Éramos pocos y
parió la abuela. El fútbol, en muchas partes del mundo, pero en especial en el
continente europeo, ya era muy desigual en cuanto a las ventajas económicas de
unos clubes poderosos sobre otros –basta con seguir la historia de las ligas
más importantes en los últimos tiempos, con torneos casi siempre ganados por
los mismos clubes- y tampoco se jugaba
en el contexto de una UEFA, Conmebol o FIFA transparentes, cuando llegó a
oficializarse la idea de la Superliga.
El problema de
la Superliga europea, esta idea de organizar un torneo semi-cerrado (quince
equipos fijos en cada temporada y cinco por invitación), no pasa exclusivamente
por lo económico, por el enorme beneficio que estos participantes iban a
recibir (3500 millones de euros a repartir sólo por participar, casi el triple
por club respecto de lo que cobró el Bayern Munich por ganar la Champions
League 2020).
Lo económico ya
fue desde hace años un factor clave en todo el mundo, y lógicamente, cuanto más
se gana para cada club, mejor. Y si en tiempos de pandemia, dos entidades
fuertes como la banca JP Morgan y la Key Capital (ésta última, cercana al
presidente del Real Madrid, Florentino Pérez) están dispuestas a pagar esas
cifras tremendas, y permitir que cada club venda por su cuenta los derechos de
televisión, no hay mucho que debatir desde allí.
Pero el problema
es otro, si se quiere, más filosófico. Porque aún con las enormes diferencias
de posibilidades que hay entre los equipos, todos tienen hoy,
reglamentariamente, la chance de competir y de clasificarse desde sus ligas
nacionales a los torneos continentales europeos y este nuevo proyecto disminuye
esas posibilidades desde una justificación que no es deportiva, como es sólo el
hecho de tener más poder económico o político.
Si por ejemplo,
para ingresar hasta ahora entre los 32 equipos de la fase de grupos de la UEFA
Champions League todos debían clasificarse por distintos sistemas deportivos
(salir entre los primeros en sus ligas, o haber sido campeones de la edición
anterior o campeón de la Europa League), la Superliga ya permitía que hubiera
15 equipos, sobre 20 totales (o sea, un 75 por ciento de los participantes) que
llegaban al torneo sin más mérito que haber sido socios fundadores y porque los
bancos los ven atractivos por las mediciones de rating o en otros casos, por la
diplomacia de los oficios de los dirigentes de clubes amigos o vecinos.
Es decir que en
la Superliga, el mérito exclusivamente deportivo para llegar a jugar cada
temporada entre los 20 de la élite queda reservado sólo para cinco equipos de
toda Europa, lo que equivale a decir que entre los cientos de equipos de todas
las ligas, sólo cinco tendrán la chance de mezclarse con los otros 15, que
llegarán por derecho propio, les vaya como les vaya en sus ligas nacionales.
Esto no sólo es
injusto (¿por qué el Ajax o el Porto, que tienen más títulos de Champions que
el Arsenal, el Tottenham, el Manchester City o el Atlético Madrid, no tienen
las mismas posibilidades?) sino que si tomamos cada liga nacional y uno de esos
15 equipos se encuentra antes de terminar la primera rueda muy lejos de la
punta, y tampoco tiene muchas chances de descender de categoría –obvio, con esa
riqueza de plantel- ¿Con qué motivación
jugaría el resto del campeonato, si de todos modos, ya tiene la
clasificación asegurada para la Superliga siguiente?
Si tomamos el
caso de la liga española, en la que participan 20 equipos, si el Real Madrid,
el Barcelona o el Atlético Madrid –los tres invitados al nuevo proyecto-
quedaran lejos de la punta en la décima jornada sobre 38 totales, y con tres
descensos a Segunda, de no poder salir campeones será lo mismo salir subcampeón
que en el puesto 17 a efectos de sus consecuencias.
De esta manera,
se puede comprender que el proyecto es elitista, injusto en lo deportivo, y en
buena parte termina reventando a sus propias ligas.
Pero quedan
varias cuestiones más. Una de ellas, relacionada con el posible trayecto de la
Superliga. Supongamos que se concreta y comienza a funcionar en la temporada
que viene, la 2021/22 y que en las primeras cinco temporadas se repiten los
equipos que quedan en la parte inferior de la tabla. Vamos a suponer que además
de los doce que originalmente iban a participar (los top-6 ingleses, los tres
mencionados españoles, Inter, Milan y Juventus), se sumaran por invitación,
para completar los 15, el Olympique de Lyon, el Marsella –ambos de Francia- y
el Bayern Munich.
¿Qué ocurriría
si a la quinta temporada de la Superliga, siempre quedaron en los puestos de
abajo el Arsenal, el Milan, el Lyon y el Marsella? ¿Qué ocurriría con el resto
de los aficionados respecto de estos equipos? ¿No aparecería un movimiento
diciendo que los partidos entre esos equipos son aburridos, que no juegan por
nada, o que conviene una “Súper Superliga” sin estos equipos “molestos” y que
entonces en vez de 15 sean menos?
Por otra parte,
los dirigentes que fueron la voz cantante de esta frustrada (al menos por
ahora) Superliga, especialmente el presidente del Real Madrid, Florentino
Pérez, esgrimieron datos estadísticos de dudosa procedencia, como encuestas que
daban que los aficionados de los países con las cinco ligas más importantes de
Europa apoyaban el nuevo proyecto entre un 57% y un 75% del total en cada caso,
algo que no se comprobó y que de acuerdo a las protestas (sin oposición de
otros grupos), no parece muy verosímil.
Todo esto no
implica que el fútbol actual no merezca un amplio debate, tanto acerca de la
transparencia de las grandes instituciones continentales como de las
federaciones nacionales, el uso del VAR, los extraños sorteos de los torneos o
la desigualdad económica entre los participantes, así como el poder cada vez
más fuerte de los clubes ricos, que ahora niegan cada vez más a sus jugadores a
las distintas selecciones nacionales, amparados por la FIFA, que no quiere
problemas con ellos.
Pero este
proyecto de la Superliga, resistido por aficionados, entrenadores, federaciones
y confederaciones continentales, y hasta por mandatarios de países, va en dirección
contraria y es como echarle al fuego toneladas de nafta.
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