jueves, 30 de junio de 2011

El discurso de la soledad ante el poder


Ayer se cumplieron 25 años de la consagración como campeona mundial de la selección argentina en México, y casualidad o no, nos reencontramos con el colega cordobés, recientemente diputado nacional, Arturo Miguel Heredia, recordando aquellos viejos (y gloriosos) tiempos.
Heredia, para quien trabajé en aquella final ante los alemanes en el estadio Azteca, recordaba anécdotas del vestuario tras la final, de los festejos en un ambiente irrespirable, en el que se produjo el desmayo del entonces jefe de deportes del diario “La Nación”, Carlos Muñiz, que tuvo que ser atendido en una camilla, mientras Eduardo Cresmasco, ex goleador de Estudiantes y dueño del restaurante “Mi Viejo” en el pituco barrio de Polanco, controlaba la puerta tratando de que nadie más ingresara a aquél recinto que era un baño turco.
Con los años, Jorge Valdano reveló que en los festejos en la intimidad, una vez regresados los jugadores de levantar la Copa FIFA, la mayoría de ellos cantaba “Argentina ya salió campeón, se lo dedicamo’a todos, la rep..” y lo que sigue, que muchos se lo podrán imaginar. Y el ex director deportivo del Real Madrid, reflexionaba que ese cántico no era precisamente algo que hablara bien de la sociedad argentina, precisamente.
En la Argentina, desde hace ya muchos años, y no casualmente, se instaló, en especial en el deporte, la idea conspirativa de que todo está en nuestra contra, y que siempre hay movimientos pensados para despojarnos de algo que, naturalmente, nos merecemos por ser superiores.
La idea de “dedicarle a todos” un logro, en aquel caso un título mundial, intenta darle un tono heroico, de lucha contra todo tipo de adversidades, entre las que normalmente se incluye el contubernio entre los distintos poderes para derribar lo que de otra forma, ocurriría de manera natural. Es decir, se parte de una base de una natural superioridad, para que en caso de no conseguir el objetivo, se pueda endilgar a otros la responsabilidad, en vez de hacerse cargo de la situación.
Dicho de otra forma, en el éxito, nosotros somos los responsables pero en la derrota, el problema está en el afuera, y son los poderes (de cualquier tipo) los que atentan contra nosotros por saber que somos superiores y por distintas razones, quieren trabar nuestro destino y tenemos que luchar contra todo aquello.
Si hay alguien que personifica como pocos este discurso es Diego Maradona, siempre en búsqueda de un poder al que oponerse, sea la FIFA, la AFA, Duhalde, Blatter, Pelé, Grondona o Havelange (o Bush).
Y Daniel Passarella, así como Maradona, fueron integrantes (con muy distinta influencia, por cierto) del Mundial de México 1986 y son protagonistas, ahora, de esta idea de los poderes que atentan contra nuestros objetivos.
Passarella, a duras penas acepta que pudo haberse equivocado por haber ido a la AFA a decirle a Julio Grondona que tenía que irse, tras el último superclásico, y aún en ese caso, si hubo un error, fue de tipo temporal. Es decir, no en el hecho de ir, sino “cuándo” ir.
Más profundo, aún, Passarella insiste en que el descenso de River tiene más que ver con el afuera, con un contubernio que vendría desde la AFA, para que su club llegara al Nacional B, justificándolo en cómo la institución madre del fútbol argentino hizo la vista gorda ante los desaguisados de su antecesor, José María Aguilar, aunque nada dice de que Erik Lamela haya jugado hasta acumular siete amarillas, por un uso muy particular del artículo 225, en reemplazo del peruano Josepmir Ballón, con una lesión cuya recuperación pareció estar a cargo del general Alais.
Tampoco se refiere Passarella a los minutos de descuento aplicados por los árbitros en partidos en los que River no podía resolver, ojos cerrados para no ver manos y faltas de sus jugadores, o la impericia de sus entrenadores para sacar adelante a sus planteles y la falta de gol de sus equipos, o los errores, lamentables (por ser un gran arquero, en general) de Juan Pablo Carrizo.
Menos que menos reconoce el káiser el vínculo de varios de sus dirigentes con la barra brava, que, está ya comprobado, acudió al vestuario del árbitro Sergio Pezzota, en el entretiempo del partido ante Belgrano, para amenazarlo, cuando ya en la ida de la Promoción, había invadido la cancha sin que sus integrantes fueran a la cárcel y sin que el partido se suspendiera, como correspondía, al igual que el de la vuelta. Por lo mismo, se suspendió en el entretiempo aquel Gimnasia-Boca que dirigió Daniel Giménez.
Passarella pretende ahora ser recibido nada menos que por la presidente Cristina Fernández de Kirchner, sin aceptar las sanciones que puedan provenir de la Muinicipalidad de Buenos Aires en cuanto al estadio, o de la AFA en cuanto a la pérdida de puntos, ni aunque esas sanciones, justamente por ser River, sean inferiores a lo que debieran ser y por ende, injustas y que lo benefician, no lo perjudican.
Los hinchas, en general, creen que el contubernio comienza en el pacto AFA-Clarín para que TyC Sports, que tiene los derechos de TV para el Nacional B, recupere posiciones con el botín de River, y con el supuesto odio que Grondona tendría por el káiser.
Y los periodistas “partidarios”, o “cercanos” (por no decir directamente hinchas que toman posición por el club, pero trabajan en medios y hacen de neutrales) dan a entender que River no tenía peso en la AFA, escondiendo que quieren decir que el club no presionó lo suficiente para que le asignaran “árbitros potables” (amigos), además de adscribir a la teoría conspirativa de AFA, Clarín, el Gobierno o quien sea, según el caso.
Maradona, y Oscar Ruggeri, aprovechan su enemistad con Grondona para colocarse del lado de Passarella y alimentar la idea de contubernio.
Pocos son los que, más humildes, reconocen que River descendió porque, tras seis campeonatos, tres temporadas completas, no pudo sacar mejores resultados, ni armar equipos que valieran la pena, por sus propios problemas institucionales o deportivos.
Algo así como pasar del “se lo dedicamos a todos” al “los responsabilizamos a todos”.

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