domingo, 27 de diciembre de 2020

A 40 años del Mundialito, que le salió caro a la dictadura uruguaya y en el que ni el gol de Maradona a Brasil alcanzó para la clasificación de la selección argentina a la final (Infobae)


 

 

Una selección argentina en transición entre el Mundial 1978 y el de España 1982. con la incorporación de los juveniles campeones en Japón 1979 que no logró la clasificación para la final en su grupo junto con Brasil y Alemania Federal, formó parte del Mundialito que terminó ganando el representativo local, Uruguay, a principios de 1981, y que aunque la dictadura de ese país lo pensó para expresar la euforia de un plebiscito que buscaba para perpetuarse en el poder, terminó saliéndole todo al revés.

En la inusual fecha del 30 de diciembre de 1980 se inició el “Mundialito” o también llamada “Copa de Oro de la FIFA” en dos grupos de tres equipos, con la idea de invitar a las seis selecciones de países campeones del mundo hasta ese momento para conmemorar los cincuenta años del Mundial ganado por Uruguay en 1930, razón por la cual se ideó jugar todos los partidos en el estadio Centenario, sede de aquel torneo, la primera Copa del Mundo.

El Mundialito (que podría repetirse en 2030 si es que Uruguay no consigue la sede mundialista a la que se postuló junto con Argentina, Paraguay y Chile), se disputó entre el 30 de diciembre de 1980 y el 10 de enero de 1981, y el sorteo de marzo de 1980 había deparado que la selección argentina recientemente campeona en 1978 jugara en el mismo grupo de Brasil y Alemania Federal, mientras que los locales tuvieron como rivales a Holanda e Italia.

Desde el punto de vista futbolístico, la expectativa por ver a estas selecciones y por la posibilidad de un éxito de la selección “celeste” era muy grande luego de una década del Setenta en la que los resultados no habían sido buenos y tras el cuarto puesto en el Mundial de México 1970 y una mediocre actuación en Alemania 1974, no había logrado clasificarse para Argentina 1978, sumados al no muy positivo cuarto lugar en el Sudamericano (hoy Copa América) 1975 y ni siquiera se había podido clasificar para la semifinal en 1979.

Andrés Varela, productor y co-guionista de la película “Mundialito” de 2010 junto a Sebastián Bednarik, sostuvo que la organización y la conquista del torneo es para Uruguay “como un hijo no reconocido. Todo el mundo sabe que existió, pero no está dentro de esas hazañas que se manifiestan permanentemente como el Maracanazo de 1950, determinadas Copas América o Mundiales de buen papel. No es una estrella más en la camiseta y ni la FIFA lo considera un torneo oficial. Fue quedando en la nebulosa cuando comenzó a descubrirse lo que había atrás”.

La dictadura uruguaya de 1973-1985  había lanzado un plebiscito para el 30 de noviembre de 1980, es decir, menos de un mes antes del inicio del “Mundialito”, en el que se proponía el voto a un proyecto de reforma con la idea de proponer unas elecciones con un candidato único, Gregorio Álvarez, con la idea de sacar provecho a una especie de boom económico a partir de la euforia por el inminente inicio del torneo de fútbol.

Por esos meses atronaba en los medios una marcha que decía  “Bajo un sol y nueve franjas/y por ser mejor entre mejores/van detrás de una esperanza/los campeones del fútbol mundial/Bajo un sol y nueve franjas/nuestra Patria será un gran hogar/con la Copa de Oro/damos un tesoro/de amor, paz y libertad”.

La canción hacía referencia a la “libertad” en una época de presos políticos, censura previa y grupos musicales debían presentar las letras de sus canciones en la Jefatura de Policía para ser autorizadas. Terminó imponiéndose  otra marcha de Alberto Triunfo a pedido de Radio Monte Carlo, con el jingle “Uruguay, te queremos/te queremos ver campeón” pero al mismo tiempo hubo un enorme gasto de dinero en todos los medios con el lema “Sí por el progreso y sí por la paz, sí por la esperanza y sí por Uruguay”.

Sin embargo, el autoritario gobierno uruguayo no pudo lograr su cometido y ese 30 de noviembre, en vísperas del “Mundialito”, se impuso el “No” en el plebiscito con el 56,83 por ciento de los votos contra el 42,51 del sí, y la distancia por la negativa fue aún mayor en la capital: 63,25 por ciento contra el 36,04.

Si el presidente de la Asociación Uruguaya (AUF) en ese entonces era Yamandú Flangini (Julio Grondona había asumido en la AFA en 1979), el dirigente con mayor influencia del fútbol “celeste” era el titular de Peñarol, Washington Cataldi, de excelente vínculo con el presidente de la FIFA, Joao Havelange, a quien ayudó a llegar a la cima del poder en 1974, cuando le consiguió gran parte de los votos africanos para destronar al inglés sir Stanley Rouss.

En el discurso inaugural del 30 de diciembre, Havelange, en el Palco de Honor del Estadio Centenario generó una sonrisa en el entonces presidente uruguayo Aparicio Méndez, un abogado protegido por el Ejército y nombrado por el Consejo de estado (FFAA) presidente uruguayo en 1976 al darle un guiño a su gobierno.

El Comité Organizador del certamen consiguió, igual que dos años atrás el del Mundial 1978, el apoyo del influyente estadounidense Henry Kissinger, en tanto que consiguió de los argentinos el asesoramiento para temas de logística y seguridad.

Estos vínculos de Cataldi (quien también fue diputado y miembro del gabinete del presidente constitucional Julio María Sanguinetti) con el poder del fútbol también fue importante para muchos negocios paralelos alrededor del “Mundialito”. No casualmente, las distintas comisiones organizadoras estaban conformadas por miembros de la Marina y dirigentes de los distintos clubes uruguayos.

En una de sus tantas reuniones por la organización del torneo, en Madrid, Cataldi encontró avales económicos en el empresario griego de frigoríficos Ángelo Vulgaris y su socio Fertis, a quienes ofreció ser socios comerciales y los derechos de televisión, pero al poco tiempo, se encontraron con la fuerte presión de la Organización de televisión Iberoamericana, la poderosa OTI, que amenazó con que si le otorgaban esos derechos, se quedarían sin los del Mundial de España 1982,que estaban en su poder.

Vulgaris, que terminó preso por narcotráfico y murió en la ruina pocos años más tarde, llamó desesperado a Cataldi para tratar de resolver la situación a pocos días de que comenzara el torneo y todo se resolvió cuando el dirigente futbolístico uruguayo contactó al entonces vicepresidente de la FIFA, el italiano Artemio Franchi, y éste les introdujo a un gran empresario mediático compatriota interesado en comprar parte de esos derechos, Silvio Berlusconi, quien dio así uno de sus primeros golpes y revendió los derechos a 43 países. Todo se resolvió en una reunión en Uruguay a la que asistieron, entre otros, dirigentes de alto nivel de la FIFA como el alemán Hermann Neuberger, Grondona, el almirante Carlos Lacoste (Hombre Fuerte del fútbol en la dictadura argentina 1976-1983 y uno de los vicepresidentes de la FIFA en ese tiempo) y Franchi.

Pero no todos los negocios terminaron allí porque gracias a sus vínculos con Havelange, Cataldi consiguió que la selección brasileña eligiera como lugar de concentración a “Los Aromos”, tradicionalmente utilizado por Peñarol, su club, y por esta razón, el predio fue remodelado y acondicionado al más alto nivel para alojar a estrellas como Sócrates, Junior, Batista o Toninho Cerezo, que brillarían en el Mundial 1982 y que llegaron a la final ante Uruguay en el “Mundialito”. De esta forma, a Peñarol le salió gratis reformar su lugar de concentración.

Si en uno de los grupos Uruguay, con figuras como el arquero Rodolfo Rodríguez, el defensor Hugo De León, los volantes Jorge Barrios, Ariel Krasouski y Rubén Paz, y delanteros como Venancio Ramos y Waldemar Victorino, comenzó venciendo 2-0 a Holanda, que reemplazó a Inglaterra –no aceptó asistir debido a que su liga no se detenía en esas fechas- y que no contaba con la mayoría de sus estrellas del Mundial 1978 y tampoco con Johan Cruyff,, y luego venció a Italia –sin Paolo Rossi, suspendido por las apuestas clandestinas- por el mismo marcador y de esta manera se clasificó para la final, siempre a estadio lleno.

Por el otro grupo, la selección argentina campeona del mundo en 1978 y reforzada con algunos campeones mundiales juveniles de Japón 1979 como Diego Maradona, Ramón Díaz y Juan Barbas y la participación de Carlos Fren, José Van Tuyne y Víctor Ocaño, hizo su debut ante la Alemania Federal de Jupp Derwall que venía de ganar la Eurocopa de Italia, en un inusual 1 de enero de 1981, y pese a que estaba perdiendo 1-0 con gol del gigante Horst Hrubesch al final del primer tiempo, pudo empatar a seis minutos del final con gol en contra del lateral Manfred Kaltz y dio vuelta el marcador a los 43 minutos del segundo tiempo a través de Ramón Díaz.

Tres días más tarde, el equipo de César Luis Menotti empató 1-1 ante Brasil, dirigido por Telé Santana. Maradona había marcado el primer gol pero enseguida empató Edevaldo y luego, en el último partido, Brasil consiguió el boleto a la final por diferencia de gol al vencer por 4-1 a Alemania tras ir perdiendo 1-0 por gol del delantero Klaus Allofs, pero revirtió el marcador con tantos de Junior, Tonino Cerezo, Serginho y Ze Sergio.

La final entre Brasil y Uruguay se jugó el 10 de enero de 1981 y se impusieron los locales 2-1 con goles de Barrios y Victorino –máximo anotador del certamen y quien  días más tarde le daría a Nacional el título intercontinental al marcar el único gol del partido, en Japón, ante el Nottingham Forest-. Sócrates había empatado, de penal.

En medio de los festejos de los jugadores uruguayos, atronaba desde las tribunas del Centenario el grito de “Se va a acabar, la dictadura militar” y si bien al principio la banda musical trató de tapar el sonido con su música, fue el propio presidente uruguayo Méndez el que pidió que abandonara la idea para no exacerbar más al púbico. En medio de la vuelta olímpica se generó una controversia con el zaguero Hugo de León, que lo hizo enfundado en la camiseta de su nuevo equipo, el Gremio de Porto Alegre y por esta actitud, considerada por el Gobierno como “anti nacionalista”, terminó siendo el único componente del plantel que no recibió un automóvil como premio.

El reconocido periodista Jorge Savia cubrió ese torneo para el diario “El País” de Montevideo y recordó que como forma de agradecimiento al pueblo de San José, donde se entrenaron, los jugadores de la selección “celeste” regresaron a la Hostería del Parque de la localidad, desde el estadio Centenario, mientras su micro era seguido por antorchas y los festejos, junto al director técnico Roque Máspoli –arquero de la selección campeona del mundo en 1950- duraron hasta avanzada la madrugada.

No obstante, Savia considera que, como otros periodistas y seguidores, ese título “le terminó generando un tremendo daño al fútbol uruguayo aunque sea de manera indirecta porque quizá excesivamente confiado por el logro de aquella gesta, apenas seis meses más tarde se llevó un soberbio cachetazo al perder por 2-0 ante Perú en el debut de la clasificación mundialista para España 1982 en el Centenario y terminó siendo eliminado por segunda vez consecutiva, algo inédito hasta entonces”.

Pasados los años, ni el propio plantel campeón del “Mundialito” ni la AUF elevaron ningún reclamo formal para recibir algún reconocimiento por el título, que quedó eclipsado por los éxitos de Nacional, y Peñarol con las Copas Libertadores e intercontinentales de 1980 y 1982, respectivamente. Apenas hubo un homenaje de la intendencia de San José y otro de la Hostería del Parque de esa localidad en 2016, a 35 años del campeonato.

Por si fuera poco, por años tampoco se supo dónde se encontraba el trofeo de 18 quilates, creado por el orfebre Walter Pagella. Recién en enero de 2018, las autoridades de la AUF descubrieron que se encontraba en la caja fuerte del Banco Santander en la Ciudad Vieja de Montevideo y por el que el artista trabajó contrarreloj durante catorce horas por catorce días seguidos y para comprar el oro, utilizó tres cheques diferidos que le dieron los empresarios griegos Vulgaris y Fertis. Los dirigentes uruguayos descubrieron también que la Copa -.que primero estuvo guardada en el Banco República y luego en la Tesorería de la AUF- no estaba asegurada y por eso, tampoco la exhibieron en ningún museo. Pagella sólo recibió el treinta por ciento de los gastos, más allá de los honorarios profesionales.

Aquella final entre Uruguay y Brasil del 10 de enero de 1981,m que en Uruguay se vio por televisión en blanco y negro, fue la última transmisión radial desde el otro lado del Río de la Plata por Víctor Hugo Morales, quien contratado por Radio “El Mundo” para integrar el equipo de “Sport 80”, se mudó pocos días más tarde a Buenos Aires y debutó en el relato el mismo día que Maradona lo hizo en Boca ante talleres de Córdoba el 22 de febrero de ese año.

 

 


viernes, 25 de diciembre de 2020

2020, el año en el que el fútbol sufrió más que nunca (Jornada)


 

Se necesitaría de una gran imaginación para proyectar un año como 2020 en el fútbol del mundo. Estadios vacíos, mudos, fríos, mustios, sin el sonido de los hinchas, meses enteros sin juego, distancia social entre los jugadores en los desangelados bancos de suplentes, barbijos, partidos que parecen entrenamientos, torneos suspendidos o resueltos de apuro, calendarios alterados, fiestas postergadas. Peor, imposible.

Nunca, ni siquiera en la guerra, el planeta estuvo tantos meses sin fútbol a causa de la pandemia que ocasionó el coronavirus, y si esto ocurrió en el mundo entero, la Argentina batió todos los récords y si la actividad volvió después de siete meses, cuando ya se estaba jugando en la mayoría de los países sudamericanos (sólo Bolivia y Venezuela venían retrasados pero a causa de la muerte de sus presidentes de Federación), fue por el efecto dominó que causó la extraña decisión de la Conmebol para regresar a las competencias sudamericanas pese a que nada había cambiado y a que varios de los clubes participantes estaban en problemas con varios de sus jugadores.

El fútbol, como casi todas las actividades aunque como gran fenómeno de masas del Siglo XXI, debió adaptarse a los nuevos tiempos y en verdad, no parece que lo haya podido resolver del todo. Si pudo continuar es más que nada porque por ser el monstruo que es, contó con la venia de la clase dirigente que le dio prebendas que nadie consigue, como las burbujas para que los planteles se movieran casi como libre tránsito entre países.

En este sentido, al menos la UEFA pudo conciliar un poco más el calendario al aprovechar la baja de los casos para apurar la definición de sus dos grandes torneos de clubes, la Champions League y la Europa League, reduciendo sus definiciones a un torneo corto en una misma sede (Lisboa para la primera y Colonia para la segunda), con los triunfos de la máquina casi perfecta del Bayern Munich (que ganó todos los partidos que jugó en el campeonato, de principio a fin) y del Sevilla, acostumbrado a los títulos en este torneo. Aprovechando el envión, los alemanes dieron cuenta de los andaluces al poco tiempo en la definición de la Supercopa europea.

Por el lado de las ligas nacionales europeas, cada una se adaptó como pudo a las circunstancias, y si por fin el Liverpool pudo ganar la Premier League por primera vez desde su nuevo formato cuando pese a sacar más de 25 puntos a sus seguidores se llegó a plantear la suspensión del campeonato, o la Juventus se llevó por novena vez consecutiva el Scudetto, o el Bayern repitió en Alemania, en cambio se suspendieron definitivamente torneos como el francés (PSG) o el holandés (Ajax) lo que provocó un gran enojo en la UEFA, que como la Conmebol, se empeñaron en que no importa el cómo pero el show debe seguir, y que paguen los que deben pagar.

Esto llevó a tal aberración, ahora corregida, por la que en principio la Federación Italiana le había dado por perdido un partido 3-0 al Nápoli por no poder presentarse ante la Juventus por tener una enorme cantidad de casos de coronavirus en sus jugadores, y le quitó un punto extra por incumplir con los protocolos, o se sucedieron casos patéticos en la Conmebol por los que, por ejemplo, el plantel de Flamengo, ya en el aeropuerto, no sabía si tenía que viajar o no para jugar ante el Barcelona de Guayaquil por la Copa Libertadores porque las autoridades ecuatorianas habían suspendido el partido y tras presiones de la Conmebol, se aprobó la competencia cuando los brasileños llegaban justo a horario, o Atlético Paranaense tuvo que enfrentar a River por los octavos de final casi con un equipo B en la ida, por tener a casi todos sus jugadores afectados. Por su parte, Boca llegó al debut copero ante Libertad en Paraguay sin un solo entrenamiento completo porque su plantel también estaba en problemas por un contagio general. El negocio y especialmente los sponsors, siempre por delante de la salud de los futbolistas.

Tal como lo señalamos en nuestra columna de la semana pasada, el fútbol argentino terminó mezclando la cuarentena con la política y así es que el presidente de la AFA desde 2017, Claudio “Chiqui” Tapia, aprovechó la ocasión para lanzarse a una rápida reelección por otros cuatro años, para lo cual utilizó, con la excusa de que no podía resolverse en el campo de juego por la suspensión de la Copa de la Superliga tras una sola fecha jugada (y en la que River, sin sanción alguna, decidió no presentarse ante Atlético Tucumán como local), la suspensión de los descensos, adelantó casi un año los primeros cuatro clasificados a la Copa Libertadores 2021 y trató por todos los medios de que no se jugaran las otras dos competencias previstas para 2020 (Copa Argentina-finalmente postergada para 2021- y Copa de la Liga) para que un abanico mayor de equipos de interés se clasificara para los torneos sudamericanos.

A esto hay que sumarle que la AFA optó por congelar inmediatamente las competencias de la máxima categoría, pero, contradictoria, decidió continuar (y empezar casi de cero) los torneos de ascenso, lo que favorecía a sus clubes amigos y lo que a su vez derivó en un histórico juicio de uno de los dos perjudicados, San Martín de Tucumán, a la propia institución madre del fútbol argentino ante el máximo tribunal arbitral deportivo mundial, el TAS, en Suiza.

Los siete meses sin fútbol local, la falta de competencia por la pandemia y la decisión política de la AFA de retrasar todo lo posible haciendo la plancha, y la enorme cantidad de futbolistas que quedaron libres el 30 de junio al no necesitar muchos clubes de sus servicios al no tener que luchar con los promedios del descenso (suspendido por dos temporadas), determinó a su vez que varios equipos se decidieran por apostar casi obligadamente por sus divisiones inferiores y al mismo tiempo, algunos entrenadores, ya sin los habituales temores, se decidieron a un juego algo más holgado y sin tantos pruritos, y de a poco, empezaron a aparecer algunos buenos partidos, aunque con protagonistas menos conocidos para el gran público, aunque pende sobre los más grandes la amenaza de algunas estrellas de emigrar por no querer renovar sus contratos en pesos en un futuro imprevisible como el argentino por la pandemia y sus posibles consecuencias económicas y sociales.

Pero este mismo fútbol argentino, que se prepara para vivir en enero tal vez una segunda final superclásica de Copa Libertadores en el Maracaná a fines de enero, y otra sudamericana en el Mario Kempes cordobés, también estudia con lupa a la selección argentina, que pese a sus interminables crisis institucionales y con un entrenador como Lionel Scaloni que nunca antes había dirigido a un equipo, por el momento se encamina casi sin dificultades en la clasificación mundialista para Qatar 2022 y hasta su máxima estrella, Lionel Messi, parece más cómodo ahora de celeste y blanco, en su definitivo rol de líder, que con la camiseta del Barcelona.

Messi fue uno de los grandes protagonistas de 2020 pero no, como siempre desde hace una década y media por sus goles o sus brillantes jugadas, sino por su explicitada crisis con el club catalán que lo vio crecer y sobresalir en el mundo, a partir del hartazgo de la falta de proyectos para volver a armar un equipo ganador, como en los pasados y añorados tiempos de Josep Guardiola. En este sentido, el rotundo 8-2 en contra ante el Bayern por los cuartos de final de la pasada Champions  hizo mucho ruido y el argentino se quejó en una entrevista que recorrió el mundo por el pésimo manejo del presidente del Barcelona, Josep María Bartomeu, y aunque finalmente decidió quedarse una temporada más en el club, el mandatario se vio obligado a salir apenas días más tarde por una moción de censura de los socios que consiguió el requerido número de firmas pese a la imposibilidad de movilizarse por la pandemia.

Un Messi desganado y cansado, que además perdió en la cancha a su amigo uruguayo Luis Suárez, arrojado al vacío por la dirigencia azulgrana y que terminó en el Atlético Madrid, siguió jugando casi por reflejos aunque no es ni por asomo el que solíamos apreciar, con la incógnita sobre qué resolverá sobre su futuro desde el 1 de enero, cuando tendrá la posibilidad de comenzar a negociar con otros clubes en condición de libre desde el 1 de julio de 2021, aunque tal vez las elecciones del, 24 de enero le hagan reflexionar sobre las chances de quedarse ya con otra dirigencia.

Además de la pandemia, los estadios vacíos y el silencio atronador de las tribunas, 2020 fue el año de la exacerbación de la falta de sentido común en el uso del VAR, lo que ratifica que el problema no es la tecnología sino el uso que se hace de ella y una pregunta que nos hemos formulado en estas páginas en este ciclo: ¿Quién controla a los que controlan? ¿En manos de quiénes está el fútbol? ¿Por qué en Sudamérica y en Europa siempre se benefician los mismos equipos, que tienen fallos a su favor que desafían hasta las leyes de probabilidad?

Finalmente, este año se llevó a Diego Maradona y la pelota y los amantes del fútbol quedamos tristes sin uno de los máximos virtuosos de la historia, y además, de un magnetismo único, incomparable, y que acaso a los sesenta años, la edad de su partida, haya vivido el equivalente al triple de nuestras vidas corrientes. Los homenajes aún continúan y por suerte, perduran las imágenes de tanta magia y los recuerdos de quien le dio al pueblo argentino, y a los napolitanos, alegrías como pocas veces tuvieron en lo colectivo en el último medio siglo. A los pocos días falleció también Alejandro Sabella, una de las personas más respetadas en el ambiente por su coherencia, y quien estuvo muy cerca de ser el director técnico de una selección argentina campeona del mundo en 2014, cuando el título se escapó por muy poco.

¿Será 2021 el año del regreso del público a las canchas y de la vuelta de la fiesta, los colores, las voces, el contacto personal, vacuna mediante? Ya que estamos en imaginar, proyectemos, de paso, tribunas argentinas con hinchas de los dos equipos, conviviendo civilizadamente en un mismo espacio social. Soñar, no cuesta nada.

 


jueves, 24 de diciembre de 2020

Por qué la pandemia aceleró el retiro de muchos futbolistas veteranos y mejoró el rendimiento de otros (Infobae)


 

La larga cuarentena sin actividad oficial perjudicó a los futbolistas más veteranos, según recogió Infobae al consultar con distintos especialistas desde profesores de educación física de élite hasta psicólogos especializados, que enfatizaron en la incidencia de los meses de aislamiento con entrenamientos caseros o por zoom, el establecimiento de otras prioridades en la vida, la merma en el estado físico, el estiramiento de los plazos sin garantías de retorno de la actividad y hasta la falta de motivación por la imposibilidad de que el público acceda a los estadios.

Los especialistas sostienen que hay que analizar cada caso en particular y que los futbolistas son personas como todos, con sus miedos y sus problemas.

En los últimos meses se retiraron, entre otros, Javier Mascherano (Estudiantes), Fernando Gago (Vélez), Gastón “La Gata” Fernández (Estudiantes), Gonzalo Rodríguez (San Lorenzo), Walter Andrade (Patronato), Javier Gandolfi (Talleres de Córdoba), Maximiliano Zbrun (Estudiantes de Río Cuarto) y hasta Hugo Campagnaro, ex  mundialista con la selección argentina en Brasil 2014, quien terminó su larga carrera en Italia militando en el Pescara, si bien otros veteranos prefirieron seguir y hasta aumentaron sus rendimientos, como José Sand (Lanús) –que llegó a plantearse el retiro- y Leonardo Ponzio (River), y un tercer sector maneja fechas de retiro con independencia de la pandemia, como Mauricio Caranta (Talleres), quien ya tiene armado su cuerpo técnico para el futuro.

“En primer lugar, la pandemia nos cambió a todos, y en los futbolistas trabaja mucho la cabeza y se van estableciendo otras prioridades –sostiene Gastón Biaín, profesor de educación física que trabajó en San Lorenzo, Independiente, China, Ecuador, Chile, Canadá, Témperley y Olimpo de Bahía Blanca y realizó trabajos de especialización en el Barcelona en los tiempos de Josep Guardiola, el Atlético Madrid de Diego Simeone y el Espanyol de Mauricio Pochettino-.  Y llega la famosa frase ‘Hasta acá llegué’”.

Biaín cree que hay que analizar al futbolista “como persona integral” y observa que algunos han logrado reinventarse como directores técnicos o en otros oficios y durante la pandemia realizó una amplia encuesta con 280 jugadores, de los cuales el 57 por ciento correspondieron a la Primera División y el Nacional B, y el 43 por ciento, al resto de las categorías.

Biaín concluyó tras el trabajo que la parte física “es fundamental y más, para los mayores de 35 años” y que el hecho de haber estado meses en sus casas “se sintió en las canchas en el momento de los choques y en la velocidad” aunque cita como elemento “no menor” que “las canchas estén vacías, el hecho de no ver público, lo que les hace reflexionar sobre seguir o no y aparecen las alternativas como la de Mascherano y una escuela al estilo de la de Renato Cesarini en la que él se formó, o el de Gago, “que posiblemente pase a integrar el cuerpo técnico de Mauricio Pellegrino, en Vélez” .

Destaca que casi todos los equipos cuentan ahora con departamentos de psicología o de neurociencia, pese a lo cual, resulta preocupante que, según la encuesta, un 68,3 % de los jugadores no haya recibido ningún tipo de asistencia psicológica –que a todas luces aparece como necesaria cuando el 46,8%, casi la mitad, no tuvo ganas de entrenarse “algunas veces” y un alto porcentaje tuvo problemas de sueño mayores a los habituales-, aunque por contrario, el 61,3% recibió asesoramiento nutricional. Pese a todo, el 79,3% dice que “nunca” pensó en abandonar el fútbol, lo cual ratifica el entusiasmo de la gran mayoría por seguir pese al enorme lapso sin actividad.

Hernán Puertas, preparador físico de Central Córdoba de Santiago del Estero y quien trabajó junto con Rodolfo Arruabarrena, sostiene que los jugadores más grandes, “con más experiencia y más batallas, fueron muy perjudicados por la pandemia porque cuando todo comenzó en marzo se pensó en veinte días de inactividad, y se fueron estirando y los jugadores experimentados empezaron a sufrir por no entrenarse porque no es lo mismo un entrenamiento por zoom durante quince días que por cuatro o seis meses” y aclara a Infobae que “no es lo mismo un entrenamiento por zoom que convivir con los compañeros y con los implementos necesarios”.

Según la encuesta de Biaín, uno de los datos más relevantes es que si bien la mayoría de los futbolistas pudo utilizar los distintos elementos tecnológicos requeridos en sus preparaciones en la pandemia, y se entrenó por Zoom desde sus casas, y en general, con un plan suministrado por sus cuerpos técnicos, “es una gran evidencia también que los clubes ayudaron muy poco a los jugadores en cuanto a los elementos necesarios para las prácticas. Un 62,7% dijo que no recibió ayuda de sus entidades. O sea que en este punto hay una correspondencia con lo que ocurre con las empresas y el teletrabajo”.

También se marca que para la gran mayoría de los jugadores, las indicaciones de los clubes tuvieron ciertas deficiencias porque el 59.3% hizo ejercicio físico por su cuenta y el 30,4% lo hizo “algunas veces”, por lo que quienes no consideraron que necesitaban un complemento fueron apenas el 10,3% del total. El 34,8 por ciento de los jugadores no tuvo contacto con la pelota y el 35,5 por ciento no pudo entrenar ni el cabezazo ni el pase (con la pared o la ayuda de otro).

“Por la larga etapa sin jugar, el protocolo, al regreso, fue de ir extendiendo los entrenamientos de a poco, primero por separado, después, de menor a mayor, con aumentos en la distancia de veinte metros a cuarenta, después a sesenta”, describe Biaín, que recuerda que Defensa y Justicia llegó a jugar la Copa Libertadores “sin un entrenamiento formal”.

“Yo primero pienso como persona y recién luego como preparador físico –enfatiza Puertas- y en ese sentido, los jugadores son gente como cualquiera, que tienen miedo y en ese punto, los más grandes, que tienen una familia constituida, son los que más extreman los cuidados. No haber podido salir por tanto tiempo es un tema psicológico que afectó a toda la sociedad, y en mi caso, pude ver a los jugadores que quedaron varados en otras provincias que querían regresar a Santiago del estero y no podían. Ahora los veo felices y contentos, porque fueron leones enjaulados a los que un día les abrieron las puertas y fueron libres. Yo defiendo al jugador porque está en constante desarraigo y movilizan a toda su familia. Cuando volvimos a entrenar todos en un campo, el 20 de agosto, fue una felicidad terrible. Fue como el recreo largo después de dos horas de Bioquímica”.

Puertas sostiene que si bien hace 26 años que es preparador físico, “recién desde hace meses que soy profesor de educación física de pandemia porque uno está en constante aprendizaje. El psicólogo tampoco estaba preparado para la pandemia. Habría que ver cómo se trabajó para volver a la normalidad tras la llamada fiebre española”, pero sostiene que desde el punto de vista psicológico “el joven es más inconsciente, pero cuando hay hijos, los más grandes se cuidan más y no transgreden. Los jóvenes, por ejemplo, son de juntarse a comer asados y los más grandes suelen pedirme de hacer cosas fuera de los entrenamientos, cómo seguir entrenándose por su cuenta”,

Puertas comenta que  los jugadores más veteranos “se lesionan más” y que en Central Córdoba “tuve varios micro desgarros”. Sin embargo, destaca a muchos jugadores que rindieron siendo veteranos “porque se cuidaron toda la vida, como Juan Sebastián Verón, Esteban Fuertes, David Trezeguet, Gabriel Heinze, Maxi Rodríguez, Martín Palermo, Juan Román Riquelme, Diego Milito, José Lusi Calderón, y ahora José Sand o Javier Pinola”.

Puertas indica que le consta que Gago “quiso dejar el fútbol en una cancha, en buen estado físico y que los hijos lo vieran retirarse jugando”, mientras que Zbrun, de 33 años y referente de Estudiantes de Río Cuarto de dilatada trayectoria en el ascenso, contó cómo decidió su retiro al periodista Hugo Caric: “No fue una decisión fácil pero estoy seguro y tranquilo. Lo venía analizando hacía bastante y quizá esto del coronavirus me terminó de decidir”. Desde hace unos meses, es corredor inmobiliario y martillero público y tiene un emprendimiento familiar en su Rafaela natal).

Campagnaro, ex mundialista en Brasil 2014, se retiró del fútbol en abril, a los 40 años. “Es el momento de decir basta. Estoy contento por mi camino y ahora hay que pensar en el futuro”. Vive en Italia desde 2002 y desde us inicios en Deportivo Morón,  jugó en Piacenza, Sampdoria, Nápoli, Inter y Pescara, donde se retiró el día que perdieron 4-0 con Benevento y salió a la cancha con un barbijo como sus compañeros en señal de protesta por la continuidad de la Serie B en plena crisis sanitaria. Ahora será el DT del sub-17 del Pescara.

“El tema del retiro es uno de los grandes temas de un deportista y es importante acompañar al deportista en la preparación y en la toma  de la decisión del cómo y el cuándo retirarse. En el caso del fútbol la edad del retiro implica una jubilación tempranísima, muy sui generis. Lo que se busca es que sea el deportista el que se retira y no que sea el fútbol el que lo deje a él en lo posible.  Todos los intereses que fue activando, si estudia para ser periodista o DT, por ejemplo, puede ayudarlo en la post-decisión del retiro”, afirma Marcelo Androetto, psicólogo especializado en deportes, periodista y docente.

“Cuando en determinado momento el futbolista no disfruta, empieza a pasarla mal o a aburrirse o percibe una pérdida  muy importante de las herramientas que antes le permitían descollar, un jugador creativo que no puede imponer su gambeta o un volante de contención que ya no llega o no tiene la misma energía para enfrentar a gente más joven, se aceleran los tiempos, es como una señal para tomar una decisión y allí tendrá que pasar por un duelo inevitable de este cambio de estado. Y si es traumático para alguien que se jubila, mucho más para alguien que tiene treinta y pico de años, en la flor de la vida en todos los aspectos pero ya no puede dedicarse a la actividad profesional que lo llevó a destacarse, a ser famoso para el caso de los que le va bien o muy bien en esto”, agrega Androetto, quien sostiene que “es muy difícil dar ese paso, abandonar el vestuario, ciertas costumbres y esa  identidad. Los futbolistas siguen hablando de ellos mismos como jugadores de fútbol aunque ya no sigan siendo profesionales y se hayan retirado y hablan en presente por más que tengan 50, 60, 70 años.”.

Androetto no cree que, de todos modos, pueda analizarse el retiro de futbolistas veteranos como un colectivo sino que “cada caso tiene que ver con la particularidad de cada deportista y cada situación. Es muy difícil hacer generalizaciones y no tengo cercanía en particular con cada caso mencionado.  Pero uno puede imaginar que tal vez en ese período largo de inactividad, en algunos casos, recrudeció esta sensación de no disfrute, de ya no estar en condiciones de dar la talla y por lo tanto,  tal vez, se aceleró esa decisión, ese paso tan difícil de dar” pero hace hincapié en que “ también hubo casos de deportistas de élite que se tomaron el entrenamiento durante la pandemia de una manera muy concienzuda (que tampoco acaso fue distinto en los casos de quienes se retiraron) y que hoy volvieron y están igual o mejor que antes de la pandemia porque pueden intervenir muchos factores en esto, como el caso de Leo Ponzio en River, que puede jugar 90 minutos o casi en altísima competencia internacional”.

“Hay que ver cada caso en particular, después de una pandemia como ésta –insiste Androetto-. Lo cierto es que fue un desconecte importante, hay una pérdida de lo propio, de lo más genuino que es la competencia, partido a partido en serio, que no se pueden reemplazar por amistosos o prácticas y además hubo un tiempo muy largo en el que no se pudo entrenar y sólo se hacía por zoom o individualmente y entonces es obvio que el cuerpo va perdiendo y no es lo mismo para un deportista de 20 años que para uno de 33 ó 35 años, pero cada caso es particular y depende de las motivaciones de contexto e individual, porque podríamos poner el caso de Mascherano por un lado o el de Ponzio por el otro”.

“Se me ocurre que entre otras cuestiones, en el deporte de élite es muy importante trabajar con metas de corto, mediano y largo plazo.  Cuando el deportista tiene la oportunidad a nivel particular o de equipo, con un psicólogo especializado en deportes, aparece esta invitación o este ejercicio de establecer metas y de pronto un deportistas que por edad o por venir de lesiones se había puesto una meta a principios de 2020 de lograr cierta continuidad o de ir chequeando momento a momento cómo seguía rindiendo o si estaba disfrutando o no, tal vez descubrió que sus metas de corto o mediano plazo se extendían en el tiempo y cuando retomaron la actividad ya el objetivo de corto y mediano plazo se iba mucho más allá en el tiempo y se hacían largo plazo y ya no estaban para eso”, concluye Androetto.

 

 

 

 

 

 

 

 


sábado, 19 de diciembre de 2020

Todo sigue pasando (y algo sigue quedando) (Jornada)


 

Táchese el nombre que sea y colóquese otro encima. Si alguna vez, hace no tanto tiempo, fue Arsenal, ahora es Barracas Central. Si mientras Julio Grondona fue presidente de la AFA hasta su muerte en 2014, su club, Arsenal, fue campeón argentino y sudamericano, y el estadio se llama con su nombre, ¿por qué no puede soñar Barracas Central, el club del actual presidente de la AFA y cuyo estadio se denomina como él, Claudio “Chiqui” Tapia, y que tiene a su hijo como presidente, con ascender a Primera y luego, quién lo dice, ser campeón argentino y llegar lejos en un torneo sudamericano? El mundo del fútbol argentino está lleno de casualidades permanentes.

¿Cómo no soñar con un ascenso a la Primera cuando no estaba en posición de subir y de buenas a primeras, la AFA que preside Tapia decidió continuar el torneo Nacional B pero con otro formato que prácticamente no toma en cuenta la campaña realizada por los equipos hasta la llegada de la pandemia, cuando al mismo tiempo sí congeló la Copa de la Superliga, de la que se había jugado una sola fecha, y con ésta le bastó para establecer los cupos de la Copa Libertadores de América 2021 casi un año antes? –milagro de la previsibilidad argentina-.

Es decir, en otras palabras, que lo que sí se hizo para la Primera División, que fue decidir la clasificación de cuatro de los seis equipos argentinos a la Copa Libertadores 2021 (Boca, River, Racing y Argentinos Juniors) a partir de congelar todo desde el final de la primera fecha de la Copa de la Superliga, luego definitivamente suspendida, pero por contrario, seguir jugando el Nacional B limpiando toda la campaña anterior por lo que la lógica indicaba que debía seguir el mismo camino que la categoría superior, por una cuestión de coherencia, y dar por ascendidos a los dos líderes de los grupos en los que estaba dividido el torneo, Atlanta y San Martín de Tucumán.

Pero no sólo no ocurrió esto (pese a que los tucumanos se quejaron de todas las maneras posibles, llegando a hacer lobby en las dos cámaras legislativas y ante los más altos funcionarios del Poder Ejecutivo, y acudiendo en Suiza al TAS, el más alto tribunal deportivo internacional, algo que el club porteño no hizo y acompañó pasivamente) sino que Tapia (al mejor estilo de su antecesor caudillesco de la zona sur del Gran Buenos Aires) decidió, junto a sus amigos de “Ascenso Unido”, volver todo a foja casi cero para darle chances a esos clubes cercanos a los afectos y a las conveniencias.

Por si no bastara con esto (San Martín, como tantos equipos, había liquidado el plantel durante la pandemia por no poder mantenerlo y ya no compite de la misma manera que cuando alcanzó el primer lugar en el grupo antes de la pandemia), obsérvese lo ocurrido el pasado fin de semana entre Barracas Central y Belgrano de Córdoba. Estaban 0-0 hasta que a los 23 minutos del segundo tiempo, el árbitro Nelson Sosa expulsó a Joaquín Novillo, del “Pirata” cordobés. Tanto algunos jugadores como el director técnico, Ricardo Caruso Lombardi, se quejaron del fallo y entonces también recibió tarjeta roja Franco Negri, otro jugador celeste, por un supuesto insulto a un asistente. Ya a los 49 minutos, cuatro de descuento, el árbitro echó también al entgrenador, que cuando se iba caminando de la cancha vio como Trecco le daba la agónica victoria al equipo del presidente de la AFA.

“Te ponen todas las ternas arbitrales. Está desaforado el fútbol argentino. Si quieren que asciendan, que lo hagan. No tienen cara”, reclamó airado Caruso Lombardi, tras el partido, y si bien es cierto que más de una vez el DT estuvo relacionado con escándalos, quejas y llantos, no es menos cierto que las irregularidades en estos últimos años han sido continuas alrededor del fútbol argentino.

En esta columna se dijo hace apenas meses atrás que el plan de Tapia, cuando llegó el largo parón por la cuarentena, era que no se jugara más en todo el año y eso le valió ser votado para su reelección por cuatro años, al verse “obligado por las circunstancias” a suspender los descensos, lo que permitió que al terminar oficialmente la temporada el 30 de junio pasado, sin el tema apremiante de los promedios, muchos clubes liquidaran sus planteles y se ahorraran muchos miles de pesos.

 Y si se juega ahora la Copa Diego Maradona (que era Copa de la Liga de Fútbol Profesional debido a que la Superliga dejó de existir una vez que el macrismo dejó de gobernar la Argentina y ya esa estructura no era más funcional a la AFA), es simplemente porque la ambición de la Conmebol para que volvieran de cualquier forma los torneos internacionales que organiza para cumplir con sus auspiciantes y en especial con los derechos de televisión, empujó al regreso a los equipos argentinos participantes en esas competencias y esto resultó un efecto dominó sobre los otros.

Esto significa claramente que no es que la AFA quiso que se jugara, sino que se vio en la obligación de habilitar un torneo. ¿Y por qué no quería que se jugara en todo el año? Porque si todo se congelaba a marzo de 2020 y no continuaba la Copa de la Superliga y tampoco se jugaba la Copa Argentina, los dos cupos a la Copa Libertadores de esos dos torneos iban para el quinto y el sexto de la tabla final de la Superliga más la única fecha jugada de la Copa suspendida, que hubieran sido para Vélez y San Lorenzo. De esta forma, a la Copa Libertadores 2021 iban a ir cinco de los seis más grandes y apenas Independiente quedaba fuera de ella (y aún con chances previas de llegar desde la actual Copa Sudamericana, en la que acaba de quedar eliminado por Lanús en los cuartos de final).

¿Qué hizo entonces la AFA de Tapia? Por lo pronto, atrasó todo lo que pudo la Copa Argentina, que como finaliza en 2021 y ya no hay tiempo para otorgar un cupo para la Copa Libertadores 2021 sino recién para 2022, le entregó, nomás, ese lugar a Vélez, el quinto (aunque todavía puede ser sobrepasado por Defensa y Justicia si le gana por cuatro o más goles a Estudiantes en el partido pendiente de la única fecha de la Copa de la Superliga, aunque no parece fácil), y el tema, ahora, es San Lorenzo, club que preside el conductor televisivo Marcelo Tinelli.

Resulta que Tinelli fue un supuesto duro adversario de Tapia cuando éste apoyó a Luis Segura en aquella ridícula elección de presidente de la AFA cuando terminaron 38-38 para 75 votos, pero la dinámica de los acomodos y la política del fútbol argentino hizo que ahora se encuentren aliados, del mismo lado de la mesa, al punto de que el presidente de San Lorenzo –de buena llegada a la presidencia de la Nación- es también el titular de la nueva Liga de Fútbol profesional (LFP).

Y la casualidad permanente indica que en la actual Copa Diego Maradona que Tapia y Tinelli sacaron de la galera para cumplir con el efecto dominó que relatábamos del regreso de los torneos continentales de la Conmebol, en la que ni Boca, ni River, ni Racing ni Argentinos Juniors se juegan nada (porque ya están en la Copa Libertadores 2021), y ahora muy posiblemente Vélez tampoco se juegue (y menos aún si ganara la actual Copa Sudamericana, en la que ya está en semifinales), el sorteo de los dos grupos de seis equipos de la zona que clasificará al campeón benefició a San Lorenzo que no enfrenta a ninguno de los grandes, todos ellos (Boca, River, Independiente y hasta su rival de barrio, Huracán) concentrados en el otro grupo. Casualidades permanentes del fútbol argentino.

Pero si por alguna razón San Lorenzo no ganara la Copa Diego Maradona ni siquiera con este supuesto azar a su favor, igualmente iría a la Copa Libertadores en el caso de que Vélez ganara la Copa Sudamericana, o si Boca, River o Argentinos ganaran la Copa Maradona, o si Boca, River o Racing ganaran la Copa Libertadores.

Sin embargo, no todo termina allí. Cuando Boca y River se aliaron contra la gran mayoría de equipos de Primera División con la decisión de romper el contrato con la empresa Disney, que tenía a su cargo seis de los doce partidos televisados de cada fecha, con la excusa de que no comunicaron la fusión de Fox Sports con ESPN (aunque la empresa pagara todos los meses su canon aún cuando no hubo fútbol por la pandemia), ocurrió otra casualidad: no se le permitió a River jugar como local en el River Camp, como había solicitado y cuando la AFA lo había avalado primariamente con sus veedores, obligándolo a jugar como local en un estadio alquilado, al estar el suyo propio en arreglos, aprovechando el tiempo sin jugarse por la pandemia.

Grondona, que imaginaba el futuro en su ausencia con una frase que reiteraba a este escriba –“cómo me van a extrañar cuando me vaya”- solía usar un anillo que rezaba “Todo Pasa”, mientras que su última mano derecha, el dirigente de Quilmes José Luis Meiszner –como se llegó a denominar el estadio hasta hace poco tiempo, cuando se supo que estaba involucrado en el FIFA-Gate y fue suspendido de por vida por la FIFA- utilizaba otro que decía “Algo Queda”.

Parece que en el fútbol argentino todo sigue pasando, y algo sigue quedando, aunque hayan cambiado los protagonistas.


viernes, 18 de diciembre de 2020

Ricardo Papastravos, osteópata de Maradona y kinesiólogo cuando dirigió a Mandiyú y Racing: “él cambió mi vida y tenía un cuerpo espectacular con una auto curación extraordinaria, y tenía una energía muy especial” (Infobae)


 

- ¿Cómo llega Diego Maradona a su vida?

- Yo era el kinesiólogo de Deportivo Mandiyú cuando justo llegó Diego Maradona llegó en 1995 como director técnico del equipo, y fue un vínculo muy estrecho porque nosotros vivíamos prácticamente concentrados en un hotel que quedaba en un pueblo de Corrientes que se llama Empedrado, el Hotel Panambí. Era un hotel interesante porque estaba aislado, en un borde, haciendo ladera con un río, entonces era un lugar espectacular. En ese lugar teníamos un predio muy importante para entrenarnos.

- ¿Usted es correntino?

- No, yo soy chaqueño, pero estudié kinesiología en Corrientes y entonces, por esas cosas de la vida, me quedé en esta ciudad, trabajé allí y un día. Por esas cosas que pasan en la vida, aparece Maradona, y cuando yo no era alguien ligado al fútbol, porque yo en mi vida me vinculaba al fútbol pero jamás había ido a una cancha, por ejemplo. Y con Maradona trabamos una amistad muy linda, muy cercana, porque a los dos nos gustaba pescar y como el patio del hotel daba al río, entonces yo me levantaba temprano a la mañana e iba a pescar, y a veces lo despertaba a él y nos quedábamos toda la mañana tomando mate y pescando  hasta que se levantaba el resto del plantel.

- ¿Ese vínculo siguió cuando Maradona se fue de Deportivo Mandiyú?

- Sí, porque luego él me llevó a Racing, cuando fue DT allí, en ese mismo año. Cuando él se fue de Mandiyú me dijo “quiero que si arreglo con otro equipo vengas a trabajar conmigo” y yo pensé que más que nada era un cumplido por esta relación que teníamos, pero ni bien firmó contrato con Racing me llamó, vine a Buenos Aires y arreglé, y acá es cuando yo escucho muchas veces a la gente que dice de Maradona “no me importa lo que hiciste con tu vida pero sí lo que hiciste con la mía”. Lo mío tiene cierto pragmatismo que va más allá de la frase porque a mí literalmente me cambió la vida. El contrato que me hizo firmar en Racing hizo que yo pudiera vivir de una manera diferente, seguir estudiando osteopatía y progresar económicamente cuando yo no tenía ese tipo de posibilidades en Corrientes.

- ¿Usted entonces era osteópata en Mandiyú?

- No, yo allí era kinesiólogo. Yo estudié kinesiología en Corrientes y luego, en Buenos Aires, pude hacer ya la especialidad de osteopatía.

- ¿Y cuando Maradona dejó de ser el DT de Racing siguió siendo su paciente particular?

- Así es. Yo en Racing era el kinesiólogo del plantel y paralelamente lo trataba a él, teníamos un trato diario. En esa época yo había comenzado a trabajar con acupuntura y él reaccionaba muy bien a las agujas, y recuerdo que cualquier lesión que él tenía, usaba las agujas y lo resolvía de manera rápida con él. Es otra de las cosas que yo considero de Maradona. Era un tipo muy especial porque todo lo que podías hacer en él, independientemente de lo bueno o malo que seas como profesional, daba un resultado espectacular, porque él tenía, no sé, algo, una energía especial.

- ¿Me da un ejemplo?

- Íbamos a pescar, él encarnada con un palo y él sacaba el pescado más grande. Tenía una suerte extraordinaria este tipo, era una cosa maravillosa.

- ¿Una suerte especial, como tocado por la varita mágica?

- No, a ver…hay cosas que yo las vinculo con la suerte y cosas que las vinculo con su biología propia. Cuando hablo del tratamiento de una lesión,  lo único que había que hacer con su cuerpo era estimularlo un poco, corregirlo un poco, pero después él tenía una capacidad de auto curación que era extraordinaria.

- Esto que dice usted ahora. ¿puede tener alguna relación con esas recuperaciones milagrosas que Maradona tuvo tantas veces en su vida?

- Yo creo que sí. Él estaba dotado biológicamente de cierta capacidad que no la tienen todos, y lo digo con la experiencia de treinta años tratando pacientes de todas partes del mundo porque trabajo con futbolistas en todas partes, me llaman mucho de Grecia o Italia. Pero Diego era un caso raro, poco común por la capacidad de respuesta de su cuerpo. Su respuesta biológica era muy superior a la que yo encontraba diariamente.

- ¿Me puede dar un ejemplo?

- Me acuerdo de un caso, que me quedó muy grabado. Él tenía que venir a Buenos Aires a jugar un partido con Marcelo Tinelli  por la TV y se había hecho un desgarro de gemelo, y ese desgarro suele no dejarte pisar. Él me decía “yo tengo que jugar” y yo le decía “mirá, es difícil jugar. ¿Cómo hacés para jugar con un desgarro de gemelo? Es incompatible con el paso, directamente”. Y él me dice “¿Y si me hacés un vendaje?” Y yo me reía y le decía “¿Pero querés que te deje como una momia? ¿Qué vendaje te puedo hacer?” Y él me decía “Dale, dale que yo me la rebusco”. Bueno, yo le hice unas cosas rarísimas, unos vendajes con unas telas blancas que usaba para limitar los movimientos del tobillo y al final, tenía vendado desde el tobillo a la rodilla, eso era como un yeso y en el talón le había puesto un suplemento de goma eva, que era un pedazo de ojota que había encontrado, o una chinela. No sabía qué hacer. Y él caminaba en puntas de pie. Y  vino a Buenos Aires y jugó. Después de un rato yo me decía “no puede ser que este tipo esté jugando”. Y después de un rato lo veía correr, saltar…¡y jugaba en un pie! Él resolvía las cosas de una manera diferente.

- A usted le tocó compartir ese tiempo de Deportivo Mandiyú cuando Maradona era el director técnico pero aún era un jugador en actividad que estaba suspendido. ¿Cómo llevaba él esa situación?

- Yo creo que el título de técnico, en este caso, tratándose de una personalidad como la de Maradona, era diferente porque no es que él conocía de fútbol sino que él era el fútbol. ¿Qué persona en el mundo podía tener más autoridad que Diego? Y mire que yo he escuchado hablar en mi vida a muchos técnicos en los vestuarios desde hace treinta años, pero Diego a veces transmitía conceptos que tenían un dejo muy inteligente pero que era muy difícil llevarlos adelante. Si viene Maradona a decirle algo a un jugador con respecto al juego, uno potencia su capacidad automáticamente, pero no sé si lo vas a poder desarrollar de la manera en que te lo pide. Nosotros éramos Mandiyú, no éramos el Barcelona. Eran muy buenos jugadores pero por ahí no se ajustaban a los requerimientos del DT y Diego, en ese sentido, interactuaba mucho con Carlos Fren, su ayudante de campo. Después, se necesita mucho tiempo para amalgamar un equipo, y fue poco tiempo. Pero le puedo asegurar que lo que se transmitía generaba en cada jugador una potencia increíble.

- ¿Después se siguieron viendo?

- Mucho menos, porque después él interrumpió su contrato con Racing y se fue ya como jugador a Boca, y yo seguí en Racing y ahí se nos bifurcó la historia. Nos saludamos en las canchas pero ya no tuvimos una relación estrecha. Nos cruzamos en par de veces de manera fortuita. Una vez nos cruzamos en El Vaticano.

- Qué lugar para encontrarse…

- Yo estaba en una audiencia con el Papa Francisco, fui a saludarlo y me entero de que iba a estar Diego. Quise acercarme a él pero era imposible por la valla que había cerca de él, entonces renuncié, pero cuando se empezó a calmar la gente y cada uno empezó a tomar ubicación, lo sentaron a él en la primera fila, frente al Papa, entonces toda la gente pasaba en fila india para saludar al Papa y allí, en un momento, me tocó enfrentarme con Diego a dos metros de distancia y recién ahí nos vimos, y Diego me hizo un gesto así como “¿qué estás haciendo acá? Vos tenés que estar preso en Corrientes, no acá” y nos reímos. Teníamos un amigo en común, Fernando Signorini (ex preparador físico personal de Maradona y de la selección argentina), y con él planeábamos cosas que quedaron solamente en un mundo utópico de cosas que uno quería hacer incluyendo a Diego en cosas ligadas al fútbol.

- ¿Y cómo era la vida de Maradona a los 35 años, cuando lo trataste?

- Yo creo que viví la mejor etapa de Diego porque era un tipo sumamente cariñoso y afectivo. Le encantaba la franela, la reunión y el chiste en la mesa, y estar en un almuerzo con Diego era una fiesta porque tenía tantas anécdotas, vivió tantos años este muchacho…es una mentira cuando dicen que vivió poco…¡nooo! Nosotros vivimos poco, él vivió demasiado y se gastó. Él tenía un alto sentido del humor, siempre predispuesto a la aventura, a hacerte pasar un buen momento y nadie defendía tanto como Diego a las personas que estaban a su lado. Yo estoy melancólico, nostálgico por su muerte pero fundamentalmente, muy agradecido porque de la forma en que él defendió mi contrato cuando yo llegué a Racing, nunca nadie lo habría hecho. Si no fuera por él, yo jamás habría estado en Racing. Fue demasiado generoso conmigo.

- Tendrá muchas anécdotas con él.

. Tengo para hacer dulce de anécdotas. Por ejemplo, las mañanas de pesca en el río Paraná. El restaurante del hotel tenía una pared de vidrio donde se podía ver el río serpenteando. Nosotros íbamos a pescar ahí abajo y yo me quedaba a pescar hasta la hora de la comida, que era cuando subía y entonces los muchachos de Mandiyú desde las mesas me veían subir y me cargaban “ahí viene el pescador, ¿qué pescaste hoy?” y me hacían todo tipo de bromas. Pero un día, me dijo Diego “mañana, cuando estén todos sentados, andá y comprá el pescado más grande que veas por ahí en la pescadería. Salimos una noche con la camioneta, compramos un dorado gigante, que era un yacaré, y yo con mi cañita que daba para una mojarra, no para un dorado. Escondimos el pescado en el matorral, cerca del agua, y al otro día,  cuando estaban todos sentados, veían que yo traía un pescado enorme y todos se reían, y Maradona les decía “hablen ahora, digan que este no sabe pescar”. Tenía esas cosas.

- Me imagino lo que era verlo en los entrenamientos, cómo le pegaba a la pelota…

- En la época de Mandiyú, lo acompañaba su padre, Chitoro, y estaban también su suegro, Coco Villafañe y su hermano Lalo. Hacíamos asados los viernes, cuando terminábamos de entrenar. El asado lo hacía Don Diego padre. Nosotros teníamos al paraguayo Guido Alvarenga, un número diez muy habilidoso, y recuerdo que antes del asado, una vez, Guido se puso a hacer jueguito con una naranja, y para Maradona, fue como mojarle la oreja y se vino al humo (risas), se le puso a la par y le dijo “vamos a hacerla más difícil” y se trajo una cebolla, y le pegaba de tal manera que Guido siguió con la naranja porque no le podía seguir el ritmo. Increíble lo que hizo con esa cebolla. En esa época estaba en el arco Sergio Goycochea, y en los entrenamientos, para pelotearlo, Diego ponía las pelotas en una hilera en la mitad de la cancha, Goycochea venía caminando desde la mitad de la cancha al borde del área y Diego le colgaba las pelotas por arriba, y de las veinte. Diecinueve iban al arco, con una precisión increíble.

- Esos entrenamientos deben haber sido especiales…

- Sí, y pasaba cada cosa…

- Cuente…

- Una vez, en pleno entrenamiento, levanto la vista y a lo lejos veo a un muchacho alto, espigado, de melena rubia al estilo Eber Ludueña, unos 45 años, con pantalones cortos y medias que luego comprobé que eran de vestir, y botines al estilo Sacachispas, que me hacía señas permanentes para que me acercara. Primero pensé que no podía ser pero me inquietó saber quién era. Se me presentó como “El Pacha Manavella” y me dijo que venía desde Laboulaye, Córdoba, donde jugaba en el equipo de allá, que quería que Maradona le tomara una prueba, que estaba durmiendo en el coche (un Fiat 147 desvencijado), y que había llegado especialmente. Le prometí que haría lo posible. Se lo comenté a Diego, que primero me miró mal, me preguntó qué podíamos hacer…al final, le dijimos que viniera, él le dijo a Diego cuánto lo amaba, lo abrazó, y Maradona le dijo que le pateara un penal a Goycochea, que miraba sin entender. El tipo se acomodó, puso la pelota en el punto del penal, y para tomar carrera se fue hasta la mitad de la cancha, ante la mirada incrédula de todos. Vino caminando desde ahí, y cuando le pegó, su pie mordió el pasto y la pelota serpenteó, hizo un camino rarísimo pero se le terminó metiendo a Goyco y el tipo saltaba de la alegría, del festejo. Pero nos lo queríamos sacar de encima, aunque me dio pena y por días dormía en mi consultorio, hasta que mi ex mujer, que de día atendía allí, un día se dio cuenta.

- Qué locura. ¿Y lo volvió a ver?

- Un día ya en Racing, entre una multitud, pero no alcancé a hablar con él.

- Y en Racing, ¿cómo fue la experiencia?

- Mandiyú era un equipo chico, pero muy organizado. Yo tenía mi consultorio todo pintadito, perfecto. En Racing había una gran desorganización. Eran los tiempos de Juan Destéfano. Recuerdo que yo le dije a Diego que había mucho dinero en jugadores pero lo demás no funcionaba, y él me bancó a muerte para hacer toda la parte edilicia para el consultorio nuevo. Yo pedí camilla, aparatos y a partir de ahí comenzó a cambiar aunque después nosotros nos fuimos. En esa época, el arquero suplente era el doctor Alejandro Lanari, y luego de que nos fuimos de Racing, hicimos un consultorio juntos y abrimos un centro de rehabilitación deportiva en Ciudad Jardín, en El Palomar y nos fue muy bien porque él es una persona muy ligada al fútbol y conoce el detalle de las lesiones con precisión.

- Qué era lo que más trataba o lo que más le solía doler a Maradona?

- Lo que más recuerdo haber tratado de él era su columna, porque le dolía siempre la columna, en la zona lumbo-sacra, y por eso le hacía acupuntura,  y era de lo que más se quejaba. Y algo muy importante, que sus caderas no se movían, Las caderas tienen movimiento de rotación para adentro y para afuera. Él estaba permanentemente en rotación externa porque hay unos músculos de la zona que se llaman pelvitrocantéreos, que estaban totalmente retraídos y hacían que él no pudiera cruzar las piernas, por la rigidez de esos músculos. Esa era una característica de los jugadores de esa época porque se utilizaban mucho las inyecciones intramusculares de oxa B-12 o de vitamina B-12 y potenciaban su accionar con ese tipo de vitaminas, pero tantos pinchazos en los glúteos hacían que se acortaran, por esos las pubalgias o las tendinopatías de los aductores generadas por esta disfunción mecánica provocada por esos pinchazos de la época. Los viernes, todo el mundo se ponía contra la pared, venía el médico, y les inyectaba con vitamina, pero era un aceite rojo que daba potencia pero dejaba un adoquín en la pelvis.

- Y en estos años, que usted veía a Maradona por la TV. ¿notaba algo de esto en el presente?

- Eso se fue acentuando, pero porque yo tengo el ojo aceitado para este tipo de cosas, más porque lo conocía y cuando lo veía caminar, estaba totalmente trabado. Hablábamos tantas veces con Fernando Signorini de las cosas que podíamos haber hecho con él para mejorarlo. Yo quería darle una mano, al punto de buscar aislarlo, con los mejores médicos, con medicina genética para estudiar su genoma, como habría que hacer. Y Fernando amaba a Diego. Después vino la pandemia y paralizó todo. Yo conseguía todo, los médicos, lo que fuese, para devolverle un poco de lo que me dio.


lunes, 14 de diciembre de 2020

Una manito de la Tierra (Un cuento de Marcelo Wío)


 

Raymond Chandler lo notó antes que nadie. El escritor decía que sentía que lo bamboleaban, y que andaba todo el santo día mareado. Peregrinó por médicos y especialistas que lo despachaban sin más, achacando sus males o bien a una mala postura frente a la máquina de escribir o bien a un exceso de Gimlets o a al humo de pipa que abotargaba sus sentidos – más de un galeno lo adjudicó a las “sensibilidades de los artistas”, sea lo que sea lo que este dictamen profesional signifique.

Tiempo después, distrayendo la vista en una huida del papel que se negaba a indicarle el rastro de uno de sus personajes, Chandler cayó en la cuenta que había una leve variación en la posición de las estrellas. Tres años estuvo haciendo mediciones, para llegar a la conclusión de que estaba siendo bamboleado por la Tierra. Hoy en día, a esta minúscula variación del eje de la Tierra se lo conoce, precisamente, como Bamboleo de Chandler.

¿Y a qué viene todo esto?, se preguntarán con razón (o sin ella). ¿Qué tiene que ver… la astronomía con el fútbol?

Paciencia.

Carlos Salvador Bilardo, un entrenador de fútbol que se centraba tanto en lo estrictamente futbolístico (lo táctico, lo físico, lo anímico, etc.) como en lo contextual (acaso sobre todo en esto), comprendió que podía sacar ventaja de esta oscilación. El técnico conjeturó que tal movimiento, por mínimo que fuese, debía producir fuerzas, inercias potentes. No en vano, se ha propuesto a dicha variación como la causante de una actividad sísmica mayor y como una de las causas del famoso fenómeno del Niño (que nada tiene que ver con el fenómeno también de ese nombre que tenía como epicentro el desaparecido Vicente Calderón) en las corrientes oceánicas.

Así, Bilardo, conchabado con el observatorio astronómico de la ciudad de La Plata, estudió esta oscilación, calculando posiciones y direcciones de la rumba terráquea para sacar provecho en los partidos que debía disputar de la selección argentina en el Mundial de México de 1986. Los cómputos – que se realizaron proyectando o considerando alcanzar la final – se utilizaban para diseñar o predecir cómo aprovechar las fuerzas implicadas en la oscilación para atacar y para defender. Bilardo y los científicos llegaron a la conclusión de que convenía atacar mayormente por la banda que estuviese más al Oeste para aprovechar el envión de la mencionada desviación. En tanto que, para defender, era favorable conducir al rival hacia la banda que estuviese hacia el Este, de manera que tuviera que lidiar contra de la corriente de las fuerzas creadas por la mecedura del planeta. Bilardo pensó, consecuentemente, que, en defensa, convenía invitar, conducir, obligar, vamos, al rival a ocupar esa zona, despoblándola de mediocampistas. Y acertó de lleno.

Un evento ilustra muy bien el aprovechamiento hecho del Bamboleo, como el su segundo gol de Diego Armando Maradona al seleccionado inglés (el llamado “Gol del siglo”), en el que el astro precisamente hace un diagonal de Este a Oeste acumulando energía, momento. Luego, ya en el área es cierto que hace un leve giro hacia el Este, pero el momento de fuerza ya no podía ser contrarrestado por la fuerza de la oscilación (menor que la almacenada por el cuerpo del jugador argentino): en una superficie tan reducida, su influencia era insuficiente para modificar de manera significativa el gradiente. Maradona lo sabía muy bien porque Bilardo había insistido mucho en ello durante el entrenamiento los días previos.

Pero más que en ese gol, acaso el primero de ese partido refleje como ningún otro evento más cabalmente, la influencia de la variación de la que se viene hablando. Fue el instante del mundial durante el que se dio el gradiente de oscilación más grande de la historia registrada. Se podía observar, en los minutos previos, a los jugadores extenuados. No pocos lo atribuyeron meramente al calor; a lo inhumano de jugar a esas horas donde el sol caía perpendicularmente con toda su inquina - incluso Maradona se quejó de los horarios aunque es sabido ahora que  eso fue una estratagema de Bilardo: el Narigón, como lo apodaron cariñosamente (o no, que nadie sabe quién le calzó el apropiado mote), no quería que ningún equipo se diese cuenta de las ventajas de conocer el bandeo terrestre; a la vez que columbró que podía erigir a Maradona en un defensor de los jugadores, lo que haría que los rivales lo respetaran y lo molieran tanto a patadas-.

Bilardo acertó una y otra vez en ese Mundial. Sólo se equivocó una vez. El día del mencionado partido contra Inglaterra. Pero se trató de un error que terminó por pasar desapercibido (aunque, no es que nadie se hubiese dado cuenta de lo que se desconocía: toda esa ingeniería de cálculos).

Bilardo recibía informes a diario sobre la oscilación terrestre – de hecho, su segundo, Carlos Pachamé estudió en secreto tres años de astronomía; comenzó en 1983, en cuanto Bilardo tomó las riendas de la selección -, que incluían predicciones aproximadas de en qué momento podía llegar a producirse un ligero bandazo. Ese día, el informe indicaba: “Aproximadamente en el minuto 4 del segundo tiempo – siempre y cuando el partido empiece en horario, no se produzca ningún incidente que lo detenga mucho tiempo y se reinicie en hora el segundo tiempo – se producirá un momento de fuerza favorable hacia la Cabecera Norte. Evidentemente, no se trata de una fuerza que pueda ser percibida, sentida, pero suficiente para poder ganar un poco más impulso en el salto para cabecear o para patear”. Un hecho que era favorable para la Argentina, puesto que en el segundo tiempo atacaba hacia esa portería.

Para ser fieles a la verdad, no fue Bilardo el que se equivocó. Fue Pachamé. O una confabulación de mínimas inexactitudes. Y es que el inicio del partido se retrasó apenas, y también levemente el reinicio del segundo tiempo. Con lo que Pachamé se vio forzado a realizar unos cálculos apresurados en el banquillo de suplentes y concluyó que el evento energético tendría lugar en el minuto 6.

Bilardo, entonces – corría el minuto 4 - se puso de pie y le chifló al Negro Enrique: “Contá hasta 120, cuando termines, gritá centro a la olla. No importa quién la tenga ni quién esté en el área. Centro a la olla y a otra cosa”.

Cuando Enrique iba por el 110 de la cuenta, lo vio a Maradona iniciar un zigzag imposible (115) y soltarle la pelota (119) a Valdano, para seguir hacia al área (120). En ese momento Valdano escuchó el grito de Enrique que llegó como un malón. El hombre de Las Parejas no había visto el desmarque de Maradona, pero la voz de Enrique, toda una conminación surgida de las pampas, impulsó su pierna que, sorprendida por el bramido de Enrique, no atinó a ser certera, a darle elevación suficiente al balón. Pero la fortuna – ese factor que tanto trabajaba Bilardo en los entrenamientos, haciendo que la suerte fuese algo casi predecible, que el azar fuese un elemento moldeable – se inclinó del lado argentino: el defensor Steve Hodges, en su intento por despejar, sólo logró añadirle el impulso que el balón andaba necesitando para terminar entreverándose con la red. La pelota se elevó así por sobre los defensores y encontró a Maradona, flotando en el aire, un poco como esos ángeles renacentistas, otro poco como un obrero de andamio en caída libre. Pero el salto se quedaba irremediablemente corto. La predicción de Pachamé se había quedado corta por algo más de 5 segundos (lo que en ciencia pueden ser como una pifia de dos días).

Pero venciendo a la gravedad y al reglamento de la Federación Internacional de Fútbol Asociación, un brazo – el izquierdo –hábil, como su pierna izquierda, acaso debido a que la oscilación había acumulado destrezas hacia ese lado el día de su nacimiento -, y sagaz (tramposo, qué tanto, dijeron los ingleses), se estiró para ayudar el esfuerzo contra la gravedad sañosa, para suplir la testa, y así corregir el error de cálculo de Pachamé y enderezar los designios de la historia de los Mundiales.

“La mano de Dios”, lo llamaron…

Los astrónomos que trabajaban con la selección, examinando vectores y astros, llegaron a la conclusión de que ese día había producido el bandazo más fuerte en un siglo, y que éste comenzó cuando Maradona estaba ya en el aire. Fue esa fuerza adicional la que propulsó el brazo de Maradona hacia arriba.

Así que, en un sentido, sí fue la “mano de Dios”, o la “mano de la Naturaleza”. No hubo picardía, No hubo trampa (porque no hubo voluntad de engaño). Fue el contoneo terráqueo, la jarana astral, el bamboleo de Chandler.

Pero las explicaciones científicas no agradan a quienes gustan de las mistificaciones, de la explicación que involucra la piolada, la viveza (como si esa chambonada fuese superior al usufructo de la sabiduría, del arduo cálculo científico).

La Tierra, en tanto, se sigue bamboleando. Pero ya nadie utiliza esos mínimos desvíos para ganar partidos de fútbol ni para ganar un envión para subir una cuesta en bicicleta.