La aparición del jeque Suleiman al-Fahim, dueño del Manchester City, contratando a Robinho, del Real Madrid, en 60 millones de euros, y adelantando que en el mercado de invierno podrá llegar a gastar otros 420 millones para fichar a Kaká y a Gianluiggi Bufón, y el impacto mediático de la aparición de un libro que denuncia resultados arreglados en partidos internacionales por apuestas clandestinas, vuelve a poner en el ojo de la tormenta la relación entre el fútbol y los capitales.
Desde ya hace una década que la FIFA viene advirtiendo los riesgos de la aparición de capitales poco claros en el fútbol mundial, y ahora hasta el propio presidente Joseph Blatter afirma no tener conocimiento de las tremendas afirmaciones del periodista canadiense Daclan Hill, quien en su reciente libro “The Fix, fútbol y crimen organizado”, se refiere concretamente a la corrupción en la Premier League y en partidos de los Mundiales de 1990, 1998 y 2006.
Hill entabla un diálogo con el agente de apuestas chino Lee Chen (nombre falso para proteger a su fuente), quien informa que durante el pasado Mundial 2006 se le pagaron 30.000 dólares per cápita a cada jugador de la selección de Ghana, y a dos dirigentes de la delegación, para que el equipo perdiera ante Brasil por más de dos goles de diferencia en los octavos de final (el partido finalizó 3-0 para los pentacampeones del mundo), y que el encargado de entregar el dinero fue el ex arquero del mismo país, Abukari Damba, quien si bien lo niega, está acusado de corromper en 2007 a un seleccionado sub-23 que se dejó vencer por su par iraní en un partido amistoso.
Asimismo, el muy buen jugador ghanés Stephen Appiah aceptó haber recibido 20.000 dólares de apostadores asiáticos “porque eran para que ganara mi partido” durante el Mundial sub-20 de Malasia en 1997 y volvió a recibir dinero durante los Juegos Olímpicos de 2004 en Atenas.
La falta de claridad sobre los capitales, y el creciente negocio de las apuestas en el fútbol, tornan cada vez más difícil el control sobre cada detalle en juego y sobre el origen del dinero, así como los fines de su uso.
No es casual que la Premier League inglesa, la principal liga del mundo, también esté rodeada de capitales privados en sus principales clubes animadores. Desde el Chelsea con los aportes del ruso Román Abramovich (que además controla directa e indirectamente varias entidades de Europa), que fue el que comenzó a quebrar el mercado, hasta la resistida llegada del magnate norteamericano Malcom Glazer (584 en el ranking de Forbes) al Manchester United, el fútbol británico se inundó de libras esterlinas y fue acercando a las principales estrellas, aunque un halo de desconfianza aparece en el entorno del espectáculo futbolístico.
También Liverpool tuvo que ceñirse a esta nueva etapa de capitales privados, con la compra de las acciones mayoritarias por parte de George Gillet y Tom Hicks, que significó, por ejemplo, un cambio en la continuidad institucional que llevó a ganar la quinta Champions League de la mano del español Rafa Benítez, que repentinamente vio cuestionado y hasta amenazado su cargo, cuando los nuevos magnates (ahora distanciados y con mutuas denuncias de amenazas) entablaron diálogos con Jürgen Klinsmann para reemplazar al entrenador, que estuvo a punto de hacer las maletas y marcharse.
No muy distinta es la historia del Arsenal, al que llegó el extraño magnate uzbeco Alsiher Usmanov, quien adquirió el 23 por ciento de las acciones. Acusado de asesino y violador (se lo relaciona con la muerte del periodista ruso Iván Safronov), los hinchas llegaron a recibirlo con carteles en el estadio que decían “Amo al Arsenal, pero odio a Usmanov”.
Si todos estos capitales de dudoso origen o de extraños movimientos, pueden a su vez relacionarse con aquel otro llegado de distintas clases de apuestas, el fútbol del más alto nivel entra en serio riesgo de credibilidad. ¿Cómo controlar a partir de ahora si un partido sin interés aparente, de dos equipos en posiciones no trascendentes en la tabla, no está arreglado para favorecer a apostadores? Todo parece muy complicado, si la FIFA no toma estrictas medidas de control.
Ya a finales de 2006, Blatter afirmó que la FIFA estudiaría la composición societaria de los principales clubes europeos y la llegada de capitales no reconocidos, pero por el momento no se han conocidos los resultados y libros como el de Hill agravan la situación.
En su momento, hemos escrito también sobre los cuestionados capitales rusos provenientes de los tiempos del presidente Boris Yeltsin, que dieron lugar a la aparición de multimillonarios que llevaron parte de sus fondos al fútbol y existen serias investigaciones de definiciones de torneos entre clubes cuyos propietarios se encuentran entroncados en operaciones económicas de dudoso origen.
Por ejemplo, cuando el Porto ganó la Champions League de 2004 ante el Mónaco, se comentó que el entrenador portugués José Mourinho rápidamente festejó la obtención del preciado torneo europeo en el yate de Román Abramovich y enseguida se conoció su contratación para dirigir al Chelsea, derrotado demasiado fácilmente por el Mónaco en semifinales. Por ese tiempo, se supo que el grupo de Abramovich negociaba quedarse con parte de las acciones del Mónaco.
El fútbol clama por la mayor claridad posible en sus cuentas.
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