domingo, 1 de abril de 2018

Messi y Busquets, dos insustituibles (Yahoo)




Con treinta partidos jugados sobre treinta y ocho totales, el Barcelona no sólo se encamina a ganar la Liga Española, sino que hasta tiene la posibilidad de hacerlo en forma invicta, lo que le daría un tono de logro mucho más fuerte, especialmente si consigue además el doblete el próximo 21 de abril, cuando juegue la final de la Copa del Rey en el Wanda Metropolitano de Madrid.

Sin embargo, buena parte del cuento feliz que hoy parece contar el barcelonismo, esconde algunas carencias que conviene señalar en esta columna porque el empate en el Sánchez Pizjuán ante el Sevilla, su rival de la final de la Copa del Rey en poco menos de tres semanas, no sólo se consiguió en los últimos cinco minutos y con dos goles seguidos, sino que quedó en evidencia que el equipo, más allá de tantos buenos resultados, depende especialmente de tres jugadores clave, uno por línea: Gerard Piqué (que juega hasta lesionado y sale cuando ya el resultado es muy holgado y sin amenazas de cambios), Sergio Busquets, un ordenador de todos los movimientos, y Lionel Messi, por su genialidad y su incidencia en el juego y especialmente, en el marcador.

Ante el Sevilla no estuvieron desde el inicio ni Busquets ni Messi, y el equipo apareció completamente perdido en el campo y lo que es peor: ni siquiera sabía retroceder hasta su propia portería, y lo pudo haber pagado doblemente caro, porque pudo recibir una auténtica paliza, con un marcador muy fuerte, y además, esto pudo condicionarlo porque en tres semanas debe definir ante el mismo equipo en la final de la Copa del Rey y porque llegaba mucho más débil a la recta definitiva de ocho partidos en la Liga, entre ellos el Clásico ante el Real Madrid.

Y si el resultado no fue de cuatro o cinco goles de diferencia en favor del Sevilla porque el ataque de los andaluces fue una máquina de perderse goles insólitos, en muchos casos, quedando sus delanteros solos ante el portero alemán del Barcelona Ter Stegen, y definieron mal porque optaron más por su salvación individual que por el bien colectivo o simplemente, como ocurrió en varias ocasiones con el colombiano Luis Muriel, tomaron mal la última decisión.

Pero estas situaciones de gol desperdiciadas por el Sevilla, y el posterior ingreso a media hora del final de la última etapa por un Lionel Messi que no parecía estar en perfecto estado físico pero que a los pocos minutos de entrar se notó que su genialidad le bastaba para sacar un partido casi imposible adelante, no alcanzan a tapar las carencias que mencionamos líneas más arriba en esta misma columna.

Sin dudas, el Barcelona es un equipo con su once “de gala”, y otro completamente distinto cuando le faltan algunos de estos jugadores clave. En el caso de Sergio Busquets, su ausencia en el Sánchez Pizjuán fue notable. No por casualidad, y cansado de esperar una oportunidad de continuidad prácticamente imposible para los próximos años, Javier Mascherano optó por irse a otra liga, sabiendo que el mediocentro no se moverá ni un centímetro de su titularidad –como tampoco lo hará de la selección española-.

Busquets tiene, entre sus principales virtudes, además de poder jugar a un solo toque en algunos lugares “calientes” del campo, su ubicación privilegiada y un poder de recuperación de balones que pocos jugadores reúnen en el mundo.

En el partido anterior por la Liga, en el Camp Nou ante el Athletic de Bilbao, había quedado la sensación de que en algunas ocasiones, el croata Iván Rakitic podía ser un buen sustituto para Busquets porque había hecho un muy buen partido, aunque con una enorme diferencia: el Barcelina había sido el dominador absoluto, y el balón había estado mucho más en campo rival que en el propio, a la usanza de los encuentros del líder de la Liga desde hace muchos años.

Pero esa sensación se terminó muy rápido en el estadio Sánchez Pizjuán en una situación completamente distinta, porque cuando Messi está ausente, el rival (y más cuando tiene jugadores de buen dominio de balón) toma fuerzas al no tener que estar tan pendiente del genio y lentamente va liberando jugadores para lanzarse al ataque.

Así es que el mediocampo del Sevilla atravesaba casi sin dificultades al del Barcelona y rápidamente sus atacantes quedaban en posiciones de gol sin que entre los dos centrales, Piqué y Samuel Umtiti, se incluyera en la marca el acostumbrado Busquets, quien también era extrañado en las salidas desde la propia puerta por sus compañeros.
Señalar lo que representa Messi para este Barcelona es, casi, una obviedad. El mejor jugador del mundo infunde temor con su sola presencia, y es a lo que acabó echando mano el entrenador Ernesto Valverde al notar la impotencia de su equipo y la inexorable derrota y la pérdida del invicto.

Un Messi que no había podido jugar ninguno de los dos partidos con la selección argentina en los días anteriores por la fecha FIFA y que descansaba en el banco (más allá de que nunca se aclaró bien el grado de su extraña lesión), necesitó poco menos de media hora para arrastrar marcas, cambiar el eje del partido y además, empatar cuando nadie lo preveía.

Otra vez el argentino se convertía en decisivo para su equipo y lo salvaba de una derrota segura, aunque no habría podido hacer nada si el Sevilla hubiese tenido aunque más no fuere el cincuenta por ciento de efectividad en sus llegadas. Una lección que los andaluces deberán aprender pronto: con tantos goles perdidos, en una Champions ante el Bayern Munich o en una final de Copa del Rey, posiblemente eso signifique una derrota incluso inmerecida, pero derrota al fin.

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