Pasó la primera de las dos jornadas de la ida de los
cuartos de final de la Champions League: Atlético Madrid y Real Madrid
empataron 0-0 en un partido duro, intenso, hablado hasta por los codos y con
tres buenas atajadas del arquero esloveno rojiblanco Jan Oblak. Juventus, como
local, le ganó 1-0 al Mónaco con un penal muy discutido al español Alvaro
Morata, que acabó convirtiendo el chileno Arturo Vidal. Y alguna que otra
llegada más.
En ese partido, en Turín, jugó Carlos Tévez, de
quien trascendieron declaraciones al diario “La Repubblica” de Italia, en las
que no sólo dijo que quería regresar a Boca para jugar y luego intentar ser
presidente del club, sino que reconoció, cuando le consultaron si el actual es
su mejor momento en el fútbol, que no es así y que “en Boca volaba”.
Es decir, Tévez no dijo que su mejor momento fue en
Manchester United, donde fue campeón de liga, europeo y mundial en 2008, ni en
Manchester City, en el que también fue campeón de la Premier League, ni
siquiera en el West Ham, al que salvó del descenso en pocos partidos jugados,
en los que metió goles a todos los
grandes de Inglaterra.
Tévez se refirió a su paso por Boca entre 2002 y
2004, cuando se dio el lujo de hilvanar jugadas memorables. Tévez juega y es
absoluta figura de una Juventus que no llega a una final de Champions League
desde 2003, y a punto de consagrarse campeón de la Serie A por cuarto año
consecutivo, en la que cuatro de los
cinco goleadores del certamen son él mismo, Mauro Icardi, Gonzalo Higuaín y
Paulo Dybala, entre los que apenas si se meten el francés Jérémy Ménez y el
local, Luca Toni.
Es que, como diría el recientemente fallecido gran
escritor uruguayo Eduardo Galeano, el
mismo de “Su majestad, el fútbol” y “Fútbol, a sol y a sombra”, somos “mendigos
del buen fútbol” y éste, quieran que no, viene muchas veces de la mano de los
argentinos, o para abrir el abanico, de los sudamericanos.
Galeano,
quien con su pluma excepcional caracterizó como pocos a Latinoamérica
con sus notables pinceladas, tuvo al buen fútbol, a ese que muchos se olvidan
de su existencia para llevarlo a una mesa con tablas de calcular o pretenden
compararlo con las matemáticas cual si fuera una ciencia exacta, como mito y
estandarte, y como parte de sus más nobles aspiraciones, una vez que entendió
que no podía jugarlo él mismo más que en su imaginación.
“Si hay una certeza en la vida, a los 35 años, es
que no seremos ya el número nueve de Boca”, suele decir, con un enorme grado de
acierto, otro gran pensador del fútbol como Alejandro Dolina. Y Galeano se
permitió escribir páginas hermosas para contarnos historias, emociones.
Como aquella, cierta o no, ya no importa, sobre el
gran capitán de la selección uruguaya campeona del mundo en Brasil en 1950, que
al terminar el histórico partido aquél del Maracaná con la victoria celeste
2-1, enojado con sus dirigentes de la Asociación Uruguaya por lo ocurrido en el
túnel antes de saltar al césped (aquella historia que tan bien canta el también
oriental Jaime Roos, “los de afuera son de palo”, como el corpulento Varela
arengó a sus compañeros para que no hagan caso a los conformistas de la
derrota), prefirió salir solo por las calles de Río de Janeiro, en donde se
impregnó de la tristeza popular hasta terminar abrazado a algunos de los
cariocas, perdido entre los bares.
No importa si esa historia fue cierta o no. Vale la
imaginación de Galeano, porque como decía otro célebre escritor ya fallecido,
el colombiano Gabriel García Márquez, somos selectivos cuando narramos y
siempre aparece nuestra subjetividad y nuestro deseo de que algo haya ocurrido.
Y en esas historias de lo que tal vez pudo ocurrir,
este cronista se dio el gran placer de participar junto a Galeano, Víctor Hugo
Morales, Osvaldo Bayer, Jorge Valdano y Gary Lineker, entre otros, de la
película “El Mundial olvidado”, de los italianos Lorenzo Garzella y Filippo
Macelloni, basada en “El hijo de Buch Cassidy”, el cuento de otro grande,
Osvaldo Soriano, sobre un supuesto Mundial de 1942 en la Patagonia, en cuya
final se habrían enfrentado alemanes nazis e indios mapuches.
Galeano escribió para los de abajo, para los
humildes. Pensó en ellos y en darle entidad a un continente latinoamericano
perdido entre las luces de los Estados Unidos. Y lo hizo con un gran talento,
especialmente en los textos cortos, donde más se destacó.
Por suerte para todos nosotros, el fútbol también
ocupó parte de su obra desde la fina sensibilidad, y desde aquella exigencia
que sólo puede nacer en un sudamericano para que el resultado no pueda opacar
al placer, para resaltar la finta, la gambeta, el amague, la cortina, eso que
hoy parece en extinción en buena parte del planeta, en estos tiempos de los ceroacero justificados desde el desdén
tacticista por el espectáculo y a favor del negocio de unos pocos en desmedro
de una mayoría resignada.
Y hoy juega el Barcelona en Francia ante el PSG. El
genio de Lionel Messi, al que Galeano también describió como pocos, así como al
genio rebelde de Diego Maradona, enfrentando a otro supercrack como el sueco
Zlatan Ibrahimovic, y tendremos, tal vez en el mismo partido, a Andrés Iniesta,
y a Xavi Hernández (si el director técnico Luis Enrique acaba con su fobia
contra el gran organizador culé), y acaso vivamos una fiesta que vivimos
postergando esperando que aparezcan esos instantes mágicos que el fútbol nos
puede brindar.
Y lo esperamos como el agua, porque en esta travesía
por el desierto del posibilismo, no abunda. Somos, al cabo, mendigos del buen
fútbol. Galeano no se equivocaba. Tampoco cuando ante los grandes acontecimientos
de la pelota, escribía (y pensaba) “Cerrado por fútbol”.
Hoy es uno de esos días. Que el homenaje a Galeano
no sea un minuto de silencio. Que sea un caño, una finta, una gambeta, un tiro
libre de los que Messi es capaz, una cortina.
@sergiole en Twitter
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