No hubo final. Apenas un atisbo de ella cuando por unanimidad, los análisis previos de los más reputados periodistas y miembros del ambiente del fútbol daban por seguro un partido parejo entre dos equipos acostumbrados a ganar, muy distintos entre sí, pero de enorme categoría.
Y sin embargo, el Manchester United de un entrenador victorioso como sir Alex Fergusson, que pudo dar vuelta la historia local ante el Liverpool en un cuarto de siglo, y que cuenta con todo tipo de variantes que demuestran que no por casualidad volvió a ganar la Premier League, se vio reducido casi a la nada ante un Barcelona dominante, que tal como dos años atrás y ante el mismo rival en la final de Roma, necesitó los primeros diez minutos para acomodarse en la cancha y comenzar a esparcir su juego lujoso, su total dominio de pelota e ir dejando sin chances a su rival.
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