Parece que por fin, luego de tanto penar, llegan los buenos tiempos para el Atlético Madrid. Cuando muchos pensaron en la peor de las crisis cuando murió su extravagante y polémico presidente Jesús Gil y Gil, la nueva conducción de Enrique cerezo (hombre ligado a la industria cinematográfica) fue cambiando los ejes y el club renació hasta consolidarse en los primeros planos del fútbol europeo.
Cerezo, quien siempre fue secundado por Miguel Gil Marín, hijo de Gil y Gil pero con un carácter muy diferente, al punto que ni siquiera le gusta aparecer en los medios de comunicación, al revés que su padre, fue cumpliendo lentamente con las obligaciones contractuales para comenzar a darle a la entidad un perfil serio que por muchos años no tuvo, y que le costara incluso el descenso a Segunda, donde permaneció dos años que se parecieron a un infierno.
Hasta la llegada de esta nueva conducción, al Atlético Madrid se lo relacionaba con la incontinencia verbal y los negocios de distinto tenor que realizaba Gil y Gil, y con la mala suerte, producto especialmente de aquella final de la Copa de Europa de 1974 ante el Bayern Munich, cuando a segundos de ganarla, Schwartzenbeck vio el arco libre, gracias a que Miguel Reina estaba firmando un autógrafo a un alcanza pelotas, y empató el partido, obligando a un desempate.
Este resultado marcó a fuero a los madrileños, que se alejaron de los puestos de vanguardia hasta terminar en un lastre que cada vez costaba más y que ahora Cerezo fue cambiando hasta consolidar al club en lo económico, para luego comenzar a optar por figuras de relieve como el delantero uruguayo Diego Forlán, y muy especialmente del argentino Sergio Agüero, bicampeón mundial sub-20 y campeón olímpico en Pekín, que aparece en el firmamento futbolístico como una gran estrella.
Agüero y Forlán ya en la temporada pasada constituyeron una fuerte dupla ofensiva que logró el ansiado retorno del “Aleti” a la Champions League, ahora rodeados por un plantel cada vez más fuerte en todas sus líneas, con un arquero de la experiencia del francés Coupet, o defensores de presencia como Ujfalusi o Heitinga, sumados al aporte de otros jugadores de buen rendimiento como los portugueses Simao y Maniche, o el argentino Maxi Rodríguez, entre otros, a los que hay que sumarle el acertado trabajo del entrenador mexicano Javier Aguirre.
El caso de Aguirre también es para ser atendido. En otros tiempos, algunas malas rachas pasajeras, como en estas dos temporadas tuvo el Atlético, hubieran generado la destitución o al menos, severas crisis. Sin embargo, y aún tratándose de momentos tensos, por lo que significa el club en España, la dirigencia optó por dejarlo trabajar y consolidar un proyecto, que ahora se encuentra en su mejor momento luego del espectacular inicio de Champions League con el 0-3 en Holanda al PSV Eindhoven y con dos goles de un Agüero que brilla en Europa cada vez más y que algunos ya comparan con su compatriota Messi en el liderazgo mundial.
Pero no todo pasa por la actualidad del equipo, sino también por la política institucional. Desde hace ya dos años que el Atlético ha llegado a un acuerdo con la alcaldía de Madrid y con la Comunidad de Madrid, para recalificar sus terrenos en la zona del río Manzanares, en el sur de la ciudad, para luego venderlos y trasladarse como local al estadio de La Peineta, que aunque hasta ahora se utilizaba para recitales, será ampliado en su capacidad hasta los setenta mil espectadores, con el propósito de operar como sede del fútbol olímpico si Madrid gana la sede para los Juegos de 2016, a los que se postula con mucha fuerza.
El estadio de La Peineta pertenece a la Comunidad de Madrid, y por el uso del mismo, el Atlético no pagaría nada, con lo cual podría cerrar un gran negocio para sus arcas y la posibilidad, como promete Cerezo, de armar un equipo con estrellas que podría pelear por los máximos objetivos en España y en Europa, porque se calcula que le podrían quedar en sus arcas cerca de 300 millones de euros, sin contar con otros negocios o el impacto mediático de grandes fichajes.
Por todas estas razones, hace ya rato que los rojiblancos o “colchoneros”, como también se los llama en la jerga futbolística, han dejado de ser ”el pupas” (nombre que simboliza la mala suerte) para pasar a ser una potencia europea y busca afanosamente recuperar al menos el tercer lugar en su país, que había perdido por sus malas adinistraciones en los últimos treinta años.
La afición va recuperando la credibilidad en el equipo y los negocios se van multiplicando. Ya a esta altura sería inconcebible que un alcalde confunda al Real Madrid con el Atlético, como le sucediera a Alvarez del Manzano en 1998, o a Harrison Ford cuando presentara la camiseta rojiblanca con la publicidad de “Indiana Jones” a finales de los noventa, gracias a los vínculos de Cerezo con la industria del cine.
Hoy, ya todos van sabiendo que el Atlético Madrid es un club grande de Europa y enfrentarlo no garantiza ningún éxito. Todo lo contrario, es un rival de cuidado, como antes de promediar los setenta.
Es el acierto de una política pensada a largo plazo.
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