Alguien dijo alguna vez que el fútbol es un sidecar. Muy difícil mantener un equilibrio y entonces cuando uno de los dos acérrimos rivales se encuentra en el mejor momento, casi por lógica el otro cae en una profunda depresión, por sí mismo y también, por influencia del otro, de su antítesis.
Esto sucede en la Argentina con River y Boca y desde ya que desde hace añares ocurre en España con el Real Madrid y el Barcelona. No hace falta ir muy lejos para comprobarlo. Hace escasas dos semanas, el propio entrenador de los “merengues” de la capital, Juande Ramos, aún con siete victorias consecutivas en la Liga, luego de un muy mal comienzo del equipo con su antecesor, Bernard Schuster, sostenía que nada se podía hacer para ganar el campeonato si el gran rival, es decir, el Barcelona, continuaba como puntero sin ceder tampoco ningún punto. Ramos reconocía que sólo le quedaba apostar a ganar la Champions League europea, lo que provocaba sorna en los hinchas rivales y en muchos de los propios, visto el caos institucional con la intempestiva renuncia del presidente Ramón Calderón, y el llamado a elecciones para mitad de año, lo que a su vez convertía al propio Ramos en un entrenador nuevo, y al mismo tiempo ya provisorio. Porque la comisión directiva electa seguramente traería a su propio entrenador para renovarlo todo.
El sidecar se completaba con lo opuesto en Cataluña. Un Barcelona arrasador, puntero con doce unidades de ventaja, con un promedio de más detrás goles, un fútbol espectacular que hizo que Ramos mismo lo llamara “el mejor Barcelona de la historia”, y con la mirada sobre las tres competencias al mismo tiempo: Liga, Champions y hasta Copa del Rey, en la que ya tiene casi asegurada la final.
Dos semanas después, apenas, la ventaja entre el Barcelona y el Real Madrid en liga es de siete puntos, cinco menos que antes, con un equipo azulgrana con serios problemas de ataque, jugadores lesionados y nerviosos, con su irascible delantero camerunés Samuel Eto’o amenazando, en el peor momento posible, que al terminar la temporada podría emigrar, y con varios jugadores en el peor momento del año, justo cuando hoy regresa la Champions en octavos de final, y espera el accesible Olympique de Lyon, que ha mejorado en el momento menos indicado en su propia liga. Pero lo más llamativo fue perder, como local, nada menos que ante su rival de la ciudad, el Espanyol, último hasta el domingo, y que hacía 27 años que no triunfaba en el Camp Nou. Allí no sólo se vio la peor versión de un Barcelona por primera vez presionado por tener que responder siempre al buen juego y a no caerse ante la dura persecución de su máximo rival de siempre (que hace dos años, con Fabio Capello, consiguió un título casi imposible que lo va asemejando mucho a lo actual), sino que el propio entrenador, adalid del fútbol ofensivo y lujoso, Josep Guardiola, se vio errático con los cambios y desbordado por la situación de un planteo adversario, a la italiana, que no le dio respiros, le cortó el juego, y se manejó de manera inteligente por parte del argentino Mauricio Pochettino, ex jugador y símbolo del club azul y blanco.
Y como no podía ser de otra manera, si el Barcelona entra en un cono de dudas y miedos, y presiones de su máximo adversario, éste crece como nunca, y va saliendo lentamente de la cueva, con dos goleadores implacables como el incansable Raúl González, y Gonzalo Higuaín (¿hasta cuándo va a esperar Diego Maradona para darle por fin una oportunidad en la selección?), y lo que antes eran victorias aburridas por el eterno 1-0, se transformaron en un 0-4 contra el Sporting en Gijón, y un 6-1 ante el Betis en el Santiago Bernabeu, y no sólo eso, sino que para mañana, el ánimo es el mejor para recibir al Liverpool, al que casualmente le afectará que su mejor jugador, Steven Gerrad, regresa tras tres semanas de ausencia por lesión.
Más que nunca, queda claro que el fútbol forma parte de este sidecar entre grandes rivales y que lo que hace dos semanas era de una forma, hoy es de otra. Si el Barcelona era seguro campeón de liga y acaso de Champions, hoy ya no lo es. Y si el Real Madrid aburría a todos y terminaría una temporada en blanco, ya nadie lo firmaría.
Es esto hermoso que tiene el fútbol y que, entre tantas otras cosas genera tanto magnetismo.
Esto sucede en la Argentina con River y Boca y desde ya que desde hace añares ocurre en España con el Real Madrid y el Barcelona. No hace falta ir muy lejos para comprobarlo. Hace escasas dos semanas, el propio entrenador de los “merengues” de la capital, Juande Ramos, aún con siete victorias consecutivas en la Liga, luego de un muy mal comienzo del equipo con su antecesor, Bernard Schuster, sostenía que nada se podía hacer para ganar el campeonato si el gran rival, es decir, el Barcelona, continuaba como puntero sin ceder tampoco ningún punto. Ramos reconocía que sólo le quedaba apostar a ganar la Champions League europea, lo que provocaba sorna en los hinchas rivales y en muchos de los propios, visto el caos institucional con la intempestiva renuncia del presidente Ramón Calderón, y el llamado a elecciones para mitad de año, lo que a su vez convertía al propio Ramos en un entrenador nuevo, y al mismo tiempo ya provisorio. Porque la comisión directiva electa seguramente traería a su propio entrenador para renovarlo todo.
El sidecar se completaba con lo opuesto en Cataluña. Un Barcelona arrasador, puntero con doce unidades de ventaja, con un promedio de más detrás goles, un fútbol espectacular que hizo que Ramos mismo lo llamara “el mejor Barcelona de la historia”, y con la mirada sobre las tres competencias al mismo tiempo: Liga, Champions y hasta Copa del Rey, en la que ya tiene casi asegurada la final.
Dos semanas después, apenas, la ventaja entre el Barcelona y el Real Madrid en liga es de siete puntos, cinco menos que antes, con un equipo azulgrana con serios problemas de ataque, jugadores lesionados y nerviosos, con su irascible delantero camerunés Samuel Eto’o amenazando, en el peor momento posible, que al terminar la temporada podría emigrar, y con varios jugadores en el peor momento del año, justo cuando hoy regresa la Champions en octavos de final, y espera el accesible Olympique de Lyon, que ha mejorado en el momento menos indicado en su propia liga. Pero lo más llamativo fue perder, como local, nada menos que ante su rival de la ciudad, el Espanyol, último hasta el domingo, y que hacía 27 años que no triunfaba en el Camp Nou. Allí no sólo se vio la peor versión de un Barcelona por primera vez presionado por tener que responder siempre al buen juego y a no caerse ante la dura persecución de su máximo rival de siempre (que hace dos años, con Fabio Capello, consiguió un título casi imposible que lo va asemejando mucho a lo actual), sino que el propio entrenador, adalid del fútbol ofensivo y lujoso, Josep Guardiola, se vio errático con los cambios y desbordado por la situación de un planteo adversario, a la italiana, que no le dio respiros, le cortó el juego, y se manejó de manera inteligente por parte del argentino Mauricio Pochettino, ex jugador y símbolo del club azul y blanco.
Y como no podía ser de otra manera, si el Barcelona entra en un cono de dudas y miedos, y presiones de su máximo adversario, éste crece como nunca, y va saliendo lentamente de la cueva, con dos goleadores implacables como el incansable Raúl González, y Gonzalo Higuaín (¿hasta cuándo va a esperar Diego Maradona para darle por fin una oportunidad en la selección?), y lo que antes eran victorias aburridas por el eterno 1-0, se transformaron en un 0-4 contra el Sporting en Gijón, y un 6-1 ante el Betis en el Santiago Bernabeu, y no sólo eso, sino que para mañana, el ánimo es el mejor para recibir al Liverpool, al que casualmente le afectará que su mejor jugador, Steven Gerrad, regresa tras tres semanas de ausencia por lesión.
Más que nunca, queda claro que el fútbol forma parte de este sidecar entre grandes rivales y que lo que hace dos semanas era de una forma, hoy es de otra. Si el Barcelona era seguro campeón de liga y acaso de Champions, hoy ya no lo es. Y si el Real Madrid aburría a todos y terminaría una temporada en blanco, ya nadie lo firmaría.
Es esto hermoso que tiene el fútbol y que, entre tantas otras cosas genera tanto magnetismo.