Tras aquella crisis de Anoeta contra la Real
Sociedad, parecía que de a poco, los planetas se habían alineado en el
Barcelona. Los resultados comenzaron a acompañar, con ellos llegó la calma en
la plantilla, los jugadores comenzaron a encadenar triunfos y títulos hasta
totalizar cinco de seis en la pasada temporada, y ya nadie se acordó de alguna
ausencia de Lionel Messi a un entrenamiento, o de Gerard Piqué hablando por su
teléfono móvil sentado en el banquillo.
Las sonrisas le ganaron ampliamente a las críticas y
ya no se volvió a mencionar ningún problema entre la plantilla y su entrenador,
Luis Enrique, y el Barcelona luce hoy en su camiseta el escudo de campeón
mundial de clubes 2015.
Esa racha triunfadora se fue extendiendo para la
temporada 2015/16 y aún con una larga ausencia de su máxima estrella, Messi,
por lesión, y una plantilla corta por la imposibilidad de fichar jugadores
hasta el 31 de diciembre pasado por la sanción de la FIFA, el Barcelona se las
fue arreglando como para seguir manteniendo buenos rendimientos con lo que
tenía en casa y la continuidad que fue adquiriendo Sergi Roberto, la mejor
figura de los emergentes.
Sin embargo, 2016 se presenta algo extraño. No tanto
en los resultados, que siguen siendo favorables, sino por ciertos movimientos
tácticos que se comenzaron a ver en el partido de vuelta de los octavos de
final de la Copa del Rey ante el Espanyol en Corneliá, y que luego ya se
profundizaron en San Mamés en los cuartos de final del mismo certamen, y ante
el Málaga en La Rosaleda por la Liga Española.
En los tres partidos mencionados, todos en los que
el Barcelona tuvo que jugar como visitante, se fue notando un retroceso del
equipo de Luis Enrique de varios metros, al punto de dar la sensación de que
prefería aguantar los resultados mucho más que dominar las acciones del juego,
algo que siempre caracterizó al equipo en los últimos años.
No es que sea una táctica inaceptable o que sea
fuera del reglamento. Lo llamativo es que el Barcelona nunca se valió en estos
tiempos de estos sistemas, y que no parece haber un factor particular que haya
ameritado este cambio tan profundo.
También es cierto que si nos guiamos por los
resultados finales, poco queda por decir porque el Barcelona está a punto de
clasificarse para las semifinales de la Copa del Rey y sigue líder en la Liga,
incluso con mejores perspectivas dado que el Atlético Madrid no pudo superar en
casa al Sevilla y que el Real Madrid se dejó dos puntos impensados ante el Betis
en el Benito Villamarín.
Sin embargo, no todo son los resultados, y el tema
pasa por el juego y por una actitud especulativa que hacía rato que no se veía
en un equipo del Barcelona y que el propio Luis Enrique reconoció que no es de
su gusto al calificar la primera parte ante el Málaga como “nefasta” aún cuando
se ganó ese partido.
Lo que se observa es que el Barcelona parece pasar
por unos días en los que del medio hacia atrás perdió parte de la confianza en
el tratamiento del balón, en la forma de hacerlo jugar, en algunas dudas en la
marca y en lo posicional.
Puede deberse en parte a la ausencia de Piqué, con
voz de mando en la última línea, a los problemas extra-deportivos que en esta
semana atravesó Javier Mascherano con el tema impositivo en Cataluña o el muy
mal partido jugado por Vermaelen, pero pocas veces se vio en la parte defensiva
a un Barcelona tan complicado y con tantas dificultades ante un rival que no es
de los más agresivos, si bien históricamente lo complicó y más aún, en su
propio estadio.
Lo que se observa, al margen de las dudas en cada
uno de los jugadores, es que hay una tendencia a retrasarse más de la cuenta,
cediendo el balón al rival y optando por resistir en vez de tenerlo y hacerlo
correr, como fue habitual, con los resultados conocidos.
Ante el Athletic, en Bilbao, fue sorprendente ver a
Sergio Busquets o a Andrés Iniesta tan atrasados y tan cerca de Ter Steggen,
sacando balones lejos y no acudiendo a buscar a compañeros desmarcados o en
posiciones delanteras más propicias.
En todos los casos mencionados, el Barcelona acabó
consumiéndose arriba, con un Messi sin el protagonismo de otras veces, más
volante que delantero, aún cuando justo haya aparecido para el gol el mismo
Munir que no había respondido antes de la misma manera.
En fin, nada hace suponer que el Barcelona vaya a
seguir insistiendo en esta nueva forma de jugar los partidos fuera de casa,
pero no deja de ser una alarma que se enciende justo cuando se acercan los
momentos definitorios de la temporada y cuando los simpatizantes culés en todo
el mundo saben bien que fue siempre otra la fórmula del éxito.
Es preferible pensar que se trató apenas de una
etapa pasajera, producto de esas circunstancias raras del fútbol que cada tanto
aparecen pero que el Barcelona nos seguirá deslumbrando con su juego, su
brillante ataque del MSN y que no necesite de resistir, apenas, para ganar los
partidos.
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