El último gol
oficial de Santiago “Morro” García, ídolo de los hinchas de Godoy Cruz, había
ocurrido el 10 de febrero de 2020, hace casi exactamente un año, y también
cercano al tiempo que hacía que no veía a su pequeña hija, datos que pueden
tomarse de manera paralela, inconexos, o bien, se podría establecer alguna
relación entre ellos, especialmente luego de enterarnos de una noticia de gran
impacto, como siempre lo es el suicidio de una figura popular, en este caso del
deporte.
Lo que va
quedando cada vez más claro es que García, que hizo gritar 51 goles a los
“Tombinos” a lo largo de su carrera -que incluyó dos pasos por Nacional de
Montevideo, club en el que se formó y brilló antes de llegar a la Argentina, y por
el fútbol brasileño y turco en los que pasó por situaciones muy desagradables-
se encontraba solo, sin el contacto familiar, deprimido, acaso por esto, por
estar aislado, infectado de Covid-19 desde el 22 de enero, cuando se enteró
tras un control a todo el plantel de Godoy Cruz en un entrenamiento, y por si
fuera poco, apartado del primer equipo por una decisión del presidente José
Mansur, que fue comunicada al director técnico, Sebastián “Gallego” Méndez.
Es cierto que
los futbolistas, incluso los más talentosos, tienen rachas, mejores y peores
momentos en sus rendimientos dentro de la cancha, y a García le caben las
generales de la ley, pero también hay que decir que fuera de la cancha sufren
avatares como todos en cualquiera de sus trabajos y que rinden más o menos de
acuerdo a sus situaciones emocionales, a la problemática que los rodea en el
día a día.
En otras
palabras, como bien sostuvo en su red social uno de sus colegas que juegan en
la misma posición de centrodelantero, Ramón “Wanchope” Ábila, con quien solía
intercambiar su camiseta sin necesidad de hablarlo antes de los partidos, los
jugadores no son máquinas, son seres que sufren como todos, que pueden
atravesar momentos difíciles que requieren atención personalizada y de un
profesional especializado.
Ábila, delantero
de Boca que debe pasar ahora un largo post-operatorio que probablemente lo deje
inactivo hasta abril, lo sabe muy bien. Hace pocas semanas se suicidó su
hermano y sin embargo tuvo que cerrar los ojos y seguir porque su equipo peleaba
por ganar la Copa Libertadores de América luego de trece años sin conquistas y
acaso no estaba en el mejor momento para afrontarlo, y tal vez mucha gente ni
se enteró de su problema personal y habrá seguramente muchos lectores que tras
seguir estas líneas podrán preguntarse “¿y a mí, qué? ¿No tengo yo que trabajar igual aunque se
muera un familiar cercano y de forma trágica?”. Y podría respetarse esta
reflexión.
Sin embargo, si
nos ponemos a pensar el rol que juega el fútbol en este tiempo, “lo más importante
de lo menos importante”, como lo definiera con precisión el ex futbolista Jorge
Valdano, el lugar que ocupan los futbolistas, no es el mismo que el de
cualquier otro trabajador.
Y este rol que
juega el fútbol le otorga a quienes lo practican un lugar particular en una
simbólica máquina de picar carne por la que hay que seguir de cualquier manera
para continuar siendo un “ganador” del sistema, capaz de tragarse cualquier
insulto (García llegó a contar que, como seguramente tantos de sus colegas, llegó
a padecer que le arrojaran desde las tribunas vasos con orina en su cabeza o en
su cara, o escupitajos), hasta el “fra-ca-sa-do, fra-ca-sa-do” que llega a
veces desde las tribunas (ahora en silencio por la pandemia) por parte de quienes se creen capaces de
juzgar en público al otro, el conocido desconocido, que vistiendo una camiseta
será capaz de darle alegrías o tristezas momentáneas que los saquen por un rato
de su propia necesidad de producir para que el sistema ruede.
El suicidio de
un futbolista impacta porque su alcance es mucho mayor y porque aún con el
crecimiento de la psicología aplicada al deporte y cada vez más profesionales
cerca de los planteles, por una cuestión mecánica de progreso de la ciencia y
de las actividades humanas, pone en evidencia que de alguna forma, el jugador
sigue solo en buena medida, porque muchas veces no se alcanza a entender quién
es, porque se ha llegado a un punto en el que se lo deshumaniza por propia
necesidad de que la pelota siga rodando, y resulta que esa persona se va
consumiendo con su mejor cara de póker, en silencio, para que su condición de
ídolo no se rebaje. Cuesta creer todavía, por ejemplo, que un jugador declare
que tuvo miedo en tal o cual circunstancia. ¡Como si nosotros no lo tuviéramos!
Pero la sensación es que él no puede darse ese “lujo”.
Parece sugestivo
que Godoy Cruz, club del que García es ídolo y fue símbolo, haya desactivado la
posibilidad de que los hinchas se manifiesten en sus redes sociales oficiales
justo cuando el jugador estaba en conflicto con la dirigencia y el presidente
hubiera manifestado en los medios que no era un líder positivo y que no
contribuía al bienestar del plantel.
También será
importante saber si es cierto que el tratamiento psiquiátrico que había
comenzado el “Morro” había sido organizado por su hermano, que cuando lo visitó
pudo comprobar que no se encontraba bien, y no por el club, que debió
interesarse por su jugador porque ya no es tiempo de considerar la salud como
bienestar físico sino también psíquico y social y no parecía ser el caso, más
allá de que hubiera atravesado otras situaciones parecidas en el pasado,
especialmente fuera de su país, como le ocurrió en Turquía o Brasil.
“Con el corazón roto. Prefiero recordarlo
siempre con una sonrisa como el emblema e ídolo que fue. Y por otro lado, no
podemos hoy, luego de la tragedia, decir que hace falta acompañamiento para los
futbolistas y mañana olvidarlo. Necesitamos áreas profesionales de psicología
en todos los clubes y para todas las edades”, escribió el defensor de Talleres
de Córdoba Juan Cruz Komar, quien varias veces enfrentó a García, en su cuenta
de Instagram, en una gran muestra de sensibilidad hacia un colega de profesión.
Acaso sea hora de seguir lo que Komar
propone. Y que hagamos un esfuerzo, alguna vez, por entender que detrás de un
tipo que patea una pelota (muy bien, bien, regular o mal) hay una persona que
tiene problemas como nosotros. No para juzgarla o no en lo que hace en un campo
de juego, sino para entender, cuando se la insulta o cuando se deposita en ella
una frustración propia con la falsa idea de que le ponga punto final, que tiene
límites, virtudes y defectos, como todos nosotros.
García sufría, pero trataba de que no se
notara porque el sistema no acepta debilidades y eso no es sano. Acaso esta dura,
triste y desgarradora muerte contribuya a que lo entendamos, de una vez.
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