Faltaba saber el
día y la hora. Los diarios venían anunciándolo en sus títulos catástrofe. El 24
de marzo de 1976 se produjo, finalmente, el último Golpe de Estado que derrocó
a la entonces presidente María Estela Martínez de Perón e instaló, de facto, a
Jorge Rafael Videla en el inicio de la dictadura cívico-eclesiástico militar
que devastó a la Argentina hasta diciembre de 1983.
La Argentina
comenzaba a padecer la noche más oscura que traería miles de desaparecidos, una
deuda externa multiplicada por siete, una guerra a la que fueron enviados
jóvenes en muchos casos librados al azar y que resultó un manotazo de ahogado
cuando la situación económica hizo eclosión.
Aquel nefasto
golpe 24 de marzo de 1976 se produjo en el contexto de marchas militares que
sonaban a toda hora por la cadena nacional con las proclamas leídas por el
locutor Juan Vicente Mentesana y para los futboleros, ilusionados con el
pequeño cambio de rumbo que ya se empezaba a notar en el juego de la selección
argentina que dirigía César Luis Menotti, implicaba perderse el amistoso
programado para esa tarde y que se jugaría en el estadio Siaski de la ciudad
industrial de Chorzow, ante Polonia, como parte de una gira que había comenzado
en Kiev ante la Unión Soviética con un triunfo por 1-0 y con el “Loco” Hugo
Gatti, atajando con un gorrito con pompón y una petaca de whisky contra el
palo, para paliar el frío en medio del partido.
No sólo los
jugadores argentinos, a trece mil kilómetros de distancia, se habían enterado
del golpe y hasta algunos lloraron y otros, preocupados, se preguntaban por sus
familiares y no sabían qué hacer (les dijeron que todo estaba cerrado y no
quedaba otra que jugar) sino que hasta el periodista Fernando Niembro recibió la recomendación del experimentado
Enrique Macaya Márquez de que se limitara a decir los nombres de los jugadores
durante la transmisión.
El ex director
de la revista “El Gráfico”, Héctor Vega Onesime, contó en su libro “Memorias de
un periodista deportivo” que el primero que se enteró del golpe en Polonia y lo
dio a conocer fue el enviado de radio Rivadavia, José María Muñoz, quien tuvo
como comentarista de ese partido a Julio César Calvo, hermano de Adriana,
detenida-desaparecida durante la dictadura.
Repentinamente,
cuando ya era inminente el inicio del partido, se detuvieron las marchas
militares y se comunicó que “Se ha exceptuado de la propagación programada para
el día de la fecha el partido de fútbol que sostendrán las selecciones de
Argentina y Polonia” y se pudo emitir el amistoso, que terminó ganando
Argentina con goles de René Houseman y Héctor Scotta.
Esa gira de la
selección argentina continuaría con una derrota 2-0 ante Hungría en Budapest,
otra 2-1 ante el Hertha en Berlín y un 0-0 ante el Sevilla en Andalucía, pero
ya los últimos dos partidos ni siquiera se televisaron.
Así como el
fútbol fue acaso lo único que pudo generar algún cambio en los medios en un día
tan particular, también apareció en otras instancias. Quienes conocieron de
cerca los detalles del Golpe indican que por esas horas se produjo un intenso
debate entre dos de las tres fuerzas armadas para quedarse con la organización
del Mundial 1978.
No era casual
este interés, que era completamente distinto al del fútbol doméstico, en el
que, de todos modos, también se metió la dictadura al colocar a Alfredo Cantilo
–quien, de todos modos, sostendría a Menotti como DT al entender que la
preparación de la selección argentina era la correcta- por orden de quien se
constituiría en el “Hombre Fuerte” del balompié de esos años, el vicealmirante
Carlos Lacoste.
Organizar el
Mundial 1978 implicaba un importante botín, no sólo por el presupuesto (luego
inflado sin límite) sino por los auspiciantes, ventas de derechos de TV y merchandaising
(el cambio de Canal 7 a ATC, llegaría justamente para esos tiempos, aunque se
transmitió en color solamente para el exterior), y especialmente, por la
posibilidad de ser usado políticamente para mostrar al mundo “un país feliz”
ayudado por algunos medios de comunicación afines.
Ese debate entre
las fuerzas, especialmente el Ejército y la Marina, sería ganado por ésta
última, al punto de que terminó proyectando a Lacoste a la presidencia de la
Nación de manera interina a fines de 1981 entre las presidencias de facto de
Roberto Viola y Leopoldo Fortunato Galtieri.
La llegada de
Lacoste al poder del fútbol implicaría, además, quedarse con el Ente Autárquico
Mundial 78 (EAM 78), que estaba a cargo de Omar Actis, general ascendido en
democracia, viejo amigo de Videla, y al que se reconocía como eficiente,
austero y sin aspiraciones políticas, y que sería asesinado el 19 de agosto de
ese 1976 cuando salía de su casa en Wilde y se disponía a anunciar sus
proyectos. Enseguida corrió la versión de que la autoría había sido de
Montoneros porque alrededor de su cadáver aparecieron panfletos que rápidamente
los medios se encargaron de mostrar, aunque la organización guerrillera lo negó
de plano. Una investigación posterior de Eugenio Méndez, en 1984, dio a entender que fue la propia Armada bajo
un sugestivo título “Almirante Lacoste, ¿quién mató al general Actis?”.
Pero el fútbol
tuvo una tercera instancia por esos días del golpe, y es que en las vísperas,
dirigentes de la FIFA que presidía un joven belga-brasileño Joao Havelange,
sostenían que como iban las obras de los estadios en la Argentina, el Mundial
era inviable. Sin embargo, apenas días más tarde, ya con la dictadura, una
delegación de la entidad de Zurich ratificó con bombos y platillos todo lo
relacionado con la organización. Apenas años más tarde, Lacoste ocuparía una de
las vicepresidencias.
El fútbol, desde
el mismo 24 de marzo de 1976, se convertiría en una herramienta fundamental de
la dictadura para intentar mostrar al mundo una realidad disfrazada, como
cuando diseñó, durante el Mundial 78 un sistema para ocultar las torturas y las
desapariciones (periodistas extranjeros llegaron a cambiar los nombres de los
funcionarios argentinos por los de jugadores de fútbol para no ser censurados en
los envíos de los télex en los centros de prensa, y fueron duramente
perseguidos si iban a conocer la realidad de las Madres de Plaza de Mayo) y se
llegó a convocar, desde los medios afines a que la gente saliera a las calles a
festejar el título mundial juvenil de Japón en 1979 “para demostrarle a la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA”, de visita de inspección
en el país, que “los argentinos somos derechos y humanos”, para lo que el
entonces ministro del Interior, Albano Harguindeguy, ordenó comprar 250.000
calcomanías donde inscribir el slogan, ideado por la empresa Burson Masteler,
ya contratada un año antes para mejorar la imagen de Videla.
En aquellos
tiempos, muchos de los medios de comunicación más seguidos insistían en que no
había que mezclar el fútbol con la política, pero fue imposible. El fútbol,
como todas las actividades del hombre, es también político.
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