Si se trata de la efectividad, no hay mucho para
decir para los aficionados culés. El Barcelona ha reunido, de momento, los seis
puntos en juego en la Liga, y el comienzo entonces, desde la matemática, es el
ideal.
También desde las estadísticas, Lionel Messi parece
recuperado desde el final del Mundial, ha marcado dos goles en el debut y ha
hecho marcar el de la victoria en El Madrigal, el pasado fin de semana, ante
Villarreal, al juvenil Sandro.
Sin embargo, el nuevo entrenador, un hombre de la
casa como el asturiano Luis Enrique, tiene muchísimo trabajo por delante.
Este Barcelona ya implica un gran recambio con
respecto al de la temporada pasada y por primera vez, debido a la falta de
títulos bajo la dirección de Gerardo “Tata” Martino, ha decidido un giro hacia
un equipo más juvenil y con un vestuario con cambios fundamentales: ya sin
Carles Puyol (retirado), ni Víctor Valdés, con Xavi Hernández en el banco, el
protagonismo ahora pasa por una generación intermedia con Gerard Piqué, Andrés
Iniesta, y una mayor influencia de Lionel Messi.
¿Esto redunda en el juego? No tanto por ahora. Es un
Barcelona que aún no presiona mucho al ataque rival. Lo hace sin constancia, a
veces sin la fuerza suficiente y en otras, se recluye y lo deja venir casi
hasta la mitad de la cancha, como en El Madrigal.
También es cierto que Messi sigue sin tener la
compañía suficiente en el ataque, algo parecido a la temporada pasada. El trío
soñado (Messi, el uruguayo Luis Suárez y Neymar) sigue en espera hasta que uno
cumpla la suspensión de la FIFA desde el Mundial y el otro se recupere de su
lesión en forma definitiva.
Mientras tanto, Luis Enrique ha tirado de una joven
promesa como Munir y ha debido recurrir a un Pedro que no es, ni de cerca,
aquel que tuviera una época dorada hasta la temporada 2010-11.
Este es un Barcelona con un andar más lento, que
administra los partidos pero que ya no tiene esa movilidad, ese ritmo y esa
dinámica que había adquirido en los tiempos de Josep Guardiola (2008-12).
Sí es cierto que defensivamente, parece haber
reducido parte de su problema, porque con el juego más lento y al pie, ya no
tanto al espacio, las espaldas están más cubiertas, es más difícil llegarle de
contragolpe, si bien ante Villarreal, los locales han tenido seis oportunidades
de convertir, aunque todas en el área del Barcelona, por desinteligencias en la
marca.
En este caso, habrá que calibrar cómo influyó la
ausencia, por sanción, de Javier Mascherano, y qué sucederá en el futuro con el
lateral derecho, ya sea por la llegada del brasileño Douglas como por la
competencia entre Daniel Alves y Martín Montoya, así como la competencia entre
los centrales, con la incorporación de Thomas Vermaelen, que se sumará a Jérémy
Mathieu y a Gerard Piqué.
Queda mucho recorrido para el Barcelona y hay que
tener en cuenta que tampoco ha podido contar, con continuidad, con un jugador
clave como Andrés Iniesta, que tampoco tuvo la regularidad esperada en la
temporada pasada.
Seguramente con Iniesta en buen estado físico, el
manejo y el talento de Iván Rakitic, Suárez, Neymar y Messi, Luis Enrique
deberá saber rotar a la plantilla como para encontrar un esquema fijo que sea
el más útil, pero de momento, cuesta bastante entender exactamente cuál es la
idea central.
El propio Messi navega entre posiciones distintas y
promueve un sinfín de preguntas sobre cuál será su posición en este nuevo
esquema táctico de Luis Enrique. Por momentos, parece moverse como enganche,
por detrás de Pedro y Munir. En otros momentos, aparece como en los primeros
tiempos de Frank Rikjaard, desde la derecha aunque con libertad absoluta (mucha
más que en aquel tiempo) para volcarse hacia el medio del ataque, pero más allá
de la posición en la que pueda rendir mejor, lo que queda por ver es cómo será
respaldado desde el esquema, del juego de conjunto, más que en lo individual.
El Messi que más rindió hasta ahora en el Barcelona
fue aquél de los tiempos de Guardiola, con un esquema de 1-2-3 del medio hacia
arriba, con Sergio Busquets más retrasado, Xavi e Iniesta detrás de una línea
de tres atacantes.
Eso lo colocaba a Messi muy cerca de la portería
rival, con menos recorrido para hacer físicamente, y especialmente, con mucha
compañía a la hora de la elaboración, algo que hoy parece muy lejano, al menos,
hasta que el trío con Neymar y Suárez tenga la continuidad necesaria.
Otro elemento clave es el tiempo que pueda jugar
Xavi en esta temporada, o en los meses en los que permanezca en el equipo, si
no decide marcharse al exterior en diciembre.
Cuando Xavi ingresa, el Barcelona adquiere una mayor
claridad en el traslado del balón, puede jugar algo más en largo o a los
espacios y todos se acomodan de otra manera. Cuando el veterano volante no
juega, el Barcelona se convierte en un equipo más previsible, que depende en
exceso del genio de Messi.
Demasiadas incógnitas y demasiadas ausencias como
para determinar qué ocurrirá con el Barcelona, que sigue buscando, más allá de
los resultados, una nueva identidad en el juego.