Acaso como pocas
veces en los últimos tiempos, esta semana fue clave para terminar de afirmar
una tendencia de cambio de época en el fútbol mundial, luego de que Lionel
Messi y Cristiano Ronaldo, los dos jugadores que acumularon once Balones de Oro
entre 2008 y 2019, quedaran eliminados en los octavos de final de la Liga de
Campeones de Europa con sus equipos –Barcelona y Juventus, respectivamente-
mientras emergen con claridad otras estrellas en el firmamento, como el noruego
Erling Haaland y el francés Kylian Mbappé.
Messi, ganador
por seis veces del premio al mejor jugador del mundo de la temporada, cumplirá
34 años el próximo 24 de junio y seis días más tarde quedará libre del
Barcelona, mientras que Cristiano Ronaldo, que consiguió cinco veces ese
galardón, tiene 36 desde el pasado 5 de febrero, en tanto que Haaland (Borussia
Dortmund) – y Mbappé (PSG), clasificados a cuartos de final con cuatro goles
cada uno en los dos partidos de la serie de los octavos de final, tienen 20 y
22, respectivamente.
No se trata de
creer que ni Messi ni Cristiano Ronaldo, pese a una edad ya algo veterana para
la élite, no puedan generar grandes partidos o seguir convirtiendo muchos
goles, sino que claramente han aparecido jugadores con otra dinámica, con otro
peso específico en cada partido, con una potencia arrolladora por el lógico
paso del tiempo y los cambios de época.
Si Messi era
para muchos un jugador de play station, Mbappé y Haaland son matadores en
velocidad y especialmente en la definición casi perfecta y sin dejar la más
mínima duda: resuelven al instante y tienen en claro qué es lo que hay que
hacer y el físico juega un gol fundamental. Si el francés- ya campeón mundial
con 19 años en Rusia- puede arreglárselas sin tanto espacio, Haaland, si bien
puede ser también rebotero, se mueve mejor de contragolpe, o ante cualquier
error de la defensa contraria, a la que casi mira indiferente cuando sale
jugando, pero de fondo está al acecho ante cualquier mínima posibilidad que aparezca.
Sin embargo, el
prototipo de jugador que va apareciendo cuando ya avanza el Siglo XXI tiene un
cierto patrón y es que define por potencia y velocidad pero no por gambeta, no
en el “uno contra uno”, una característica sudamericana que se va perdiendo
porque cada vez más, el juego que se practica de este lado del Océano Atlántico
intenta ser una copia del otro, el de las grandes estrellas, con el propósito
de que los jugadores de “aquí” puedan encajar “allá”.
Si uno recurre a
la última votación de los mejores jugadores sub-20 del mundo, según la
prestigiosa revista francesa “L’Equipe”, más allá del característico
euro-centrismo al que estamos acostumbrados ya no sólo por la prensa de
aquellos lares sino hasta de la FIFA, que se supone que es un organismo mundial,
sólo dos argentinos se encuentran entre las primeras cincuenta promesas, Thiago
Almada (Vélez) en el puesto 18 y Alan Velasco (Independiente) en el 46.
Demasiado poco para lo que fue el fútbol argentino como “granero del mundo”.
¿Qué es lo que
pasó? Nada distinto, aunque con mucha diferencia en peso y años de historia,
que lo que ocurre en el continente africano (acaso peor allí, porque hasta sus
seleccionados nacionales son dirigidos por entrenadores europeos). Rige la
lógica económica por la que no hay otra manera de encajar en el Primer Mundo
(que compren nuestros mejores productos con moneda dura, que nos inviten a los
principales torneos o que nos incluyan en competencias que vendan muy caros
derechos y publicidades) que adaptarse a
él a como dé lugar.
Y si le tenemos
que vender jugadores por nuestras necesidades (muchas veces por pésimas
administraciones que generan una urgencia evitable), éstos no pueden ser
preparados para cumplir funciones que luego allí no “sirven” y es así como en
el pasado, Gustavo López pasó de ser un volante creativo a un extremo “que hace
toda la banda”, Pablo Aimar era “diez” jugando detrás de dos o tres delanteros
y en Europa, casi de mediapunta para alimentar a un “gigante” que se movía en
solitario en los metros finales, o se pretendió que Juan Román Riquelme se
moviera por el costado izquierdo en un 4-4-2 en el Barcelona de Louis Van Gaal.
Y a eso le llaman “evolución”.
Si nos atenemos
a los apodos de hace veinte o treinta años en el fútbol argentino nos encontraremos
con los “Gambetita” o “Pintita”, representativos de un estilo que se resistía a
morir, así como al regresar del Mundial de Suecia de 1958, cuando los
dirigentes argentinos iniciaron esta idea de copiar un modelo que poco tiene
que ver con el nuestro, los jugadores se quitaban sus camisetas en los
entrenamientos y se la arrojaban con bronca a los cada vez más protagonistas DT
para decirles “yo esto no lo hago”, como se indica en el recomendable libro “La
Pirámide Invertida” de Jonathan Wilson.
No se gambetea
más. Se ha perdido un recurso fundamental que caracterizaba al jugador
argentino, rioplatense, sudamericano. Nos han hecho creer desde el discurso
mediático, desde los medidores de kilometraje recorrido por partido, desde los
“mapas de calor”, desde los “porcentajes de posesión de pelota”, desde los
“pases dados por partido”, que la gambeta es un hecho del pasado, del
individualismo contrario al juego colectivo, una especie de derroche del tiempo
y un escape a la racionalidad.
Y la gambeta,
además de ser un hermoso hecho estético, es una herramienta fundamental para
desequilibrar en determinados momentos, en partidos cerrados, o para desbordar
por una punta, y justamente, no se usa mucho porque para llevarla a cabo, hay
que saber con la pelota.
También es
cierto que hay menos maestros en las divisiones inferiores, que muchos chicos
llegan a través de academias o escuelitas que tienen acuerdos con los clubes,
pero falta esa rebeldía del pasado, ese coraje del futbolista para resistir las
órdenes de los DT que crecieron como protagonistas del show a partir de una
lógica resultadista que transformó al fútbol y lo convirtió en esto que es hoy
en gran parte del mundo, en el que todos nos parecemos, pero en el que
sudamericanos y africanos son copias del original europeo.
“Que vuelvan los
potreros”, se llama, saludablemente, un
nuevo programa de la TV Pública y también fue un proyecto nacional que
Diego Armando Maradona, antes de fallecer, le había alcanzado al presidente
Alberto Fernández.
Al menos, si volviera
el concepto, la idea de lo que significa el potrero, o si los chicos que
quieren ser cracks mañana supieran quiénes fueron “Tucho” Méndez. “Mamucho”
Martino, Félix Loustau, Enrique Omar Sívori, Ángel Clemente Rojas, Orestes Omar
Corbatta, René Houseman, Ricardo Bochini o Ariel Ortega, ya el fútbol argentino
estaría dando un paso adelante, el del regreso a las fuentes y en especial, a
dejar de ser copia para volver a ser original.
No hay comentarios:
Publicar un comentario