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Corría 1998. Durante el mes de abril, un amigo
brasileño, periodista, se alojaba en nuestro departamento de Barcelona, rumbo
al Mundial de Francia. Había venido con su novia centroamericana y pasaron
varios días allí.
El colega, políglota, llegó a tener mucha influencia
en el mundo del fútbol en aquel tiempo.
Un cierto día, quien esto escribe atendió una
llamada al teléfono casero. Una voz en portugués preguntó por el colega brasileño
y para nuestra sorpresa, al preguntarle de parte de quién, del otro lado se
escuchó “Roberto Carlos”.
El lateral izquierdo, uno de los mejores de todos
los tiempos, y nuestro amigo, dialogaron por largo rato, se rieron, y en un
determinado momento, escuchamos que se planteaban cenar esa misma noche en
algún lugar de la ciudad.
Roberto Carlos se encontraba allí porque el Real
Madrid jugaría en esos días ante el Espanyol en el estadio Olímpico de
Montjuic.
Al escuchar que estaban marcando una cita, hicimos
claros gestos de pedido de sumarnos, a lo que el colega inmediatamente propuso
al jugador, y por lo que dedujimos, hubo aceptación, organizar una cena para
esa misma noche.
Efectivamente, pocas horas más tarde estábamos
cenando en un hermoso restaurante de la zona de la Barceloneta y el Puerto
Olímpico llamado “Salamanca”, el colega brasileño, quien esto escribe, Roberto
Carlos y una cuarta persona que nos fue presentada, y que respondía a una edad
parecida a la nuestra, que en ese momento representaba a la firma Nike y aunque
era catalana, estaba vinculada a la selección brasileña.
Más allá de trivialidades aparecidas durante la
cena, y referencias a jugadores, entrenadores y hasta periodistas brasileños, y
alguna también a la FIFA, en determinado momento apareció el nombre de “Ronaldo”,
por Nazario, el “Gordo” que aún no era tan gordo.
Cuando se mencionó a Ronaldo, las sonrisas fueron
desapareciendo, el tono subió mucho, y Roberto Carlos acabó discutiendo con el
catalán, a quien le dijo, textualmente, “si esto sigue así, van a terminar
matándolo y lo van a enterrar en un cajón que diga “Nike”, ante el silencio de
los interlocutores.
Apenas dos meses más tarde, este periodista recordó
aquella cena en el Puerto Olímpico de Barcelona cuando llegó la final del
Mundial de Francia y se produjo aquel episodio por el que Ronaldo no aparecía
en la lista de titulares ante el equipo local, pero acabó jugando.
Ante el primer centro al área de Francia, el arquero
local Fabien Barthez descolgó la pelota y en el envión cayó encima del cuerpo
de Ronaldo. En ese momento, y desde la mitad de la cancha, Roberto Carlos
corrió para ver si su amigo, que había tenido una noche muy difícil, se
encontraba bien.
Al cabo, Francia derrotó a Brasil 3-0 en la final y
fue campeona del mundo por primera y única vez. Y con los años, una comisión
parlamentaria investigó la relación entre la CBF, Nike, el Caso Ronaldo y otros
relacionados con la corrupción.
Ah, el catalán de la cena era Sandro Rosell. Recién
cuando su nombre trascendió y lo vimos en los medios, descubrimos que era la
misma persona de aquella cena. Ahora, detenido en Barcelona por presunto
blanqueo de capitales junto a su esposa, Marta Pineda, el empresario libanés
Shahe Ohanessian, al que el ex presidente del Barcelona le vendió su empresa
Bonus Sport Marketing, el socio de Rosell en Andorra, Joan Besoli, y otro
ganadero amigo del dirigente deportivo,
Andreu Ramos, dentro de la llamada “Operación Jules Rimet”.
Esta Operación determinaría cobros ilícitos de
comisiones por derechos audiovisuales de la selección brasileña, depositadas en
paraísos discales. También Rosell habría ayudado en su momento a su amigo y ex
presidente de la CBF, Ricardo Texeira, para que se estableciera en Andorra para
huir de la Justicia de su país.
Todo parece tener que ver con todo.
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