Los simpatizantes de Boca tienen dos caminos tras
esta derrota superclásica del domingo ante River en una Bombonera repleta: o
seguir apuntando al título en las puertas del fin del campeonato y hacer de
cuenta que fue apenas un mal trago en un camino más largo, o admitir que aún
incluso con la chance de obtener el logro mayor, el suyo sigue siendo un equipo
con enormes deudas en el juego y que se pudo aprovechar, por un largo tramo del
campeonato, de que muchos rivales potenciales lo descuidaron en busca de otros
objetivos.
River es, hoy, mucho más equipo que Boca. Está mejor
trabajado, ha reencontrado una dinámica que por meses había perdido por la
cantidad de jugadores claves que se fueron o se lesionaron, tiene un importante
poder de gol, individualidades en todos los puestos, un banco de suplentes
completo y en especial, un director técnico de primer nivel que lleva años en
la élite como Marcelo Gallardo, y que bien pudo llegar a la selección
argentina en estos meses.
No es casualidad que River haya ganado lo que ganó
en el nivel internacional, que se haya clasificado en su grupo de Copa
Libertadores de América a dos fechas del final en un total de seis partidos,
que haya obtenido la última Copa Argentina que daba paso a este torneo
continental, incluso reponiéndose varias veces en el marcador ante Rosario
Central.
En cambio, Boca da permanentes manotazos de ahogado,
recordando, en un nivel mucho menor, aquellos tiempos en los que un Real Madrid
desesperado fichaba y fichaba jugadores mientras el Barcelona, apelando a la
base de su cantera, se quedaba con los títulos.
Boca es un equipo que juega a los tumbos y que lleva
meses, sino años, sin tener una continuidad jugando un buen fútbol, asociado,
colectivo. Lo de Boca es espasmódico, especialmente a partir de un ataque de
gran efectividad desde un 4-3-3 que busca darle mucho espacio a sus muy
buenos delanteros, en especial, Darío Benedetto, mientras que Pavón fue de
mayor a menor, y Ricardo Centurión, el más hábil de los tres, volvía de una
lesión y volvió a padecer una a los 10 minutos del Superclásico y esto acabó
influyendo de manera notable, aunque ayudó a concretar lo que ya se insinuaba
desde los días previos.
¿Qué es lo que se insinuaba? Que pese a que el
fútbol nunca deja de ser, como dijo con exactitud el gran Dante Panzeri, “Dinámica
de lo Impensado”, había determinadas cosas claras. Por ejemplo, que sería todo
un examen para una defensa siempre mal parada, lenta desde los dos centrales
como Insaurralde y Vergini, y dos laterales que tienen muchos problemas en el
regreso, como Peruzzi y Fabra, cómo haría para parar a un ataque de River bien
organizado, con dos delanteros en un momento dulce como Driussi y Alario, y un
organizador como Gonzalo “Pity” Martínez.
Pero si sumamos a esta defensa de Boca que suele
jugar con tres volantes que deberían enfrentar a cuatro de su rival (es decir,
ya partía con inferioridad numérica en un sector clave de la cancha), y ninguno
de esos tres es puro de marca sino como mucho un mix, la gran pregunta era cómo
iban a parar a este River que suele imponer su juego en cada uno de sus
partidos.
Era claro entonces , por su rival (estrategia) y por
su tipo de juego (táctica) que Boca necesitaba urgentemente un ordenamiento a
partir de un “cinco” puro como el colombiano Barrios, especialmente porque cuando
éste juega, el uruguayo Bentancur, un jugador frío, por no decir helado,
encuentra cierta libertad para adelantarse en el terreno y colaborar con el
ataque, y algo parecido pasa con Pablo Pérez o con Fernando Gago.
Sin embargo, el director técnico de Boca, Guillermo
Barros Schelotto, quien no ha acertado en muchos de los planteos en la
temporada, siguió dependiendo de Bentancur, de manera inexplicable, decidió
sentar a Barrios y por si fuera poco, a los diez minutos se quedó sin su
jugador más creativo, Centurión, y ni siquiera tomó la precaución de tener por
las dudas en el banco al chico Maroni, el que más se le parece en el juego.
Y sucedió entonces lo que debía suceder. River se
apoderó de la pelota, la hizo circular, tuvo superioridad numérica en el medio,
sus delanteros olfatearon correctamente con la defensa de Boca no estaba
sólida, que el medio no tenía marca suficiente, y al poco rato ya ganaba 0-2 y
hasta pudo subir la ventaja a cuatro.
Mientras, este Boca que sigue puntero en buena
medida por una alquimia de resultados y desatenciones de sus potenciales
rivales, buscó afanosamente que terminara el primer tiempo para recomponerse y
caprichoso es el azar, Gago encontró ayuda una vez más en el arquerito Batalla
para descontar sobre la hora e ir al descanso a tiro del empate.
Eso le dio un empujón en el segundo tiempo para
probar de adelantarse en la búsqueda del 2-2 y tuvo algunas oportunidades,
porque River decidió ceder el terreno, aunque cada contragolpe llevaba el
presagio del aumento del marcador.
Allí volvió a repetirse una situación ya clásica de
Boca en el año: Pavón equivocando la última jugada, Benedetto rogando por
alguna pelota precisa (tuvo dos y en ambas estuvo a punto), Bou no se halló al
lado del otro nueve (se superponían) y el medio nunca hizo pie del todo y nunca
tuvo la precisión adecuada.
Así es que cuando ya terminaba el partido, uno de
esos contragolpes con tantos espacios libres, fue aprovechado, por fin, por
este River que tiene mucha más idea, muchos más conceptos, mucho más técnica,
jugadores, equilibrio e inteligencia, y no sólo aumentó a 1-3 sino que se llevó
un triunfo de la Bombonera que puede ser clave en lo que queda del torneo.
Pero mucho más allá de los tres puntos y de la
victoria en el Superclásico, este partido puso en claro qué es cada uno de los
dos, en qué anda, a qué juega, qué potencial tiene, para qué están. Y hoy, gane
Boca el título local o no, River es demasiado superior, si se pone las pilas y
juega en serio, como el domingo.
Boca sigue sin rumbo, gastando fortunas, con puestos
en los que tiene tres jugadores y otros sin ninguno, y a veces, por razones de
azar, hasta acierta como seguramente ocurrirá desde ahora en el medio, debido a
que Bentancur posiblemente se vaya al Mundial sub-20 con Uruguay y entonces
ingrese Barrios, por pura casualidad, y reordene el juego, aunque muchos luego
atribuirán el cambio al muy mediático DT, que fue un crack como jugador, un
ídolo indiscutible del club, pero que por nada eso indica que necesariamente
deba ser bueno en su actual trabajo.
El tiempo dirá, pero el presente de ambos es
clarito.
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