Para muchos, la
foto de la vida de Leopoldo Jacinto Luque es aquella del festejo del gol ante
Perú en el recordado y polémico 6-0 de la selección argentina a la peruana por
el Mundial 1978, cuando abrió los brazos como el ex presidente Juan Domingo
Perón en lo que significaba el pase a la final que ganaría días más tarde ante
Holanda en el Monumental.
Para otros,
aquel vendaje en el brazo, el ojo negro después de un codazo del brasileño
Oscar en la semifinal de Rosario, la camiseta ensangrentada de la final luego
de un golpe del “mellizo” Van de Kerkhof y el regreso a la concentración
después de perderse los partidos ante Italia y Polonia para acompañar a su
familia por la muerte de su hermano en un accidente de ruta en pleno Mundial.
Lo cierto es que
la historia de Luque es la de un futbolista que pudo sobreponerse a dos
rechazos de un entrenador cuando se ilusionaba por jugar profesionalmente en
Unión de Santa Fe, que soñó con jugar un Mundial cuando veía por televisión el
de Alemania 1974 mientras jugaba en la Primera B y que pudo alcanzar la gloria
y levantar la Copa más preciada además de ganar torneos en el más alto nivel.
“Yo no era muy
rebotero. Tengo pocos goles de esos de abajo del arco. A mí me tocaba más, y me
gustaba más, hacer otro tipo de goles. (Carlos) Bianchi le puso a (Martín)
Palermo ‘el optimista del gol’, porque donde se paraba, iba la pelota, y así
metió muchos goles de rebote. A mí no me pasaba. La mayoría de mis goles fueron
elaborados, un reflejo de mi vida. Todo me costó muchísimo. Recién llegué a River
con 26 años, de grande”, llegó a afirmar.
“Toda mi vida
fue dura. Mi carrera fue difícil. Tuve que ir a jugar a Jujuy y a Salta por los
torneos regionales porque un tipo en Unión me dijo ‘no le hagas perder el
tiempo a tu vieja. Conseguí un laburo o seguí estudiando’ y esas cosas me
fueron endureciendo la coraza y lo pude aprovechar en el Mundial”, describió
sobre su propia carrera.
Luque nació en
Santa Fe el 3 de mayo de 1949. Su madre era ama de casa y su padre compartía su trabajo de zapatero con su pasión
por el ciclismo de pista y de ruta. “Llegó a estar federado y compitió hasta
los 45 años haciendo la Rosario-Santa Fe y era capaz de armar cualquier
bicicleta en su taller, que era el garaje y el punto de encuentro con otros
ciclistas”, recordó, y también se refirió más de una vez a los nombres,
Leopoldo Jacinto. “A mis cinco hermanos –cuatro mujeres y un varón, menor que
él- los llamaron con nombres comunes, pero mi padre me puso los mismos nombres
que él, no sé qué pasó conmigo. Me suelo llamar Leopoldo, Jacinto no lo uso
aunque sé que es el nombre de una flor”.
Su vida
transcurrió en el barrio Guadalupe Oeste y de muy joven lo apodaban “Flaco”.
“Era muy flaquito, al punto de que mis amigos no me dejaban atajar por miedo a
los pelotazos que podía recibir”, aunque llegó a medir 1,78 metro ya cuando
comenzó a jugar oficialmente, aunque para eso, tuvo que lidiar con los deseos
de su padre, que pretendía que fuera ciclista como él. “Me mandaba a entrenarme
por un circuito de la costanera de Santa Fe, pero un día pasé por un seminario
y estaban los curas jugando a la pelota, me preguntaron si quería jugar y
aunque estaba con zapatillas de ciclismo y era más chico que ellos, me las
arreglé bien y a partir de ahí siempre me invitaron. A mi viejo no me animaba a
decirle nada y me veía que llegaba siempre transpirado y un día le confesé que
la transpiración era por jugar al fútbol, no por el ciclismo. Seguro que le
dolió que le estuviera mintiendo, pero lo aceptó y al año siguiente, ya con 12
años, me llevó a Unión. Yo ya sobresalía en la escuela. Estaba en cuarto grado
pero me ponían en el equipo de quinto y sexto. Mi viejo no se compraba un par
de zapatos para que yo tuviera botines, y mi mamá no se compraba un vestido
para darme el abono del colectivo para ir a entrenarme”.
Ya en las
divisiones inferiores de Unión y con 18 años, en 1968, se fue a préstamo a
Sportivo Guadalupe, también de la liga santafesina, porque no lo tenían en
cuenta. “Hubo un técnico que me dijo que tuviera cuidado, que no perdiera el tiempo,
que había jugadores mejores que yo, algo que me dolió mucho porque hablarle así
a un pibe, no es la forma. Yo trabajo con juveniles y jamás les hablé así. Ahí,
uno se da cuenta de que hay un montón de gente que está en el fútbol y por ahí
no entiende mucho. O si entiende, se maneja diferente”, solía contar, con
amargura.
En 1969 lo
volvieron a prestar, esta vez a Gimnasia de Jujuy, a donde fue a prueba. “Jugué
y creo que anduve medianamente bien. Salimos campeones e hice cuatro goles,
pero lo más lindo es que en la final contra Altos Hornos Zapla íbamos perdiendo
2-0 y yo hice los tres goles, ganamos 3-2 y me acuerdo que les mandé los
recortes de los diarios a mis viejos y en uno salió que yo era San Jacinto”. Al
terminar la temporada, en 1970 jugó en
Central Norte de Salta, donde estaba realizando el servicio militar. Ya para
ese entonces, comenzó a distinguirse porque usaba bigotes. “Como no era tenido
en cuenta en Unión, pensé que si jugaba, me lo dejaría, aunque ahora forma
parte de mi identidad y no me hallo sin bigote. Hoy veo que usan barbas largas
y parecen Bin Laden y no me gusta”.
Cuando por fin
regresó a Unión en 1971, se enteró de que lo habían dejado libre y fue cuando
pensó en dejar de ser futbolista, pero terminó firmando para Atenas de Santo
Tomé. “Yo recuerdo siempre a Atenas porque pasé un año bárbaro y porque no sé
si sin querer o queriendo, terminó siendo un trampolín. Hice casi cuarenta
goles y Colón se fijo en mí porque estaba el “vasco” (Juan Eulogio)
Urriolabeitia, que me llevó a hacer unos partidos de práctica y en el primero,
metí un gol casi desde mitad de la cancha y había posibilidades, pero surgió lo
de Rosario Central y me fui a jugar allí”.
A los 23 años,
en 1972, se produjo entonces su debut en la primera categoría en la novena
fecha del torneo nacional ante Lanús como visitante el 26 de noviembre. Terminó
jugando cuatro partidos con tres goles y eso decidió a Unión a reincorporarlo
en 1973 para la Primera B. “Yo me crié en Unión y el corazón mandó, y regresé”,
admitió. Un año más tarde, en 1974, sería gran protagonista del campeonato, no
sólo ascendiendo a Primera A sino que era el capitán del equipo, en una
recordada final ante Estudiantes de caseros en el estadio de Villa Dálmine, en
Campana. Una asistencia suya determinó el decisivo gol de Hilario Bravi. Tras
ese partido se recortó el bigote por un tiempo
(“con Alcides “Batata” Merlo y Daniel Silguero hicimos una promesa, de
afeitarnos si ascendíamos”).
Hasta ser
profesional tiempo había tenido otros ingresos. Cosechaba frutas y verduras en
la quinta de un amigo de su padre y le pagaban por cajón, que no podía levantar
por su estado físico, por lo que los arrastraba. También había sido
mosaiquista, empleado en una fábrica de zapatos, y hasta utilero en Canal 13 de
Santa Fe (“armaba la escenografía, ponía los carteles y allí ya estaba en la
Primera de Unión”).
Todo cambió
cuando se logró el ascenso a Primera A a fines de 1974 y llegó Juan Carlos
Lorenzo para el nuevo torneo de 1975. “Le expliqué mi situación y conseguí que
me pagaran más y así dejé la utilería”, recordó.
Su situación era
otra, pero no paraba de soñar. “Mi ídolo era Johan Cruyff. Lo veía por
televisión durante el Mundial de 1974 cuando jugaba en la B con Unión y hacía
cuentas y pensaba si yo podía jugar el de 1978 y cómo son las cosas, me tocó
jugar con el número 14 por orden alfabético, el mismo que usaba él en la
camiseta holandesa. Él era un jugador completo y su equipo practicaba un fútbol
total que nos sorprendió a todos”, le dijo al periodista Diego Borinsky en una
entrevista con la revista “El Gráfico”.
Ya para 1975 era
“El Pulpo”, apodo que le puso Américo Gallego en una selección del interior
porque usaba mucho los brazos para cubrir la pelota.
La llegada de
Lorenzo a Unión fue fundamental, con el armado de un gran equipo a partir de la
contratación de figuras de la talla de Hugo Gatti, Victorio Nicolás Cocco,
Rubén Suñé, y Heber Mastrángelo, entre otros (“hicimos un campañón y terminamos
cuartos, y yo le hice goles a River, que fue campeón después de 18 años sin
títulos, en los dos partidos, y se fijaron en mí para llevarme”).
En febrero de
1975 se estaba por jugar un amistoso entre Unión y Patronato de Paraná. Esa
noche, estaba previsto el debut de varios jugadores, entre ellos el “Loco”
Gatti y Cocco, que había sido campeón con San Lorenzo. Su avión iba a llegar
sobre la hora, de modo que Lorenzo le reservó la camiseta 10. Pero finalmente
el jugador no pudo llegar. De modo que el “Toto” debió confiar en un integrante
del plantel que hasta entonces no había sido siempre titular. Era Luque, que
jugó un partidazo y metió dos goles. Al final, el DT lo abrazó y sentenció
su destino. Le dijo: “Flaco, si usted me hace caso, va jugar en la selección”,
recordó el reconocido periodista del diario “El Litoral”, Enrique Cruz.
“Lorenzo decía
siempre ‘a esos jugadores los voy a hacer bajar de peso’ pero conmigo fue al
revés y me hizo subir ocho kilos. Cuando terminaban las prácticas, muchas veces
me iba al bowling y me comía panchos y una Coca y cuando llegaba a casa estaba
sin hambre y no cenaba. Entonces Lorenzo empezó a hacerme concentrar un día
antes que al resto para que descansara bien, me alimentara bien y después me
llevaba al gimnasio y me hacía una rutina física fuerte, y se quedaba ahí
controlándome. Me adoptó como un hijo, me ayudó muchísimo”, resaltó.
Esa actuación de
Luque en la gran campaña de Unión en el Metropolitano de 1975 motivó el interés
del director técnico de River, Ángel Labruna, para contratarlo para el Nacional
en reemplazo de Carlos Morete, transferido al Sevilla. Su debut no pudo ser mejor. Ante Boca y en la
Bombonera, su equipo se impuso 2-1 por la primera fecha un 21 de septiembre, y
marcó el gol del triunfo.
Antes del
Clásico, Labruna le había sugerido aclimatarse primero jugando en la Reserva.
“Yo vine a jugar en la Primera y por otro lado, si me agarra un pibe y no me la
deja tocar, es bravo porque uno en Reserva no se esmera tanto”, le argumentó al
experimentado DT. “Eso quería escuchar de usted. Mañana es titular”, le
respondió.
Luque fue
campeón del Nacional, en el bicampeonato de River de 1975 y allí volvió a
escena Lorenzo, que lo quería contratar para llevarlo a Boca para 1976, junto
con varios jugadores de Unión, pero Luque se opuso. “El Toto era bicho, y
declaraba que estaba tratando de traerme a Boca y así me tiraba a la gente de
River en contra y a la primera pelota que perdía, empezaban los insultos. Un
día nos fuimos a comer a un bar bien alejado para que no nos viera nadie y le
dije que necesitaba que no me pidiera más ni me nombrara más porque me silbaban
y decían que me quería ir a Boca y no era así, y no lo volvió a hacer más”.
En River tuvo
una época dorada en la que marcó 75 goles en 176 partidos entre 1975 y 1980 y
pudo ganar varios torneos, el nacional de 1975, los Metropolitanos de 1977,
1979 y 1980, y sus actuaciones lo lanzaron a la selección argentina de César
Luis Menotti, que se preparaba para el Mundial 1978, aunque un choque de
intereses dejó afuera del conjunto nacional a Ubaldo Fillol, Juan José López y
Norberto Alonso. Sin embargo, Luque y Daniel Passarella siguieron siendo
convocados. Un día imborrable para él fue el 22 de febrero de 1976 cuando le
marcó los cinco goles a San Lorenzo en la victoria por 5-1 en el clásico.
También pasó por
momentos amargos, como en la final del Nacional de 1976 ante Boca 1-0 en el
Cilindro de Racing. “En parte, la culpa del gol de Boca fue mía en parte, o no,
como se quiera ver. Labruna nos había advertido que ellos sacaban rápido los
tiros libres y ya (Osvaldo) Potente le había metido un gol así a Fillol el año
anterior, antes de que se armara la barrera. Yo me tenía que parar delante de
la pelota y después sumarme a la barrera pero no llegué porque la jugada vino
de un pelotazo largo, pero el que hizo la falta o estaba más cerca debió
pararse adelante. Por suerte, a los pocos días ganamos a Huracán el desempate
para ir a la Copa Libertadores y nos sirvió para aliviar un poco la derrota”.
Otra dura caída
fue la de la final de la Copa Libertadores de 1976 ante Cruzeiro, en el desempate
en Chile. “Yo jugué los tres partidos ante ellos. La Copa fue una asignatura
pendiente para ese grupo, que era un equipazo”, admitió, y reconoció que en
River “tuve partidos demasiado buenos, pero los malos eran malos de verdad. No
podía rescatar ni una jugada. Arranqué bien pero para fines de 1979 y comienzos
de 1980 se me complicó un poco y encima me había salido una contra, que era
Ramón Díaz. Yo salía, él entraba y metía un gol y entonces la gente lo pedía”.
En la final del
nacional de 1979, justo tuvo que enfrentar a Unión, el club de sus amores “pero
no me costó, y esto lo discutí con hinchas y dirigentes “tatengues”, con
parientes y amigos. Si vos jugás en un club, por más que enfrentes al que
jugaste antes, tenés que festejar un gol si lo hacés. Primero, porque sos un
profesional y segundo, porque no vas a
ir entonces para atrás contra ese equipo. Hay que tratar de ganarle”.
Con la selección
argentina jugó 45 partidos con 22 goles convertidos. Ya en 1975 fue uno de los
goleadores del Sudamericano (hoy Copa América) con 4 tantos junto con el
colombiano José Ernesto Díaz, y también en 1978 fue segundo goleador del equipo
albiceleste , con cuatro, detrás de Maio Kempes (seis). Y sólo lo superaron,
además, el peruano Teófilo Cubillas y el holandés Rob Rensenbrink (cinco) y lo
igualó el austríaco Hans Krankl (cuatro).
Luque fue el
subcapitán de la selección argentina campeona del mundo en 1978. En enero, en
la concentración de Villa Marista, en Mar del Plata, el DT César Luis Menotti
le comunicó al plantel tanto su designación como la de la capitanía de Daniel
Passarella. “Una vez le pregunté a Menotti por qué estaba en la Selección y por
qué me designó subcapitán y me dijo ‘Está en la Selección porque tiene dos o
tres cosas buenísimas –no se vaya a creer que tiene diez, ¿eh?-. Mucha
movilidad, pivotea muy bien y tiene la potencia que debe tener un
centrodelantero. Y es subcapitán porque en las conferencias de prensa pidió
apoyo por sus compañeros después de que silbaron a varios en unos amistosos en
la Bombonera y ese es un gesto de buen compañero”, señaló en una entrevista con
“El Gráfico”.
Luque recordó
las horas previas al debut en el Mundial 1978. “Unos nervios tremendos, el peso
de la responsabilidad. Ya desde que salimos desde la concentración de José C.
Paz no me senté en el micro. Iba parado en el estribo. A mí no me entraba ni un
alfiler partido al medio. En el vestuario de golpe se hacía un silencio
profundo y de golpe, había gritos y arenga”.
Su primer gol
fue fundamental porque en el nervioso debut, Argentina estaba abajo ante
Hungría. “Encima de todo, a los diez minutos estábamos 1-0 abajo. Cuando
hicieron el gol los húngaros se escuchó el silencio imponente en el Monumental
y se me pasaron un montón de cosas por la cabeza, pero entre nosotros nos
hablábamos muchísimo dentro de la cancha. Por suerte pude empatar. Se hizo
recio el partido, nos cagamos a patadas, en realidad. Ellos terminaron con un
par de expulsados y lo ganamos al final con un gol de (Daniel) Bertoni”.
El segundo
partido de la fase de grupos tendría una connotación especial para él. En la
victoria 2-1 marcó un gran gol ante Francia pero trastabilló ante su marcador
Christian Lópéz y tuvo luxación de su codo derecho y terminó jugando con un
vendaje porque ya Menotti había hecho los dos cambios permitidos por
reglamento.
Tras ese partido
se enteró de la muerte de su hermano Oscar Fernando Luque, “Cacho”, de 24 años, que viajaba para verlo jugar. Fue
en la Ruta Panamericana e iba acompañado de Leopoldo “Pollo” Cáceres, que conducía
un camión y falleció en el acto, carbonizado. Luque se enteró después del
partido. “Siempre se habló de la relación de la Selección con los militares
pero cuando fuimos con mi papá, mi mamá y mi cuñada a la morgue a reconocer el
cuerpo en San Isidro, no hubo nadie del gobierno que nos diera una mano. Es
más, tuve que pedirle plata a Passarella del pozo común que teníamos en el grupo,
para pagar la ambulancia y trasladar el cadáver a Santa Fe. Ni siquiera hubo
una autoridad que me dijera “lo acompaño en el sentimiento”.
La muerte de su
hermano y el deseo de acompañar a sus padres motivó que saliera de la
concentración para el velatorio y ya no estuviera en los dos partidos
siguientes, ante Italia y en la primera fecha de la segunda fase, en Rosario,
ante Polonia. “Menotti me dijo que hiciera lo que sentía pero que no me
olvidara que me necesitaban y en el velatorio, mi papá me dijo que tenía que
regresar. Cuando lo hice, me dijo ‘Yo lo conozco bien a usted, es un tipo
duro,. Siempre la tuvo que pelear’”.
Contra Brasil,
en su reaparición, terminó el partido con un ojo negro por el duro marcaje de
Oscar, el central. “Le pedí jugar a Menotti y anduve mal. Mi brazo era una
morcilla y llevaba un vendaje especial. Me dolía mucho y me infiltraron antes
del partido. Practicaba caídas en los entrenamientos. Fue una batalla más. Nos
matamos a patadas. Y quedé con el ojo
negro por un codazo de Oscar, en un salto”.
Marcó dos goles
ante Perú en el decisivo y polémico partido que le dio el pase a la final al
vencer 6-0. El cuarto, que fue el que le permitió sacarle un gol de diferencia
a Brasil, y el sexto. “En el Tampico
Madero de México fui compañero de (Juan José) Muñante, “La Cobra”, que fue
rival de ese día del 6-0 y que al principio sacó un remate y la pelota pegó en
el palo y le pregunté varias veces si alguna persona había entrado a su
vestuario para decirles que perdieran, si sabía de algo extraño, si les
ofrecieron algo, y me contestó que nunca se enteró de nada pero no puso las
manos en el fuego por todos. Nosotros les habíamos ganado en marzo de 1978
tanto en Lima como en la Bombonera y con baile bárbaro y esa vez golpeamos en
los momentos justos, sobre todo al final del primer tiempo y al comienzo del
segundo. Sabíamos que eran fuertes con la pelota porque jugaban muy bien, pero
si se la sacábamos, los podíamos lastimar. Éramos más que ellos y ellos ya
estaban eliminados, no tenían nada por delante, pero había que demostrarlo en
la cancha”, describió.
Llegó la final
ante Holanda en el Monumental. “Antes del partido, tanto el mellizo Van de
Kerkhof como yo tuvimos que pasar por el vestuario del árbitro para mostrar qué
llevábamos en el brazo. A mí me habían hecho una protección especial con
gomaespuma y tititas más duras, que me las ponía por debajo de la camiseta de
manga larga. No la usaba para lastimar sino porque me sentía más seguro”.
Terminó con la camiseta ensangrentada tras recibir un golpe. “En la jugada del
tercer gol salté con uno de los mellizos y me pegó en la nariz con el antebrazo
y me ahogaba con la sangre. Entonces me limpié con la camiseta. Es más, en el
festejo vino (Alberto) Tarantini a abrazarme y me terminé limpiando la nariz
con su camiseta y por eso él también terminó con su camiseta manchada de
sangre”.
Para 1981, ya
campeón del mundo y tras su paso por River, regresó a Unión con 32 años, y en
el segundo semestre se fue al Deportivo Tampico de México, donde marcó 10
goles. También tuvo breves pasos por Racing (1982). Santos de Brasil (1983) y
Boca Unidos de Corrientes, en el que jugó la final del Regional 1984, y vistió
la camiseta de Chacarita en su regreso a Primera A aunque no convirtió goles en
11 partidos.
“Cuando terminé
mi participación en Chacarita me habían hablado de Colón y me reuní con sus
dirigentes pero para decirles que no, porque yo era de Unión, porque un tipo
que nace en un club está mal que vaya al rival de siempre. El señor aquel que
me dijo al principio de mi carrera que no iba a jugar, que me dedicara a otra
cosa, era el “Pato” Rossi, cuyo hijo (Rubén) jugó mucho tiempo en Colón. Cada
uno tiene su camino recorrido”, señaló en otra entrevista.
En 1985,
Argentino de Firmat había anunciado su contratación para el Nacional pero por
problemas de papeles no pudo jugar. Y terminó su carrera en 1986 en Deportivo
Maipú de Mendoza. En toda su carrera, 337 partidos y 131 goles (0.39 de
promedio).
Tras dejar de
jugar, Luque continuó en el fútbol como director técnico, primero en Unión
(donde hizo debutar a Julio César Toresani) y luego, en Central Córdoba de
Santiago del Estero y Belgrano de Córdoba hasta que se radicó en Mendoza y allí
dirigió a Deportivo Maipú, Gimnasia, Independiente Rivadavia y tres veces a
Argentino (en una de ellas, tuvo un infarto y estuvo al borde de la muerte con
tres arterias obstruidas al 97 por ciento). Luego siguió trabajando en
escuelitas en Mendoza y fue captador de talentos para River.
Entre 2017 y
2018 se filmó el documental “Leopoldo Luque, vida de campeón”, de Matías
Riccardi, que se estrenó en 2019.
Luque siguió
viviendo en Mendoza y viajando en moto, una de sus pasiones (“Cuando jugaba en
River iba en moto a los entrenamientos hasta que un día me llamó el entonces
presidente Rafael Aragón Cabrera y me preguntó si no había leído la letra chica
del contrato, así que me la llevé a Santa fe y allí andaba a escondidas”) y
desmintió siempre un romance con la actriz Graciela Borges (“Hasta el día de
hoy me hablan de ese supuesto romance. Éramos amigos y el hijo, Juan Cruz, era hincha de River y me tenía como ídolo,
entonces venían a la concentración y les regalaba camisetas. No pasó de ahí”).
Tuvo mucho más
éxito en el fútbol que en otros rubros. “Tuve un negocio, ‘Luque Deportes’, y
me fundí. En realidad, me estafaron. Era un local en Martínez y lo que más
duele en estos casos es cuando confiás en un amigo y te fallan así. También
tuve una pizzería y me fue pésimo. Pasé de confianzudo a boludo pero ya fue y
mejoré. Incluso mis dos primeras mujeres me dejaron en bolas. A la primera le
di dos departamentos (con ella tuve dos hijos) y a la segunda, tres (con ella
tuve tres hijos) y luego tuve dos hijos más con mi tercera pareja”.
En los últimos
años estaba satisfecho por haber conseguido el reconocimiento de la AFA a los
campeones del mundo con una obra social “que bien pudo salvar a mis ex
compañeros en la selección, René Houseman y Rubén Galván, pero llegaron tarde
en ese momento”.
Estaba internado
en terapia intensiva de la Clínica de Cuyo. Le habían diagnosticado un cuadro
de coronavirus a fines de 2020 cuando comenzó a tener síntomas de Covid 19 para
Navidad y le confirmaron que se había enfermado cuatro días más tarde y se
convirtió en paciente de riesgo porque arrastraba una obstrucción pulmonar. “Estoy bien, controlado con medicamentos, pero
no presento ningún síntoma. Deberé pasar diez días aislado y lo que más me
molesta es que no podré nadar en la pileta que tengo en el patio”, bromeó
entonces, y sostuvo que desde la irrupción de la pandemia sólo había salido de
su casa “un par de veces” y para reunirse con gente del fútbol.
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