No habrá
partidos en Sudamérica por la clasificación al Mundial de Qatar 2022. Las dos
fechas dispuestas para que durante este mes la selección argentina jugara ante
Uruguay y Brasil. 26 y 30 de marzo, fueron canceladas el viernes por el Consejo
de la Conmebol a partir de que la FIFA no consiguió convencer a los poderosos
clubes europeos para que cedieran a sus jugadores para estos compromisos,
debido a la pandemia, y ahora la entidad continental informa que comenzará a
evaluar escenarios y calendarios para determinar cómo articula lo que viene,
cuando se llevan jugadas cuatro fechas de las dieciocho totales a un año y
nueve meses del Mundial.
¿Por qué la FIFA
debe convencer a los clubes europeos cuando antes estaban obligados a ceder a
sus jugadores bajo el riesgo de que de todos modos la FIFA los sancionara y se
quedaran sin ellos? Es muy simple: porque el máximo organismo del fútbol
mundial con sede en Zurich utilizó a la pandemia del coronavirus como excusa
para cambiar parcialmente esta reglamentación (en principio hasta fines de
abril pero si el problema sanitario se mantiene en el mundo, es muy posible que
se extienda en el tiempo.
Esto que hizo la
FIFA para ayudar a los clubes poderosos, que mayormente siguieron jugando sus
ligas y torneos continentales, más allá de avatares que determinaron algunos
cambios de sedes o formatos, no es más que un acercamiento a estas entidades
europeas como parte de una guerra que lleva años entre intereses contrapuestos
y que es, al final, la madre de todas las batallas del fútbol mundial: la de
los que pagan los sueldos más altos en la élite, contra el sentimiento que
implica jugar, paralelamente, en una selección nacional que, salvo que sea
europea, se desarrolla en el contexto de federaciones (países) dependientes en
lo económico.
Hace ya muchos
años, el entonces presidente de la FIFA –luego renunciante por acusaciones de
corrupción y posteriormente suspendido por la misma razón-, el suizo Joseph Blatter,
admitió lo difícil que era para él este tironeo entre los clubes cada vez más
ricos que no quieren ceder a los jugadores a los que ellos les pagan el sueldo
y que les costaron mucho dinero al adquirirlos –como si además no superan al
contratarlos que tienen compromisos con sus selecciones nacionales y un día se
despertaran de una pesadilla-, y las federaciones nacionales que los necesitan
para clasificarse a los mundiales o para tratar de hacer el mejor papel posible
en los torneos continentales. “Yo administro pasiones”, se sinceró el
cuestionado dirigente, que sin embargo, en comparación con estos tiempos, ya
parece un defensor del romanticismo y cuesta creer que hubiese aceptado esta
norma “provisoria” de la FIFA con la excusa de la pandemia.
En aquella
frase, Blatter dejaba en claro lo que es la mayor contradicción del fútbol en
estos tiempos modernos, porque “administración” es lo contrario a “pasión” y es
entonces cuando la FIFA, como máxima organización del fútbol, debe establecer
un equilibrio para mejorar al deporte y no para favorecer a los intereses
económicos, aunque incluso pensándolo desde el negocio, el suyo es el de las
selecciones o los Mundiales de Clubes y no las ligas locales o los torneos
continentales.
Desde el punto
de vista de la Conmebol, esta decisión de posponer las dos fechas de
clasificatorias de marzo no es otra cosa que una claudicación dirigencial pocas
veces vista con tanta crudeza. El germen ya estuvo en las interminables
decisiones anteriores, cuando le rogaron casi de rodillas al actual mandamás de
la FIFA, el “amigo” ítalo-suizo Gianni Infantino, que les explicara a los
clubes europeos sobre su necesidad de contar con los jugadores de élite para
cada selección y éste hizo un movimiento de pinzas para lograr el objetivo en
menos de setenta y dos horas, pero esta vez, el calvo políglota de discurso
progresista y acción ambigua, apenas comunicó que encontró mayor resistencia
que en el pasado, y se lamentó ante los directivos sudamericanos por zoom.
Para los clubes
europeos, esta torcedura de muñeca a la Conmebol representa un notable triunfo.
Desde hace tiempo que se vienen quejando, ayudados por una importante comparsa
mediática, acerca de lo que se suele llamar “Virus FIFA”, que no es exactamente
el ocasionante de esta pandemia sino otro, causante de lesiones, stress y
cansancio de sus estrellas tras viajes interminables que las alejan de los
partidos importantes para algo inentendible como es el deseo irrefrenable de
jugar por sus selecciones nacionales.
A estos clubes
nada les importa de estos sentimentalismos. Si pasan ya de las ligas locales y
hasta de los torneos continentales como Champions League o Europa League si no
les reditúan económicamente lo que pretenden al punto de idear sistemas nuevos
con los que presionar a la UEFA, muchos menos puede interesarles lo que se
piense desde el otro lado del océano, y más aún cuando estos directivos de por
aquí son capaces de aceptar y hasta de proponer que el máximo campeonato
sudamericano de clubes tenga su final en Madrid, como en 2018, habiendo chances
de jugarse en Montevideo, Bogotá, Santiago, Lima o Río de Janeiro, todo sea por
el negocio de unos pocos.
Esta decisión de
la Conmebol, entonces, que favorece a los clubes europeos amparados por la FIFA
(que vuelve a jugar para los poderosos, como lo hace cuando, por ejemplo, mira
para el costado a la hora de venderse los derechos televisivos a las grandes
agencias o cadenas, que luego hacen sus abriles revendiéndolos a precios
exagerados a los más pequeños), empujará ahora hasta vaya a saberse cuándo la
clasificación sudamericana, y puede llegar a postergar una ya devaluada Copa
América, prevista para mediados de año en dos partes, una en Argentina y otra
en Colombia, y que ya cuenta con la renuncia de los dos equipos invitados,
Australia y Qatar.
Queda claro,
entonces: en esta madre de todas las batallas entre intereses y sentimientos,
los clubes ricos europeos van ganando por amplia diferencia. Y esta suspensión
de las dos fechas de clasificación sudamericana al Mundial de Qatar es una
certificación de que no tienen contra porque, como diría la tribuna un poco más
creativa, como la rioplatense, no juegan contra nadie y que los europeos, a los
que hay que venderles a los jugadores nacidos de este lado del océano a cambio
de la paga que sea en moneda fuerte, tienen la sartén por el mango y el mango
también.
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