Apenas una hora
después de ponerse en venta la camiseta del PSG con el número 30 que utilizará
Lionel Messi, ya se había recaudado más dinero que lo que costó su pase en
carácter de libre (ochenta millones de euros) en una muestra cabal de la
magnitud del negocio que significa esta transferencia tanto para el club
parisino, que de esta forma se reafirma como global, como para el jugador, que
se convierte en ícono para una cultura diferente y acaso para el próximo
Mundial de 2022 en Qatar, que como Estado sostiene a lo que es hoy una de las
entidades más poderosas, y que de esta manera logra desviar la mirada
desconfiada de gran parte del planeta hacia algunas de sus actividades para
centrarse n otras más pasatistas, como el deporte o los medios de comunicación.
Al mismo tiempo,
el pase de Messi al PSG terminó por desnudar la incapacidad de Barcelona, en
todos los niveles, por mantener a la máxima estrella del fútbol mundial. Desde
el punto de vista del ex club del rosarino, suena increíble que quien ganó seis
Balones de Oro como mejor jugador del mundo y acaso ahora mismo va camino del
séptimo luego de ganar la Copa América, se haya ido llorando porque no pudieron
retenerlo aún cuando estaba dispuesto a rebajarse el cincuenta por ciento de la
ficha.
La explicación
dada por el presidente del Fútbol Club Barcelona, Joan Laporta, acerca de que
la mayoría de los clubes de la Primera española presionaron al titular de la
Liga de Fútbol Profesional (LPF) acaso tenga parte de verdad, porque esto fue
ratificado por el titular de la LFP, Javier Tebas Medrano, en otra clara
muestra de miopía, porque por una pretensión de igualdad en el trato, se
termina achicando sustancialmente la torta de los ingresos de todos. Pero esto no termina allí, sino que la
mismísima ciudad de Barcelona se verá afectada por la merma en la industria
turística que generaba Messi desde todos los puntos del planeta.
Al contrario,
queda claro lo bien que la sociedad Qatar-PSG puede explotar la llegada de
Messi a París. Nada de lo que ocurrió desde que llegó a la capital francesa fue
casual. Aquella remera blanca con la que saludó desde el balcón del lujoso
hotel que le asignó el club en el centro la ciudad, tenía la inscripción de
“Ici c’est Paris”, que no es otro lema que el que identifica a la ciudad que
acaba de iniciar las últimas Olimpíadas (período entre Juegos Olímpicos) antes
de ser la próxima sede de 2024 (un siglo después de haberlo sido también), como
tampoco es casual que Messi haya firmado contrato por dos años, con extensión a
un tercero, que finalizaría justo con el inicio de los Juegos, cerrando un
ciclo perfecto. ¿Acaso Messi pueda ser la cara de ese magno acontecimiento
deportivo, y dos años antes, la de del Mundial de Qatar 2022?
No es difícil
adivinarlo. Algo así se pensó desde el pequeño país asiático cuando se decidió
en 2017 arrancarle a Neymar al Barcelona pagando la cláusula de rescisión de
222 millones de euros. Si algo tentó al brasileño (que luego se arrepintió más
de una vez aburrido en una liga francesa que marca una enorme distancia entre
los poderosos y el resto, como pudo verse en el partido de esta fecha ante el
Racing de Estrasburgo) fue la posibilidad de ser por fin el líder de un equipo
global y no el acompañante del genio,
pero especialmente, ser la cara del Mundial 2022 , ya otorgado de manera
sospechosa en Zurich en 2010, en un hecho por el que se sigue investigando a
los dirigentes votantes en aquella ocasión (de hecho, Brasil y Argentina jugaron
meses más tarde un amistoso en Doha por el que cobraron más del doble del
cachet habitual).
Entonces, ¿qué
mejor que fuera Messi la cara visible del próximo Mundial? Es una forma de
colocar la cereza a la torta y convertir, al mismo tiempo al PSG en un club
galáctico al mejor estilo del Real Madrid de Florentino Pérez de principios de
siglo aunque con dos diferencias: una es que el entonces director deportivo,
Jorge Valdano, se mostraba proclive a la política de “Zidanes y Pavones”
(estrellas y jugadores surgidos en la cantera) y al club francés, las
divisiones inferiores lo tienen sin cuidado. Y la otra es que aquello de los
blancos de la capítal española, aunque con ayudas estatales, fue con recursos
propios (más allá del lobby que cada domingo se ejercía desde la zona noble del
Santiago Bernabeu en tiempos de José María Aznar) y esto de los galos forma
parte de lo que se dio en llamar “clubes-Estado” o “doping financiero”, por el
que los fondos ilimitados que llegan para fichar jugadores a su antojo llegan
desde el Estado qatarí, y si pudo eludir los controles del Fair Play financiero
de la UEFA es porque casualmente, se dio prórroga por un año a los clubes de la
liga francesa con la excusa de la pandemia.
Esta prórroga es
la que permitió al PSG no sólo la llegada de Messi sino que días pasados, tanto
su director técnico, Mauricio Pochettino, como su presidente, Nasser Al-Khelaifi,
se dieron el lujo de manifestar que una de sus grandes estrellas, Kylian
Mbappé, que quedará libre el 30 de junio de 2022 (y cuando llegue ese momento,
ya el club no verá un solo euro por su pase), tiene la pelota en su poder para
decidir si se quiere ir (al ReaL Madrid) o se quiere quedar. El dinero nunca
fue un problema.
Si esta prórroga
existió, no es por otra causa que por el gran comportamiento del PSG con la
UEFA en abril pasado, cuando fue el alumno obediente que se negó a salir de la
Champions League para irse con los rebeldes Juventus, Real Madrid y Barcelona a
una nueva Superliga Europea. La máxima entidad europea tomó nota y ahora
benefició a los franceses-qataries haciendo la vista gorda.
Pero hay más. Si
Qatar es un país políticamente aislado (que llegó a ofrecer subsedes a los
vecinos para abrirse un corredor) por su ligazón con el terrorismo, ¿qué mejor
que desviar la atención internacional para que pase a ser ahora sinónimo de
gran organizador de eventos deportivos de primer orden como un Mnndial, o
alimentar a un equipo con las máximas estrellas del planeta? Para eso es que
existe una inmensa y poderosa cadena mediática como BeIn Sports, dueña de Al
Jazeera, la de mayor penetración en el mundo árabe.
Otra vez hay que
volver, entonces, al Barcelona, porque Qatar también tuvo un vínculo (aunque en
forma de publicidad y a través de “Qatar Airways”, la lujosa compañía aérea que
es la tercera pata de su intento de lavado de imagen y que aparece en la TV en
cada transmisión de partidos de la Conmebol) con el club catalán, pagando una
fortuna para aparecer en la parte delantera de su camiseta, lo que generó un
escándalo. Por más de un siglo, los azulgranas se habían preciado de no tener
ninguna necesidad de auspicios en su equipación, y a lo sumo había aceptado la
de Amnistía Internacional, pero las cosas habían cambiado.
En aquel
momento, sabiendo de esta nueva publicidad, el fallecido Johan Cruyff, uno de
los máximos ídolos del barcelonismo, renunció inmediatamente a la presidencia
de honor y advirtió que “va a pasar de ser “Más que un club” –como sostiene el
lema- a “un club más”.
Acaso si viviera
el gran Johan, uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, campeón con
el Barꞔa con pantalones cortos y con los largos de DT, podría recordar en estos
días aquellas palabras.
Ahora, Karl
Heinz Rumennigge, ex crack alemán y actual director general del Bayern Munich,
se queja porque no se implementó en Francia el Fair Play Financiero, o
Florentino Pérez sostiene que si esto sigue así, los clubes-Estado se quedarán
con todo y ni siquiera entidades fuertes como la suya o el Barcelona o la
Juventus podrán hacer nada contra aquellos que reciben fondos ilimitados como
el PSG o su máximo competidor, el Manchester City (sostenido por Emiratos
Árabes Unidos).
Es el fútbol que
supieron conseguir todos en la loca carrera por fichar y fichar estrellas, sin
ninguna limitación de ningún organismo. Es el tiempo del fútbol de estrategia
global, de los jeques y la chequera en blanco. Es el monstruo que el poder
global creó al no colocar límites. Tal vez aprensa ahora la lección, cuando el
fútbol sigue arrasando con todo lo que le aparece en el camino.
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