Esta semana se
hizo fuerte un rumor que indicaba que en Colombia ya se estudiaban ciudades
alternativas para que funcionaran como subsedes en el caso de que la Argentina
renunciara a la organización de la próxima Copa América de selecciones
nacionales, cuya inauguración está prevista en Buenos Aires para el 13 de
junio.
Fue tan fuerte
la versión, que provenía de fuentes colombianas, que el ministro argentino de
Deportes y Turismo y ex presidente de San Lorenzo de Almagro, Matías Lammens,
tuvo que salir a desmentirlo, aunque dejó una pequeña puerta entreabierta
cuando manifestó que “hoy, la Copa América se juega en el país”, lo cual indica
que mañana, si la situación de la pandemia continúa como hasta ahora, con una
meseta de más de quinientos muertos al día, acaso haya una necesidad de
restringir más las actividades y entonces el torneo, aquí, ya no tendría razón
de ser.
Pero…¿Tiene
razón de ser incluso hoy, con la cantidad de fallecidos y de miles de
infectados diarios, con hospitales con un altísimo porcentaje de camas
ocupadas, con médicos saturados y extenuados, con tantas actividades cerradas o
mermadas para que no haya exposición ni contagio y cuando todavía existe la
chance de volver a fase uno?
Todo indica que
el silencioso y político conflicto que atraviesan la AFA y el Gobierno de
Alberto Fernández, cuando está a punto de salir la resolución de la Inspección
General de Justicia (IGJ) acerca de la validez de la asamblea por zoom que en
2020 eligió a Claudio “Chiqui” Tapia para un nuevo mandato en el Sillón de
Viamonte por otros cuatro años (2021-2025), mucho antes de que se necesitara la
votación y ante denuncias de dirigentes opositores, está jugando su partido,
por lo que ni la institución futbolera ni el Poder Ejecutivo quieren pagar el
costo de una decisión que parece necesaria y de sentido común.
¿Tiene sentido
organizar una Copa América, desgastando la condición de local tras 28 años sin
títulos oficiales para la selección mayor, cuando la final del torneo está
prevista en Barranquilla, Colombia, sin gente en las tribunas, sin turismo, sin
periodistas extranjeros, sin contacto con los jugadores y sólo para que haga
negocio la televisión o para quedar bien con una Conmebol interesada en sacar
el campeonato adelante para demostrar que “se puede” pese a que todo el
continente sudamericano atraviesa un momento horrible?
¿Cuál sería ese
sentido, si no es esto? Ya ocurrió algo parecido en las dos últimas ediciones
de las Copas Libertadores y Sudamericana, en las que no hubo excepciones y
prácticamente todos los planteles tuvieron casos positivos de coronavirus que
los obligó a dejar afuera a varios de sus jugadores, pese a lo que la Conmebol
instó a que los partidos continuaran con la justificación de la “burbuja
sanitaria” que permitía que las delegaciones llegaran a otro país directamente
del aeropuerto al estadio y que regresara inmediatamente, como para que los
sponsors y especialmente las empresas televisivas que pagaron por los derechos,
no se quedaran sin su producto.
Tanto es así,
que ahora mismo la Conmebol insiste en que si un país (en este caso, la
Argentina) no puede albergar partidos por una cuestión horaria (en Buenos
Aires, se decretó la inactividad a partir de las 20 cuando el horario de
comienzo de algunos encuentros de copas continentales es a las 21,30, pese a lo
cual, el Gobierno Nacional dictaminó una “excepción”), los equipos que no
puedan jugar como locales en los horarios establecidos tienen una fecha límite
para decidir en qué ciudad o país reemplazarán su localía.
En otras
palabras, se juega a como dé lugar porque lo que importa es que el negocio debe
seguir cueste lo que cueste, y caiga quien caiga, aunque la dirigencia del
fútbol sudamericano ponga su mejor cara de buena e informe que China, a través
del presidente uruguayo Luis Lacalle Pou, donó 50.000 vacunas Sinovac para que
los protagonistas del fútbol se encuentren a salvo (y así, puedan cumplir con
los derechos de TV y las exigencias de los sponsors).
Uno de los
grandes interrogantes es si alguna de las dos partes, el Estado o la AFA se
animarán a decidir, por fin, que no gracias, que el torneo (del que ya se
bajaron las dos selecciones invitadas, Australia y Qatar) lo organice Colombia
y ya habrá una oportunidad mejor para ser anfitriones, en una mejor condición
de salud, con los hinchas yendo a los estadios alentando, con turismo que
llegue a disfrutar de las bondades y bellezas argentinas, con más equipos (al
menos doce, y no sólo los diez sudamericanos), con periodistas de todo el
mundo.
Pero ya nada es
seguro. Mientras en Colombia se habla de Pereira, Bucaramanga, Armenia o
Manizales como nuevas subsedes, en la Argentina, los que deben tomar decisiones
políticas continúan en silencio de radio, pateando la pelota lo más lejos
posible para que ya cerca de fines de mayo, se pueda conocer exactamente la
situación sanitaria y acaso, tener una noción más cabal del porcentaje total de
vacunados en todo el país.
Si la Conmebol
fue capaz de trasladar a Madrid una final de Copa Libertadores entre River y
Boca, o de no suspender partidos de torneos continentales con equipos con medio
plantel de baja por coronavirus, ¿por qué pensar ahora pospondrá la fecha de
inicio de la Copa América o la suspenderá hasta que la situación mejore?
Mientras haya
negocio, el fútbol deberá jugarse pase lo que pase, salvo que por fin, como
ocurrió en Europa con los hinchas y protagonistas del fútbol con el fallido
proyecto de la Superliga, alguien tome las riendas y se plante, de una buena
vez por todas, en nombre del sentido común.
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