El empate 2-2 en
un Superclásico cambiante en el marcador y con distintas fases psicológicas de
acuerdo a lo que iba ocurriendo, deja un poco más contento a Boca, que estuvo
muy cerca de perderlo, que a River, que ya parecía que lo tenía ganado al darlo
vuelta en una ráfaga de tres minutos promediando el segundo tiempo, luego de
haber sido amplio dominador del partido.
Cuesta afirmar,
y acaso sea lo más positivo para el fútbol argentino y para la inmensa masa de
hinchas de ambos clubes, que alguno de los dos equipos haya quedado
condicionado para sus decisivos enfrentamientos contra sus rivales brasileños
por la semifinal de la Copa Libertadores, durante la próxima semana, porque los
dos pudieron ganar el clásico pero también los dos lo pudieron perder, y acaso
en este punto, el empate sea de estricta justicia.
Sin embargo, si
sostenemos que Boca se fue un poco más satisfecho de una Bombonera extrañamente
vacía, pero que tuvo cánticos de aliento a los xeneizes desde las puertas hacia
afuera del legendario estadio, es porque el partido fue dominado
abrumadoramente por el conjunto de Marcelo Gallardo, a partir de una tenencia
más clara de la pelota –terreno en el que River se siente más cómodo- mientras
que los locales desde hace tiempo que prefieren esperar, para salir de
contraataque.
River salió a
jugar el partido casi con todo lo que tenía, tomándose en serio la posibilidad
de ganar la Copa Diego Maradona por más que en la semana deba jugar ante el
Palmeiras, y por eso su entrenador Marcelo Gallardo dispuso de casi todos los
titulares y optó, con toda lógica, por Javier Pinola como lateral izquierdo
(función que tuvo por años en otros equipos) para reemplazar a los lesionados
Angileri y Casco, y apenas el joven Federico Girotti reemplazó a Matías Suárez
adelante.
Miguel Russo, en
cambio, prefirió una mezcla de algunos titulares (Esteban Andrada en el arco,
Carlos Izquierdoz en la defensa, Jorman Campuzano y Nicolás Capaldo en el
medio), pero siguió con la misma tónica que durante todo el trayecto del torneo
argentino: ceder la iniciativa a su adversario y así River se adueñó desde el
inicio de campo y pelota, aunque se encontró enseguida con una sorpresa. En la
primera pelota que Boca utilizó en función de ataque, Emanuel Mas la cruzó
perfecta al ras, de izquierda a derecha, y Ramón “Wanchope” Ábila, continuando
la racha goleadora, pudo convertir anticipándose a la defensa de River.
Lo más extraño
es que si River tuvo la pelota en un setenta por ciento del tiempo, Boca haya
tenido la misma cantidad de situaciones de gol y quizá eso haga referencia a la
poca efectividad “millonaria” si bien Carrascal estrelló una pelota en el palo
derecho de Andrada y éste le tapó una oportunidad clara a Rafael Borré y otra
al joven Lucas Beltrán.
Si Boca cometió
el error de dejar a Edwin Cardona en el lado equivocado (porque a la derecha y
por la banda no funciona, más allá de que tenía que tapar la proyección de
Pinola) y Mauro Zárate acentuó la sensación de que está más de salida que de
permanencia, con escasas y poco productivas intervenciones, esta vez el
colombiano Sebastián Villa fue clave, en velocidad, gambeta, bloqueo de Gonzalo
Montiel, y especialmente, una gran definición en el gol del empate final cuando
ya parecía que River se llevaba el clásico.
Y si esto pudo
haber ocurrido es porque ya parecía difícil que con ese planteo de un 4-4-2 y
con Zárate casi de enganche para dejar solo arriba a un “Wanchope” que pareció
que se iba lesionado en el primer tiempo, Boca pudiera sostener el resultado a
favor en el segundo, cuando además, Gallardo puso en la cancha casi todo lo que
tiene, haciendo ingresar a Ignacio Fernández y a Matías Suárez, por Beltrán y
Bruno Zuculini, y si ya el dominio “millonario” se hizo mucho mayor, se acentuó
cuando a los 12 minutos se fue bien expulsado Campuzano, por una temeraria
falta, cuando ya debió irse en el primer tiempo por un descalificador codazo
a su compatriota Jorge Carrascal.
La ventaja de
Boca duró entonces exactamente diez minutos más, porque empató Girotti, que
había ingresado por Carrascal, como Cristian Ferreira (volante) reemplazó a
Pinola. Apenas tres minutos más tarde, en una ráfaga en la que pesó la
diferencia de juego y el hombre de más, Borré, con un cabezazo, marcó el 2-1
que parecía lógico a esa altura, e irremontable en esas condiciones.
Sin embargo,
este Superclásico sin público, aunque ruidoso por el sonido desde las calles
aledañas, tenía preparadas dos circunstancias claves más porque a los 34
minutos fue bien expulsado Enzo Pérez. Los dos quedaron con diez, y Carlos
Tévez, que había ingresado veinte minutos antes por Zárate demostrando la
sideral diferencia de peso entre ambos, colocó un pase justo para la entrada de
Villa desde la derecha, y esta vez el colombiano definió de manera magistral a
la salida de Franco Armani, que ya le había tapado otra anterior.
Por eso, una
tenue sonrisa en los hinchas de Boca, y una muesca de decepción en los de
River, pero sin ser definitivo si uno ni otro, porque los “millonarios” saben
que juegan mejor y que siguen en carrera en la Copa Maradona y salieron ilesos
de la Bombonera pensando en el Palmeiras, aunque deben mejorar en la definición
porque no se puede tener tanto dominio y definir tan pocas veces, y los
“xeneizes” no pueden renunciar tan pronto a jugar y ceder la iniciativa a su
rival, cuando éste tiene jugadores de peso, pero anoche pudo haber perdido y
rescató un empate in extremis que lo deja psicológicamente en una racha
aceptable para lo que queda del torneo local y por la Copa Libertadores.
Si vuelven a
enfrentarse por la final de la Copa Libertadores, todo deberá volver a empezar
y cada uno sacará sus conclusiones, pero la sensación es que nada está
definido. Cada uno con sus aciertos y sus errores, y enfocados en sus objetivos
demasiado próximos como para detenerse mucho en este atractivo empate en el que
los dos pudieron ganar, y los dos pudieron perder.
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