domingo, 15 de abril de 2018

Barcelona y un final de temporada devaluado (Yahoo)





En unos pocos días, probablemente estaremos hablando del doblete del Barcelona y las mieles envolverán a la ciudad condal y los medios españoles polemizarán acerca de si en el Clásico del 6 de mayo, el Real Madrid debe hacerle pasillo o no al campeón de Liga.

Sin embargo, es claro que la inesperada derrota (por el rival, por lo abultado de la cifra, y por la enorme diferencia sacada en un 4-1 en la ida) ante la Roma por los cuartos de final de la Champions League dejará huella e influirá en las próximas decisiones que deba tomar la dirigencia con miras a la temporada siguiente.

Nunca puede ser malo un balance con dos títulos como una Liga Española y una Copa del Rey (en el caso, claro, de que el Barcelona termine imponiéndose en la final del sábado próximo ante el Sevilla en el Wanda Metropolitano del Atlético de Madrid), pero no era lo esperado para este curso.

Tampoco es que lo único que servía para el Barcelona eras ganar la Champions League porque ese es un objetivo demasiado fuerte para cualquier equipo y es bastante ocasional la posibilidad de llegar a la cima con tanta y tan alta competencia (más aún en estos años, con la afluencia del llamado “doping económico” por el que bajo la alfombra, algunos clubes poderosos reciben dinero extra simulado como publicidad desde los propios Estados, como es el caso del PSG o el Manchester City).

Pero la expectativa para este año, con los fichajes de jugadores como Paulinho y Osmane Dembélé (también Philippe Coutinho, aunque éste está impedido de jugar esta Champions) era muy grande por el nivel de los refuerzos y porque sería, además y con mucha probabilidad, la última temporada del capitán Andrés Iniesta, con lo que eso significa para el barcelonismo, que además trazó inmediatamente (y con lógica) un paralelo con 2015, último año de título europeo, cuando se produjo un caso similar y el capitán anterior que también se alejaba, Xavi Hernández, levantó “la orejona” en la final ante la Juventus.

Todo parecía caminar hacia ese objetivo. El Barcelona, muchas veces sin lucir como antaño, sin dar aquellos espectáculos que nos regocijaban como en los primeros tiempos de Josep Guardiola hasta 2012 y luego con el pequeño remanente de su sucesor, Tito Vilanova hasta su alejamiento y luego fallecimiento, aparecía sólido, seguro, y con el espacio para que su genio, Lionel Messi, pudiera sobresalir y hacer su juego, en otra temporada de muchos goles y de enorme madurez.

Messi marchaba tranquilo y con mucha planificación, hacia su principal objetivo de estos años, el Mundial de Rusia, y para ello no había nada mejor que arribar a la máxima cita con el triplete en sus manos, apoyado en la indiscutible jerarquía de Iniesta, la tremenda capacidad goleadora de Luis Suárez, la prestancia y la experiencia de Gerard Piqué, el excepcional año del lateral izquierdo Jordi Alba, el tiempismo de Samuel Umtiti (aún con la polémica sobre su renovación de contrato) y un portero de la talla de Ter Stegen.

Pero todo se desmoronó impensadamente en el estadio Olímpico de Roma. Una muy mala noche pero no sólo en el juego, sino extrañamente en un innecesario sistema defensivo culé impropio de su historia y de su estilo de los últimos años, y cuando se dio cuenta y quiso reaccionar, ya era demasiado tarde y no sólo por cuestión del reloj sino porque todos habían entrado ya en una dinámica negativa y la Roma había logrado ya un objetivo que parecía imposible: eliminar a un rival tan superior que en la ida había podido sacar mucha más ventaja pero tuvo pereza y se dio cuenta (porque además era real) de que la diferencia en el juego era tan amplia que de todos modos se resolvería sin dificultad en la revancha.

Así es que el Barcelona salió al campo dormido, con la idea de que de todos modos le alcanzaría, pero descuidó a un sensacional delantero como el bosnio Edin Dzeko, y se retrasó demasiado, aislando a Messi de su propio circuito, siempre con la idea de que el argentino aparecería en algún momento para salvar la situación, algo cada vez más usual y que hace que se dependa cada vez menos de la estructura general.

Pero esta vez, Messi no pudo aparecer lo suficiente y no alcanzó con ese arrió final del último cuarto de hora, cuando el Barcelona comenzó a darse cuenta de que no le alcanzaba y que sin atacar, sin asediar a la Roma, quedaría eliminado, y se fue con las manos vacías y con muchas preguntas.

Acaso la más importante de ellas sea si en el futuro próximo, el Barcelona podrá ir regresando a aquel juego maravilloso del pasado, si se darán cuenta sus cuerpos técnicos que el 4-3-3 es una identidad, más allá de ocasionales ejecutantes, y que todos los resultados (en números, repercusión y crítica) de los años de gran fútbol, llegaron cuando se le dio prioridad a la estética y no es para nada casual que ya hayan pasado tres temporadas sin una copa europea, con el mejor jugador del mundo en sus filas y con un talento inigualable como Iniesta.

Pero si además de la sorpresiva eliminación, el Real Madrid se vuelve a clasificar para las semifinales, con chances de ganar su tercera Champìons consecutiva y la cuarta en cinco temporadas, y la decimotercera de su historia, la crisis en Barcelona amenaza con ser mucho mayor aún y entonces aquellos rumores sobre los cuestionamientos de Messi y Piqué al planteo cauteloso de Ernesto Valverde en Roma serán poco para el verano que se avecina.

Entonces, el doblete de Liga y Copa, como pocas veces, no significará tanto. Y el Barcelonismo deberá replantearse varias cosas para la temporada que viene.

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