“Próxima parada,
Argentina”, se animó a escribir, desafiante, en las redes sociales, el arquero
Emiliano “Dibu” Martínez, tras el empate entre su equipo, Aston Villa, y el
Brentford, por la tercera fecha de la Premier League. Acaso alguien osado como
él, que en la pasada Copa América se la pasó amedrentando rivales a los gritos
en el momento de la definición por penales en la Copa América pasada, pueda
tener una actitud como ésta en medio de tanto poder político del fútbol en
juego,
Lo que sucede
con esta triple fecha de clasificatorias sudamericanas de los próximos días,
entre los jueves 2 y el 9 de septiembre, con un partido intermedio del domingo
5, no es más que un nuevo capítulo de la larga disputa entre los clubes
poderosos europeos, nucleados en la ECA (en inglés, las siglas de la Asociación
Europea de Clubes), y las ligas nacionales en las que juegan, y las selecciones
nacionales periféricas.
Desde que la
FIFA cambió de manos tras las cuatro décadas de Joao Havelange y Joseph Blatter
(1974 a 2016), para pasar a las de Gianni Infantino, se produjo también una
importante modificación filosófica en la idea de lo que hoy es el fútbol
mundial, y aquellas posiciones firmes en cuanto a que la actividad
internacional se divide en competencias de clubes y selecciones nacionales, se
maquillaron de a poco en una actitud prescindente: ahora es mejor no meterse
con los poderosos en una etapa ultra capitalista, de pases multimillonarios y
globalización.
Esta es una FIFA
que utiliza demasiado la diplomacia y no tiene ningún argumento firme en
prácticamente nada. Si Blatter llegó a decir aquello de que “tengo que
administrar pasiones” (lo que parece una contradicción en sí misma), pero entendió
que la competencia de selecciones nacionales es fundamental para alimentar el
espíritu nacional y a su vez dejar encendida la mecha de los grandes negocios
de los Mundiales (y las clasificatorias son parte de los mismos), Infantino
envía una muy cuidadosa carta en la que le solicita indirectamente al primer
ministro inglés, Boris Johnson, que trate de hacer entender a la Premier League
de la importancia de que sus clubes cedan a sus jugadores a las distintas
selecciones para estos próximos días, cuando el reglamento es clarísimo al
respecto y no ofrece dudas.
Desde que se
estableció el llamado “Calendario Platini” (porque fue una idea del ex crack
francés cuando era presidente de la Unión Europea de Fútbol y congeniaba bien
con la FIFA), ya no puede haber demasiado conflicto: durante una cantidad de
veces al año, unas pocas, se suspende la gran competencia de clubes en todo el
mundo para dar lugar a la de las selecciones nacionales, como para no
superponerse.
Sin embargo, la
prepotencia de los clubes poderosos, bajo el concepto de que “nosotros pagamos
los sueldos y hacemos un enorme esfuerzo”, encontró ahora la excusa perfecta:
por la pandemia, al regresar a Europa, los jugadores deberían hacer una
cuarentena que terminaría perjudicándolos en los partidos futuros. Claro que
para esto se necesita que el organismo que rige el fútbol, la FIFA, se muestre
débil, dócil, sin firmeza, excesivamente diplomática, algo que cuesta creer que
hubiera podido ocurrir en los cuarenta años anteriores. Es sencillo, basta con
preguntarse si Julio Grondona, presidente de la AFA por 35 años y número dos de
la FIFA como vicepresidente “senior”, habría aceptado una imposición como ésta.
Por otra parte,
la queja de los clubes europeos no tiene sentido si se tiene en cuenta que
todos ellos, antes de contratar a un jugador perteneciente a selecciones
no-europeas, saben fehacientemente que puede ser convocado a sus representativos
nacionales, y también conocen (y lo admiten en privado) que muchas veces se
benefician cuando en grandes torneos (como Copa América o Mundiales), estos
mismos jugadores muchas veces aumentan su cotización, y en cantidades de
ocasiones se basan en sus actuaciones para salir a comprar sus pases.
En otras
palabras, si bien estos clubes europeos están avalados y hasta liderados por
sus ligas como la Premier, la Española o la Serie A, y tratarán hasta último
momento de impedir que unos sesenta jugadores sudamericanos viajen tras este
fin de semana a integrarse a sus selecciones, el problema no son ellos sino la
FIFA, la entidad que rige el fútbol mundial, que insólitamente trata de no
meterse en dificultades, y con un sentido cada vez más europeísta, busca
acomodarse donde circula el gran dinero, incluso hasta atentando contra su
gallina de los huevos de oro, que son los Mundiales (y las clasificatorias son
la etapa inicial de los mismos).
La pelota queda
ahora, entonces, en los pies de los jugadores. Tampoco es necesario preguntarse
demasiado qué habría pasado si Diego Maradona fuera jugador en este tiempo, pero
todo cambió, y de aquella iniciativa del Sindicato Mundial de Futbolistas de
1995 a hoy parece que hubiera habido un terremoto que alteró las consciencias.
Ya en marzo
pasado, la Conmebol tuvo que suspender las dos fechas de clasificatorias
mundialistas por lo mismo: no encontró un eco firme en la FIFA no hubo líderes que se pusieran los
pantalones (cortos) para plantarse pese a todo, algo que ahora parece, por fin,
avanzar, de acuerdo con las reuniones permanentes que mantienen Lionel Messi (Argentina), Marquinhos
(Brasil), Luis Suárez (Uruguay) y Arturo Vidal (Chile), en contacto con colegas de los otros seis equipos del
continente.
Llama la
atención, por esto mismo, que la Confederación Brasileña (CBF) haya ampliado la
lista de convocados para los tres partidos (uno de ellos ante Argentina) a
futbolistas del torneo local, lo cual por un lado es una expresión de realismo,
pero por otro, de debilidad. La AFA se mantiene, al menos hasta el cierre de
esta columna, en su idea firme de esperar la llegada de sus jugadores, aunque
haya veintidós (nueve de España, ocho de
Italia, cuatro de Inglaterra y el restante de Portugal), con dificultades ante
estos poderosos que no quieren ceder ni aunque el reglamento no los ampare.
Apenas seis
jugadores, tres de Francia (Messi, Leandro Paredes y Ángel Di María), dos de
Países Bajos (Lisandro Martínez y Nicolás Tagliafico) y uno de Alemania
(Exequiel Palacios), pueden viajar sin encontrar obstáculos.
Es el tiempo de
los jugadores, los únicos que pueden plantarse ante la increíble mirada al
costado de esta FIFA cada vez más ligada a los negocios, insensible (¿acaso no
sigue vendiendo los derechos de TV a empresas vinculadas a la corrupción del
FIFA-Gate?).
Tal vez muchos
de los grandes cracks sudamericanos puedan darse cuenta, al fin, que juntos son
una fuerza imparable y que sin ellos, no hay juego ni espectáculo ni derechos
de TV. Acaso deberían escuchar la grabación de cuando Maradona ironizaba acerca
de que entonces los dirigentes de la FIFA se pusieran los cortos y salieran a
jugar ellos.
La pelota,
ahora, es de los jugadores, y es el momento de ponerse firmes, como “Dibu”
Martínez, y desafiar a este poder que va arrasando con el juego, y que desafía
permanentemente dando cada día más pasos para adueñarse de la fiesta de miles
de millones de aficionados en nombre del dinero.
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