viernes, 30 de abril de 2021

La nafta al fuego de la Superliga (Dosis Futbolera)


 

Éramos pocos y parió la abuela. El fútbol, en muchas partes del mundo, pero en especial en el continente europeo, ya era muy desigual en cuanto a las ventajas económicas de unos clubes poderosos sobre otros –basta con seguir la historia de las ligas más importantes en los últimos tiempos, con torneos casi siempre ganados por los mismos clubes-  y tampoco se jugaba en el contexto de una UEFA, Conmebol o FIFA transparentes, cuando llegó a oficializarse la idea de la Superliga.

El problema de la Superliga europea, esta idea de organizar un torneo semi-cerrado (quince equipos fijos en cada temporada y cinco por invitación), no pasa exclusivamente por lo económico, por el enorme beneficio que estos participantes iban a recibir (3500 millones de euros a repartir sólo por participar, casi el triple por club respecto de lo que cobró el Bayern Munich por ganar la Champions League 2020).

Lo económico ya fue desde hace años un factor clave en todo el mundo, y lógicamente, cuanto más se gana para cada club, mejor. Y si en tiempos de pandemia, dos entidades fuertes como la banca JP Morgan y la Key Capital (ésta última, cercana al presidente del Real Madrid, Florentino Pérez) están dispuestas a pagar esas cifras tremendas, y permitir que cada club venda por su cuenta los derechos de televisión, no hay mucho que debatir desde allí.

Pero el problema es otro, si se quiere, más filosófico. Porque aún con las enormes diferencias de posibilidades que hay entre los equipos, todos tienen hoy, reglamentariamente, la chance de competir y de clasificarse desde sus ligas nacionales a los torneos continentales europeos y este nuevo proyecto disminuye esas posibilidades desde una justificación que no es deportiva, como es sólo el hecho de tener más poder económico o político.

Si por ejemplo, para ingresar hasta ahora entre los 32 equipos de la fase de grupos de la UEFA Champions League todos debían clasificarse por distintos sistemas deportivos (salir entre los primeros en sus ligas, o haber sido campeones de la edición anterior o campeón de la Europa League), la Superliga ya permitía que hubiera 15 equipos, sobre 20 totales (o sea, un 75 por ciento de los participantes) que llegaban al torneo sin más mérito que haber sido socios fundadores y porque los bancos los ven atractivos por las mediciones de rating o en otros casos, por la diplomacia de los oficios de los dirigentes de clubes amigos o vecinos.

Es decir que en la Superliga, el mérito exclusivamente deportivo para llegar a jugar cada temporada entre los 20 de la élite queda reservado sólo para cinco equipos de toda Europa, lo que equivale a decir que entre los cientos de equipos de todas las ligas, sólo cinco tendrán la chance de mezclarse con los otros 15, que llegarán por derecho propio, les vaya como les vaya en sus ligas nacionales.

Esto no sólo es injusto (¿por qué el Ajax o el Porto, que tienen más títulos de Champions que el Arsenal, el Tottenham, el Manchester City o el Atlético Madrid, no tienen las mismas posibilidades?) sino que si tomamos cada liga nacional y uno de esos 15 equipos se encuentra antes de terminar la primera rueda muy lejos de la punta, y tampoco tiene muchas chances de descender de categoría –obvio, con esa riqueza de plantel- ¿Con qué motivación  jugaría el resto del campeonato, si de todos modos, ya tiene la clasificación asegurada para la Superliga siguiente?

Si tomamos el caso de la liga española, en la que participan 20 equipos, si el Real Madrid, el Barcelona o el Atlético Madrid –los tres invitados al nuevo proyecto- quedaran lejos de la punta en la décima jornada sobre 38 totales, y con tres descensos a Segunda, de no poder salir campeones será lo mismo salir subcampeón que en el puesto 17 a efectos de sus consecuencias.

De esta manera, se puede comprender que el proyecto es elitista, injusto en lo deportivo, y en buena parte termina reventando a sus propias ligas.

Pero quedan varias cuestiones más. Una de ellas, relacionada con el posible trayecto de la Superliga. Supongamos que se concreta y comienza a funcionar en la temporada que viene, la 2021/22 y que en las primeras cinco temporadas se repiten los equipos que quedan en la parte inferior de la tabla. Vamos a suponer que además de los doce que originalmente iban a participar (los top-6 ingleses, los tres mencionados españoles, Inter, Milan y Juventus), se sumaran por invitación, para completar los 15, el Olympique de Lyon, el Marsella –ambos de Francia- y el Bayern Munich.

¿Qué ocurriría si a la quinta temporada de la Superliga, siempre quedaron en los puestos de abajo el Arsenal, el Milan, el Lyon y el Marsella? ¿Qué ocurriría con el resto de los aficionados respecto de estos equipos? ¿No aparecería un movimiento diciendo que los partidos entre esos equipos son aburridos, que no juegan por nada, o que conviene una “Súper Superliga” sin estos equipos “molestos” y que entonces en vez de 15 sean menos?

Por otra parte, los dirigentes que fueron la voz cantante de esta frustrada (al menos por ahora) Superliga, especialmente el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, esgrimieron datos estadísticos de dudosa procedencia, como encuestas que daban que los aficionados de los países con las cinco ligas más importantes de Europa apoyaban el nuevo proyecto entre un 57% y un 75% del total en cada caso, algo que no se comprobó y que de acuerdo a las protestas (sin oposición de otros grupos), no parece muy verosímil.

Todo esto no implica que el fútbol actual no merezca un amplio debate, tanto acerca de la transparencia de las grandes instituciones continentales como de las federaciones nacionales, el uso del VAR, los extraños sorteos de los torneos o la desigualdad económica entre los participantes, así como el poder cada vez más fuerte de los clubes ricos, que ahora niegan cada vez más a sus jugadores a las distintas selecciones nacionales, amparados por la FIFA, que no quiere problemas con ellos.

Pero este proyecto de la Superliga, resistido por aficionados, entrenadores, federaciones y confederaciones continentales, y hasta por mandatarios de países, va en dirección contraria y es como echarle al fuego toneladas de nafta.

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