Con treinta
partidos jugados sobre treinta y ocho totales, el Barcelona no sólo se encamina
a ganar la Liga Española, sino que hasta tiene la posibilidad de hacerlo en
forma invicta, lo que le daría un tono de logro mucho más fuerte, especialmente
si consigue además el doblete el próximo 21 de abril, cuando juegue la final de
la Copa del Rey en el Wanda Metropolitano de Madrid.
Sin embargo,
buena parte del cuento feliz que hoy parece contar el barcelonismo, esconde
algunas carencias que conviene señalar en esta columna porque el empate en el
Sánchez Pizjuán ante el Sevilla, su rival de la final de la Copa del Rey en
poco menos de tres semanas, no sólo se consiguió en los últimos cinco minutos y
con dos goles seguidos, sino que quedó en evidencia que el equipo, más allá de
tantos buenos resultados, depende especialmente de tres jugadores clave, uno
por línea: Gerard Piqué (que juega hasta lesionado y sale cuando ya el
resultado es muy holgado y sin amenazas de cambios), Sergio Busquets, un
ordenador de todos los movimientos, y Lionel Messi, por su genialidad y su
incidencia en el juego y especialmente, en el marcador.
Ante el Sevilla
no estuvieron desde el inicio ni Busquets ni Messi, y el equipo apareció
completamente perdido en el campo y lo que es peor: ni siquiera sabía
retroceder hasta su propia portería, y lo pudo haber pagado doblemente caro,
porque pudo recibir una auténtica paliza, con un marcador muy fuerte, y además,
esto pudo condicionarlo porque en tres semanas debe definir ante el mismo
equipo en la final de la Copa del Rey y porque llegaba mucho más débil a la
recta definitiva de ocho partidos en la Liga, entre ellos el Clásico ante el
Real Madrid.
Y si el
resultado no fue de cuatro o cinco goles de diferencia en favor del Sevilla
porque el ataque de los andaluces fue una máquina de perderse goles insólitos,
en muchos casos, quedando sus delanteros solos ante el portero alemán del
Barcelona Ter Stegen, y definieron mal porque optaron más por su salvación
individual que por el bien colectivo o simplemente, como ocurrió en varias
ocasiones con el colombiano Luis Muriel, tomaron mal la última decisión.
Pero estas
situaciones de gol desperdiciadas por el Sevilla, y el posterior ingreso a
media hora del final de la última etapa por un Lionel Messi que no parecía
estar en perfecto estado físico pero que a los pocos minutos de entrar se notó
que su genialidad le bastaba para sacar un partido casi imposible adelante, no
alcanzan a tapar las carencias que mencionamos líneas más arriba en esta misma
columna.
Sin dudas, el
Barcelona es un equipo con su once “de gala”, y otro completamente distinto
cuando le faltan algunos de estos jugadores clave. En el caso de Sergio
Busquets, su ausencia en el Sánchez Pizjuán fue notable. No por casualidad, y
cansado de esperar una oportunidad de continuidad prácticamente imposible para
los próximos años, Javier Mascherano optó por irse a otra liga, sabiendo que el
mediocentro no se moverá ni un centímetro de su titularidad –como tampoco lo
hará de la selección española-.
Busquets tiene,
entre sus principales virtudes, además de poder jugar a un solo toque en
algunos lugares “calientes” del campo, su ubicación privilegiada y un poder de
recuperación de balones que pocos jugadores reúnen en el mundo.
En el partido
anterior por la Liga, en el Camp Nou ante el Athletic de Bilbao, había quedado
la sensación de que en algunas ocasiones, el croata Iván Rakitic podía ser un
buen sustituto para Busquets porque había hecho un muy buen partido, aunque con
una enorme diferencia: el Barcelina había sido el dominador absoluto, y el
balón había estado mucho más en campo rival que en el propio, a la usanza de
los encuentros del líder de la Liga desde hace muchos años.
Pero esa
sensación se terminó muy rápido en el estadio Sánchez Pizjuán en una situación
completamente distinta, porque cuando Messi está ausente, el rival (y más
cuando tiene jugadores de buen dominio de balón) toma fuerzas al no tener que
estar tan pendiente del genio y lentamente va liberando jugadores para lanzarse
al ataque.
Así es que el
mediocampo del Sevilla atravesaba casi sin dificultades al del Barcelona y
rápidamente sus atacantes quedaban en posiciones de gol sin que entre los dos
centrales, Piqué y Samuel Umtiti, se incluyera en la marca el acostumbrado
Busquets, quien también era extrañado en las salidas desde la propia puerta por
sus compañeros.
Señalar lo que
representa Messi para este Barcelona es, casi, una obviedad. El mejor jugador
del mundo infunde temor con su sola presencia, y es a lo que acabó echando mano
el entrenador Ernesto Valverde al notar la impotencia de su equipo y la
inexorable derrota y la pérdida del invicto.
Un Messi que no
había podido jugar ninguno de los dos partidos con la selección argentina en
los días anteriores por la fecha FIFA y que descansaba en el banco (más allá de
que nunca se aclaró bien el grado de su extraña lesión), necesitó poco menos de
media hora para arrastrar marcas, cambiar el eje del partido y además, empatar
cuando nadie lo preveía.
Otra vez el
argentino se convertía en decisivo para su equipo y lo salvaba de una derrota
segura, aunque no habría podido hacer nada si el Sevilla hubiese tenido aunque
más no fuere el cincuenta por ciento de efectividad en sus llegadas. Una
lección que los andaluces deberán aprender pronto: con tantos goles perdidos,
en una Champions ante el Bayern Munich o en una final de Copa del Rey,
posiblemente eso signifique una derrota incluso inmerecida, pero derrota al
fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario