sábado, 11 de septiembre de 2021

El definitivo reencuentro de la Selección con la gente (Jornada)


 

Mucho más allá de los resultados de esta miniserie de dos partidos y cinco minutos, por la clasificación al Mundial 2022 –que fueron positivos pero a la vez, lógicos de acuerdo con los rivales de turno-, lo más importante que deja es el definitivo reencuentro de la selección argentina con la gente luego de muchos años de enorme distanciamiento, no sólo por los veintiocho años sin títulos, sino por distintas actitudes de los protagonistas que fueron vistas de reojo, o directamente con enfado.

Desde que finalizó el Mundial 1994, de una manera que no fue la prevista, y se terminó aquella generación ganadora que lideró Diego Maradona, comenzó una nueva etapa que coincidió, no por casualidad, con la Ley Bosman, aquella que permitió que circularan libremente por todos los clubes europeos los jugadores que fueran ciudadanos con pasaporte europeo, y eso facilitó que sobraran cupos en cada una de las ligas más importantes, y hacia allí partieron infinidad de futbolistas argentinos que desde entonces establecieron una distancia cada vez mayor con el público, que no pudo identificarse con ellos, sumado a otros factores, como el final de la posibilidad de tener una selección local o que muchos de sus integrantes tuviera ese “hambre de gloria” que se suele reclamar.

Desde la Copa América de Ecuador 1993, todos los éxitos de seleccionados argentinos pasaron por los juveniles de José Néstor Pekerman o los subñ23 de los Juegos Olímpicos y la pasada generación es la que estuvo más cerca de terminar con esos años duros cuando llegó a tres finales consecutivas en las que no sólo no pudo imponerse, sino que siquiera consiguió marcar un gol en ninguna de ellas, aunque haya sido por distintas razones.

Tampoco parecía que el camino iba a ser distinto en esta nueva etapa, comenzada cuando finalizó el Mundial de Rusia 2018. El modo de elección de Lionel Scaloni como entrenador de la selección argentina no fue el adecuado, porque no se trata de alguien con la carrera requerida para el cargo (hace poco tiempo, el director técnico del equipo uruguayo, el veterano Oscar Washington Tabárez, sugirió al actual DT argentino que dijera que no tiene experiencia pero sí vivencias), y rápidamente, la desconfianza volvió a aparecer, tanto más cuando había formado parte del cuerpo técnico anterior y sin embargo, optó por quedarse, a diferencia del resto de los integrantes durante el Mundial pasado, aunque era indudable que tomaba decisiones de sentido común.

Un liderazgo distinto de Lionel Messi, ya más maduro y uno de los cuatro más veteranos del equipo (junto a Sergio Agüero, Ángel Di María y Nicolás Otamendi) fue fundamental para iniciar un cambio. El genio rosarino había adquirido ciertos métodos maradonianos, como su airada protesta a la Conmebol, a la que tachó de “mafiosa” durante la Copa América de Brasil 2019, en la que la selección argentina fue claramente perjudicada en la semifinal del estadio Mineirao ante los locales por no haberse recurrido al VAR en dos más que posibles penales, y Scaloni optó por convocar a una nueva generación, que entendió enseguida que había que apuntalar al mejor jugador del mundo y armar por fin un equipo que lo sostuviera, porque ya en el Mundial 2022 veríamos a un crack de 35 años y medio.

Sumado a la necesidad de un giro a la situación anterior, el público pudo observar un compromiso de estos jugadores en cuanto a actitud, que mucho más allá del carácter expuesto en la final del Maracaná a mediados de este año, cuando debieron sobreponerse al impacto de que Argentina perdiera su sede de la pasada Copa América por razones de pandemia, volvió a aparecer en esta serie de tres partidos, ante Venezuela, Brasil y Bolivia, cuando fueron los únicos que osaron desafiar al poder político del fútbol y viajar de todos modos al continente sudamericano exponiéndose a sanciones como las que, aparentemente, recibirán en los próximos días Cristian Romero y Giovani Lo Celso por parte del Tottenham Hotspur.

El público argentino, siempre exigente, y arrastrando una larga y rara mezcla de indiferencia y enojo con selecciones anteriores (que ni siquiera sacaban una mano para saludar desde el micro o el hotel hacia tanta gente que sólo quería verlos unos segundos cuando venían a sus ciudades, o que ninguneaban a gran parte del periodismo nacional e internacional), supo entender este cambio de actitud de estos jugadores actuales, y aunque el título de Copa América es nítidamente lo que más interesa, los aplausos y vítores no brotaron por casualidad el pasado jueves en el estadio Monumental.

Esa noche se reunieron varias condiciones para la fiesta: la obtención del título tantos años después, el regreso del público a las canchas luego de dos años, aunque más no fuera en poco menos de un tercio de la capacidad, los extraños hechos de San Pablo del domingo anterior, cuando la agencia sanitaria estatal brasileña impidió que el partido continuara a los cinco minutos del primer tiempo, el buen andar del equipo en la poco sufrida (esta vez) clasificación mundialista, la victoria anterior ante Venezuela y tras el 3-0 ante Bolivia, el récord de Messi de los 79 goles, con los que pasó a Pelé como mayor goleador histórico de una selección sudamericana.

El combo era casi perfecto, aunque esto no significa que haya que caer en ninguna euforia. Desde el juego, a la selección argentina le falta corregir muchos aspectos: no está tan claro el segundo marcador central (Venezuela y Bolivia no son rivales para medirlo), sigue teniendo problemas con el volante central de marca (el que más se acerca es Guido Rodríguez, porque Leandro Paredes es un “diez” atrasado), hay una superpoblación de volantes, lo que a su vez genera que Lautaro Martínez (que de todos modos se las rebusca) juegue demasiado solo arriba, Marcos Acuña ni defiende (cuando nadie lo amenaza por su banda), ni ataca (por recibir indicaciones de sumarse en la marca en el medio).

La buena noticia es que hay tiempo. Todo indica que a este ritmo, la clasificación al Mundial podría llegar varias fechas antes, y eso permitiría trabajar con enorme tranquilidad y ya luego será necesario cotejar con las potencias europeas y equipos africanos para terminar de saber en qué lugar se encuentra, con miras al Mundial.

Mientras tanto, no es poco que el equipo se haya reconciliado con la gente. No es lo mismo saberse querido que dudar del afecto. Que Di María se anime a la gambeta o al amague, es consecuencia de eso. Que Messi aparezca liberado y los goles le surjan con facilidad, como en sus tiempos del Barcelona, también, pero aún mejor fue lo que ocurrió luego con sus lágrimas de emoción al levantar la Copa y recibir una ovación desde las tribunas. Que en este tiempo de individualismo y ultra capitalismo, un genio como el rosarino llore porque se lo reconoce como futbolista campeón, significa haber antepuesto la ambición colectiva a la individual.

Comprobar que terminó siendo verdad aquello que tantas veces Messi dijo acerca de que prefería cambiar varios de sus logros individuales por un título con la selección argentina, al cabo, era verdad. Y es maravilloso poder comprobarlo, porque el afecto personal ya lo tenía. Lo que cambió fue el logro del equipo, y no lloró en partidos anteriores sino en éste, cuando por fin pudo mostrar una copa y gritar “campeón”.

 


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