Una conocida melodía del pop nacional de los años setenta decía, a modo de pregunta, "·A qué estamos jugando, dímelo, no puede ser". Esa pregunta, debería ser trasladada de inmediato a Diego Armando Maradona, el hasta hoy formal entrenador del seleccionado argentino. Porque pasado el temblor de las eliminatorias, despojado ya de las presiones que tienen que ver con todo lo que se jugaba el equipo argentino en términos de negocios, historia y reputación (vanas excusas para seguir sin jugar y salir a defenderse y ver qué pasa en cada compromiso) para estar en el Mundial de Sudáfrica, se acabaron los justificativos y salvo que le hagamos caso al brillante Joan Manuel Serrat y pensemos (como dije en el comentario que hice en el entretiempo para la transmisión de Víctor Hugo Morales por Radio Continental) que los muchachos argentinos son bienaventurados porque están en el fondo del pozo y entonces sólo resta subir, es poco más lo que puede rescatarse con miras a los siete meses que quedan para la máxima cita.
Lo extraño del partido que acabamos de ver hace escasas horas en el estadio Vicente Calderón es que, como decía un amigo y colega español, si al seleccionado argentino se le otorgara una vestimenta de verde, y no se conocieran los nombres de los jugadores, costaría sacar de qué país se trata, y teniendo en sus filas a Lionel Messi, a punto de ser consagrado por todas las entidades futboleras como mejor jugador del planeta.
Fue un partido raro este del Calderón, porque Argentina jugó de España, de la España tradicional que tenía miedo (lógico) del poderío argentino, y España jugó de Argentina tradicional, despojada del miedo y con la convicción de un equipo en serio, trabajado en función ofensiva primero con Luis Aragonés, y perfeccionado ahora por Vicente Del Bosque. Los roles se invirtieron y ahora con el paso de los años, es España la "jugona", la que apuesta al toque, al olé del público, al juego vistoso, y es Argentina la que, aún sin jugarse ahora nada particular, tampoco pudo salir y permitirse jugar, divertirse, crear, buscar aunque más no fuera variantes pensando en el futuro. Pero no. Seguimos reclamando al árbitro, que si cobró mal, fue porque resultó demasiado permisiva con los albicelestes, ignorando dos penales que para nosotros fueron, no expulsando a ningún argentino cuando éstos se excedieron en la violencia ante sus pares hispánicos. Y por si esto fuera poco, como diría un vendedor ambulante en Buenos Aires, luego en la conferencia de prensa, aparece Maradona y dice que el árbitro no estuvo a la altura, que Argentina fue superior a España en el segundo tiempo (!!!) y que prefiere perder así a colgarse todo el partido del travesaño (!!!!). A esta altura, uno no sabe si el atribulado técnico argentino lo dice en serio, si el presidente de la AFA ha perdido fuerza física y ganas de polemizar y ya permite que se diga cualquier cosa con el escudo de la AFA en el pecho, y no parece interesarse que estas declaraciones (como las desubicadas de Montevideo) aparezcan reflejadas en todo el mundo, tanto que todos los hinchas españoles saltaban en el Calderón al jocoso grito de "que la chupen, oé", como era de esperar.
Ahora que ya han pasado las eliminatorias y el Mundial se acerca, observamos los siguientes problemas del seleccionado (y por favor, abstenerse de pensar que uno es antiK por criticar algo meramente futbolístico...en serio, somos simplemente independientes y estamos hablando estrictamente de fútbol y no de la Ley de Medios):
El equipo argentino sigue sin espíritu lúdico: No juega a nada. Cuando por fin obtiene la pelota, no tiene ni idea de qué hacer con ella. No hay un plan definido de juego y entonces es en ese momento en el que comienza la improvisación, incluso posicional, que atenta contra la continuidad y es más que posible que un equipo ordenado vuelva a apoderarse de la redonda.
No se conserva siquiera un estilo histórico de juego: Más de una vez, los equipos argentinos apelaron al sistema de siempre, de juego asociado de pases cortos, de atrás hacia adelante, presionando al rival. Contra España, sólo se salió por vergüenza cuando se perdía, pero siempre dando la idea de ser inferiores al rival. Argentina ha perdido puestos claves en la cancha en los últimos años, como los dos laterales (no se puede jugar con centrales en los laterales porque no sienten la función y terminan rindiendo mal), un delantero para pasar al absurdo "doble cinco", el ocho clásico creativo, el diez, los dos wines y el 9 de área. Demasiado como para pretender cualquier identidad.
Sin un creativo que conecte las líneas, no se puede jugar: Y esto incluye a Messi. Lo veimos diciendo: aunque sea el mejor jugador del mundo, será difícil que rinda si no recibe la pelota y debe bajar demasiado para recuperarla. Los dos delanteros pueden estar horas sin ver una pelota y se terminan quedando fuera del juego.
Recuperar la idea de que no hay nada mejor en el fútbol que tener la pelota: No es casual que uno de los más grandes y admirados futbolistas argentinos, Alfredo Di Stéfano, tiene un monumento a la pelota que dice "Gracias, vieja". A la pelota hay que tratarla bien, quererla, mimarla. Y no reventarla o simplemente sacársela de encima.
No engañarse más con frases grandiolocuentes pero con poca razón, como las del técnico: De nada vale decir que el equipo fue superior o fue digno, cuando lo estuvimos viendo y cuando millones lo han visto por TV. La gente no es tonta ni come vidrio.
No queda muccho para el Mundial y Maradona sigue haciendo pruebas extrañas, sacando y poniendo jugadores, leyendo partidos sin que ello se parezca a la realidad, y el tiempo pasa. Y los aficionados argentinos, la prensa y hasta algunos jugadores por lo bajo, se siguen preguntando "a qué estamos jugando" como aquel cantante de los años setenta. En aquel tiempo, no supimos la respuesta. Ahora, menos.
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