Por estas
complicadas horas de pandemia en todo el mundo, con el interrogante sobre la
segunda ola, la tercera y vaya a saberse si no la cuarta también, depende en
qué países, llegarán otras de las llamadas “Fechas FIFA” por la que las
selecciones nacionales volverán a enfrentarse.
En principio,
estaba previsto que fuera en todo el mundo, pero no será así. En Europa, Asia y
en el ámbito de la Concacaf sí se jugará pese a la situación sanitaria descripta,
pero no en Oceanía ni en África ni en Sudamérica.
En el caso de la
relación entre los dos continentes que hasta hoy albergan a las mayores
potencias del mundo, Europa y Sudamérica, se ha producido recientemente un caso
que sienta un precedente muy peligroso, porque por primera vez, la Conmebol
debió suspender las dos fechas previstas en el calendario porque los clubes
poderosos europeos, en los que juegan la mayoría de las estrellas, rechazaron
ceder a sus jugadores por temor a contagios, o para no privarse de ellos al
tener que confinarse catorce días al regreso de esos partidos.
Podría ser
entendible la situación por parte de los clubes ricos europeos. Al fin y al
cabo, son ellos los que pagan los salarios y los que disponen de sus jugadores
durante la mayor parte del año. Como solemos decir en la Argentina, la culpa
nunca es del cerdo, sino de quien le da de comer. Porque sólo con haber
continuado la regla de la FIFA por la que los clubes están obligados a ceder a
sus jugadores a las selecciones nacionales, bastaba que sólo el presidente
Gianni Infantino advirtiera no sólo de posibles sanciones a los incumplidores
sino de que, de todos modos, no podrían contar con ellos en sus partidos.
Sin embargo, la
FIFA actual, cuyo discurso endulza los oídos de los que pretenden el juego
limpio aunque luego sus acciones no tengan demasiada relación con él, aprovechó
la pandemia para hacer política y la vista gorda ante los poderosos y aprovechó
la ocasión de la excepción sanitaria mundial para agregar un inciso en el
reglamento por el que “por ahora” se permite no ceder a los jugadores si las
condiciones no son las ideales.
Joseph Blatter,
el suizo que precedió a Infantino en la presidencia de la FIFA, llegó a decir
que él tenía que “administrar pasiones”, en cuanto al eterno tironeo entre
clubes ricos europeos y selecciones nacionales, especialmente de los países que
tienen jugadores en los torneos más importantes del mundo (sudamericanos y
africanos, aunque ahora se agregan cada vez más estadounidenses y mexicanos).
Con todos los
errores y casos de corrupción que rodearon a las gestiones anteriores, es
innegable que la idea de la pasión (si es que podemos asociar a ésta con los
equipos nacionales) disputó paso a paso a la de la administración o el dinero,
pero todo indica que los tiempos cambiaron para Zurich.
Claro que para
que esto no pase a mayores se necesita de la colaboración de la contraparte,
rol que en este caso cumple la Conmebol, del otro lado del Océano Atlántico.
Porque pocas veces se ha visto tanta genuflexión desde la justificación de la
pandemia como motivo para que la FIFA no moviera un dedo en el arbitraje cuando
la semana pasada, por zoom, los dirigentes sudamericanos le pidieron que
actuara para interceder ante los poderosos europeos, pero en Zurich se lavaron
las manos, y a otra cosa, mariposa.
Así es que la
Conmebol dio a entender que era “lógico” que se suspendieran sus partidos
previstos para esta semana correspondientes a la quinta y sexta fecha de la
clasificación al Mundial de Qatar, que si bien debe comenzar a fines de 2022,
ya no aparecen tantas opciones para que el calendario de los 21 meses que
quedan hasta el máximo certamen acepte tan fácilmente los 14 partidos que cada
selección nacional debe disputar, y dejar aún libre un mes, por lo menos, para
los repechajes, teniendo en cuenta que además, debe haber vacaciones a mitad de
cada uno de los dos años, y que aún la Conmebol aspira a jugar “sí o sí” la
Copa América entre el 13 de junio y el 10 de julio entre Argentina y Colombia,
por más que estos países tengan hoy sus fronteras cerradas, y en cualquier
momento esperan la llegada de la segunda y hasta tercera ola del coronavirus.
O sea que la
Conmebol, que conoce que la situación en pandemia puede que se repita con
respecto a la negativa de los clubes europeos, que no tiene fechas para
disputar partidos de selecciones nacionales hasta junio próximo, que sabe que
luego hay vacaciones hasta septiembre, pretende jugar a como dé lugar la Copa
América (con o sin público, con o sin periodismo, coincidiendo casi en el
tiempo con la Eurocopa y posiblemente con la cuarentena obligatoria) y al mismo
tiempo, evalúa hasta tres partidos por fecha FIFA desde septiembre, en vez de
dos, para paliar su déficit de calendario, pero permitió y no protestó que la
FIFA cambiara el reglamento mientras los equipos nacionales europeos juegan sus
partidos vivitos y coleando. ¿Los clubes europeos van a ceder a sus jugadores
casi por dos semanas? Suena a utopía.
Pensándolo bien,
poco se puede esperar de una dirigencia sudamericana que hizo jugar la final de
su mejor torneo continental, la Copa Libertadores de América, entre Boca
Juniors y River Plate en Madrid, en 2018, cuando si no le parecía bien el
estadio de River tenía otros en Buenos Aires, en otras provincias argentinas, o en cualquier
capital del continente, o en cualquier ciudad que ofreciera ser sede si pagara
una buena suma por los derechos.
Pero no, se
entregó a los negocios con España y su banco auspiciante, generando el traslado
oneroso de muchos hinchas y una final a miles de kilómetros de distancia.
El problema de
estas fechas FIFA, que se juegan en unos lugares, mientras los otros miran por
la TV mientras tratan de pensar una solución que saben muy complicada, sigue
pasando por el poder, de los que tienen el dinero y de los que en vez de
arbitrar, miran para otro lado.
La culpa,
entonces, sigue sin ser del cerdo.
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