El presidente de
la FIFA, Gianni Infantino, parece que quiere jugar con fuego y poner en riesgo
lo único que le queda para terminar de matar a la gallina de los huevos de oro.
No sólo comenzó hace poco a sugerir la idea de que los Mundiales se jueguen
cada dos años en vez de cuatro, como hasta ahora, sino que insiste con la
posibilidad de implementarla, lo que puede terminar con lo más preciado del
fútbol en todo el planeta.
No hay duda de
que los Mundiales son auténticas fiestas planetarias. En los lugares más
recónditos se paralizan muchas actividades durante ese mes, cada cuatro años, y
los que tuvimos la suerte de haber estado en varios de ellos, en países de
todos los continentes, hemos notado el clima de inmensa alegría y convivencia
como en pocos hechos ocurre, con calles desbordadas de entusiasmo y un notable
consumo debido a la enorme cantidad de turistas, la inmensa mayoría,
aficionados al fútbol, aunque también los hay de aquellos que quieren observar
este fenómeno único.
Quienes peinan
canas seguramente recordarán aquellos torneos de fútbol en la Argentina, cuando
se disputaban en formato largo y durante el año, sin seguir como ahora los
calendarios europeos por el sólo hecho de tratar de venderles jugadores. Eran
treinta y ocho fechas de primera división, con un torneo fuerte, con un campeón
cabal y de marzo a noviembre.
Una vez que el
campeonato terminaba, se paraba la actividad (como ocurre en Europa desde fines
de mayo hasta agosto, cuando acaba la temporada) y cuando se acercaba el
momento del regreso, la expectativa era mayúscula para poder volver a ver a su
equipo o para conocer a sus nuevas estrellas, ya sea surgidas de las divisiones
inferiores o algún pase rimbombante, que por lo general debutaban en los
torneos de verano.
Si tras dos
meses sin fútbol las expectativas eran máximas, no se necesita mucho para
describir lo que ocurre cuando transcurrieron tres años y medio y de a poco va
llegando el momento de la disputa de un Mundial, para el que hubo que jugar una
larga clasificación, luego llega la posibilidad de conocer la lista definitiva
de los veintitrés (antes eran veintidós) jugadores que integrarán la selección
nacional, y ya los días previos generan una ansiedad inigualable y luego, el
cosquilleo nervioso del debut. De hecho, hay muchísima gente que cuenta
episodios de su vida basada en la referencia de los Mundiales.
Todo eso es lo
que ahora quiere reducir Infantino, con la FIFA, sólo por intereses económicos,
para poder recaudar el doble de dinero a partir de multiplicar los Mundiales,
como si esto fuera lo mismo que hasta ahora.
Infantino se
basó en el informe del ex entrenador francés Arsene Wenger (muchos lo
recordarán dirigiendo al Mónaco o al Arsenal inglés), quien recomendó esta
idea, y ahora sostiene que la FIFA realizó dos largas encuestas que dieron como
resultado un porcentaje alto de aceptación, algo extraño porque en el canal de
YouTube de quien esto escribe, hubo una casi unanimidad en la oposición y
algunos pocos tibios casos de aceptación de pasar a tres años el lapso entre
los grandes torneos de selecciones.
Un Mundial cada
dos años implicaría, además, la modificación absoluta de los calendarios del
fútbol internacional justo cuando la puja entre los clubes poderosos europeos y
las selecciones nacionales periféricas, en especial las sudamericanas, está
haciendo eclosión y hasta no se sabe aún si la Premier League va a permitir que
sus jugadores vayan a participar de las tres fechas de clasificación de octubre
luego del escándalo entre Brasil y Argentina de días atrás en San Pablo.
Esta
modificación del calendario implicaría, por ejemplo, que las clasificaciones a
los Mundiales deberían hacerse también cada dos años y de manera diferente a la
actual para acortar los tiempos, y casi sin espacio para un respiro, lo cual
atentaría contra los torneos continentales, como la Copa América o la Eurocopa,
que se superpondrían, generando un absoluto caos y una clara merma en la
calidad de los partidos, sumado a las continuas protestas de los clubes ricos
europeos por tener que ceder a sus jugadores de manera permanente.
El acortamiento
de los plazos de los Mundiales a dos años se parecería, de alguna forma, a lo
que ocurrió en la Argentina con aquella idea de Julio Grondona del torneo de
treinta equipos en primera división, que todavía hoy sigue pagando la AFA, y
que significó una caída en picada en calidad y credibilidad, y todo para sumar
partidos por fecha para recaudar más por la televisión.
Desde ya que si
Infantino persiste con esta idea, tiene mucha relación con el mal momento de
relación que atraviesan la FIFA y la UEFA, que se sigue cerrando al resto del
mundo con sus propios torneos, como la Liga de las Naciones, que se juega
paralelamente a la Eurocopa pero de manera continua durante el año, con un
sistema de ascensos y descensos, y que no es otra cosa que la idea de evitar
que sus selecciones tengan fechas libres para partidos amistosos con otras de
Sudamérica, África o Asia para así evitar lo que el periodismo deportivo del
Viejo Continente denomina “Virus FIFA”, aquellos jugadores que deben viajar
miles de kilómetros en la semana para volver agotados, o incluso lesionados a
sus equipos, perdiéndose compromisos por algunas de estas razones cuando al fin
y al cabo, son estas instituciones las que les pagan los salarios.
Por más que
Infantino (europeo, al fin y al cabo) haya sido débil ante la UEFA en su
tensión con la Conmebol por la actual clasificación mundialista, su enfrentamiento
con el presidente de la entidad del Viejo Continente, el esloveno Alexander
Ceferín, es evidente, y esto arrastró también a la Conmebol, que viene copiando
los métodos del otro lado del Océano Atlántico, con la idea de irse acercando
para hacer negocios juntos, ya sea incrementando torneos (Mundiales de Clubes
de más equipos, regreso a la Copa Intercontinental, buscar un emparejamiento
entre los campeones de la Copa Sudamericana y la Europa League, jugar una final
púnica del torneo continental de equipos a la usanza europea, etc) o llevando
una final de Copa Libertadores a Madrid, como la de River y Boca en 2018.
También desde
esta cuestión política de la tensión entre la FIFA y la UEFA hay que leer el
conflicto, así como en un intento desde Zurich de mostrarse “moderno” aunque no
siempre con ideas coherentes, como por ejemplo, haber terminado con la Copa de
las Confederaciones, que se jugaban un año antes de cada Mundial y en la misma
sede y en el mismo mes, como para probar todo lo relativo a organización,
clima, turismo y funcionamiento general, además de reunir a las selecciones
campeonas de cada continente (de haberse continuado, Argentina habría jugado la
de Catar de noviembre de este año como campeona de la Copa América).
Sin embargo, la
Copa de las Confederaciones busca ser reemplazada por un Mundial de 24 clubes
(se ve que a la FIFA le gusta el gigantismo porque ya se anunció que desde el
Mundial de 2026 habrá 48 selecciones, sin importar mucho la calidad de las
mismas), entre ellos, los últimos cuatro campeones de la Copa Sudamericana y de
la Europa League sin que ninguno de los cráneos que asesoran hayan reparado en
que estos dos torneos continentales los juegan equipos que en sus ligas no
lograron superar el cuarto o quinto puesto (depende del país) y que de ninguna
manera esa performance debería permitirles llegar a un torneo planetario porque
no habrían hecho el mérito deportivo suficiente.
Pero está claro
que a esta FIFA, lo deportivo parece interesarle muy poco y que lo que prima
son las ideas de negocios, las movidas de modernidad, y el marketing de la
sonrisa amable y eterna, hasta que un día, pasados los primeros mundiales, se
den cuenta tardíamente que se fueron esfumando las expectativas, aquella
alegría desbordante, por ser una ocasión especial, y aquella picazón del debut,
al repetirse tantas veces en nuestras vidas.
Habrá que ver si
con sus movimientos de pinzas, la FIFA consigue llevar a cabo este proyecto. Si
es por los votos, y como parece que serán positivos, (entre las confederaciones
asiática y africana reúnen cien y si se suma la CONCACAF, treinta y cinco),
llegaría a 135, contra los 65 de la UEFA y la Conmebol, podría conseguirlo. En
ese caso, será el camino para terminar de matar a la gallina de los huevos de
oro.
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