A esta altura del ciclo del seleccionado argentino,
perder no es lo peor, ni siquiera aunque el rival sea nada menos que el gran
clásico rival, Brasil. Tampoco, que el resultado haya sido por dos goles de
diferencia y que haya podido ser mucho más amplio, aún sin merecerlo.
El mayor déficit del equipo de Gerardo Martino
proviene de que han comenzado a aparecer algunas fallas en el sistema que
pueden ser importantes si no se corrigen a tiempo, en especial, dos de ellas:
lo posicional, y el marcaje.
Hoy, aunque el resultado indique lo contrario, el
mejor equipo que pueda armar el fútbol argentino es mejor que el que pueda
armar Brasil. Es una cuestión generacional, acaso con algo de fortuito (aunque
suele haber siempre cuestiones causales antes que casuales en todo fenómeno
social, por más pequeño que resulte), pero en estos años es así, porque Martino
cuenta con una pluralidad mayor en calidad que Dunga a la hora de elegir a sus
dirigidos.
Así es que para este Superclásico de las Américas de
Pekín, luego de mucho tiempo, el equipo argentino llegaba como favorito ante el
brasileño y los primeros veinte minutos demostraron por qué.
El conjunto argentino no sólo tuvo casi total
dominio de la pelota, sino que tuvo gran precisión en velocidad y creó varias
ocasiones de gol, pero como en la final del Mundial, ante los alemanes, incluso
con más reiteración, esas jugadas no se concretaron, la presión bajó, los
rivales comenzaron a respirar y a alejarse de su área, y se fueron encontrando
con errores defensivos que capitalizaron a partir de la contundencia de Diego
Tardelli (¿por qué no jugó en vez de Fred en el Mundial?) y la gran habilidad
de Neymar.
Es saludable (lo dijimos antes del partido y lo
decimos ahora que ya terminó) que el seleccionado argentino intente jugar con
un número diez, sea Erik Lamela, Javier Pastore, o que baje unos metros Lionel
Messi. Pero un armador de juego, alguien que pueda organizar al equipo en
ataque, aunque ya no sea el diez que hemos conocido hasta hace muy poco y que
hoy ya lucen en su camiseta los muy veteranos como Juan Riquelme, Pablo Aimar o
Andrés D’alessandro, permite que el juego ya no sea tan vertiginoso y de ida y
vuelta como en casi todo el ciclo anterior con Alejandro Sabella, a excepción
de los cuatro partidos finales del Mundial 2014.
Eso no genera que el equipo argentino sea menos
ofensivo sino al contrario. Hace que además de un armador, o un jugador cercano
a la línea del ataque pero con mayor dominio de balón, se sume a Messi, a
Agüero o Higuaín, a un volante con llegada por la derecha (en este caso,
Roberto Pereyra), y a Angel Di María por el otro lado. Prácticamente, cinco
jugadores para atacar contra cuatro del ciclo anterior.
Lo que sucedió ahora es que el equipo argentino se
desequilibró un poco en sus espaldas, todavía no encontró rodaje para este
cambio, que habrá que seguir viendo si seguirá de esta forma o ya para los
partidos de noviembre retornará Lucas Biglia para acompañar a Javier Mascherano
(no es seguro, porque Fernando Gago sí viajó a Pekín pero Martino no dispuso de
él), y en especial, tuvo serios problemas en algunas marcas.
Se sabía, por cómo han sido siempre los equipos de
Dunga, que Brasil apostaría al error, y en esta oportunidad, hubo muchos en el
fondo. En el primer gol, Federico Fernández chocó con pablo Zabaleta en un
despeje, dejando solo a Tardelli, y en el segundo, David Luiz, siendo de más
baja estatura, le gana claramente el salto al mismo Fernñández para bajarle la
pelota a Tardelli.
Del otro lado del campo, preocupa que Agüero
continue en una mala racha, y que Messi parezca el de los últimos tiempos en el
Barcelona (por más que los medios catalanes lo ensalcen a base de puras
estadísticas para un jugador que sobra, con poco, al resto de sus compañeros y
rivales), pero son delanteros que siempre han convertido y que así como
fallaron, pueden volver a su contundencia habitual.
Los mayores problemas pasan por los altibajos
durante el partido, de veinte minutos excelentes y de ritmo sostenido, a una
desaparición formal en casi todo el campo y desconexión en las líneas, dando
lugar a intentos individuales o remates de media distancia, o una zaga central
que no dio nunca mucha seguridad.
Este Brasil no es como otros que metían miedo. Es,
más bien, un equipo utilitario, dispuesto a sacar partido de sus mejores
jugadores, y de cada error del adversario pero poco más.
Este seleccionado argentino había tenido un
auspicioso comienzo ante Alemania y parecía que repetía la actuación aquella en
los primeros minutos ante Brasil, pero luego apareció otra faceta, que habrá
que estudiar y trabajar para generar los cambios necesarios.
Perder es una anécdota y no es más que un amistoso,
aunque a nadie le guste. Lo importante, ahora, es no perder de vista el manejo
de los espacios, el no descuidar las espaldas, tener una defensa segura, y que
en el ataque jueguen los que mejor están, sin atarse a los nombres rutilantes.
Jugadores hay, y tiempo, por ahora, también.
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