«La
llegada de Guardiola se produjo en un momento en el que nosotros veníamos de
dos años sin conseguir nada, veníamos mal anímicamente, él encontró un
vestuario roto y la manera de trabajar, de ser, de transmitir su mensaje, la
confianza que daba, ayudó a que todo cambiara. Tiene una personalidad para
enfrentarse a cualquiera cuando tiene sus ideas claras.»
Varios
años después de aquel 2008, Lionel Messi pudo recordar así la llegada y la
incidencia de Josep Guardiola a su Barcelona y cómo fue transformando al
equipo. Tanto, que cuando anunció que se iba, que ya no seguiría siendo el
entrenador, en 2012, el genio argentino ni siquiera pudo estar presente en la
sala, angustiado y sabiendo que las cámaras fotográficas y de TV se harían un
banquete con su rostro.
La
relación de hoy, mucho más distante, entre dos superstars del fútbol, ya no es
lo que era, lo que cuenta el crack en esta entrevista para la TV argentina que
recoge en su brillante libro, “Messi” (2014), el periodista Guillem Balagué.
“Ahora
vivo en Munich. Allí estaré, si me necesitas”, fue lo que Guardiola le dijo a
Balagué, autor también del libro “Pep Guardiola, la otra forma de ganar”
(2013), sobre lo que le diría al crack en este tiempo, es decir, quien tal vez
conozca mejor que nadie, en el mundo, a los dos personajes que por primera vez
en su vida deberán enfrentarse por las semifinales de la Champions League, uno,
como siempre, jugando para el Barcelona, y el otro, como entrenador del Bayern
Munich, luego de haber convivido por años de gloria azulgrana.
Esta
relación implicó una primera etapa compleja, en la que Pep tuvo que recostarse
mucho en su ayudante, Manel Estiarte, para comprender la estructura de la
personalidad del chico argentino, que no lo saludaba al principio, en los
primeros entrenamientos en la pretemporada de Saint Andrews, Escocia.
Estiarte,
acaso el Messi del waterpolo en su tiempo, comprendió lo que ocurría: el
argentino deseaba ir con su selección a los Juegos Olímpicos de Pekín y el Barcelona
le había ganado la pulseada a la AFA. Pero Guardiola ya comenzó a demostrar su
flexibilidad y humanismo, y pidió al presidente Joan Laporta que lo liberara.
Messi fue a China, ganó la medalla dorada, y entregó todo lo que tenía en años
memorables, que el mundo del fútbol atesorará por siempre. Había valido la
pena.
En
esos cuatro años, Pep y Leo generaron con el Barcelona una sinergia especial,
el mejor fútbol posible, y arrasaron con todos los títulos hasta llegar a que
tres jugadores del club integraran la terna por el Balón de Oro FIFA World
Player.
Sin
embargo, Balagué cuenta en su libro que Oyendo hablar a Guardiola “da la
impresión de que su época en el Barcelona fue como uno de esos memorables
veranos: intensos, fructíferos, que se recuerdan con una profunda melancolía,
que crean lazos que parecen indestructibles, pero que al acabar se descubre que
las relaciones creadas pertenecen únicamente a ese momento y que, una vez
dejadas atrás, son imposibles de recuperar”.
Parece
ya lejano aquel glorioso 5-0 al Real Madrid de José Mourinho, y hasta el 4-0 al
Bayern Munich, que los encontró juntos, del mismo lado, y con un Messi todavía
extremo derecho, antes de que Guardiola lo moldeara y le encontrara una
posición de “falso 9”, que daría tremendos resultados pero que generaría una
nueva necesidad de comprensión del entrenador sobre que de nada valían fichajes
de goleadores que terminaban obstaculizando al crack, como Zlatan Ibrahimovic o
David Villa.
Hoy,
ya en equipos enfrentados, en semifinales de Champions League, Messi es otro,
un falso extremo que arranca mucho más hacia adentro que antes, mucho más dueño del
equipo que en tiempos de Guardiola, pero el entrenador también es otro:
alguien que habla alemán cada día más fluido, y que fue modelando y cambiando
la estructura mental y futbolística de un club que tenía otra tradición y al
que tuvo que adaptar a los nuevos tiempos.
Probablemente, Guardiola haya comenzado
a irse del Barcelona en buena parte por Messi, aunque de manera indirecta. Fue
cuando entendió que entre tantas presiones vividas en ese tiempo, por mantener
el nivel y la exigencia, y ante la dificultad por imponer criterios (aún dentro
de lo razonable) a un genio que se lo devoraba todo, lo mejor era tomarse un
descanso y buscar otros rumbos.
Sin embargo, se siguen admirando
mutuamente. No hacen falta declaraciones. Se pudo ver a Guardiola en el palco
del Camp Nou disfrutando como un niño ante cada jugada de Messi, en esta misma
temporada, y el abrazo que se dieron en el Vicente Calderón en aquella última
final de Copa del Rey ante el Athletic de Bilbao, cuando el ciclo que
compartieron, se terminaba.
Pep llegará al Camp Nou con un nuevo
Bayern, el de la posesión y los cracks de buen pie, que hasta viste muchas
veces una camiseta blaugrana, y Messi, con un Barcelona que intenta renovarse, y
con un ex compañero de Guardiola en sus tiempos de jugador, Luis Enrique.
Pep sabe, y lo dice, que nunca más
tendrá un jugador como Messi en sus filas. Leo sabe, y lo dice, que Pep ha sido
el entrenador que más ha influido en su juego.
Que se enfrenten desde el Bayern Munich
y el Barcelona es apenas una circunstancia de la vida, aunque abunden los
flashes, los micrófonos, y las crónicas.
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