En España tienen
un adjetivo muy preciso para lo que fue, este pasado fin de semana, el primer
debate de investidura de esta etapa: “bronco”, algo así como abroncado, con
saña, con odio, con discursos incendiarios de un lado y del otro de las
bancadas, y que dio como resultado un triunfo del candidato del Partido
Socialista Obrero Español (PSOE), Pedro Sánchez por 166 votos a 165, que por
tercera vez no pudo ser investido presidente de gobierno (las otras dos fueron
tras las elecciones de abril pasado), pero que abren un compás de esperanza,
con cierta solidez, para que todo se resuelva mañana en el Congreso de los Diputados
porque en vez de mayoría absoluta (176 votos sobre 350 escaños) necesitará
mayoría simple (más síes que noes) y eso parece asegurado con la abstención de
Esquerra Republicana de Cataluña (izquierda independentista catalana) y de
Euskal Herría Bildu (independentismo vasco).
Hay dos grandes
diferencias respecto de la frustrada investidura de Sánchez tras las elecciones
de abril pasado, ganadas por el PSOE. En aquella oportunidad, y más allá de las
responsabilidades que se achacaron unos a otros, el PSOE (centroizquierda) y
Unidas Podemos (izquierda), cuyo líder es Pablo Iglesias, no lograron ponerse
de acuerdo sobre los cargos y los programas y eso obligó a nuevas elecciones el
pasado 10 de noviembre, en las que otra vez se impuso Sánchez, aunque no sólo
ahora por un margen menor a abril, sino que esos comicios marcaron el tremendo
ascenso de los ultraderechistas (neofranquistas y en cierta forma medioevalistas)
de Vox.
La otra gran
diferencia es, justamente, que a partir del ascenso de Vox (que incluso se
tragó en buena parte a un movimiento joven de centroderecha como Ciudadanos,
cuyo líder, Albert Rivera, directamente se retiró de la política), PSOE y
Unidas Podemos, con menos votos que en abril, se dieron cuenta de que si no se
ponían de acuerdo ahora, y había que llamar nuevamente a elecciones, los
antisistema iban a aprovecharlo para seguir creciendo y acaso de manera
imparable al notarse que los partidos políticos no logran acuerdos y apenas un
día después de los comicios, Sánchez e Iglesias ya estaban abrazándose, aunque
ni así llegaban al número de escaños para formar gobierno.
Esto provocó que
ambos apelaran a un acuerdo con Esquerra
Republicana de Cataluña (ERC), que en abril estaba dispuesta a ayudarlos en
caso de que se unieran, pero las circunstancias, ahora, eran otras. ERC se
había impuesto en las elecciones catalanas y con dirigentes presos por intentar
la secesión en octubre de 2017, podía presionar con eso debido a que Sánchez
continúa siendo presidente en ejercicio pese a haber finalizado su mandato,
debido a que nadie tiene los votos necesarios para formar gobierno.
Así es que desde
el 11 de noviembre, a fuego muy lento, se fue tejiendo un acuerdo entre la
alianza PSOE-Unidas Podemos y ERC, al que se sumó Bildu, que tenía muchas complicaciones
porque Sánchez siempre se había opuesto a cualquier intento de separación
catalana de España y hasta le había manifestado su apoyo al entonces presidente
Mariano Rajoy, del PP, al que luego desplazó por una moción de censura y se
quedó con su cargo, ante los primeros atisbos independentistas.
Además, ERC
concurría con mucha más firmeza que en abril, como ganadora de sus comicios
autonómicos y con la posibilidad de negociar, acaso, una reducción de la
condena de sus presos o directamente, la absolución, algo difícil porque todo
aquello debía atravesar las esferas del Poder Judicial español, pero el líder
de ERC, Oriol Junqueras, preso en Madrid, dio el visto bueno para negociar
otras cuestiones, como la conformación de una mesa entre el futuro gobierno
español y los independentistas, para convocar a algún tipo de votación futura.
De esta forma,
Sánchez se aseguró, al menos, la abstención de 18 votantes, con lo cual no
llegaba ayer a la mayoría absoluta, pero todo indica que sí consigue la mayoría
simple, incluso con un voto más, el de Aina Vidal (En Comú-Podem, la versión
catalana de Unidas Podemos), que, estando enferma, para la votación anterior no
pudo registrar su voto telemático. Es decir que si todo ocurre por las vías
normales, Sánchez obtendría 167 votos afirmativos, 165 negativos y 18
abstenciones.
Pero las 18
abstenciones de ERC y Bildu no le resultan gratuitas a Sánchez, acusado por las
bancadas de derecha y ultraderecha (Ciudadanos, PP y Vox) como genuflexo ante
los independentistas, de haber ofendido a las instituciones españolas, mientras
unos gritaban “asesinos” y otros, como la nueva líder de Ciudadanos, Inés
Arrimadas, apelaban a la ética para que algún diputado del PSOE “reflexione”
sobre este tipo de acuerdo de su partido y no acompañe la votación favorable a
Sánchez para mañana. “Guarde su bolsa de dinero porque en esta bancada del PSOE
nadie cambiará de parecer”, le respondieron.
Desde ERC, su
líder parlamentario Gabriel Rufián llegó a calificar de “monstruo” a los
partidos de derecha y dio a entender que pese a tener enormes diferencias con
el PSOE “nos une el espanto”.
En ese clima,
con una ajustada diferencia de dos votos, que el PSOE trata de cuidar como un
tesoro, tratando de que no haya transfugadas, como ya ocurrieron el Congreso,
hace dos décadas, cuando los socialistas perdieron presidir la provincia de
Madrid cuando dos diputados no aparecieron, sorpresivamente, a la hora de
votar.
En medio de
estas tensiones, España se juega la posibilidad de tener, por fin, gobierno
desde mañana, y no tener que llamar a elecciones otra vez, sometiendo a todos a
un enorme desgaste, y con lo impredecible de que la ultraderecha, minúscula
hace poco menos de un año, siga creciendo sin parar.
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