Éste parece ser
un fin de semana futbolero más. La Copa de la Liga continúa con sus trece
partidos mientras los argentinos observamos, por televisión, cómo las
selecciones europeas comenzaron a disputar la clasificación para el Mundial de
Qatar 2022 en lo que debió ser una ventana FIFA para todo el mundo, Sudamérica
incluida, pero por primera vez, esto no ocurrió.
Sucede que a
pocos días de iniciarse esta ventana, que desde hace años forma parte de lo que
se dio en llamar “Calendario (Michel) Platini”, a partir de que siendo éste
secretario general de la entidad de Zurich, se implementó la idea que consiste
en que en determinadas fechas durante la temporada anual mundial se suspenden los
torneos locales para que sólo jueguen las selecciones nacionales, los clubes
más poderosos de Europa decidieron no ceder a sus jugadores fuera de su
continente basados en la pandemia del coronavirus, un hecho inédito que amagaba
con producirse ya en meses anteriores, pero que se terminó de generar ahora.
¿Cómo es que se
llegó a esta situación? Por una razón que cambió las relaciones de fuerza
existentes hasta hace pocos días, y es que justamente basado en los extraños
tiempos de pandemia y los temores existentes de posibles contagios, la FIFA
permitió por primera vez a los clubes europeos que no deban atenerse al
reglamento anterior, por el cual si no ceden sus jugadores a las selecciones
nacionales son pasibles de multas económicas y sanciones deportivas, al punto
de no poder utilizar a esos jugadores en partidos oficiales posteriores. Esto
fue llamado siempre por el fútbol europeo y su prensa, defensora de sus
intereses, como “Virus FIFA”, un problema que generaba que los jugadores que
“se iban” con sus equipos nacionales, volvían cansados o lesionados a sus ligas
y se perdían compromisos por estas razones.
Esta excepción
conseguida por los clubes poderosos ante la FIFA difícilmente hubiera sido
posible en conducciones anteriores en Zurich. Si bien la dirigencia anterior al
ítalo-suizo Gianni Infantino, actual mandatario desde febrero de 2016, puede
ser criticada por muchísimas cosas (la más importante, la corrupción que derivó
en el sonado caso del FIFA-Gate, también hay que resaltar que tanto Joseph Blatter,
ex presidente hasta 2015, como Julio Grondona, vicepresidente senior hasta su
muerte en julio de 2014, trataron siempre de equilibrar el poder del fútbol
mundial tironeado entre los intereses de los ricos europeos y la pasión
nacional ligada a las selecciones de cada país, al punto de que la FIFA llegó a
tener más países afiliados que la propia ONU. No por nada, Blatter llegó a
decir alguna vez que su trabajo era complicado porque él debía “administrar
pasiones”, palabras que parecen contradictorias.
En esa
“administración de pasiones”, la dirigencia anterior no aceptaba una imposición
de los poderosos europeos a sabiendas de que en caso de hacerlo produciría un
desequilibrio de poderes de difícil retorno partiendo de una base de aceptación
general: todo jugador de élite comparte dos camisetas, la de su club, que le
paga el sueldo y con el que establece una relación contractual y cotidiana, y
la de su selección nacional, a la que lo une mucho más su pasión y un sentido
de pertenencia, que una cuestión meramente económica.
Pero Infantino,
quien en su discurso parece defender cierto progresismo futbolero, cedió a los
intereses de los poderosos y bastó la situación de pandemia para que blanqueara
para qué lado juega y aunque en dos zoom la dirigencia de la Conmebol le pidió
que intercediera ante los poderosos europeos para que Sudamérica no perdiera
estas dos fechas del torneo clasificatorio para el Mundial de Qatar 2022, no
hubo nada que hacer y el titular de la FIFA no pudo (¿no quiso?) mediar para
que, como ocurrió en las fechas anteriores, cuando amagaban lo mismo, los
clubes europeos aceptaran ceder a sus jugadores.
Si bien es
cierto que todo cambió cuando Infantino aceptó esta modificación reglamentaria,
hay que dejar unos párrafos aparte para la Conmebol. Más allá del poder
económico en contra, llama poderosamente la atención el grado de genuflexión de
los dirigentes sudamericanos ante tamaño cambio de relación de poder sin
plantarse con la suficiente autoridad que dan los años de éxitos y de competencias
internacionales y jugadores de tanto prestigio, que siguen siendo pretendidos
por los europeos, que, además, no dejan de contratarlos aún sabiendo a prori
que en muchos momentos de cada año serán citados a sus selecciones nacionales.
¿O no aumentan su cotización internacional cuando se destacan con sus equipos en
un Mundial o una Copa América y hasta una muy buena actuación en una
clasificación al Mundial?
Es decir, en
otras palabras, que los clubes europeos sabían al contratar a estos jugadores,
u otros jóvenes que pueden llegar a edades juveniles y luego destacarse en sus
ligas, que muy probablemente serán convocados a sus selecciones nacionales y
eso, a su vez, los ayudará a que su patrimonio aumente en forma indirecta. En
síntesis, no estamos ante unos pobres inocentes a los que les fuera arrebatada
su pureza.
Mientras los
europeos, entonces, juegan de dos a tres fechas de clasificación, los
sudamericanos miran esos partidos, con la ñata contra la pantalla de la TV o la
computadora lo que pasa del otro lado del océano sin poder contar con los suyos
y hasta sin saber cuándo se jugarán las catorce fechas que quedan hasta octubre
de 2022, porque al menos hay que reservar noviembre para los repechajes (el
quinto del grupo sudamericano debe jugarlo), y cuando al menos no hay otra
fecha FIFA hasta junio y quién sabe lo que ocurrirá con la pandemia en los
meses siguientes, teniendo en cuenta, además, que luego de junio vendrán las
vacaciones de verano en Europa y el fútbol se parará por tres meses y hasta septiembre
difícilmente puedan volver a jugar las selecciones nacionales, y que entre
junio y julio debe disputarse la Copa América entre Argentina y Colombia.
Que teniendo un
Mundial en diciembre de 2022, con cuatro años y medio desde que finalizara el
anterior de Rusia 2018, Sudamérica empiece a quedarse corta de fechas para la
clasificación y por no plantarse a los clubes poderosos europeos, es un
peligroso antecedente para el futuro, porque indica que la sumisión, por
intereses económicos, comienza a hacerse patente (tal como ocurre ya en lo
deportivo, porque se tiende a copiar el sistema del centro del mundo del
balompié para venderles jugadores y porque éstos, en las élite, juegan todo el
año de aquella determinada manera y no de la original) y la identidad comienza
a perderse definitivamente.
El lema adoptado
por la Conmebol durante los cada vez más cuestionados años de presidencia del
paraguayo Alejandro Domínguez (el mismo que llevó la final de la Copa
Libertadores 2018 entre River y Boca a Madrid) dice “Creer en Grande”, pero por
lo visto, nunca la mentalidad fue más chica y sumisa que ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario