No fue el mejor
momento para llevarlo a cabo, pero fue la gota que rebalsó el vaso. La derrota
sobre el final ante el Atlético Madrid en la semifinal de la Supercopa de
España en Arabia Saudita luego de haber jugado acaso los mejores 70 minutos de
la temporada, y con dos golazos anulados por el VAR, terminaron con la
paciencia de los dirigentes del Barcelona, que pese a que el equipo es puntero
en la Liga Española y sigue en carrera en la Champions League y en la Copa del
Rey, decidieron reemplazar al director técnico Ernesto Valverde por el ex del
Betis, Quique Setién.
Sin dudas,
Setién (un fino jugador en los años ochenta) tiene lo que se suele llamar “ADN
Barcelona”, si entendemos como tal a su gusto por el juego preciosista,
ofensivo, de buen trato de pelota, tal como siempre jugaron sus equipos (Betis
fue el último y con el que le llegó a marcar cuatro goles al Barcelona en el
Camp Nou, pero también el Las Palmas, por citar otro ejemplo), y en ese
sentido, el cambio por Valverde parece lógico.
Valverde, de muy
buena sintonía con el vestuario (motivo por el que, acaso, duró en el cargo más
de lo que debió luego de dos durísimas derrotas en las últimas Champions Leagues
ante la Roma en 2018 y el Liverpool en 2019, cuando en ambos casos ganó por
tres goles en la ida), nunca le encontró la vuelta táctica a un Barcelona que
ya no es aquel que nos deslumbrara entre 2006 y 2013, primero con Frank
Rikjaard y especialmente después con Josep Guardiola y con Tito Vilanova.
Los ciclos
terminados de Xavi Hernández y Andrés Iniesta, pero especialmente la
imprevisión dirigencial para reemplazarlos desde las divisiones inferiores del
club (que comenzaron a no aportar demasiado a la Primera División) y la poca
atención a continuar con aquel modelo exitoso de juego basado en los que lo
implementaron en los tiempos modernos, como Laureano Ruiz y Johan Cruyff,
fueron generando un evidente deterioro en el juego del equipo, que comenzó a pronunciarse
con Gerardo Martino, pero que se profundizó con Luis Enrique primero y con
Valverde después.
Con la pérdida
del 4-3-3 y el retraso de Lionel Messi en el campo, el Barcelona llegó a jugar
muchos partidos con un solo delantero de punta (por lo general, el ahora
lesionado uruguayo Luis Suárez) y se fue llenando de volantes, casi todos de
funciones parecidas.
El plantel
actual cuenta con muy pocos delanteros netos (Antoine Griezmann, Ousmane
Dembélé, y los jóvenes Ansu Fati y Carles Pérez, además de Suárez) y en cambio,
cuenta en el medio con Sergio Busquets, Arturo Vidal, Arthur, Iván Rakitic y
Frenkie De Jong, que para el esquema anterior de 4-3-3, representarían cinco
opciones para tan sólo dos lugares en la zona de volantes. Esto significa una
superposición en un sector de la cancha, y muy escasas variantes en otra,
fundamental.
Es por eso que
aunque el Barcelona haya pasado de Martino a Luis Enrique, luego a Valverde y
ahora a Quique Setién, los cambios fundamentales no pasan por el entrenador sino
por el sistema de juego, y por un plantel equilibrado en todas sus líneas.
Lo que ocurrió
en el partido ante el Granada, ayer en el Campo Nou, con un magro 1-0 gracias a
un (cuándo no) salvador gol en el final de Messi (tras recibir, incluso, un
remate que terminó con la pelota en el palo de Marc Ter Stegen), es la muestra
más clara del botón. Si nos atenemos a las estadísticas, el Barcelona tuvo una
abrumadora diferencia en el porcentaje de posesión de pelota y sin embargo,
apenas inquietó a su rival, porque de nada sirve tenerla si todos son volantes
centrales con escasa o nula llegada y pocos los atacantes con poder de
penetración. Eso mejoró algo con el ingreso del chico Riqui Puig, muy jovencito
y de la cantera, pero el único en condiciones de mover la pelota y asociarse en
la creación de juego.
Por supuesto que
Quique Setién lleva menos de una semana a cargo del plantel y es recomendable
la paciencia en momentos como éste, en el que, además, la situación del
Barcelona no parece apremiante en ninguna competencia, pero no todo es el DT,
aunque la dirigencia respire tranquila, ahora que por fin, pudo despedir a
Valverde cuando pretendía hacerlo mucho tiempo atrás.
Pero cada vez
resulta más claro que el problema del Barcelona es estructural, de juego, y los
que llegan al área, definen, o generan expectativas en las tribunas son los
jugadores. Y sin apostar a la disposición táctica y a la filosofía que le dio
al club la mayor gloria, al punto de constituirse en el ejemplo del buen gusto
por el fútbol en el mundo, no habrá DT que lo pueda salvar y aunque Messi
marque 50 goles por año, no alcanzará, como viene sucediendo desde 2016.
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