Muchas veces llama la atención de este cronista, lo que se suele cantar en los estadios argentinos, en relación con lo que ocurre en ese mismo momento en los campos de juego. Uno de los recuerdos que viene a la memoria es aquel partido de hace poquito más de quince años, aquel 0-5 que marcó la peor historia del fútbol nacional y lo mejor del colombiano. Aquel 5 de setiembre de 1993, los hinchas argentinos cantaban “movete Argentina movete, hoy no podemos perder”, pero si se empataba, la clasificación se hubiera perdido igual. Por estos tiempos, cuando no se está obteniendo el resultado esperado en el césped, desde la tribuna se sigue pidiendo ese “movimiento”, o ya, con menos paciencia, se suele pedir que los equipos pongan “un poco más de huevo”, cuando si es por poner, casi podría abundarse de tanta clara y tanta yema futboleras.
Cuando cualquier equipo argentino acaba de ganar un campeonato, lo primero que dicen sus jugadores para explicar los motivos de la victoria es que la clave estuvo “en la entrega, los huevos” del plantel. Es decir que si fuera por la entrega, casi todos los equipos argentinos podrían salir campeones siempre. La selección, incluída. ¿Y entonces, qué es lo que falta, qué es lo que, en todo caso, diferencia a un equipo de otro? Porque convengamos en que si todos ponen, el campeonato estaría para cualquiera y la selección argentina sería siempre campeona del mundo, y sin embargo, lleva cinco mundiales no sólo sin conseguirlo sino que apenas en uno (1990) llegó a la final.
Todo indica entonces que más que poner “huevos”, lo que parece que falta poner es “·juego”, que se escribe parecido, o suena parecido en los oídos, pero no es precisamente lo mismo.
Poner “juego” significa entender, antes que nada, que el fútbol es un juego, un deporte atractivo, hermoso para ver, y en el que atacando con criterio, con jugadores de buen pie, pero que a su vez ocupen posiciones de ataque, es muchísimo más probable que se alcance el objetivo conformando y satisfaciendo, además, a los espectadores o hinchas.
Sería interesante reflexionar, al cabo, sobre el sistema que viene utilizando el entrenador argentino Alfio Basile, quien dice ser un defensor de “la nuestra”, llamando así al sistema de juego tradicional argentino, que según el fallecido periodista Dante Panzeri, se refiere en síntesis a jugar en paredes, con toques cortos, por abajo, progresando de atrás hacia delante, con elegancia.
Por lo general, el fútbol argentino se caracterizó por tener dos marcadores de punta con oficio y habilidad, un volante central que no necesita compañía a su lado para poder realizar su oficio (en este caso, Javier Mascherano, o Fernando Gago), un volante derecho con llegada, casi como un delantero más pero partiendo de un poco más atrás que la línea de ataque, lo que antes se llamaba también “peón de brega”, un diez clásico que era el organizador del juego, el “reggista”, según los italianos, y tres delanteros netos, consistentes en dos extremos o punteros o wines, y un nueve de área, un definidor.
Todo eso fue quedando atrás con el tiempo, gracias a los pizarrones, los esquemas, los intentos de “modernizarnos”, de “europeizarnos”, de “adaptarnos” al mundo del fútbol. Y así, los marcadores de punta elogiados por el mundo entero (como Silvio Marzolini en Inglaterra 1966), fueron dejando paso a “laterales volantes” que ni atacan bien, ni defienden porque les ganan las espaldas, “dobles cincos” para que dos jugadores hagan la función que antes necesitaba uno solo, y desde ya, quitando (siempre paga el ataque) un delantero para este objetivo “moderno”. Nos vamos quedando sin diez, al punto de que se llegó a sugerir retirar el número en homenaje a Diego Maradona, cuando la mayoría de los chicos argentinos aspiran a utilizarlo en sus espaldas. También se acabaron los punteros, que desbordaban y desequilibraban abriendo la cancha, y ahora, a partir de esto, tampoco tenemos, claro, un nueve de referencia dentro del área.
Claro, con este panorama nos encontramos con un Heinze que siendo central, hace lo que puede en un lateral, a Coloccini en la misma situación, al “doble cinco” con Mascherano y Gago cuando con uno alcanza, y terminamos jugando ante rivales más débiles con siete jugadores de marca y espera, y apenas cuatro de ataque, de los cuales uno lo hace tímidamente y debe, desde ya, bajar a colaborar en la dichosa marca ante rivales que por miedo justamente a nuestro pasado, no sólo atacan con un jugador, sino que no salen a buscar el balón a veces ni aún perdiendo, para que la diferencia no sea mayor.
En una oportunidad, allá por 1989, tuvimos la ocasión de entrevistar largamente a Ricardo Bochini, ya veterano, ídolo de Independiente, a punto de ganar el campeonato con Joge Solari de director técnico, pero el gran diez nos manifestaba su disgusto por el juego, y nos dijo que era porque no se hacía “la nuestra”. Cuando le preguntamos a qué se refería, dijo sin manual, “y bueno, tocar por abajo, en pared, progresando en la cancha, qué se yo”…..
Por eso, insistimos en que más allá de nombres, de triunfos o derrotas, el mayor tema que rodea a la selección argentina es conceptual, y es preguntarse a qué quiere jugar, para saber a dónde ir. Es decir, lo que hay que poner, señores, es más juego. De huevos, tenemos las calorías más que completas.
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