Lo de Boca Juniors es un asunto viejo, aunque Alfio Basile se haya ido hace apenas horas, en lo que era desde hace semanas, la crónica de una muerte anunciada. Pero distinto de otras crisis, ni los hinchas, ni los socios, ni la prensa, ni los dirigentes, pueden engañarse. La crisis de Boca no son los resultados deportivos, sino el sorpresivo descalabro de uno de los mejores planes de los últimos tiempos para un club grande en la Argentina. Cuando comenzó su primer mandato, en 1996, el actual alcalde de esta Buenos Aires que iba a estar buena pero no termina nunca de estarlo, Mauricio Macri, luego de la locura de contratar a Carlos Bilardo como entrenador y perder un torneo con tres estrellas por puesto en el equipo, se decidió por un camino serio y tomó una medida revolucionaria, junto a la llegada de Carlos Bianchi tras un buen año con Héctor Veira,: traer a las divisiones inferiores a Jorge Bernardo Griffa para realizar un trabajo a largo plazo, que una década después derivaría en aquella promesa del presidente que parecía demagógica, acerca de que el equipo, rompiendo con una tradición compradora, tendría nueve de sus once jugadores surgidos de la cantera. Efectivamente, eso sucedió, y es lo que, en un país futbolísticamente vendedor como es la Argentina, significa tener la gallina (con perdón) de los huevos de oro: poco gasto, muchas estrellas que además conocen bien el club y su idiosincracia, y la posibilidad de títulos, un equipo consolidado en el tiempo, y posterior venta en euros para reemplazar a estos jugadores por otros en la misma condición, sin necesidad de importar ni de comprar, salvo alguna estrella particular, que engalane el plantel.
Efectivamente, fue lo que sucedió en Boca hasta 2008, con algún dislate como el de haber contratado a Ricardo La Volpe, no sólo por su desconocimiento del fútbol argentino sino porque no se contrata a quien rechaza un ofrecimiento para ser el técnico quince días después de haber ocurrido, y menos que menos, a quien viene a cambiar todolo que se había hecho bien, por el simple hecho de pensar más en él que en el club.
Pero al margen de eso, hasta la salida de Carlos Ischia, un entrenador mediocre pero que siguió la línea básica del proyecto, Boca tenía una coherencia, que con la llegada de Basile perdió absolutamente cuando se tomó la decisión de tapar a los jóvenes surgidos de las inferiores, por jugadores veteranos que no sólo no han probado ser mejores, sino que significaba cambiar absolutamente el rumbo. Así, un arquero como Javier García apenas si roza la decena de partidos en primera, y fueron vendidos rapidamente los Forlín, Roncaglia y tantos otros para que sigueran los Ibarra, Morel, Abbondanzieri, o se trajera a los Insúa, Rosada o Marino, de escasísimo aporte.
Los resultados dificilmente podían ser otros. Boca tiene demasiadas figuras abajo como para seguir apostando por los "viejos". Es hora de un cambio que ahora debe pensarse para la nueva temporada, y preparar el terreno para el retorno al banco de suplentes de Carlos Bianchi, aceptando que se lo trajo como manager por el mero hecho de tenerlo a tiro. Ya es hora de que Bianchi deje la siesta y despierte, para hacerse cargo del plantel y volver a la senda del éxito desde las divisiones inferiores, y despejarles el camino quitando del medio a los veteranos. Se entiende que Bianchi tiene con muchos de ellos una relación afectiva y que, logicamente, no quiere ser quien tome la medida. Es entonces la dirigencia de Boca la que deberá estar a la altura, y volver a proyectar aquella línea trazada a fines del siglo XX, sin tapujos, sin pruritos, sabiendo que a veces, los siclos exitosos deben terminar para dar lugar a otros, y que apenas se necesita una transición ordenada entre ambos tiempos. Pero lo de Boca, de ninguna manera es novedad: es un asunto viejo.
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