Todas estas
manifestaciones de respeto y de cariño por el fallecimiento de Alejandro
Sabella el pasado 8 de diciembre, ¿se deben a su éxito como director técnico
campeón de la Copa Libertadores de América con Estudiantes de La Plata en 2009?
¿Acaso por el título del Torneo Apertura 2010?
Porque así como
ganó varios títulos como entrenador, y también como jugador (el bicampeonato de
1975 con River Plate tras 18 años de sequía aunque tuvo poca incidencia siendo
suplente, o el Metropolitano de 1977, o el Metropolitano de 1982 y el Nacional
1983 con Estudiantes), Sabella tiene varias finales perdidas en un país tan
exitista, que considera al fútbol mucho más que “lo más importante de lo menos
importante”.
El mismo Sabella
que ganó muchos títulos, también perdió nada menos que la final de un Mundial
en Brasil 2014, en el Maracaná y ante Alemania, la única vez que una selección
europea ganó la Copa del Mundo en el continente americano, y con Lionel Messi
en uno de sus mejores momentos, o estuvo a un minuto de ganarle el Mundial de
Clubes al Barcelona de Josep Guardiola (esta vez con Messi enfrente) y se le
escapó en 2009.
Entonces, ¿A
cuál Sabella despidió la gente, los emocionados hinchas de Estudiantes que lo
consideran un hombre de la casa pese a no haber nacido en ese seno, mezclados
con los de Gimnasia, mezclados respetuosamente con sus rivales en el momento
del último adiós? Seguramente al Sabella de perfil bajo, al maestro que supo aconsejar
en el instante justo, aquel que supo bajar los decibeles en algún arrebato, o
el que dio el ejemplo con sus acciones.
Se dice que los
futbolistas son “bichos” que captan rápidamente si un director técnico sabe o
no, si puede manejar un grupo o no, si tiene un proyecto claro o no. Sabella
nunca se desesperó por llegar. Todo le fluyó naturalmente. Y si pudo ser un
entrenador de primer nivel, no fue siquiera por algo intensamente buscado.
Apareció la oportunidad, como le suele ocurrir a quienes caminan por la vida
con la tranquilidad de saber que hay una vía correcta de la que no se puede
desviar. Y no la desaprovechó, tratando siempre de inculcar la idea de lo
colectivo, siempre, por encima de lo individual, el “nosotros” por delante del
“yo”.
Sabella trabó
una gran amistad con Daniel Passarella cuando coincidieron en River desde 1974,
cuando ambos saltaron a la Primera en tiempos todavía turbulentos, de escasez
de títulos y ansiedades mayúsculas y sin tener primero una participación
estelar, cuando en 1975 regresó como DT don Ángel Labruna para cambiar la
historia, pudieron vivir la situación contraria con el bicampeonato. Su amigo,
que en el futuro próximo se convertiría en el “Kaiser”, se quedaría con la
titularidad por derecho propio, pero él
estaría tapado pese a su zurda mágica no sólo por un grande como Norberto
Alonso, sino por otro crack de la época, Carlos Ángel López.
Ya era el
“Mago”, apodo que le puso el “Mariscal” Roberto Perfumo por sus cualidades
técnicas, o “Pachorra”, como lo llamó Marcelo Araujo en un Sudamericano juvenil
por su costumbre de dormir la siesta (y no por alguna cuestión vinculada al
juego) cuando a fines de 1977, y debido a la negativa de Mario Zanabria de irse
del país porque integraba el Boca imperial de Juan Carlos Lorenzo, y a
instancias de Antonio Ubaldo Rattín, que tenía contactos con el club inglés, el
Sheffield United, de la Segunda División, vino a la Argentina a buscar un diez
clásico y lo vio en un partido que River perdió pero que la revista “El
Gráfico” tituló “Sabella no mereció perder”, y se lo llevó.
No fueron años
fáciles. Sabella fue de los primeros argentinos en emigrar a Inglaterra junto
con Osvaldo Ardiles y Julio Villa, aunque éstos fueron al Tottenham Hotspur de
la Primera. En cambio, nuestro personaje de marras tuvo que luchar contra una
dinámica diferente y entrenadores no acostumbrados a una larga tenencia de
pelota para distribuirla como en el fútbol argentino, y debió adaptarse. No le
fue bien en resultados porque descendió a la Tercera, pero en una encuesta
hecha en 2000, aparece en el equipo ideal del Sheffield United en el Siglo XX.
Algo bueno tuvo que hacer.
Se fue entonces,
fichado por el equipo grande de la zona, el Leeds United (que ahora volvió a
Primera y dirige Marcelo Bielsa) y tras buenas actuaciones, un día de fines de
1981 llegó Carlos Bilardo con la loca idea de contratarlo para un gran
Estudiantes que armaba para 1982 con el dinero del pase de Patricio Hernández
al Torino. El “Narigón” no tenía el monto suficiente, al punto de que Sabella
le llegó a prestar algo para poder mostrar en las conversaciones con los
dirigentes británicos, pero consiguieron el objetivo, y los “Pincharratas”
fueron semifinalistas del Nacional 1982 (cuando Sabella se lesionó y fueron
eliminados por Quilmes) y brillantes campeones del Metropolitano con un
mediocampo que completaban Marcelo Trobbiani, Miguel Russo y José Daniel Ponce.
Sabella, luego
eje total del Estudiantes nuevamente campeón del Nacional 1983 (ya con Eduardo
Manera, porque Bilardo asumió en la selección argentina), había logrado
mixturar aquello que había aprehendido en Inglaterra con su exquisita técnica
sudamericana. Ese equipo, que tuvo varios jugadores que por años fueron la base
de trabajo en el conjunto nacional, estuvo cerca de ser campeón de América
hasta que chocó con el Gremio de Porto Alegre, que pocos después lo sedujo para
llevárselo a Brasil y ganar dos torneos Gaúchos, para terminar su carrera en
Ferrocarril Oeste y el Irapuato mexicano.
Fue allí que se
reencontró con su amigo Passarella para ser su ayudante en muchos equipos,
aunque como segundo ayudante, detrás de Américo Gallego: River, Parma, la
selección argentina en el Mundial de Francia 1998, la selección uruguaya, el
Corinthians de Carlos Tévez y Javier Mascherano, y el Monterrey. Y sin pedirlo,
sin necesidad de protagonismos, un día Gallego quiso hacer carrera en
solitario, y Passarella buscó ser presidente de River, y entonces ya con mucha
experiencia, aceptó su camino como DT en solitario y apeló a sus convicciones,
su ética y su sentido común.
Para su primer
día en Estudiantes dio su charla técnica con una camiseta en la mano, para
hablarles a los jugadores de la historia del club, de su escudo, para que
entendieran lo que significaba. Aprovechó el regreso de un hijo pródigo como
Juan Sebastián Verón, que se convirtió en su lugarteniente, y un día explicó
que planificó aquel partido contra el Barcelona de Guardiola, por la final del
Mundial de Clubes, estudiando al milímetro el accionar de cada uno de sus
jugadores hasta reducirles el espacio al mínimo posible. “Apliqué muchos
conceptos del rugby para ese partido”, explicó mucho después. No lo ganó por
segundos y en el alargue, Messi, con un gol de pecho, terminó con la ilusión
aunque no con la gloria.
Cuando asumió
como DT de la selección argentina en 2011, en la presentación, apeló a la
figura del doctor Manuel Belgrano, a su espíritu, a su entrega y hasta señaló
que murió pobre y que dio todo por el país y pedía lo mismo. Este periodista
puede contar muchas anécdotas de ese tiempo en el que, viviendo en Europa, pudo
estar presente en casi todos los partidos del equipo nacional en territorio
europeo.
Sabella
respetaba y entonces, imponía respeto, no reverencial, sino el simple, el
cotidiano, el que se nota cuando se relaciona con alguien que lo merece. Alguna
vez, en una conferencia de prensa en el Monumental tras un partido
clasificatorio para el Mundial 2014, un impertinente cronista joven le dijo,
tuteándolo antes de formularle la pregunta, que contestara “rapidito, que estamos
cerrando”. Sin embargo, el DT no se inmutó. Respondió pausado, fue directamente
al tema en cuestión, y lo trató de “usted”.
Es cierto, se le
escapó el Mundial, que lo tuvo cerca en aquella maldita final de los tres goles
fallados en ocasiones muy claras. También, que hubo disidencias tácticas con
Messi y varios jugadores por cierta postura conservadora del equipo, y que no
contó en los momentos decisivos ni con Sergio Agüero ni con Ángel Di María,
pero hay un consenso generalizado de sus jugadores acerca de que fue el mejor
ciclo que integraron con la camiseta argentina, en el que mejor trabajaron y en
el que mejor se sintieron, lo cual ya indica muchas cosas.
A los 66 años,
una edad joven para morir en estos tiempos, Sabella deja este mundo con el deber
cumplido, con la tranquilidad de haber hecho su trabajo con dignidad, con
títulos o sin ellos, y eso quedó instalado en el sentimiento colectivo, algo
que no muchos pudieron conseguir.
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