En las vísperas
de un Superclásico que va a definir el pase a semifinales de la Copa de la
Liga, una vez más apareció el Covid para afectar a medio plantel de River -que
además quedará sin ninguno de sus tres arqueros- y deja planteado el dilema
ético sobre si el show debe seguir de cualquier modo, aún cuando uno de los dos
equipos deberá salir a jugar en condiciones precarias, desvirtuando
completamente la competencia.
La pandemia, que
ya está entre nosotros desde el 20 de marzo de 2020, se encargó de desnudar a
los dirigentes del fútbol argentino, y aún más, a los de la Conmebol y dejó en
claro, como nunca, el rol circense que cumple en este tiempo maldito, que
además arrasó con la economía de vastos sectores de la población.
Es entonces que la
dirigencia del fútbol, apañada por los funcionarios estatales, cómplices de
estas decisiones, aceleró para que los partidos se jugaran a como diera lugar,
sin importar ni la falta de público en los estadios, ni las lesiones, ni la
salud de los deportistas ni los perjuicios para los clubes. Lo que importó fue
la continuidad del negocio y no quedar mal con el principal sostenedor, la
televisión.
A partir de
allí, aparecieron todo tipo de aberraciones locales e internacionales, aunque
principalmente éstas últimas, con hechos que bien podrían formar parte del
realismo mágico: planteles a punto de salir de un aeropuerto de un país para
jugar en pocas horas en otro (a puertas cerradas y con “burbuja sanitaria”
mediante) y que la comuna de la ciudad sede no apruebe la realización, y que
con el equipo visitante esperando entrar en la manga para el vuelo, no sepa si
tiene que subir al avión o no, hasta que al final la TV y la Conmebol
“convencieron” a todos de jugarlo igual, o equipos colombianos jugando como
locales en Paraguay, o brasileños jugando en una ciudad que no es la propia, o
la Conmebol dando plazos para que los equipos que debían ser locales decidieran
dónde hacerlo si en su ciudad no se podía llevar a cabo. En otras palabras, hay
que jugar, pase lo que pase y caiga quien caiga.
En este sentido,
hay que decir también –nobleza obliga- que al menos en 2020, la AFA no quiso
jugar, de haber podido, durante gran parte del año, aunque no se puede afirmar
a ciencia cierta que el verdadero motivo haya sido el de la solidaridad o el
interés por la salud de sus futbolistas, sino porque la situación política de
la inacción favorecía los intereses de continuidad en el cargo presidencial de
Claudio “Chiqui” Tapia, votado con premura para seguir atornillado al Sillón de
Viamonte por cuatro años más, hasta 2025, cuando aún quedaba un año del mandato
anterior.
Sea como fuere,
la AFA se vio obligada a hacer regresar el fútbol en un efecto dominó cuando la
Conmebol, en plena pandemia sudamericana y con gran cantidad de equipos con
casos positivos de Covid, determinó jugar igual, pasase lo que pasase, por lo
que todos los clubes que intervenían en los torneos continentales ya se
pondrían en marcha y ya no tenía sentido, entonces, tener parados a los torneos
locales mientras sí se jugaban los internacionales.
Lo llamativo del
caso es que todos los gobiernos de países sudamericanos, de todos los colores
políticos, y sin excepción, hayan aceptado la sugerencia de la Conmebol de que los
partidos se jugaran sin público, con aumento permanente de fallecidos e
infectados, ya luego otra vez con la segunda ola de Covid, concediendo permisos
fuera del horario aplicado al resto de los habitantes, otorgando al fútbol un
lugar exagerado.
De otra manera,
puede decirse que con la pandemia, el fútbol quedó ratificado como un poder
supranacional, como un Estado propio, más fuerte e influyente que los propios
Estados nacionales, y que hasta se permite jugar con ellos e imponerle sus
reglas, algo que ya habíamos notado en los últimos Mundiales, en os que los
presidentes de la FIFA reciben tratos superiores a los de los jefes de Estado y
hasta la entidad madre del fútbol con sede en Zurich impone condiciones
inaceptables a los países sedes del torneo que se juega cada cuatro años, como
“zonas FIFA”, exenciones de impuestos o hasta leyes especiales para la ocasión.
Entonces, si la
TV impuso su negocio al punto de que el fútbol se siguió jugando pese a todo,
permitió que los cubes siguieran participando sin abrir la boca aunque sus
jugadores se contagiaran el virus (y en muchas oportunidades, por segunda vez),
¿cómo eso no iba a replicarse en la Argentina? Resulta que ahora llegó a tocar
las fibras más profundas y se metió de lleno en un Superclásico, y para colmo, definitorio.
Y plantea
cuestiones éticas muy importantes, dispara preguntas que nos formulamos desde
estas páginas. ¿No debería la AFA suspender un partido a todas luces aberrante
entre dos equipos que no llegan de la misma manera en cuanto a sus posibilidades
físicas o sanitarias? ¿Es posible suspender un partido por lo menos por 14
días, que atrasaría la definición del campeonato, las vacaciones y hasta
minoritariamente a la selección nacional que debe disputar la Copa América –que
a su vez también debería suspenderse? ¿No sería ético de parte de Boca, buscar
la manera de proponer la suspensión del partido para no sacar ventajas extra
deportivas? ¿Ya es tarde para este tipo de preguntas cuando River se benefició
ante Colón por la ausencia del “Pulga” Rodríguez –acaso la máxima figura del
torneo- por la misma razón y hasta en partidos de Copa Libertadores como ante
un plantel diezmado de Atlético Paranaense por los octavos de final de la
edición 2020?
Acaso todas
estas preguntas no tendrían razón de ser si se hubiera comprendido la magnitud
del problema, si se hubiera consultado con el sindicato de los futbolistas o se
hubiese tenido una mirada más cercana a la humanidad de los protagonistas y
menos a los intereses dirigenciales ligados al negocio.
Ahora parece
tarde. La Conmebol insiste con la Copa América a sabiendas de que ambos países
que deben ser locales en apenas un mes, Argentina y Colombia, no están en
buenas condiciones de organizarla, y todo para jugar un torneo sin público,
rodeados de miles de muertos por el virus, y en uno de los casos, en medio de
una efervescencia contra el gobierno de Iván Duque muy parecida a los levantamientos pasados de
Ecuador y Chile por el hartazgo de reiteradas medidas anti populares.
Y ahora tenemos
un Superclásico en el que pase lo que pase, recordaremos por años como aquel
que fue arrasado por el Covid, en el año en el que el fútbol terminó de perder
el sentido común, mientras tantos que debieron pararlo miraron para el otro
lado.
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