Durante los tranquilos festejos del
Bayern Munich en el Mundial de Clubes, el Palmeiras, campeón de la Copa
Libertadores de América, ni siquiera pudo verse en el podio porque no llegó a ocupar
uno de los tres primeros lugares, algo inédito en la historia del certamen.
Desde 2005, cuando comenzó a disputarse
el Mundial de Clubes con el actual formato, que reemplazó a la Copa
Intercontinental que se jugó entre los campeones sudamericanos y europeos entre
1960 y 2004, apenas tres veces ganaron equipos de este lado del Océano
Atlántico y siempre brasileños (San Pablo en 2005, Inter de Porto Alegre en
2006 y Corinthians en 2012) pero jamás un equipo ganador de la Copa
Libertadores no había llegado entre los tres primeros como ahora el Palmeiras,
en una muestra notable del deterioro de nuestro fútbol y dela distancia cada
vez mayor con el europeo.
El Palmeiras se incorporó al Mundial de
Clubes directamente en semifinales y fue derrotado por los Tigres de Monterrey
(campeones de la Concacaf) y luego, por el tercer puesto, otra vez cayó, por
penales, ante el tradicional equipo egipcio de Al Ahly (campeón africano),
marchándose del torneo sin haber marcado siquiera un gol y con un extraño
cuarto lugar, confirmando aquella idea previa de que no reunía muchas
condiciones para lucir el galardón de máximo representante sudamericano luego
de las dudas que dejó su participación en la última Copa Libertadores, cuando
sufrió para pasar in extremis la semifinal con River luego de ganar 3-0 como
visitante en la ida, y venció en una muy floja final del Maracaná a su
compatriota Santos con un gol sobre la hora.
La FIFA determinó un cambio en el
formato del Mundial de Clubes para 2005 para aggiornar el sistema de disputa y
terminar con la vieja Copa Intercontinental entre europeos y sudamericanos que
comenzó a jugarse en 1960 al considerar que era el momento de integrar al resto
de los continentes con sus campeones, lo que a su vez daría otra imagen global
y la chance de que se sumaran más países a la organización, y si al principio
todo parecía una continuidad de los viejos tiempos y ala final llegaban las dos
potencias de siempre, todo cambió desde 2010 cuando por primera vez, el campeón
de la Copa Libertadores (Inter de Porto Alegre) no pudo clasificarse a la final
contra el Inter italiano, pero eso empezó a repetirse cada vez más (en 2013 le
ocurrió al Atlético Mineiro, en 2016 al Atlético Nacional de Colombia y en 2018
a River, el único equipo argentino que no pudo disputar la final).
Sin embargo, el proceso de deterioro de
los equipos sudamericanos comenzó una década antes, precisamente en 1995 y no
por casualidad, sino el año en el que comenzó a implementarse la llamada “Ley
Bosman” por la cual se abrió en toda Europa el cupo para que los jugadores con
pasaporte dela Unión Europea tuvieran libertad para integrar cualquier plantel
de los clubes pertenecientes a la UE por una cuestión de libertad de tránsito y
laboral, lo cual significó que todo futbolista sudamericano que tuviera
pasaporte europeo no ocupara cupo de extranjero, y a su vez eso significó que
se liberaran nuevos cupos.
Con la implementación de esta ley, cada
vez fueron más los jugadores sudamericanos que emigraron al fútbol europeo,
hasta que de a poco, los clubes de este lado del Océano Atlántico fueron
desplumados, teniendo que volver a empezar una y otra vez con sus planteles y
teniendo que enfrentar en las Copas Intercontinentales, y luego en los
Mundiales de Clubes, a equipos europeos cada vez más fortalecidos, que pasaron
a ser selecciones mundiales, con futbolistas de todas las nacionalidades,
sumado esto a la enorme diferencia económica existente por las sucesivas
devaluaciones de las monedas locales respecto al euro.
Si se observa lo ocurrido desde 1995,
año de la “ley Bosman”, apenas hubo una sola excepción sudamericana entre los
ganadores de la Copa Intercontinental hasta que dejó de jugarse para que se
implementara el Mundial de Clubes desde 2005: el Boca de Carlos Bianchi, que
venció al Real Madrid en 2000 y al Milan en 2003. Pero en el resto de las
veces, los campeones fueron europeos, una disparidad que no había ocurrido
jamás en la historia, y que se remata con una distancia ahora sideral en el
Mundial de Clubes, donde de las últimas once disputas, en cinco no han llegado
a la final los equipos sudamericanos, y ya en esta última, ni siquiera en el
podio.
Sin embargo, si ya fueron esgrimidas
algunas razones de peso sobre el por qué de este deterioro (la globalización de
la “Ley Bosman” y la diferencia económica), no son las únicas. Otra en la que
vale la pena detenerse es en la cultural, que creemos fundamental.
Al regreso del Mundial de Suecia 1958,
los dirigentes del fútbol argentino, tras el fracaso de la selección nacional
en ese torneo, cuando se perdió por 6-1 ante Checoslovaquia, trajeron la idea
de que el equipo había sido superado por cuestiones relacionadas con la
táctica, la dinámica, la diferencia física y creyeron que había que copiar ese
modelo, sin razonar que el brillante campeón (Brasil) era un vecino y que al
representativo albiceleste le habían faltado estrellas fundamentales como
Alfredo Di Stéfano, Enrique Omar Sívori, Antonio Angelillo, Humberto Maschio,
Héctor Rial o Rogelio Domínguez, todos en el fútbol europeo en tiempos en los
que no se solía convocar a quienes estaban fuera del país.
Ese nuevo sistema, que incluía el
marketing, la publicidad, la modernización de las transmisiones televisivas y
las marcas de indumentaria, necesitó de un nuevo discurso mediático con la aparición
del periodismo “tacticista” y del agrandamiento de la figura del director
técnico, importando muchos que provenían de escuelas europeas con el
“Cattenaccio” (Cerrojo) italiano, con la consiguiente espantada de los hinchas
de los estadios y hasta la aparición de las barras bravas para reprimir
cualquier queja de los socios, sumado a constantes rebeldías de los jugadores
por los repentinos cambios en el sistema de juego, algo que refleja muy bien el
libro “La Pirámide Invertida”, de Jonathan Wilson.
De esta forma, el sistema de juego de
los equipos argentinos, además en un cambio de contexto social, con la falta de
potreros y de espacios para jugar en las calles y una situación económica
distinta, fue variando para perder alegría e ir retrasándose en sus líneas,
perdiendo aquel juego deslumbrante que lo hizo ser admirado y respetado en todo
el mundo, pese a lo cual, sus equipos
siguieron ganando torneos sudamericanos aunque ya apelando a recursos como
“garra”, “personalidad”, y dependencia de uno dos cracks que los salvaran, en
un proceso parecido al del fútbol uruguayo aunque no al del brasileño, que en
los años sesenta aún vivía de sus geniales estrellas lideradas por Pelé.
Sin embargo, una vez que Pelé se retiró,
y con las mismas condiciones socioeconómicas que el resto del continente, el
fútbol brasileño también comenzó a debilitarse, entre la exportación de sus
jugadores y los cambios en el contexto de vida, y decidieron, para conseguir
resultados deportivos en sus clubes, copiar el modelo argentino de “garra” y
“carácter” con la paradoja de que pasaban a copiar entonces el modelo
europeísta que el fútbol argentino equivocó en vez de hacerlo con el brasileño.
En otras palabras, el fútbol brasileño copió al que se había equivocado en
copiar, algo así como copiarse en un examen del que se copió mal.
Así es que el fútbol sudamericano se fue
haciendo dependiente del europeo, que es el que paga en bienvenidos euros para
llevarse a los principales jugadores a clubes de renombre, que, con la ayuda de
la globalización mediática, alimenta los sueños de los futbolistas, que ya no
tienen como objetivo principal brillar en un club poderoso de su país sino
“triunfar en Europa”, cambiando el paradigma.
Claro que para poder exportar jugadores
al Primer Mundo, hay que jugar como éste lo exige: si del otro lado del Océano
se juega sin un número diez, ¿para qué en Sudamérica se va a utilizar si luego
no hay a quién vendérselo? Y con esta misma razón, ¿para qué queremos jugar con
extremos si en Europa no se usan y no habrá a quién vendérselo? Y así, el
fútbol sudamericano pasó a ser una mera copia del original (como también le
pasó al africano). Y entre la copia y el original, lo lógico es que se imponga
el original.
En otras palabras, el fútbol
sudamericano se juega de manera tal que escomo si usted, lector, tuviera como
costumbre cada día del año de salir al bar de la esquina a comer salchichas con
chucrut. No es lo primero que se le ocurriría, ¿verdad?
Para finalizar, queda el debate por el
calendario que se utiliza para la disputa de la Copa Libertadores. Hasta 2016,
ésta finalizaba a principios de julio, por lo que los campeones tenían cinco
meses de preparación para el Mundial de Clubes, pero la Conmebol decidió que el
máximo torneo sudamericano dure todo el año con el propósito, al menos
declarado, de que así no tengan que vender jugadores y no se debiliten ante el
campeón de la Champions, porque antes, los grandes clubes europeos desplumaban
al ganador llevándose a sus mejores jugadores.
Esta decisión de la Conmebol suena
coherente pero los resultados parecen demostrar lo contrario, y desde 2016 en
adelante, en cinco ediciones, los campeones de la Copa Libertadores no llegaron
a la final del Mundial de Clubes en tres de las cinco últimas ediciones.
El prestigioso periodista Gilmar
Ferreira, del diario “Extra” de Río de Janeiro (Grupo Globo) sostiene también
con razón que al llegar la Copa Libertadores hasta días antes de la disputa del
Mundial de Clubes, los equipos no llegan en las mejores condiciones
psicológicas porque no tienen tiempo de festejar su logro continental y
relajarse, cuando los europeos tuvieron casi siete meses para prepararse, y
además, se reforzaron con más jugadores por su capacidad económica y aunque su
objetivo más importante ni siquiera sea el mismo, porque para ellos lo
fundamental es ganar la Champions League.
El del calendario, en todo caso, es un
tema abierto a debatir, y hoy ya no parece que la Conmebol lo haya pensado sólo
por una razón deportiva, luego de aquella decisión de enviar a Madrid la final
de 2018 entre River y Boca.
Lo que queda claro luego de este Mundial
de Qatar es que si no se producen cambios drásticos en muchos órdenes, y como
además pudo comprobarse en los últimos cuatro Mundiales de selecciones, el
fútbol sudamericano parece condenado a alejarse cada vez más del europeo, y a
perderse en la mediocridad.
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