Desde hace ya varios días, el presidente de Boca
Juniors, el cada vez más poderoso Daniel Angelici, se lanzó a la definitiva
búsqueda de una amnistía de la Conmebol por los hechos ocurridos durante los
octavos de final de la pasada Copa Libertadores, con el consabido episodio del
gas pimienta y el Panadero.
En aquel tiempo, mediados de 2015, una Conmebol
manejada por dirigentes que se conocerían corruptos por el FIFA-Gate (parte de
su cúpula presa en distintos países por delitos comprobados de cohecho) le dio
por ganada la serie a River Plate, al no completarse el segundo tiempo de la
revancha en la Bombonera, y posteriormente suspendió a Boca por ocho partidos
(cuatro como local y el mismo número como visitante) sin público propio en la
siguiente edición, la que el club Xeneize comenzará a jugar el 24 de febrero
ante deportivo Cali por la fase de grupos.
Boca, por intermedio de Angelici, y unido a quejas
menores como las de Racing Club y Huracán por las sanciones a Sebastián Saja y
Ramón Abila, respectivamente, ha avanzado en la idea de solicitar una amnistía
a la Conmebol, que ayer acaba de cambiar de autoridades con la asunción del
nuevo presidente paraguayo Alejandro Domínguez, basado en este hecho y en los
cien años que cumple la institución en 2016, lo cual no tiene ningún asidero y
coloca rápidamente en el ridículo a la nueva conducción sudamericana.
Lo que Boca argumenta para la amnistía no tiene
ningún sentido. Esgrimir que porque una institución cumple un aniversario de
número redondo, ya eso es propicio para un cambio en la sanción es como si en
la Argentina, por ser el segundo centenario de la Independencia durante 2016,
todos los presos reclamen salir de las cárceles por los delitos cometidos. Una
cosa nada tiene que ver con la otra.
El fútbol sudamericano, y podría extenderse al
mundial, se ha acostumbrado a este tipo de amnistías y perdones porque como
actividad, sigue teniendo la prerrogativa de que unos pocos señores deciden
sentados alrededor de una mesa sin que la Justicia ordinaria pueda inmiscuirse
por el viejo artículo 48 de la FIFA, que no lo acepta y hasta amenaza con la
desafiliación.
Esto hizo que los dirigentes del fútbol hayan tomado
una inmunidad exagerada, al no estar sometidos a las reglas que rigen cualquier
actividad de los seres humanos en el planeta y entonces, se transforman en amos
y señores que suben y bajan el pulgar como se les parezca, y eso hace que sean
proclives a quedar bien con los poderes de turno. Y Boca, hoy, es el club más
poderoso del continente, por mucha distancia sobre los demás.
Creemos, y lo hemos sostenido desde el principio,
aunque es materia opinable, desde ya, que el partido entre Boca y River
suspendido por el gas pimienta y aquellos nefastos episodios que siguen
teniendo coletazos hoy (con haber visto el pasado Superclásico de Mar del Plata
ya es suficiente), debió continuar hasta dirimirse deportivamente, porque los
protagonistas nada de culpa tienen con lo ocurrido externamente, porque había
antecedentes en la materia, y porque con Julio Grondona vivo, es lo que habría
ocurrido.
Pero de ninguna manera Boca tiene la mínima razón en
cuanto a los hechos externos y si al club le correspondía una sanción
disciplinaria, ésta debía ser muy dura y fue la que fue, la que ahora parece
que va tomando el camino de regreso, aunque Angelici no cuenta siquiera con el
apoyo total de la delegación argentina y algunas dudas en otros dirigentes como
el uruguayo Alejandro Balbi y especialmente en los de clubes brasileños, que
ven a Boca como uno de sus máximos competidores por el título.
River Plate, en cambio, ha jugado un papel extraño.
Su actuación durante los días de los hechos en la pasada Copa Libertadores, no
fue de la más ética. El correr a Asunción para llevar a la Conmebol en carácter
de urgente certificados médicos obtenidos a toda velocidad y no precisamente
por especialistas, es más que cuestionable, aunque tanto agua corrió bajo el
puente que con el paso de los meses, las elecciones en AFA, este gobierno de
transición hasta las elecciones del 30 de junio en conjunto entre las dos
fuerzas (tinellistas y seguristas), que ahora su presidente Rodolfo D’Onofrio
aparece más condescendiente y como ya logró el éxito deportivo, nunca está de
más una manito en lo institucional, donde Boca y River son más socios que
adversarios.
De fondo, esta conducción de Domínguez, queriendo
diferenciarse de su compatriota Juan Angel Napout, comienza con la cancha marcada:
algunos clubes argentinos y uruguayos (con la anuencia de los brasileños) ya se
le retobaron con los derechos de TV, donde la puja entre Francisco “Paco” Casal
y Fox Sports, de larga data, juega otra batalla, y ahora la nueva Liga
Sudamericana se propone una enorme tajada, haciendo pesar lo que el fútbol
viene generando desde hace tiempo pero sin verlo porque esos fondos iban a
bolsillos incescrupulosos no sólo de este lado de Atlántico sino a alguno que
proviene de la otra costa.
Se dijo desde hace ya muchos años que la Conmebol no
es otra cosa que el dominio de Argentina y Brasil, con el escudo de Paraguay y
algo de Uruguay. El resto, como ahora Colombia o Venezuela, quiere meter la
cuchara pero no parece tener el peso político, económico y deportivo para
llegar al fondo de la cuestión.
Domínguez ya hizo declaraciones estableciendo una
clara línea roja entre las gestiones anteriores y la suya, y dejando en claro
que va a convocar a las cuatro empresas más grandes para una auditoría con
cinco años hacia atrás.
Pero el nuevo dirigente, hijo del viejo presidente olimpista
Osvaldo Domínguez Dibb, sabe bien que si cede ante Boca y otorga la amnistía,
será iniciar el partido con el banderín levantado por un offside más grande que
una casa. El offside de la ética. Y aunque lo pretenda, ya no hay vuelta atrás.
La Conmebol habrá comenzado con un paso en falso y
con las perspectivas de que todo puede ser posible, como sucedió anteriormente.
Ahí nos daremos cuenta de que nada cambió.
Mucho se juega esta nueva dirigencia con estas
medidas y con otras futuras, como las licitaciones y la transparencia. Para no
caer en offside.
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