La historia se
repite. Tal como en 2012, el Chelsea fue campeón de la Champions League pese a
haber cambiado de director técnico en mitad de la temporada. Si hace nueve años
el portugués André Vilas Boas dejó su lugar al italiano Roberto Di Matteo y el
club de Londres pudo vencer al Bayern Munich como visitante en la final, ahora
ocurrió lo mismo con Frank Lampard, quien fue sustituido por el alemán Thomas
Tuchel, y éste consiguió el título en el Estadio Do Dragao, en Oporto.
Lo de Tuchel,
quien había perdido ajustadamente la final de la Champions 2020 ante el Bayern
Munich dirigiendo al Paris Saint Germain (PSG), es casi un milagro porque no es
que el Chelsea ganó el título europeo de casualidad sino imponiéndose con
claridad a sus adversarios, reduciéndolos prácticamente a la nada, tal como
ocurrió ante el Atlético de Madrid en los octavos de final, después con el Porto en los cuartos de final,
cuando ya había liquidado la serie en el primero de los dos partidos, luego
contra el Real Madrid en semifinales, y la cereza del postre fue la definición
ante un Manchester City muy lejos de su mejor versión.
Por empezar, el
entrenador del Manchester City, el catalán Josep Guardiola, cometió algunos
errores que en una final, se suelen pagar muy caro, como menospreciar la zona
media de la cancha, donde aceptó tener inferioridad numérica (tres volantes
contra cuatro), para descargar todo en el ataque, con el trío
Mahrez-Foden-Sterling, y con su estrella, el belga Kevin de Bruyne como
asistente, con la idea de que jugado totalmente a la ofensiva y teniendo la
pelota, poco podía afectarle lo que ocurriera en el eje medio del campo.
Pero el plan no
resultó por varios motivos. El primero es estructural. Desde hace rato que el
Chelsea le tiene tomada la mano. Lo eliminó de la “FA Cup”, le ganó de
visitante en la Premier League y volvió a vencerlo en la final de la Champions
y todo en menos de dos meses. El segundo pasa por lo táctico, la referida inferioridad
numérica en un sector de la cancha que es clave para los londinenses, que
juegan con una clara identidad de 3-4-3, y con dos alas (en la final, James y
Chilwell, y dos interiores, Jorginho y, especialmente, su gran figura, el
francés N’Golo Kanté). Y el tercero, acaso el más entendible: el debate interno
que Guardiola debe haber tenido sobre si hacer regresar o no a la titularidad
al mejor jugador de su equipo en la temporada, el alemán Gündogan, que venía de
una lesión cuando justo el rendimiento había alcanzado su pico una semana
antes.
El entrenador
catalán se la jugó no sólo por Gündogan, cuya falta de fútbol se notó
demasiado, en inferioridad numérica, sino que a su lado colocó al portugués
Bernardo Silva, que tampoco estaba tan habituado a esa posición y cuando
ninguno de los dos siente mucho la marca y de esta manera, se quedó sin un
“cinco” tradicional y no pudo ganar en un lugar clave del campo de juego.
Sin una
referencia en cuanto a volante de marca, los cuatro del medio del Chelsea se
adueñaron del partido, tejieron una red imposible para un Manchester City que
para llegar al arco de Mendy se las debió arreglar con un notable pelotazo
largo de su arquero brasileño Ederson para Sterling o algún pase preciso, pero
aislado, para Foden, aunque De Bruyne no aparecía y si el primer tiempo no
terminó por una diferencia mayor a favor del Chelsea, fue porque el delantero
alemán Timo Werner sigue en una racha increíble de goles perdidos en ocasiones
propicias.
El gol del
Chelsea llegó a los 42 minutos, cuando con una clarividencia fenomenal para un
jugador tan joven, Mason Mount metió un pase milimétrico para el alemán Kai
Havertz, que quedó solo ante Ederson y tras sacárselo de encima concretó con
remate al arco vacío. Ni siquiera la lesión del veterano zaguero brasileño
Thiago Silva, reemplazado por Christensen, alteró el esquema de los de Tuchel.
Sorprendió que
para el regreso Guardiola no hiciera cambios, tanto colocando un volante de
marca como Fernandinho para liberar al ataque al resto del mediocampo, y por si
faltara poco, a los 13 minutos De Bruyne chocó muy mal contra el recio zaguero
alemán Rudiger y debió salir lesionado, reemplazado por Gabriel Jesús, al
menos, un nueve claro y no un “falso nueve”, que no logró engañar nunca al
seguro Chelsea de esta temporada.
Cinco minutos
más tarde, cuando el Chelsea ya estaba demasiado cómodo en la marca, con el
equipo regresado y agazapado para contragolpear a un Manchester City
desesperado, Guardiola echó mano de Fernandinho por Silva, pero la sensación
era que el tiempo para revertir las cosas había pasado. Los londinenses tenían
el dominio táctico y psicológico del partido, y además, sin De Bruyne, los
“ciudadanos” ya no tenían ese jugador que con su talento podía cambiar las
cosas y para colmo, Tuchel hizo ingresar al norteamericano Pulisic por Werner y
tuvo otro contragolpe claro que tampoco pudo aprovechar.
El último cuarto
de la final fue la evidencia del momento de uno y de otro. El impresionante
despliegue de Kanté (no por nada fue campeón de la Premier League con el
Leicester y con el Chelsea y campeón mundial con Francia) y el repliegue de los
azules ante los embates ciegos, sin ideas y casi a puro centro, de un
desconocido Manchester City que jamás encontró la vuelta al partid y que
recurrió hasta al “Kun” Sergio Agüero para ver si podía pescar alguna, hasta
que el pitazo del árbitro español (de correcto trabajo) Antonio Mateu Lahoz
decretó el final.
El Chelsea, que
esta temporada hizo una gran inversión en jugadores de calidad como Chilwell, Thiago
Silva, Havertz o Werner, se consagró campeón de Europa y logró pasar página de
manera gloriosa tras haber perdido a su gran estrella de tiempos recientes,
Eden Hazard, hoy en las filas del Real Madrid.
Otra vez, el
Manchester City se queda sin título europeo en una gran ocasión perdida, aunque
en esta final no dio la talla, mientras que Guardiola lleva ya una década sin
Champions, desde que en 2011 venció con el Barcelona de Lionel Messi al
Manchester United en Wembley.
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