Dante Panzeri falleció un 14 de abril de 1978, hace
cuarenta años. Por muy poco, un mes y medio, no llegó a presenciar (y acaso ser
su mayor fiscal) lo que ocurrió durante el Mundial de ese año en la Argentina,
del que fue uno de sus más duros críticos, aunque mucho más ligado al malgasto
de los fondos estatales que por lo que podría haberlo sido poco tiempo más
tarde, por haberlo utilizado políticamente para tapar el baño de sangre que la
dictadura cívico eclesiástico militar generó en la Argentina.
La figura de un periodista como Panzeri (un tipo que
se reconocía de derechas, pero honesto, serio y profundo) se agranda en este
tiempo, cuatro décadas más tarde, cuando somos testigos de este “periodismo”
deportivo que pone más el acento en que ahora Lionel Messi llegará al Mundial
de Rusia sin competencia por haber quedado eliminado de la Champions League con
el Barcelona, o que no se atreve a cuestionar al “ídolo” Guillermo Barros Schelotto
en las conferencias de prensa en la que el DT les señala que “preguntan mal”, o que coloca stickers con
publicidad de jeans, cinturones y zapatos en los grabadores para que se vean
cuando los poncha la cámara de TV.
Panzeri fue todo lo contrario que lo que por lo
general (con escasas y honrosas excepciones)
solemos encontrar cada día en la Argentina. Acaso exageradamente, para
hacer notar su enorme distancia con los protagonistas (a los que siempre
trataba de “usted”), solía dar golpes en la mesa, cual fiscal con un martillo,
para dar a conocer su posición, y hasta le llegó a gritar a algún comisario en
su propia dependencia, como después de un recordado clásico entre Independiente
y Boca en Avellaneda, por razones de seguridad.
Sus libros son obras maestras de análisis de la
realidad futbolística al punto de haber sido sociólogo sin haberlo sido en la
formalidad, aunque él mismo haya sostenido que todo lo que proponía no servía
“para nada”.
Desde “Burguesía y gangsterismo en el deporte”,
donde desmenuza los negocios crecientes y lo que cabía esperar en el futuro en
el deporte argentino, hasta “Fútbol, dinámica de lo impensado”, donde da por
tierra con todo el verso del “trabajo de la semana” que sirve para justificar
puestos laborales de directores técnicos temerosos e insertos en un sistema de negocios
que comenzó a crecer y desarrollarse desde el Mundial de Suecia en 1958,
Panzeri dejó su marca con opiniones certeras y comprometidas, y tan respetadas
como temidas.
Fue uno de los pocos (acaso el único) que advirtió
que tras 24 años de aislamiento mundialista, la selección argentina, pese a que
para muchos era “la mejor del mundo” aunque no se tuviera posibilidad de
cotejarlo, fracasaría en Suecia cuando pudo observar in situ los amistosos
previos, y quien pregonó “La Nuestra” como estilo de juego, aún enfrentándose
al creciente modelo resultadista. Tanto, que para él, aquel Estudiantes
múltiple campeón de los años sesenta fue “El de La Plata, no el de (Osvaldo)
Zubeldía”, y cuando todos (entre ellos, el dictador Juan Carlos Onganía)
festejaron esos títulos de América y el mundo, Panzeri nos señaló el cinismo de
la base “filosófica” de aquellas conquistas mitificadas por gran parte de la
prensa y el establishment.
Cuando se acercaba el Mundial 78, un Panzeri que no
encontraba quién lo contratara entre las empresas mediáticas (en 1962 había
abandonado la redacción de El Gráfico un domingo en el que no aceptó que el
director editorial le sugiriera que debía mencionar la presencia de Álvaro
Alsogaray en el palco del Monumental en el Superclásico, y renunció como
director periodístico luego de haber puesto en la tapa a ciclistas y
deportistas de variadas disciplinas), resultó un crítico feroz de la
organización y del contraalmirante Carlos Alberto Lacoste, el hombre fuerte del
Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78).
Panzeri llegó a concurrir a una cena en la casa de
Lacoste con una enorme cantidad de carpetas para demostrarle que se
malgastarían fondos innecesariamente cuando el país (ya sumergido en una feroz
dictadura que desapareció a miles de compatriotas) no estaba en condiciones
para hacerlo, y aunque todo siguió su curso, ya la esposa del marino terminó
convencida de lo que decía apasionadamente el periodista en esa mesa.
Hoy, Panzeri, un auténtico referente de aquellos
apasionados jóvenes que fuimos a principios de los años ochenta, cuando se
iniciaba la última etapa de democracia en la Argentina, parece lejanísimo, pero
acaso un faro para los que aún creemos que tenía razón, pero también hay
malezas para despejar y descubrir a los verdaderos sostenedores de sus ideas,
entre tantos que se escudan en su nombre, no siempre siendo coherentes entre
sus acciones y sus palabras. No es fácil el camino, pero vale la pena seguirlo.
En este sentido, sentimos orgullo por haber sido
prologados en uno de nuestros libros nada menos que por el fallecido José María
Suárez “Walter Clos”, uno de los integrantes de aquella maravillosa sección
“Pelota” de la recordada revista “Humor”,
maestro de periodistas y docente escolar.
En tiempos sin ironías ni doble sentido, de gritos
ante las cámaras, de frases grandilocuentes, de rumores sin confirmar, de
intereses y de jugadores instalados, de representantes mediáticos, de apuestas
clandestinas y de pases permanentes con bolsillos que se quedan con
vueltos, el legado de Panzeri cobra aún
más vigencia que nunca, como cuando señalaba que el deporte no debería
pertenecer al ámbito de la Acción Social sino al de la Educación, “porque no es
resultado, sino formación”. Y no le hacen caso.
Si Panzeri viviera, seguramente se la pasaría dando
golpes en la mesa, pero al menos tendríamos un camino marcado con “Hacha y Tiza”, como se llamó uno de sus recordados programas de TV.
Cuarenta años después de su muerte, Panzeri sigue
vivo en algunos de nosotros. Y es un
faro que nos alumbra.
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