“Le ganamos a un
equipo con un presupuesto infinitamente mayor que el nuestro, y eso hay que
valorarlo”, sostenía, orgulloso, Carlos Bianchi en Yokohama luego de que Boca
Juniors venciera por penales al poderoso Milan en 2003 y se consagrara campeón
intercontinental. En la final de la Copa Libertadores de ese año se había
impuesto a otro equipo que contaba con grandes estrellas como Diego y Robinho y
que, a priori, era el gran candidato, el Santos, con una diferencia de 5-1 en
la serie.
En se entonces,
18 años atrás, no aparecía la excusa de las diferencias presupuestarias que se
esgrimen hoy en la mayoría de los medios de comunicación para explicar la caída
estrepitosa del fútbol argentino, que no logró colocar a ninguno de sus trece
representantes en las dos semifinales de las copas sudamericanas en juego, la
Copa Libertadores de América y la Copa Sudamericana.
No hay dudas de
que el peso es una moneda muy débil por sus constantes devaluaciones (aunque se
diga que lo que aumenta es el dólar) y que además, lo que reciben los clubes
brasileños de derechos de televisión es muy superior a lo que obtienen los
argentinos, pero esto no es culpa de la naturaleza, sino responsabilidad de los
dirigentes que firman los contratos a ciegas y para quedar bien con los
mandatarios de turno del fútbol doméstico, como si alzar la mano en contra
fuera un sacrilegio o como si hacerlo determinara años en las tinieblas, con
arbitrajes en contra y vaya a saberse cuántas prebendas perdidas.
Ya en los
tiempos de Julio Grondona, a quien nadie se atrevería a negarle su rapidez y
viveza, al dirigente que era ya número dos de la FIFA como vicepresidente
senior, los dueños de los derechos televisivos lo hacían esperar horas sentado
en el pasillo hasta ser atendido, y por décadas le negaron el número exacto de
abonados a la TV por cable como para que supiera si lo estaban engañando o no,
lo que luego motivó que fuera sencillo su rompimiento de contrato para pasarse
al Estado en 2009 con el programa “Futbol Para Todos”.
Sin embargo, la
dirigencia del fútbol argentino nunca aprendió la lección. Si Grondona, antes
de morir, ideó el mamarracho del “Torneo de 30”, del que el fútbol argentino no
puede terminar de salir, fue para aumentar la cantidad de partidos por fin de
semana para poder cobrar un poquito más de dinero para las arcas destruidas de
los clubes, que siguen sin entender que el círculo virtuoso de una industria
como la del fútbol que provocaría la envidia de cualquier otra nacional pasa
por vender (exportar) en dólares o euros para vivir en pesos, para lo cual esa
masa de dinero entrante debería ser utilizado en obras y no en contratar
jugadores de medio pelo que casi nunca logran reemplazar a los que se van. Para
sustituir a los transferidos, se supone que están las divisiones inferiores,
que en muchos casos, siguen manejadas por ex jugadores que en muchos no
demostraron conocer de psicología infantil o de la adolescencia, o de técnica y
táctica como para llevar adelante planteles de chicos que piensan en su futuro
dentro del deporte.
Que la mayoría
de los clubes argentinos tenga deudas siderales (y que en muchos casos no las
pagan) y que no cobren lo que les correspondería por sus derechos televisivos o
que no recurran a sus divisiones inferiores y permitan que agentes amigos hagan
sus negocios, es parte de la consecuencia de la actualidad, con un torneo local
infumable en muchos partidos, en los que casi todos los equipos tienen tal
confusión que ya ni juegan con sus camisetas tradicionales ni hasta cuando sus
colores no generarían problemas visuales, por puro snobismo.
Entonces, éxitos
como aquel del Boca de Bianchi hoy son menos posibles. Para la Copa
Libertadores de 2021 se clasificaron siete equipos argentinos: Boca, River,
Racing, Argentinos Juniors, Defensa y Justicia, Vélez y San Lorenzo, y si bien
es cierto que Boca fue casi expulsado del torneo por la Conmebol tras dos
escandalosos fallos que no le permitieron pasar la serie ante Atlético Mineiro,
es la primera vez, desde 2010, que ninguno de los representantes nacionales
llega a una semifinal, y tan sólo River pudo arribar a cuartos, donde fue
vapuleado por el mismo Atlético Mineiro con un 4-0 como resultado final de la
serie.
Es cierto que en
pocos meses, River perdió a varios jugadores importantes como Ignacio “Nacho”
Fernández, Lucas Martínez Quarta, Exequiel Palacios y Rafael Borré, y en las
últimas semanas, a Gonzalo Montiel. Pero también es cierto que el club, muy
endeudado, utilizó buena parte de ese dinero en traer a José Paradela, los
regresos de David Martínez, Jonathan Maidana y Enzo Fernández, Alex Vigo, Agustín Palavecino, Agustín
Fontana y Brian Romero, y poco antes, a
Fabrizio Angileri y a Jorge Carrascal.
En la Copa
Sudamericana, por su parte, jugaron otros seis equipos argentinos: Newell’s Old
Boys, Talleres de Córdoba, Lanús, Rosario Central, Arsenal e Independiente, y
tampoco en este caso, ninguno de ellos pudo arribar a la semifinal, y sólo uno
(igual que en la Libertadores, lo cual ya no parece una casualidad) pudo llegar
a los cuartos de final, Rosario Central, de gris desempeño en los torneos
locales y que fue eliminado por uno de los equipos no tan poderosos de Brasil,
aunque apoyado por una empresa importante, como el Red Bull Bragantino.
Hay que tener en
cuenta otro elemento, y es que todos estos trece equipos argentinos que
participaron en los torneos sudamericanos de 2021 (estamos refiriéndonos a la
mitad de los equipos que participan en el torneo local, que además no tiene
descensos hasta 2022), se clasificaron insólitamente temprano para estas
competencias, casi un año antes, debido a la conveniencia política de la AFA
por adelantar estas instancias con el íntimo deseo de parar el fútbol por todo
el 2020, como ya se escribió en estas columnas.
Sucedió así
porque en marzo de 2020, cuando comenzó la cuarentena más estricta en la
Argentina, el presidente de la AFA,. Claudio “Chiqui” Tapia, aprovechó la
ocasión para pensar en unas largas
vacaciones, porque el panorama, si el fútbol se congelaba en ese momento, era
el ideal para su reelección porque a la Copa Libertadores entraban todos los
grandes (más aún cuando Vélez y San Lorenzo estaban en lista de espera pero no
se disputaron copas y ocuparon esos lugares libres), y el que quedaba, Independiente,
al menos ingresaba a la otra junto a los rosarinos y cordobeses y Lanús, con
poder político porque su presidente, Nicolás Russo, está ligado a Sergio Massa.
De esta forma,
con todos los clubes importantes acomodados, y los restantes, salvados del descenso
por anularse hasta 2022, era el momento exacto para Tapia para llamar a ser
reelecto para el período 2021-2025, en una asamblea por zoom que justamente
ahora revisa, cual general Alais en Semana Santa de 1987, la Inspección General
de Justicia (IGJ).
O sea que esos
trece clubes llegaron a las copas continentales un año antes, con tiempo
suficiente de preparación, pero por distintas razones, nadie dio en la tecla.
Es cierto,
entonces, que la diferencia económica entre brasileños y el resto es enorme, pero
el fútbol argentino debe dejar a un lado las excusas y hacer una fuerte
autocrítica sobre su dirigencia, sobre cómo se utilizan los recursos, sobre los
espectáculos que se brindan en los estadios, y sobre su desinterés por
espectáculos mejores y por sanear sus economías, problemas que existen desde
hace décadas, con muy marcadas excepciones.
Entonces, es
tiempo de analizar y pensar más, y de llorar menos. Porque el fútbol argentino
va cayendo en un pozo que parece cada vez más profundo y cuanto más pase el
tiempo, más difícil será salir, si las cosas continúan por este camino que sus
dirigentes eligieron.
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