miércoles, 27 de enero de 2016

La amnistía deja a la ética en offside



Desde hace ya varios días, el presidente de Boca Juniors, el cada vez más poderoso Daniel Angelici, se lanzó a la definitiva búsqueda de una amnistía de la Conmebol por los hechos ocurridos durante los octavos de final de la pasada Copa Libertadores, con el consabido episodio del gas pimienta y el Panadero.

En aquel tiempo, mediados de 2015, una Conmebol manejada por dirigentes que se conocerían corruptos por el FIFA-Gate (parte de su cúpula presa en distintos países por delitos comprobados de cohecho) le dio por ganada la serie a River Plate, al no completarse el segundo tiempo de la revancha en la Bombonera, y posteriormente suspendió a Boca por ocho partidos (cuatro como local y el mismo número como visitante) sin público propio en la siguiente edición, la que el club Xeneize comenzará a jugar el 24 de febrero ante deportivo Cali por la fase de grupos.

Boca, por intermedio de Angelici, y unido a quejas menores como las de Racing Club y Huracán por las sanciones a Sebastián Saja y Ramón Abila, respectivamente, ha avanzado en la idea de solicitar una amnistía a la Conmebol, que ayer acaba de cambiar de autoridades con la asunción del nuevo presidente paraguayo Alejandro Domínguez, basado en este hecho y en los cien años que cumple la institución en 2016, lo cual no tiene ningún asidero y coloca rápidamente en el ridículo a la nueva conducción sudamericana.

Lo que Boca argumenta para la amnistía no tiene ningún sentido. Esgrimir que porque una institución cumple un aniversario de número redondo, ya eso es propicio para un cambio en la sanción es como si en la Argentina, por ser el segundo centenario de la Independencia durante 2016, todos los presos reclamen salir de las cárceles por los delitos cometidos. Una cosa nada tiene que ver con la otra.

El fútbol sudamericano, y podría extenderse al mundial, se ha acostumbrado a este tipo de amnistías y perdones porque como actividad, sigue teniendo la prerrogativa de que unos pocos señores deciden sentados alrededor de una mesa sin que la Justicia ordinaria pueda inmiscuirse por el viejo artículo 48 de la FIFA, que no lo acepta y hasta amenaza con la desafiliación.

Esto hizo que los dirigentes del fútbol hayan tomado una inmunidad exagerada, al no estar sometidos a las reglas que rigen cualquier actividad de los seres humanos en el planeta y entonces, se transforman en amos y señores que suben y bajan el pulgar como se les parezca, y eso hace que sean proclives a quedar bien con los poderes de turno. Y Boca, hoy, es el club más poderoso del continente, por mucha distancia sobre los demás.

Creemos, y lo hemos sostenido desde el principio, aunque es materia opinable, desde ya, que el partido entre Boca y River suspendido por el gas pimienta y aquellos nefastos episodios que siguen teniendo coletazos hoy (con haber visto el pasado Superclásico de Mar del Plata ya es suficiente), debió continuar hasta dirimirse deportivamente, porque los protagonistas nada de culpa tienen con lo ocurrido externamente, porque había antecedentes en la materia, y porque con Julio Grondona vivo, es lo que habría ocurrido.

Pero de ninguna manera Boca tiene la mínima razón en cuanto a los hechos externos y si al club le correspondía una sanción disciplinaria, ésta debía ser muy dura y fue la que fue, la que ahora parece que va tomando el camino de regreso, aunque Angelici no cuenta siquiera con el apoyo total de la delegación argentina y algunas dudas en otros dirigentes como el uruguayo Alejandro Balbi y especialmente en los de clubes brasileños, que ven a Boca como uno de sus máximos competidores por el título.

River Plate, en cambio, ha jugado un papel extraño. Su actuación durante los días de los hechos en la pasada Copa Libertadores, no fue de la más ética. El correr a Asunción para llevar a la Conmebol en carácter de urgente certificados médicos obtenidos a toda velocidad y no precisamente por especialistas, es más que cuestionable, aunque tanto agua corrió bajo el puente que con el paso de los meses, las elecciones en AFA, este gobierno de transición hasta las elecciones del 30 de junio en conjunto entre las dos fuerzas (tinellistas y seguristas), que ahora su presidente Rodolfo D’Onofrio aparece más condescendiente y como ya logró el éxito deportivo, nunca está de más una manito en lo institucional, donde Boca y River son más socios que adversarios.

De fondo, esta conducción de Domínguez, queriendo diferenciarse de su compatriota Juan Angel Napout, comienza con la cancha marcada: algunos clubes argentinos y uruguayos (con la anuencia de los brasileños) ya se le retobaron con los derechos de TV, donde la puja entre Francisco “Paco” Casal y Fox Sports, de larga data, juega otra batalla, y ahora la nueva Liga Sudamericana se propone una enorme tajada, haciendo pesar lo que el fútbol viene generando desde hace tiempo pero sin verlo porque esos fondos iban a bolsillos incescrupulosos no sólo de este lado de Atlántico sino a alguno que proviene de la otra costa.

Se dijo desde hace ya muchos años que la Conmebol no es otra cosa que el dominio de Argentina y Brasil, con el escudo de Paraguay y algo de Uruguay. El resto, como ahora Colombia o Venezuela, quiere meter la cuchara pero no parece tener el peso político, económico y deportivo para llegar al fondo de la cuestión.

Domínguez ya hizo declaraciones estableciendo una clara línea roja entre las gestiones anteriores y la suya, y dejando en claro que va a convocar a las cuatro empresas más grandes para una auditoría con cinco años hacia atrás.

Pero el nuevo dirigente, hijo del viejo presidente olimpista Osvaldo Domínguez Dibb, sabe bien que si cede ante Boca y otorga la amnistía, será iniciar el partido con el banderín levantado por un offside más grande que una casa. El offside de la ética. Y aunque lo pretenda, ya no hay vuelta atrás.

La Conmebol habrá comenzado con un paso en falso y con las perspectivas de que todo puede ser posible, como sucedió anteriormente. Ahí nos daremos cuenta de que nada cambió.


Mucho se juega esta nueva dirigencia con estas medidas y con otras futuras, como las licitaciones y la transparencia. Para no caer en offside.

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