lunes, 30 de abril de 2018

La Liga de Messi, ¿el Mundial también? (Jornada)





Para los hinchas argentinos, comienza el respiro. Anoche, en Riazor, en el estadio del ahora descendido Deportivo La Coruña, el Barcelona se consagró campeón de la Liga Española con otra soberbia actuación de Lionel Messi, quien entonces una vez acabado el Clásico ante Real Madrid del fin de semana que viene en el Camp Nou comenzará a mentalizarse en el Mundial de Rusia.

Messi no llega al Mundial de cualquier manera, sino en una muy buena situación futbolística aunque los rumores –y una versión periodística que este diario ya dio a conocer- indiquen que en lo físico estará en un noventa por ciento durante la máxima cita, lo cual, en un caso tan particular como el de este monstruo del fútbol, hasta podría alcanzarle.

Para tener una idea de la magnitud de la producción de Messi durante esta temporada, hay que citar que además de ser por lejos el máximo goleador de la Liga con 32 en 33 partidos jugados, hoy es, por diferencia de un gol sobre Mohammed Salah, la sensación de Europa, el Botín de Oro del continente, para totalizar 43 tantos en 51 partidos y un promedio de 0.84 (4 en 6 partidos de Copa del Rey, 1 en 2 de Supercopa de España, y 6 en 10 de Champions League).

Pero lo de Messi no son sólo números. Ha sido el gran referente del Barcelona tal vez como nunca, más allá de la influencia que siempre tuvo. Probablemente por la ausencia cada vez más prolongada de Andrés Iniesta, cuya enorme carrera llegaba al ocaso, el súper crack rosarino tuvo que hacerse cargo de la creación de su equipo, tomando en cuenta la intempestiva salida de Neymar al PSG, la lesión inesperada de Ousmane Dembélé, un fichaje carísimo, y que Philipe Coutinho no podía jugar la Champios porque ya lo había hecho en esta temporada con la camiseta del Liverpool.

Si bien muchos medios locales alabaron en demasía al entrenador Ernesto Valverde, no creemos que haya sido del todo así, al punto de que ha sido el principal responsable, con un planteo fallido en el Olímpico de Roma, de una de las más escandalosas (siempre desde lo futbolístico) eliminaciones del Barcelona de una Champions al llegar a la revancha con una ventaja de 4-1 y siendo un plantel muy superior al de la capital italiana.

Al contrario, Valverde no supo encontrar un esquema más ofensivo desde los problemas con que se encontró, que desde ya que fueron ajenos a él, pero por momentos el Barcelona llegó a jugar muchos partidos con un solo punta, el uruguayo Luis Suárez (también de gran temporada, aunque no la había iniciado bien), y con Messi, Iniesta y el resto de los volantes llegando desde atrás y con el lateral Jordi Alba oficiando de puntero izquierdo ante la falta de un delantero en ese lugar.

Pero fue la Liga de Messi porque el mejor jugador del mundo apareció siempre que se lo buscó para salvar al equipo, como aquel día del Sánchez Pizjuán, cuando el Barcelona perdía inexorablemente su invicto, quedaban pocos minutos y Messi ingresó como suplente para generar el “milagro” del empate 2-2 cuando la diferencia era de 2-0.

Un Messi más maduro, bien rodeado del medio hacia atrás aunque sin tanta compañía arriba se las arregló perfectamente para darle el título invicto al Barcelona, el séptimo de las últimas diez ligas y el doblete, al ganar también la Copa del Rey en una nítida definición ante el Sevilla (5-0) en el Wanda metropolitano de Madrid.

La gran noticia, entonces, es que este Messi, el de los 1023 goles en 1130 partidos entre oficiales y no oficiales en su carrera, con un promedio de 0.91, casi inhumano, es el que dentro de pocos días encarará uno de sus grandes retos, acaso el único importante que le queda en su increíble carrera de 32 títulos con el Barcelona: el de ganar un Mundial.

A Messi le queda un solo partido de cierto valor antes de cerrar la persiana de esta etapa barcelonista y comenzar la de la selección argentina: el Clásico contra Real Madrid por la Liga del 6 de mayo próximo. Ya no hay nada de importancia en juego salvo el honor de defender el invicto en el torneo y como contexto de los festejos del doblete y el homenaje a Iniesta en el último partido ante los blancos de su vida jugando para el Barcelona.

Por lo demás, en pocos días se inicia esta nueva ilusión para Messi y para tantos argentinos. La pregunta es si este Messi pletórico puede ganar el Mundial con el equipo que actualmente tiene la selección argentina. Si el genio de Rosario será capaz, tal vez, de que partido a partido haga lo que aquel día en el Sánchez Pizjuán ante el Sevilla y desenfunde la varita mágica. ¿Alcanzará con eso?


domingo, 29 de abril de 2018

Al Barcelona sólo le faltó la Champions en un año bisagra (Yahoo)





Justo ante el Deportivo, en La Coruña, y en la noche en la que se coronó campeón de Liga española por séptima vez en los últimos diez años, el entrenador Ernesto Valverde optó por una alineación inicial con dos volantes de equilibrio, Lionel Messi y Philipe Coutinho por delante de ellos, y Osmane Dembélé y Luis Suárez en el ataque.

Más allá de que seguramente la cantidad de momentos especiales vividos por Andrés Iniesta desde que éste comunicó que al terminar la temporada saldrá del equipo habrá generado que Valverde haya decidido un equipo inicial sin el “cerebro” de Fuentealbilla, lo cierto es que el once que saltó al campo en La Coruña para ganar la Liga se puede llegar a parecer demasiado al que comenzará como titular la temporada que viene.

De esta manera, además de una nueva gran producción de Messi, autor de tres goles que lo catapultan a los 32 en 33 partidos y como Botín de Oro de Europa a sólo cuatro partidos para el final de temporada, y del título de Liga que se suma al de la Copa del Rey conseguido una semana antes, es claro que la salida de Iniesta opera como una bisagra en el esquema y el andamiaje del Barcelona después de una década y media.

Es que Iniesta, en todos estos años, fue el encargado de uno de los elementos más difíciles del fútbol y en especial, en estos tiempos en los que se mide la velocidad de cada jugador y hasta cada jugador utiliza un medidor por debajo de su indumentaria, como si los kilómetros recorridos fuera lo importante. Nos referimos a la pausa, a poder parar unos segundos el balón para poder pensar cómo filtrarlo hacia adelante con la mayor precisión posible.

Si Iniesta fue el gran socio de Messi y no un competidor, es porque lo suyo fue la creatividad, el talento, la pausa, el pase preciso, la administración del juego del equipo, mientras que Messi fue la genialidad, la culminación, la claridad en los últimos metros del campo, pero fue Iniesta el encargado de facilitarle la tarea alcanzándole el balón lo más cerca que se pudo de la portería adversaria.

A partir de ahora, entonces, ya sin  Iniesta, ya con Messi definitivamente capitán del equipo, habrá que comprobar cómo se las arreglará el Barcelona para que el argentino no tenga que bajar muchos metros para hacerse del balón y volver a escalar posiciones en campo rival hasta poder marcar él mismo o habilitar a un compañero, y ese es el gran acertijo del equipo a partir de ahora, ya sin un jugador específico que se encargue de pensar el juego, a menos que estemos en las puertas de una de esas decisiones tácticas a futuro que nos puedan conmover, como sería por ejemplo que Valverde optara por que Messi juegue de Iniesta y Philipe Coutinho lo haga de Messi para la temporada 2018-19.

Si esto no ocurriese, lo más probable entonces es que nos encontremos con un sistema táctico muy parecido al de este pasado fin de semana en La Coruña, con un mediocampo con una línea de dos volantes de equilibro, como Sergio Busquets por el medio, e Iván Rakitic un poco más adelantado, con Messi y Coutinho de medias puntas, y con Osmane Dembélé y Luis Suárez como puntas.

Con este esquema táctico, el Barcelona colocaría a cuatro jugadores en función neta de ataque, a lo que podría sumarse el lateral Jordi Alba por la izquierda, pero el equipo –como se vio ante el Deportivo- ya no ofrece las mismas garantías en su andar, no apuesta ya a los lujos y a la estética como idea central, sino ya mucho más a la efectividad a partir de grandes ejecutantes centrados en eso, en marcar goles por encima de otras pretensiones pasadas.

Es decir que la salida de Iniesta es el definitivo corto de un tiempo de pausas y de pensamiento, de juego horizontal en lo conceptual para pasar a otro completamente vertical, con enorme capacidad de gol, pero salvo que ingrese Paulinho para ayudar en el medio, con más vértigo en el tránsito de un campo a otro, con la confianza en que el poder de gol a favor terminará inclinando la balanza a favor.

¿Fue una buena temporada para el Barcelona la que está terminando y en la que sólo queda un partido de trascendencia y está más ligado al honor que a los puntos, como es el Clásico ante el Real Madrid en el Camp Nou?

Depende de cómo se la evalúe. Desde lo que es conseguir un Doblete (Liga y Copa) sin dudas lo ha sido. Pero la dolorosa eliminación de la Champions ante la Roma, deja una espina clavada y la idea de que se pudo llegar más lejos, claro que sin planteos tan conservadores como el de la capital italiana, con más aciertos en el momento de decidir cambios, y con un recambio mayor, en calidad, al que tienen ahora los azulgranas en el banquillo.

Por lo demás, el Barcelona no sólo es un justo campeón de Liga porque ha sido el equipo más regular y el invicto en 34 partidos es una de las pruebas más elocuentes, sino que prácticamente no tuvo rivales porque el Real Madrid renunció demasiado pronto al título y el Atlético Madrid no pudo mantenerle el ritmo.

Entre los festejos de sus aficionados, sin embargo, el Barcelona se pregunta si para las próximas temporadas será posible agradar tanto con su juego como lo fue en el pasado, o si estamos en presencia de uno de esos cambios hacia otra dimensión de su juego.
Sólo el tiempo se encargará de darnos la respuesta.


sábado, 28 de abril de 2018

Iniesta anuncia que se va del Barça y el sueño empieza a terminar (Jornada)



                                                 
                                                       Desde Barcelona



Andrés Iniesta, humano al fin, se seca las lágrimas. Está a punto de quebrarse varias veces, pero hay dos que son las más nítidas: cuando se refiere a La Masía, el lugar en el que se hizo hombre, además de crack, y cuando menciona a sus padres y su hermana, y recuerda el día que lo llevaron en coche desde Fuentealbilla para quedarse ya en la capital catalana, con apenas 12 años de edad.

Iniesta va a comunicar lo que ya todos los futboleros del mundo saben pero ni siquiera eso logra mitigar la emoción. Estamos a un costado, pegados a la puerta de la sala de Prensa de la ciudad deportiva del Fútbol Club Barcelona Joan Gamper, a metros de Iniesta, y en el ambiente, repleto como nunca (Xavi Alegría, uno de los miembros del departamento de Prensa, nos hace un cálculo de doscientas personas, casi un récord histórico), no se escucha ni el bolido de una mosca, tal como hubiera querido papá Campanelli, en la comida familiar de los domingos en los años 70.

Màs allà de que el propio Iniesta considera su salida como “natural” por el inexorable paso del tiempo, esto huele al final de una época, algo así como “The dream is over”, que aparece cantando John Lennon en una pequeña barca a poco de la separaciòn de los míticos The Beatles, cuando decía que ya no creía en Kennedy, ni en Zimmerman, y ni siquiera en los Beatles. Sólo creìa en él, bah, en Yoko (Ono) y en él (luego corregía), para citar la frase más dura: “The dream is over”, el sueño terminó, “¿qué puedo decir?”


Se parece mucho esto de Iniesta para quienes amamos profundamente el fùtbol bien jugado, de pelota al piso, sin correr demasiado porque, como decìa otro sìmbolo del barcelonismo, el fallecido holandés Johan Cruyff, el fútbol “es un deporte de vagos” en el sentido de que correr demasiado tampoco sirve. Es pausa, es mentir con elegancia (el amague), es pasar la pelota en el momento justo. En otras palabras, lo que por tantos años hizo Iniesta en el Barcelona.

No se le pudo preguntar a Iniesta quién considera que es su sucesor ahora en el Barcelona porque podría haber sido, quizá, una pregunta hiriente. Sencillamente porque no lo hay. Acaso él mismo haya sido el sucesor de un jugador que pasó con demasiada poca gloria por el Barcelona y no por casualidad fue uno de sus espejos y  es uno de sus amigos en el mundo de la pelota, Juan Román Riquelme, a quien conoció cuando el ex Boca Juniors vistiò de azulgrana en 2002 e Iniesta estaba con un pie en la Primera, cuando el DT era Louis Van Gaal.

Aún así, Iniesta podría ser una mezcla de Riquelme y Ricardo Bochini, por la elegancia del primero y los ojos en la espalda del segundo, sin necesidad de matarse corriendo pero con la exquisita técnica que derivó en el apodo de “Cerebro”. Es decir, no del peón, no del esfuerzo sino fruto del talento, de la creatividad.

No es casual que Iniesta sea el único jugador aplaudido en todos los estadios españoles (acaso no en el nuevo San Mamés, pero eso tiene una explicación política) a partir de su juego, carácter pero especialmente por haber convertido el gol más importante de la historia del fútbol de su país en la final del Mundial 2010 ante Holanda, en Sudàfrica.

Lo concreto es que con la salida de Iniesta, sumada a la de Xavi Hernández hace tres años, y con 32 tìtulos a cuestas (en verdad, 31 pero contamos la actual Liga porque cae de Perogrullo), el Barcelona empieza a quedarse huérfano de aquel fútbol que nos maravilló y que impuso un estilo mundial.

Lo dice el propio Iniesta, con los ojos húmedos, mirando desde la mesa y con el micrófono en mano: “conmigo se va una parte de cada uno de ustedes, que me ayudó a ser mejor”. Nuevamente nos retrotrae a la película “Imagine” y lo que dos simples chicas de Liverpool dijeron cuando las entrevistaron aquel fatídico 8 de diciembre de 1980, cuando fue asesinado John y lloraban a mares. “Es que nos criamos con él, con los Beatles, escuchando sus canciones”. Tan sencillo como eso.

Nosotros disfrutamos y gozamos con aquel Barcelona que fue pergeñando Frank Rikjaard, y que terminó de moldear Josep Guardiola y perfeccionó Tito Vilanova, hasta que falleció muy joven. Y de a poco eso empieza a terminar. Aunque siempre nos quede Lionel Messi, ahora líder futbolístico y capitán desde la temporada que viene.
“The dream is over”, el sueño terminó, ¿qué podemos decir? Fuimos “La Morsa”, con el aquel Barcelona, y ahora somos nosotros. Que el genio de Messi, la elegancia de Sergio Busquets, la prestancia de Gerard Piqué, y un vestuario unido tengan la fuerza de imponerse a los 4-4-2 que no dejan nada, aunque ya no estén Xavi ni Iniesta.

Con los años, se recordará cuando en 2012, la terna para el Balón de Oro al mejor jugador del mundo del año la compusieron Messi, Iniesta y Xavi. ¿Hace falta agregar algo? Nada, sólo agradecer tantos momentos felices, que al fin y al cabo, de eso se trata.

Como siempre dijo Eduardo Galeano, somos eternos mendigos del buen fútbol e Iniesta siempre fue muy generoso. 

Gracias, Cerebro, por tanto.




miércoles, 25 de abril de 2018

Jürgen Klopp, el apasionado “red”• que le tiene tomada la mano a Guardiola (Infobae)



Algunos comparan el juego de sus equipos con el rock pesado. Otros, destacan lo vertiginoso de los movimientos de sus ejecutantes, la energía que tienen, el carácter para sobreponerse a todo. Pero él mismo, muchas veces desaliñado, prefiere desterrar todo tipo de adjetivaciones y se hace llamar “The Normal One”, todo lo contrario de José Mourinho (“The Special One”), el controvertido entrenador que atraviesa horas bajas justamente en su tradicional rival inglés, el Manchester United.

Jürgen Klopp, de él se trata, vuelve a hacer historia, ahora con el Liverpool. Sin títulos de Premier League desde la temporada 1989/90, al menos ahora recuperó el protagonismo con un dignísimo tercer lugar, mientras que en la Champions League que alzó por última vez allá por 2005 en una remontada histórica ante el Milan, aparece ahora con enormes expectativas de llegar a la final de Kiev si logra pasar en semis  ante la Cenicienta del torneo, la Roma, que viene de eliminar al Barcelona.

Pero el alemán nacido en Stuttgart hace casi 51 años (16/6/1967)  no se inmuta. Agradece los cumplidos de la prensa –que días pasados le recordó que el equipo ya marcó 300 goles desde su llegada- y las banderas en la tradicional “The Kop”, en la tribuna de Anfield, que con banderas le manifiesta que “confiamos en Klopp” desde los primeros días de su llegada en el verano de 2015, pero al mismo tiempo él responde que “tenemos un equipo entretenido como hace mucho que no se veía en el Liverpool, pero tenemos que ganar algo”. 

En el Liverpool intuyen que después de muchos años, están en presencia de uno de esos entrenadores históricos que marcaron el camino, como la leyenda de Bill Shankly (1959-1974), su sucesor Bob Paisley (1974-1983, el de más títulos ganados en la historia del club), y el español Rafa Benítez (ganador de la última Champions.

La historia de Klopp en el fútbol comenzó como jugador en el Mainz 05 entre 1989 y 2001. No parecía que pudiera trascender con su juego –él mismo se autodefine en esta etapa sosteniendo que como jugador tenía la habilidad de uno de quinta división y el cerebro de uno de primera división. El resultado fue un futbolista de segunda división”-  pero su apego por el club generó que, a punto de descender de la Segunda a la Tercera alemana, fuera convocado como director técnico después de que el club echara a cinco en un año, por los malos resultados y las desastrosas perspectivas futuras.
 
Con él, el Mainz no sólo no bajó a Tercera, sino que en 2003/04 conseguía un inesperado ascenso a la Bundesliga y apenas dos años más tarde, una histórica clasificación para la Europa League en la que pasó algunas fases hasta ser eliminado por el Sevilla, luego campeón del torneo. Tal vez este esfuerzo hizo que todo se descompensara porque en la temporada 2007/08 volvió a descender a Segunda y en ese momento dejó su cargo.

Tras 18 años en el club, le tocaba dejar el Mainz por primera vez. Su imagen ya estaba en alza y era un entrenador reconocido en Alemania cuando el Hamburgo necesitaba un recambio, pero fue vetado por su imagen desaliñada, y el gran beneficiario de la situación fue el Borussia Dormund, a donde fue a parar Klopp con su barba descuidada y su gorra de beisbol, donde marcaría una etapa gloriosa de siete temporadas.

Claro que del Mainz no sólo se llevaría el reconocimiento, sino también a su principal colaborador, su socio perfecto para trabajar, Zeljko Buvac, a quien conoció en 1992, en tiempos en los que todavía ambos no habían debutado en la Primera división.
Buvac es “The Brain”, como lo llama Klopp. Metódico, es el cerebro de todo, el que se esconde de las cámaras de TV, el de los brillantes informes sobre cómo juegan los rivales y el obsesivo de las tácticas. Sólo así se entiende que siempre con más bajos presupuestos que el Bayern Munich y otros poderosos de la Bundesliga, el Borussia Dortmund haya conseguido posicionarse siempre entre los dos mejores.
 Cuando ambos decidieron colgar los botines, rápidamente el bosnio se sumó al cuerpo técnico de su amigo y casi hermano, porque son inseparables. "Buvac es su gemelo, los dos ven el fútbol exactamente de la misma manera", llegó a decir el centrocampista turco Nuri Sahin, jugador destacado del equipo que acabó siendo fichado por el Real Madrid.
Como ya le había ocurrido antes en el Mainz, Klopp se encontró con un club devastado, en la decimotercera colocación cuando era dirigido por Thomas Doll pero que fue reconducido para acabar sexto en esa temporada y quinto en la siguiente para dar la gran sorpresa en 2010/11 y coronarse campeón de la Bundesliga después de nueve años sin conseguirlo. Repetiría en 2011/12 en una durísima batalla con el poderoso Bayern Munich de Jupp Heynckes (el mismo que regresó tras la marcha de Josep Guardiola hace dos años), al que también le arrebató la Pokal (Copa Alemana) al vencerlo 5-2 en la final.
Esa tremenda lucha de poder con los bávaros, algo poco común hasta pocos años antes, lo desgastó mucho hasta convertirlo casi en un militante “anti-Bayern”, con alguna durísima discusión detrás de la línea de cal con el manager rival Matías Sammer (ex símbolo del Borussia Dortmund como jugador en los años noventa).
La venganza del Bayern no se haría esperar, porque en la temporada siguiente, 2012/13, le ganaría nada menos que la final de la Champions League, aunque para llegar a la definición europea, el Borussia Dortmund había dejado en el camino nada menos que al Real Madrid, mostrándose ya al mejor nivel continental, y comenzaría la temporada 2013/14 ganándole la Supercopa alemana otra vez al Bayern y nada menos que en el debut oficial de Guardiola como director técnico, por 4-2.
Ya se anunciaba la extensión de su contrato hasta 2018 aunque al mismo tiempo, su rival también lo debilitaría llevándose de a poco a sus estrellas como Mario Götze primero, Robert Lewandowski después y Matt Hummels ya más tarde. Sumado a esto, las lesiones de jugadores clave como Illkay Gundogan y Marco Reus, dejarían al equipo en posición de descenso en 2014/15 y por primera vez, Klopp debió ser ratificado por la dirigencia hasta que al final de temporada dejó su banco en el Signal Iduna Park, con un séptimo lugar en la Bundesliga y perdiendo la Copa Alemana.

Se cerraba un ciclo brillante que dejaba sus secuelas. Ya como director técnico del Liverpool, tras un partido de su equipo le comentaron algo al oído mientras hablaba con la prensa y de repente, largó una carcajada. Le preguntaron a qué se debía, tan fuera de contexto, y dijo con sorna “perdió el Bayern contra el Mainz”. "El Bayern opera como la industria en China. Observa lo que todo el mundo está haciendo, lo copia y luego invierte dinero y contrata diferentes personas para poder superar el original", manifestó en una oportunidad  Klopp sobre el método del gigante bávaro.
 
Otro de los factores de su éxito en el Borussia Dortmund es el llamado Footbonaut, una máquina que se hizo famosa cuando el equipo goleó 4-1 al Real Madrid por la Champions dándole una paliza táctica.
 
El dispositivo ejercita el control y la velocidad para entregar un pase o disparar al arco. Cada uno de los jugadores ingresan a la caja negra que está instalada en el complejo de entrenamiento en Brackel y se paran en el centro para someterse a una sesión en el moderno instrumento.
Los robots dentro de la máquina lanzan, de a una, pelotas desde los ocho disparadores ubicados en los cuatros costados. Cada balón es anunciado por un sonido que le avisa al futbolista desde dónde salen. Esa pelota va a una velocidad, regulada previamente, entre los 60 y los 120 kilómetros por hora. La tarea del jugador es controlarla en uno o dos toques, como máximo, y colocarla en uno de los 64 cuadrantes, el que es anunciado mediante una luz de color.
En una sesión de entrenamiento programada a una velocidad media, cada futbolista puede recibir 200 balones en menos de 10 minutos. “Estamos convencidos de que, al menos, el Footbonaut mejora la técnica, pero también beneficia la visión periférica. No hay razón para que un jugador no pueda traducir las acciones practicadas en este entorno en el campo de juego real”, explicaba Sven Mislintat, jefe de veedores de Dortmund.

Este invento había costado 1,3 millones de dólares (aunque dependiendo del software puede llegar hasta los 3,5) y su factótum fue el berlinés Cristian Gütler, quien estudió piano, guitarra y trabajó en la industria cinematográfica y mostró su creación al mundo futbolístico en una feria que se realizó en Berlín y para lo que Klopp recorrió los 494 kilómetros desde Dortmund.

Tras un descanso veraniego, en 2015 “Kloppo” (como también se lo conoce) firmó contrato con el Liverpool, que no paró de crecer desde entonces, aunque el DT nunca se dejó llevar por los elogios. La prestigiosa revista inglesa “Four Four Two” llegó a decir que ningún equipo llegó a ser como éste en los últimos años.

Desde la aparición de un gran lateral como Trent Alexander-Arnold, que llegó a bailar a algunos punteros rivales por la derecha, un volante como Jordan Henderson cuya característica hace recordar a veces al español Xabi Alonso, uno de los grandes extranjeros de los últimos años, hasta algunos cracks como el senegalés Sadio Mané, que organiza las jugadas, y el egipcio Mohamed Salah (25 años, costó 40 millones de euros y lleva 40 goles en las temporada, posible Balón de Oro) las termina. 
 
Atrás, el puntal es el marcador central holandés Virgil Van Dijk (el Liverpool pagó 79 millones de euros al Southampton), y arriba, un nueve  como el brasileño Roberto Firmino que aguanta y genera espacios para Mané y Salah y a veces define, aunque los “Reds” también basan su juego en un claro sistema táctico, personalidad, y como locales, el tremendo ambiente de su estadio en Anfield Road.
 
“¿Qué podés comenzar primero? No podés tener éxito sin jugar un buen fútbol. No podés ser el mejor equipo del mundo ni tener los mejores jugadores. Sí podés jugar al fútbol defensivo. Pero no somos ni uno ni otro, así que tenemos que encontrar nuestro camino. Eso es lo que hacemos, paso a paso", suele decir Klopp ante su afición en Inglaterra, en lo que lo define como entrenador.
"He visto muchos partidos en mi vida y han habido algunos que han sido muy aburridos, hasta el punto que me he quedado dormido. Han sido tan aburridos que me pregunto por qué se enfrentan y hacen eso frente a 60.000 y 80.000 personas.
Eso no está bien. Es por eso que lo que nosotros queremos es disfrutar de nuestro propio juego. Si los aficionados buscan emociones y todo lo que puedes darle es un fútbol de ajedrez, lo más seguro es que uno de los dos cambien de equipo", dijo alguna vez.
 
 
La pasión, la energía, la convicción y al mismo tiempo un criterio realista, le han permitido escalar casi hasta la cima. Tal vez pocas cosas lo retraten mejor que lo ocurrido al terminar el primer tiempo en el estadio Etihad, cuando tras haber vencido 3-0 en la ida al Manchester City, su equipo se fue al vestuario 1-0 abajo, con un gol mal anulado a los locales y la sensación de que la remontada era posible.
 
Entonces Klopp entró con su buzo arrugado, los anteojos grasientos, la barba mal afeitada y los pelos revueltos. Acarició uno por uno a todos sus jugadores y con voz serena, les dijo: “El City ha sido el mejor equipo de Europa esta temporada así que si nos queremos clasificar a semis debemos estar compactos y ganar todos los balones divididos y al recuperarlos, debemos jugar bien cada pelota porque si la perdemos, será difícil recuperarla otra vez”. El discurso surtió efecto porque el segundo tiempo ya no fue igual y el Liverpool acabó ganando 2-1 y se clasificó a las semifinales de la Champions League.
 
Además, esta victoria ante el Manchester City de Guardiola fue la tercera en menos de cuatro meses de 2018, porque ya le había ganado 3-0 en la ida y 4-3 por la Premier League en enero pasado, y de las siete derrotas de la temporada de los de Pep, tres fueron ante los de Klopp. : “La Champions no es la perfección, sino carácter, actitud y resultados. Los jugadores del City son humanos. Por suerte no hay un equipo perfecto en el mundo”, afirmó después del partido, y algo de razón tiene: en sus enfrentamientos con Guardiola en toda su carrera, de los 14 partidos, ganó 8, empató 1 y perdió 5.
 
Muchas veces la imagen personal de Klopp puede aparecer distorsionada. Por ejemplo, cuando por TV se lo ve abrazar a sus jugadores cuando los reemplaza durante un partido.  Sin embargo,  establece una gran distancia con sus dirigidos, No suele mantener relación con sus jugadores, y le gusta mucho la disciplina. Quiere transmitir pasión y sentimiento, pero prefiere regresar a casa con su mujer, Ullia Sandrock, escritora de literatura infantil, y su hijo Marc.

No se le conocen amigos en el fútbol salvo uno, el también alemán y DT del Huddersfield –una de las sensaciones tras haber ascendido de segunda a la Premier League en forma angustiosa y por penales ante el Reading-, David Wagner, hijo de militar estadounidense que fue testigo en su casamiento  y es padrino de su hijo.

Wagner, quien reconoce a Klopp como maestro –fueron compañeros en el Mainz como futbolistas entre 1991 y 1995- era su hombre de confianza en las divisiones inferiores del Borussia Dortmund, y al ascender a la Premier League después de 45 años (exactamente su edad) decidió llevarse a sus jugadores a una isla desierta en Suecia por cuatro días, y les quitó los teléfonos e internet. El objetivo era que los futbolistas, muchos de ellos de nacionalidades diferentes, comenzaran a unirse y se necesitaran los unos a los otros. No había electricidad, ni baños ni camas. 

Vivían en carpas y los futbolistas tenían que buscarse la vida y, con ello, necesitaban a sus compañeros para sobrevivir en esos días. Solo les acompañaban tres guías. "¿Cómo podemos hacer que los jugadores se unan muy rápidamente?", se preguntó Wagner. Él tuvo esa respuesta. "Cuanto mejor conozcas a tu compañero fuera del campo, más podrás trabajar con él en situaciones incómodas", explicó.
 
Algo  que  Klopp trata de no comentar demasiado es que se graduó en Ciencias Deportivas en la Universidad de Frankfurt, con especialización en "caminar". “Me gustaba como persona, ya que era de mente abierta. Siempre fue un placer conversar con él”, recuerda el profesor Klaus Bös, quien considera que lo que más le pudo ayudar en su carrera como técnico fue “su capacidad de absorber elementos del aprendizaje y de la enseñanza. Aprendió a organizarse. Teníamos un departamento muy grande, con nueve profesores, y él era capaz de tomar ideas de cada uno de ellos".

Verlo de cerca a Klopp, impresiona con su 1,93 de estatura.. Es mucho más alto de lo que se ve por la TV. Es compacto, macizo, y estrecha la mano con firmeza, casi con dureza. Muestra sus ganas de hablar de fútbol, es curioso o al menos, sabe fingir muy bien. No hay cosa que no le guste del fútbol. Incluso el contacto con los medios. Es muy optimista y positivo y no tiene problemas con ellos y las entrevistas suelen durar mucho más de lo acordado.

Usa habitualmente metáforas y un nivel alto de vocabulario en alemán e inglés y sabe llegar al jugador y transmitir su mensaje en diferentes versiones. No se cansa muy rápido por simple que a veces parezca. Acaso todas estas sean también parte de la explicación del éxito de uno de los entrenadores del momento.
 
 
 
 
 


martes, 24 de abril de 2018

No hubo partido y el Barcelona es otra vez campeón (Jornada)





                              Desde Madrid 


No hubo partido. Todo lo que se habló antes, todo lo que se especuló sobre la relación entre los hinchas del equipo catalán y el monarca Felipe VI, o que el Sevilla siempre estuvo a punto de ganarle tantas veces en los últimos tiempos quedó sumergido en la nada cuando la pelota comenzó a rodar en el reluciente estadio Wanda Metropolitano.

El 5-0 es elocuente, pero vale la pena decir que al margen de la exhibición brindada por gran parte de los jugadores del Barcelona, campeón de la Copa del Rey por cuarto año consecutivo y el que más la ganó en la historia, el equipo de Ernesto Valverde ha jugado uno de los tres o cuatro mejores partidos de la temporada, muy lejos del que hace un mes lo tuvo sufriendo en el estadio Sánchez Pizjuán de los andaluces y si no aparecía ese día la magia de Lionel Messi, con dos goles sobre la hora, habría perdido el invicto.

El Barcelona viene de un duro golpe como fue la sorpresiva eliminación de la Champions League en cuartos de final a manos de la Roma con una ventaja de 4-1 en la ida, pero en cuanto a la dimensión local, está a punto de alcanzar un respetable doblete, invicto en la Liga, campeón con goleada en la Copa.

El partido del Wanda Metropolitano ante un digno Sevilla, que dio la cara hasta el 2-0 que lo hundió y con un 3-0 en contra ya en el descanso (números duros para una realidad que durante los últimos años fue distinta y no tan amplia) pone muchas cosas en su lugar: espanta las versiones de alguna dolencia de Messi porque si algo le duele, con que juegue así el Mundial no es inconveniente, deja lugar a la ovación final a Andrés Iniesta, con gol incluido, reemplazado para los aplausos y reverencias de todo el estadio porque se va al fútbol chino, y por si fuera poco, deja en claro el nivelo de Gerard Piqué, Sergio Busquets y la tremenda vigencia goleadora del uruguayo Luis Suárez.

Luego, sí, viene el folklore, que cómo saludaron los jugadores del Barcelona al Rey en el palco (con la mala suerte del monarca de que desde que asumió, siempre justo los azulgranas fueron campeones), que si se silbó el himno (cosa que fue verdad, y de manera estruendosa) desde la tribuna catalana o un operativo policial muy inflado.

Lo concreto es que si el Barcelona juega así, como esta noche en el Wanda Metropolitano, poco queda para los demás. Messi, con su gol y sus dos asistencias, se dio el lujo de llegar a los 31 tantos al Sevilla en su carrera, e Iniesta cierra su carrera levantando una nueva Copa como capitán, que corresponde a su título 31 (4 Champions, 8 ligas, 6 Copas, 3 Mundiales de Clubes y 3 Supercopas de Europa) con el Barcelona.

No habrá sido el año del Triplete, pero Doblete tampoco está nada mal, claro que si el Real Madrid llega a ganar la Champions, estos títulos pueden llegar a quedar en un segundo plano.


Iniesta, elogio de la lentitud (Jornada)



                                   
                                                   Desde Madrid,



En los próximos días, Andrés Iniesta oficializará su despedida del Barcelona, club en el que se inició en la reconocida Masía, donde se forman jugadores de excelencia desde hace décadas.

Por si faltaba una, el pasado sábado a la noche, en el moderno estadio Wanda Metropolitano, hubo otra demostración de lo que significa Iniesta para los amantes del fútbol en España: sobre el final de la dura goleada del Barcelona al Sevilla por la definición de la Copa del Rey, salió reemplazado y la ovación llegó desde todos los sectores, incluso por los seguidores del equipo andaluz, que se pusieron de pie.

Es que Iniesta tiene dos goles fundamentales en su extensa y gloriosa carrera: el más importante de su vida, sin dudas, es el que le hizo en la final del Mundial 2010 a Holanda, que significó hasta ahora el único título de la historia de esos certámenes para España. Pero no sólo fue bonito el gol, sino que el “cerebro” lo festejó quitándose la camiseta de “La Roja” para mostrar al mundo la de su amigo fallecido, el jugador Dani Jarque.

No es solamente un hermoso detalle, que en el mejor momento de tu carrera te acuerdes de tu amigo, sino que ese amigo era jugador del Espanyol…el rival catalán del Barcelona, el equipo de Iniesta, quien, recién años más tarde se supo, estuvo deprimido por meses y al borde de colgar los botines por no poder superar la muerte de su amigo.

Hay otro gol fundamental para Iniesta y es el que convirtió sobre la hora ante el Chelsea en Stamford Bridge, cuando ya parecía que se escapaba la chance de llegar a la final de la Champions League de 2009, y su providencial remate de media distancia, colocó al Barcelona otra vez en la instancia decisiva, en la que acabaría ganando “La Orejona” por tercera vez en su historia y ante el Manchester United.

Sin embargo, y aunque pueda sonar muy tentador describir al manchego de Albacete por estos dos goles, Iniesta es mucho más que eso. Es un jugador de mucha clase, al punto de que el diario deportivo “Marca”, de Madrid, que si de algo no se lo puede tildar es de barcelonista, lo definió esta semana como “el jugador más importante de la historia del fútbol español” y es posible que lo sea.

Y no se trata de señalar cuestiones de títulos porque junto con Lionel Messi comparten la obtención de 31 con el Barcelona que en pocos días serán 32 cuando hagan doblete en esta temporada y además de la Copa del Rey se lleven la Liga.

Se trata de elogiar a un jugador que hizo de parar la pelota, de pensar, de ubicarse y de manejar los partidos, su prioridad. Iniesta es sinónimo de fútbol de calidad y no por nada creció admirando a Juan Román Riquelme, de aquellos primeros años en los que el argentino recaló en el Barcelona justo cuando nuestro personaje asomaba con cara de purrete al mundo del fútbol profesional.

Iniesta es lo que podríamos definir como un diez clásico, de manejar la pelota, los tiempos, los pases, y aunque hoy ya tiene más dificultades para correr los noventa minutos, no lo necesita. Porque fue aprendiendo que en el fútbol lo importante no es correr, sino que corra la pelota.

Si hubo algo injusto con Iniesta, cuyo futuro está en el fútbol chino, a donde además hará otros negocios con sus viñedos, fue que no ganara nunca un Balón de Oro, aunque la culpa la tiene más su compañero Messi que malos juicios de la FIFA o la France Football. Optó a este premio como nunca en 2010 tras ganar el Mundial con España, pero tyuvo que compartir cartel de final con Messi y con otro compañero suyo del Barcelona, Xavi Hernández.

Aplaudido en todas las canchas, Iniesta se va del Barcelona y del fútbol español como lo que es, un caballero. De excelente comportamiento, deja una marca que será difícil de igualar porque además de la exquisitez, también trajo títulos.

Pero lo más importante son todas las imágenes y los recuerdos de tantas jugadas sensacionales en una cancha. Como para recordarlo eternamente y estar agradecidos por tanto fútbol, por tanto gran espectáculo.

En tiempos de crecientes medidores de velocidad de desplazamiento de jugadores, de entrenadores que mueven fichitas y con esquemas de pizarrón que pocos entienden, bien vale una pausa, una pelota contra el piso, una gambeta, un toque preciso.

Todo eso lo reunió Iniesta, el “cerebro”. Inolvidable.



lunes, 16 de abril de 2018

A 40 años de su muerte, Panzeri sigue teniendo razón (Jornada)




Dante Panzeri falleció un 14 de abril de 1978, hace cuarenta años. Por muy poco, un mes y medio, no llegó a presenciar (y acaso ser su mayor fiscal) lo que ocurrió durante el Mundial de ese año en la Argentina, del que fue uno de sus más duros críticos, aunque mucho más ligado al malgasto de los fondos estatales que por lo que podría haberlo sido poco tiempo más tarde, por haberlo utilizado políticamente para tapar el baño de sangre que la dictadura cívico eclesiástico militar generó en la Argentina.

La figura de un periodista como Panzeri (un tipo que se reconocía de derechas, pero honesto, serio y profundo) se agranda en este tiempo, cuatro décadas más tarde, cuando somos testigos de este “periodismo” deportivo que pone más el acento en que ahora Lionel Messi llegará al Mundial de Rusia sin competencia por haber quedado eliminado de la Champions League con el Barcelona, o que no se atreve a cuestionar al “ídolo” Guillermo Barros Schelotto en las conferencias de prensa en la que el DT les señala que  “preguntan mal”, o que coloca stickers con publicidad de jeans, cinturones y zapatos en los grabadores para que se vean cuando los poncha la cámara de TV.

Panzeri fue todo lo contrario que lo que por lo general (con escasas y honrosas excepciones)  solemos encontrar cada día en la Argentina. Acaso exageradamente, para hacer notar su enorme distancia con los protagonistas (a los que siempre trataba de “usted”), solía dar golpes en la mesa, cual fiscal con un martillo, para dar a conocer su posición, y hasta le llegó a gritar a algún comisario en su propia dependencia, como después de un recordado clásico entre Independiente y Boca en Avellaneda, por razones de seguridad.

Sus libros son obras maestras de análisis de la realidad futbolística al punto de haber sido sociólogo sin haberlo sido en la formalidad, aunque él mismo haya sostenido que todo lo que proponía no servía “para nada”.

Desde “Burguesía y gangsterismo en el deporte”, donde desmenuza los negocios crecientes y lo que cabía esperar en el futuro en el deporte argentino, hasta “Fútbol, dinámica de lo impensado”, donde da por tierra con todo el verso del “trabajo de la semana” que sirve para justificar puestos laborales de directores técnicos temerosos e insertos en un sistema de negocios que comenzó a crecer y desarrollarse desde el Mundial de Suecia en 1958, Panzeri dejó su marca con opiniones certeras y comprometidas, y tan respetadas como temidas.

Fue uno de los pocos (acaso el único) que advirtió que tras 24 años de aislamiento mundialista, la selección argentina, pese a que para muchos era “la mejor del mundo” aunque no se tuviera posibilidad de cotejarlo, fracasaría en Suecia cuando pudo observar in situ los amistosos previos, y quien pregonó “La Nuestra” como estilo de juego, aún enfrentándose al creciente modelo resultadista. Tanto, que para él, aquel Estudiantes múltiple campeón de los años sesenta fue “El de La Plata, no el de (Osvaldo) Zubeldía”, y cuando todos (entre ellos, el dictador Juan Carlos Onganía) festejaron esos títulos de América y el mundo, Panzeri nos señaló el cinismo de la base “filosófica” de aquellas conquistas mitificadas por gran parte de la prensa y el establishment.

Cuando se acercaba el Mundial 78, un Panzeri que no encontraba quién lo contratara entre las empresas mediáticas (en 1962 había abandonado la redacción de El Gráfico un domingo en el que no aceptó que el director editorial le sugiriera que debía mencionar la presencia de Álvaro Alsogaray en el palco del Monumental en el Superclásico, y renunció como director periodístico luego de haber puesto en la tapa a ciclistas y deportistas de variadas disciplinas), resultó un crítico feroz de la organización y del contraalmirante Carlos Alberto Lacoste, el hombre fuerte del Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78).

Panzeri llegó a concurrir a una cena en la casa de Lacoste con una enorme cantidad de carpetas para demostrarle que se malgastarían fondos innecesariamente cuando el país (ya sumergido en una feroz dictadura que desapareció a miles de compatriotas) no estaba en condiciones para hacerlo, y aunque todo siguió su curso, ya la esposa del marino terminó convencida de lo que decía apasionadamente el periodista en esa mesa.

Hoy, Panzeri, un auténtico referente de aquellos apasionados jóvenes que fuimos a principios de los años ochenta, cuando se iniciaba la última etapa de democracia en la Argentina, parece lejanísimo, pero acaso un faro para los que aún creemos que tenía razón, pero también hay malezas para despejar y descubrir a los verdaderos sostenedores de sus ideas, entre tantos que se escudan en su nombre, no siempre siendo coherentes entre sus acciones y sus palabras. No es fácil el camino, pero vale la pena seguirlo.

En este sentido, sentimos orgullo por haber sido prologados en uno de nuestros libros nada menos que por el fallecido José María Suárez “Walter Clos”, uno de los integrantes de aquella maravillosa sección “Pelota” de la recordada revista “Humor”,  maestro de periodistas y docente escolar.

En tiempos sin ironías ni doble sentido, de gritos ante las cámaras, de frases grandilocuentes, de rumores sin confirmar, de intereses y de jugadores instalados, de representantes mediáticos, de apuestas clandestinas y de pases permanentes con bolsillos que se quedan con vueltos,  el legado de Panzeri cobra aún más vigencia que nunca, como cuando señalaba que el deporte no debería pertenecer al ámbito de la Acción Social sino al de la Educación, “porque no es resultado, sino formación”. Y no le hacen caso.

Si Panzeri viviera, seguramente se la pasaría dando golpes en la mesa, pero al menos tendríamos un camino marcado con “Hacha y Tiza”, como se llamó uno de sus recordados programas de TV.

Cuarenta años después de su muerte, Panzeri sigue vivo en algunos de nosotros.  Y es un faro que nos alumbra.

domingo, 15 de abril de 2018

Barcelona y un final de temporada devaluado (Yahoo)





En unos pocos días, probablemente estaremos hablando del doblete del Barcelona y las mieles envolverán a la ciudad condal y los medios españoles polemizarán acerca de si en el Clásico del 6 de mayo, el Real Madrid debe hacerle pasillo o no al campeón de Liga.

Sin embargo, es claro que la inesperada derrota (por el rival, por lo abultado de la cifra, y por la enorme diferencia sacada en un 4-1 en la ida) ante la Roma por los cuartos de final de la Champions League dejará huella e influirá en las próximas decisiones que deba tomar la dirigencia con miras a la temporada siguiente.

Nunca puede ser malo un balance con dos títulos como una Liga Española y una Copa del Rey (en el caso, claro, de que el Barcelona termine imponiéndose en la final del sábado próximo ante el Sevilla en el Wanda Metropolitano del Atlético de Madrid), pero no era lo esperado para este curso.

Tampoco es que lo único que servía para el Barcelona eras ganar la Champions League porque ese es un objetivo demasiado fuerte para cualquier equipo y es bastante ocasional la posibilidad de llegar a la cima con tanta y tan alta competencia (más aún en estos años, con la afluencia del llamado “doping económico” por el que bajo la alfombra, algunos clubes poderosos reciben dinero extra simulado como publicidad desde los propios Estados, como es el caso del PSG o el Manchester City).

Pero la expectativa para este año, con los fichajes de jugadores como Paulinho y Osmane Dembélé (también Philippe Coutinho, aunque éste está impedido de jugar esta Champions) era muy grande por el nivel de los refuerzos y porque sería, además y con mucha probabilidad, la última temporada del capitán Andrés Iniesta, con lo que eso significa para el barcelonismo, que además trazó inmediatamente (y con lógica) un paralelo con 2015, último año de título europeo, cuando se produjo un caso similar y el capitán anterior que también se alejaba, Xavi Hernández, levantó “la orejona” en la final ante la Juventus.

Todo parecía caminar hacia ese objetivo. El Barcelona, muchas veces sin lucir como antaño, sin dar aquellos espectáculos que nos regocijaban como en los primeros tiempos de Josep Guardiola hasta 2012 y luego con el pequeño remanente de su sucesor, Tito Vilanova hasta su alejamiento y luego fallecimiento, aparecía sólido, seguro, y con el espacio para que su genio, Lionel Messi, pudiera sobresalir y hacer su juego, en otra temporada de muchos goles y de enorme madurez.

Messi marchaba tranquilo y con mucha planificación, hacia su principal objetivo de estos años, el Mundial de Rusia, y para ello no había nada mejor que arribar a la máxima cita con el triplete en sus manos, apoyado en la indiscutible jerarquía de Iniesta, la tremenda capacidad goleadora de Luis Suárez, la prestancia y la experiencia de Gerard Piqué, el excepcional año del lateral izquierdo Jordi Alba, el tiempismo de Samuel Umtiti (aún con la polémica sobre su renovación de contrato) y un portero de la talla de Ter Stegen.

Pero todo se desmoronó impensadamente en el estadio Olímpico de Roma. Una muy mala noche pero no sólo en el juego, sino extrañamente en un innecesario sistema defensivo culé impropio de su historia y de su estilo de los últimos años, y cuando se dio cuenta y quiso reaccionar, ya era demasiado tarde y no sólo por cuestión del reloj sino porque todos habían entrado ya en una dinámica negativa y la Roma había logrado ya un objetivo que parecía imposible: eliminar a un rival tan superior que en la ida había podido sacar mucha más ventaja pero tuvo pereza y se dio cuenta (porque además era real) de que la diferencia en el juego era tan amplia que de todos modos se resolvería sin dificultad en la revancha.

Así es que el Barcelona salió al campo dormido, con la idea de que de todos modos le alcanzaría, pero descuidó a un sensacional delantero como el bosnio Edin Dzeko, y se retrasó demasiado, aislando a Messi de su propio circuito, siempre con la idea de que el argentino aparecería en algún momento para salvar la situación, algo cada vez más usual y que hace que se dependa cada vez menos de la estructura general.

Pero esta vez, Messi no pudo aparecer lo suficiente y no alcanzó con ese arrió final del último cuarto de hora, cuando el Barcelona comenzó a darse cuenta de que no le alcanzaba y que sin atacar, sin asediar a la Roma, quedaría eliminado, y se fue con las manos vacías y con muchas preguntas.

Acaso la más importante de ellas sea si en el futuro próximo, el Barcelona podrá ir regresando a aquel juego maravilloso del pasado, si se darán cuenta sus cuerpos técnicos que el 4-3-3 es una identidad, más allá de ocasionales ejecutantes, y que todos los resultados (en números, repercusión y crítica) de los años de gran fútbol, llegaron cuando se le dio prioridad a la estética y no es para nada casual que ya hayan pasado tres temporadas sin una copa europea, con el mejor jugador del mundo en sus filas y con un talento inigualable como Iniesta.

Pero si además de la sorpresiva eliminación, el Real Madrid se vuelve a clasificar para las semifinales, con chances de ganar su tercera Champìons consecutiva y la cuarta en cinco temporadas, y la decimotercera de su historia, la crisis en Barcelona amenaza con ser mucho mayor aún y entonces aquellos rumores sobre los cuestionamientos de Messi y Piqué al planteo cauteloso de Ernesto Valverde en Roma serán poco para el verano que se avecina.

Entonces, el doblete de Liga y Copa, como pocas veces, no significará tanto. Y el Barcelonismo deberá replantearse varias cosas para la temporada que viene.