A principios de siglo XX, se utilizaba el término “rata cruel” como deformación del “rasta cueros” en referencia a los argentinos que “tiraban manteca al techo” como forma de vida de quienes provenían de un país, la Argentina, en el que se nadaba en la abundancia y que iba camino a competir con las grandes potencias del mundo: Estados Unidos, Australia, Canadá. Era lógico: mucha extensión de territorio, pocos habitantes, muchos de descendencia europea, los mejores climas. Mucho a repartir entre todos.
El fútbol, incipiente en aquellos años de sueños, no fue la excepción, y las distintas selecciones argentinas se paseaban por los torneos sudamericanos, o se daban el lujo de cambiar sus delanteras completas de un partido al otro, porque daba lo mismo: todos sus jugadores podían rendir en su mismo (y superlativo) nivel.
Desde que se abrieron las puertas a la emigración, especialmente al continente europeo, casi siempre las selecciones argentinas contaron con sus principales figuras, algo que no era tan necesario al principio, por abundancia de cracks, que surgían para reemplazar a los que partían y que contaban con los favores del torneo local, pero que se fue acentuando con el paso de los años y la constante sangría.
Sin embargo, aunque hoy se encuentre esto en el punto más alto y los “locales” de hace unos meses hoy tampoco son más “de acá”, y forman parte de las estrellas del otro lado del océano, paradójicamente el equipo argentino no logra sacar partido de todo su potencial. Tan sólo en este fin de semana pasado, Gonzalo Higuaín volvió a marcar goles para el Real Madrid, Carlos Tévez lleva ocho goles en cuatro partidos en el Manchester City, y Lionel Messi, a los veintidós años, se encuentra a un gol del centenar en el Barcelona luego de su “triplete” ante el Tenerife en la propia isla. Son siempre figuras en sus equipos Lisandro López (Olympique de Lyon), Mauro Zárate (al que la Federacalcio estudia nacionalizar para que Marcello Lippi lo lleve entre los veintitrés de la lista definitiva de Italia para el Mundial) se destaca en la Lazio, y ni hablar de Diego Milito en el Inter y tantos otros, entre ellos el retornado al fútbol argentino (Racing Club) Claudio Bieler en la exitosa Liga Deportiva de Ecuador.
¿Qué es lo que ocurre, entonces, para que el seleccionado argentino –nunca selección, porque sigue su entrenador, Diego Maradona, sin encontrar siquiera una base estable a escasos meses del Mundial- siga jugando con un esquema en el que la distancia entre los cuatro volantes y los dos delanteros es tan grande, y en el que Messi, contrariamente al Barcelona, debe bajar tantos metros para tomar la pelota y volver a eludir a seis rivales para llegar al área?
Las explicaciones son muchas pero parece que tiene una respuesta más cultural que deportiva, más social, que táctica. Al finalizar el Mundial 2006, cuando en las sombras de la tarde del 30 de junio en Berlín, el equipo argentino quedaba eliminado por penales por un mediocre conjunto local alemán, por la inexplicable decisión de José Pekerman de no colocar a Messi, como lo vieron cientos de millones de personas en todo el mundo, este escriba le comentaba a una psicóloga aplicada al deporte amiga, con desazón, lo ocurrido, argumentando que en el banco “hay cientos de millones de dólares y no se recurre a ellos, y terminamos jugando con mucho menos de lo que podríamos”. La respuesta de la psicóloga me dejó impactado: me dijo que si re-leíamos esta frase, nos daríamos cuenta de cuánto de cultural podía albergar. ¿No sucede con la propia Argentina, que tiene cientos de millones de dólares en los bancos del mundo, riquezas espectaculares de todo tipo, y no puede contar con ellas, por distintas razones que parecen más de origen en las propias carencias que en lo que pudieran generar los demás? ¿No somos los argentinos los peores enemigos de la Argentina? ¿Quién impide a Maradona contar en su equipo con gran parte de los atacantes que inflan las redes cada fin de semana en los mejores torneos del mundo? Y sin embargo, cuatro volantes y apenas dos atacantes aislados. Nadie lo entiende en el mundo, así como nadie entiende cómo la Argentina, con todo a favor, generó su propio fracaso. Es más, volviendo al terreno estrictamente futbolero, ¿cómo alguien como Maradona, de un fútbol tan excelso como jugador, puede plantear una táctica semejante? Difícil entenderlo. Tal vez, querer entender a Maradona, es intentar entender a la Argentina misma. No por nada Maradona simboliza como pocos la argentinidad.
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