¿Qué sería de Boca Juniors sin River Plate, y qué
sería de River Plate sin Boca Juniors? Imposible, para un hincha de cualquiera
de los dos de estos días, y de casi todo el siglo XX en adelante, poder
responderlo. Son tantas cuestiones las que se ponen en juego, es tan grande la
rivalidad, que ha trascendido las fronteras argentinas para terminar
conformando ambos, juntos, uno de los clásicos más apasionantes del planeta.
Es que Boca y River, que van a enfrentarse desde el
próximo domingo por tres veces en doce días, una por el campeonato (al que
llegan como punteros e invictos en diez fechas) y dos por la Copa Libertadores
de América (los xeneizes como mejores primeros de todos, y los millonarios como
los peores segundos), reúnen todas las condiciones, juntan todos los boletos,
como para acaparar la atención de todo futbolero que se precie de tal.
Se ha estudiado la rivalidad desde la representación
de clases sociales contrapuestas (Boca, como sinónimo de pueblo, del
inmigrante, del “cabecita negra”, del oprimido, del villero; River, como el de
la clase social acomodada, los ricos, el glamour, la clase dominante, el poder)
aunque hoy todo se haya entremezclado, y los de la banda roja atraviesen una
crisis económica de la que lentamente van saliendo, y los azul y oro hayan
atravesado una década fashion, con muchos títulos en sus vitrinas y una
situación más acomodada.
También se los ha estudiado, desde las ciencias
sociales, por el proyecto contrapuesto de los puertos de Buenos Aires. El gran
investigador Amílcar Romero (mucho menos consultado por la prensa de lo que
debiera), analiza que Boca y River reúnen también representaciones, el primero,
del proyecto de puerto popular, el del ingeniero Luis Huergo, y el segundo, el
del puerto elitista, el del comerciante Eduardo Madero, que es el que
finalmente triunfó en la capital argentina.
Pero también hay una historia de lucha por el barrio
de la Boca, del que los dos son originarios, y siendo los xeneizes un club que
aún estaba en Segunda División (fue fundado en 1905, cuatro años después que
los millonarios), y River en Primera, una importante encuesta entre los vecinos
determinó que los más pobres eran más
seguidos que los ricos, que entonces emprendieron su retirada hacia zonas más
pudientes, por Palermo, Belgrano y Núñez, donde recalaron defintiivamente.
River fue el del paladar negro, el de los grandes
cracks, el de las mágicas divisiones inferiores que hasta hace poco nutrieron a
las selecciones argentinas. Boca, la
garra, la estirpe, la presencia, aunque no exenta de buen fútbol . En los
primeros años, River, junto a Independiente y Racing fue considerado por los
historiadores como integrando el grupo de los equipos con técnica, y Boca,
junto a San Lorenzo y Huracán, los de fuerza.
Otros tiempos, otras divisiones, hoy todo mucho más
mezclado, menos dividido en esas cuestiones, aunque quedan los rasgos de
identidad de cada uno, aunque siempre fue igual: se necesitan para ser ellos mismos,
con el único hecho que quebró la paridad que existió siempre: el descenso de
River en 2011, que marca en ese sentido un antes y un después en la relación.
De hecho, Boca es el único equipo que jugó todos los torneos del
profesionalismo desde 1931.
Esta antinomia entre Boca y River fue abordada en 2013 por el gran Rodolfo
Braceli en su maravilloso libro “Querido enemigo”.
Braceli sostiene en su libro, que cuando River
descendió, por un año las dos hinchadas padecieron el síndrome de la falta del
enemigo, desasosiego latente en tantos hinchas de Boca de años recientes,
aunque hayan aparecido carteles burlones que decían “Yo te vi en la B” o los
que en las tribunas portaban sábanas representando al fantasma tan temido.
¿Boca llega mejor que River a estos partidos? La
usanza de la prensa cotidiana indica que sí, que los dirigidos por Rodolfo
Arruabarrena no sólo tienen una campaña más sólida en la Copa Libertadores (lo
que hizo que la serie se defina en la Bombonera) sino que llevan invictos el
2015. Los de Marcelo Gallardo, que parecían irse recuperando, sorpresivamente
cayeron el pasado sábado en San Juan ante Huracán por la Supercopa Argentina.
Sin embargo, bien dice Gallardo que una vez que su
equipo pasó “por la ventanita” a los octavos de final, será difícil que lo
paren, algo así como que no se puede matar al muerto. El peso, sin dudas, lo
lleva Boca, no sólo por los rendimientos comparados, sino por la reciente
eliminación a manos de su rival en la Copa Sudamericana de fines de 2014,
aunque el último choque importante por la Copa Libertadores, en 2004, cuando se
probó por primera vez la experiencia sin hinchadas rivales, fue Boca el que
accedió a la final tras dos partidos infartantes, que la semana pasada recreó
desde Italia Carlos Tévez, en un gol de la Juventus, con el símbolo de la
gallinita en los festejos.
Las hinchadas es otro de los temas. Si durante
tantos años se insistió con los Superclásicos, también fue por el color
inigualable de los hinchas gritándose de tablón a tablón, de tribuna a tribuna,
de canción a canción. La picaresca, los papelitos, el palpitar el partido desde
la tercera, reserva y primera, los cambios de ánimo. Todo eso se va esfumando,
perdiendo, porque hoy, parece que no pueden convivir en un mismo espacio
social, un gran fracaso colectivo.
Por todo aquello que los une, aunque al mismo tiempo
los separa, que Boca y River logren mantenernos en vilo por el fútbol, por el
juego. Que sigan siendo “queridos enemigos” y que por años, recordemos estos
tres partidos, que los podamos disfrutar.
Tanta rica historia lo merece.