad de gol hasta que la crisis caía
encima del equipo a punto de ser eliminado por el Santos.
A diferencia de
River, Boca cayó sin ningún atenuante contra el Santos en la revancha de Villa
Belmiro y por 3-0, pero su problema venía de lejos porque muy pocas veces
consiguió un juego convincente en el que apoyarse. Todo lo contrario, Boca es
un equipo espasmódico, que depende de que lo salve un día una de sus más
importantes individualidades, y otro día, otra de ellas. Si Carlos Tévez está
en una buena noche, su talento, pese a sus casi 37 años (los cumple el próximo
5 de febrero), puede ser el ancla. Si anda en una buena tarde, el colombiano
Edwin Cardona puede meter un tiro libre y una asistencia (como contra
Independiente por la Copa Maradona) y liquidar el pleito, o Ramón “Wanchope”
Ábila puede concretar una joya de gol como ante Argentinos Juniors en La
Paternal.
Pero Boca no
tiene un andar sólido, y pese a lo caro de su plantel, éste es corto en la
realidad, porque apenas quince o dieciséis jugadores pueden responder en los
momentos críticos, y la mayor parte de ellos son defensores o volantes de
marca. No le funcionaron los dos extremos, Eduardo Salvio y Sebastián Villa, y
Soldano fue un atleta cuando lo que se requiere es un jugador, porque al fútbol
se juega con una pelota y nadie gana puntos por los metros recorridos sin ella.
Entonces,
sabiendo seguramente de estas carencias, y sin haber encontrado jamás al
reemplazante de Fernández en el medio (Nicolás Capaldo hace un gran despliegue
y marca muy bien pero no tiene ductilidad con la pelota, y Diego “Pulpo”
González no encontró aún su forma física luego de meses de inactividad), Russo
determinó un plante conservador hasta la exasperación, como que un equipo con
la historia de Boca haya salido a no perder en el partido de ida de la
Bombonera, con la esperanza de embocar un gol en Brasil o apuntar al 0-0 y los
penales salvadores rezándole a su gran arquero Esteban Andrada, una propuesta
demasiado mediocre y que tuvo patas muy cortas.
Lo de Boca en
Brasil no se termina de entender. Un equipo impotente desde el inicio, cuando a
la primera jugada del Santos, la pelota terminó en el palo, toda una señal que
los de Russo nunca interpretaron porque a diferencia de River, no se trata de
un plantel inteligente, ni jugaron los que debían (increíble que Cardona, el de
mejor pie, no haya sido titular, o que Soldano pueda estar por encima de Ábila,
con 35 goles en 79 partidos con la camiseta auriazul), y el planteo no cambió
ni siquiera a sabiendas de que un gol de visitante lo colocaba en la final.
Boca nunca
encontró el partido y dio la sensación de que tampoco lo tuvo claro su
entrenador, que sin embargo es el último en haber ganado para el club una Copa
Libertadores en 2007, en tiempos muy diferentes, con Juan Román Riquelme en la
cancha como jugador y no desde afuera como dirigente. Y la imagen que dejó fue
lamentable, porque no compitió, porque no tuvo la rebeldía para revertir la
situación, y porque futbolísticamente no aparecieron los Tévez, Cardona o “Wanchope”
para salvarlo, ante la falta de un
esquema ofensivo aceitado, que nunca tuvo.
¿Puede ayudar a
Boca ganar la final de la Copa Maradona ante Bánfield en San Juan? Acaso sirva
para maquillar un poco su gran frustración, pero no podrá disimular lo vivido
el pasado miércoles a la noche en San Pablo porque aquél era “él” partido que
había que ganar y requería otra grandeza, otro planteo, otros jugadores en
algunos puestos.
River y Boca
atraviesan por situaciones paralelas tan extrañas, que mientras el primero no
sabe si Gallardo continuará en el cargo, hasta la vuelta de sus vacaciones,
debido a que a fin de año finaliza su contrato y también el mandato del
presidente Rodolfo D’Onofrio y el manager Enzo Francéscoli, en el segundo
aseguran que Russo sigue en 2021, aunque aquel 3-0 contra el Santos haya sido “saca-técnicos”,
y más, luego de haber zozobrado en la Bombonera ante el Inter de Porto Alegre
en octavos de final, y en Avellaneda ante Racing en cuartos, y se salvó de
perder el Superclásico en el final del partido. Parece el mundo al revés.
Tal vez, River y
Boca deberían volver a aquella pregunta inicial del maestro Barrera,
especialmente si Boca le gana a Bánfield la final de la Copa Maradona. Cuando
se gana ¿qué se gana? Y cuando se pierde, ¿qué se pierde? La respuesta sólo
podrá hallarse en su interior.
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